¿Los libros “envejecen”?. No
todos. En particular los que son resultado de un trabajo riguroso de
investigación sobre la realidad y pretenden motivar la reflexión y el debate,
no presentar verdades “acabadas”.
Estamos celebrando los 45 años
del establecimiento en todo el país del Sistema del Poder Popular, que es también
celebrar los 47 del inicio de la experiencia innovadora en la provincia de
Matanzas. En este contexto se respira un ambiente que impulsa consolidar la
colocación de este sistema en el lugar que le corresponde, y todos debemos
tratar de poner nuestro “granito de arena” en este esfuerzo, decisivo para
continuar avanzando en nuestro proceso de transformación socialista, proceso
esencialmente político, lo que no significa ni mucho menos ignorar el papel de
la economía en su sostenibilidad.
Próximamente verá la luz en su
formato “duro” – en el papel y la cartulina que a los viejos y también a los
más jóvenes nos gusta “tocar”- el libro que terminamos en 2019 “Poder Popular.
Fundamentos, evolución y visión de futuro”, gracias al empeño de la editorial
Ciencias Sociales- Nuevo Milenio y del Instituto Cubano de Libro. Como su
título adelanta, el libro presenta los resultados de un análisis acerca del
sistema del Poder Popular con un enfoque prospectivo, propuestas de
conceptualizaciones y cambios que valoramos necesarios. Incluye además en su
“pre- epílogo”, un análisis preliminar
de lo que recoge sobre el Estado cubano la Constitución de la República
aprobada en 2019. Todo concebido como propuestas para el debate que involucre
efectivamente a todos los interesados en el socialismo como única alternativa para la existencia de
la Nación cubana.
Mientras que esperamos por el libro, hemos
querido sumarnos a las reflexiones, y en alguna medida contribuir a los cambios
que se impulsan, adelantando a los lectores la Introducción que aparecerá
publicada en el libro.
INTRODUCCIÓN. (En
el libro todas las notas están al final)
Es común que académicos y
políticos recurran a la idea leninista acerca de la política como expresión
concentrada de la economía. En busca del respaldo de una autoridad de tal
jerarquía para la toma de decisiones, por ignorancia o mala intención, no hacen
otra cosa que renunciar a la esencia dialéctica de las concepciones
materialistas y de hecho niegan la propia práctica de Lenin. Se olvidan incluso
que él mismo se encargaba de enfatizar el papel decisivo de la política en los
procesos, específicamente en cambios cualitativos importantes como los que
llamamos “procesos de transición”, donde la actividad política debe
adelantarse, conducir los procesos. Esto cobra relevancia cuando enfrentamos la
revolución comunista, proceso de revolución social complejo y esencialmente
diferente a todos los anteriores, porque tiene que trascender el orden
reproductivo del capital y del sistema de propiedad privada excluyente que era
el núcleo del funcionamiento de la sociedad hasta el capitalismo.
La importancia de esta idea es
aún mayor cuando nos referimos al proceso de transformación comunista en Cuba,
nuestro proceso de construcción socialista. Debe bastar para fundamentar esta
afirmación, un estudio serio de las ideas del Che y su breve, pero rica obra de
conducción en nuestro proceso, inseparable de la riqueza conceptual presente en
la práctica, y las reflexiones de nuestro Comandante en Jefe. Ignorarlas
conduce a traicionar su legado.
Hoy estamos enfrascados en un
proceso de reformas que no admite errores estratégicos y se manifiesta con más
fuerza que en momento alguno anterior, ya que la transformación socialista es
un proceso esencialmente político, aunque por supuesto la economía es factor
determinante en su desarrollo exitoso sostenible.
Cuba necesita hoy cambios en
la economía, y hemos emprendido lo que denominamos “actualización del modelo
económico”. Pero, como señalamos en 1995, los cambios económicos exigen para su
real tributo a un sentido socialista de desarrollo ser acompañados o en lo
posible ser adelantados, por cambios en la actividad política que los conduzca.
La inadecuada atención a esta dialéctica puede generar tendencias opuestas al
sentido socialista de desarrollo[1]. Para evitar que surjan y enfrentar las que ya existen, resulta decisivo lo
concerniente al Sistema del Poder Popular, en particular su sistema de órganos
electivos, los que comúnmente llamamos órganos representativos.
El éxito en mantener y
desarrollar un socialismo próspero y sostenible como se nos ha convocado, la
única opción real compatible con la existencia misma de la nación cubana, en un
contexto externo dominado por relaciones de capital, está determinado por los
resultados económico-productivos que se logren alcanzar; pero es un proceso
esencialmente político, que se decide por la participación popular en la
dirección del proceso social, inseparable de un permanente y elevado nivel de
gobernabilidad social.[2]
En la definición de las
acciones para el necesario avance es importante, ante todo, tener presente que
no debemos aspirar a propuestas acabadas, como conjunto de aspectos a cambiar y
modos de proceder: se trata de desarrollar una visión integral hacia adentro
del sistema como totalidad, en su interacción con el entorno, y un proceso de
permanente análisis y elaboración de propuestas que involucre plenamente a
todos los interesados en la consolidación de nuestro sentido socialista de
desarrollo, como actores y objetos de los cambios necesarios.
En el momento actual hace falta
completar el sistema de regulaciones, eliminar vacíos importantes y realizar
cambios en las normas existentes que, más que constituir “camisas de fuerza”
como se ha planteado en ocasiones, abren posibilidades a interpretaciones de
todo signo: leyes, reglamentos y hasta la propia Constitución de la República.
Pero a la hora de normar, hay que ser muy cuidadosos con las concepciones que
sirven de fundamento a las normas: es necesario tener claridad en los
principios estratégicos que deben guiarnos, pensando en qué sociedad aspiramos
a consolidar. Tenemos que analizar las experiencias socialistas con rigor y
profundidad, muy en particular la nuestra y los cambios ocurridos en nuestra
sociedad y el entorno; tenemos que valorar con objetividad las potencialidades
y las fortalezas que hemos desarrollado en los años de la Revolución junto con
las insuficiencias y los errores, a la vez que identificar proactivamente los
retos que enfrentamos para el avance en el sentido deseado.
Como señalaban Marx y Engels,
el contenido de la política a partir del inicio de la transformación comunista
tiene que cambiar, trascendiendo el estrecho contenido de la actividad en torno
al poder de una parte de la sociedad sobre el resto. Lenin comenzó la difícil
tarea de guiar en la práctica aquellas ideas, de materializar la esencia de
esta transformación revolucionaria, que Fidel recoge magistralmente en su
propuesta de concepto de Revolución como “emanciparnos por nosotros mismos”.[3]
No obstante los substanciales
avances en este sentido desde 1959, y muy en especial teniendo en cuenta el
desarrollo alcanzado por los interesados en el avance socialista en nuestro
país, en general, las concepciones vigentes en la actualidad no contribuyen
todo lo necesario al proceso emancipatorio comunista. Lo normado, las
concepciones de manera actuante efectiva y las prácticas cotidianas, permiten reproducir
conductas que en esencia separan a los dirigentes de los dirigidos en el
proceso de dirección, ajenas al sentido socialista de desarrollo, como cuando
se insiste en la labor de “controlar y fiscalizar” de las Asambleas del Poder
Popular, los Consejos Populares, y los delegados, reduciendo prácticamente solo
a esto su contenido como elementos del Sistema del Poder Popular.
Hay que actualizar
concepciones, sobre esta base cambiar estructuras, regulaciones, procedimientos
y, consecuentemente, implementar nuevas prácticas efectivas relativas a nuestra
actividad política actual, sobre todo en lo concerniente al Sistema del Poder
Popular. Pero el cambio en las concepciones es determinante. El reiterado
cambio de mentalidad no es algo trivial ni simple. Depende de comprender en
realidad la necesidad de cambiar, del deseo de cambiar, de nuestra voluntad y
decisión políticas, y de la consecuente interacción entre académicos, políticos
y todos los comprometidos con la consolidación de la nueva naturaleza; se
necesitan conocimientos para cambiar, querer cambiar, y finalmente, que el
propio sistema propicie y garantice el cambio de manera efectiva.
No basta acudir al maltratado
“sentido común”, en el mejor de los
casos superficial y fragmentador, reproductor de visiones cortoplacistas y
asistémicas, como cuando pensamos resolver los problemas de los órganos locales
de nuestro sistema de gobierno estatal, solo con separar las figuras del
presidente de la Asamblea y el presidente del Consejo de la Administración,
existentes hasta el momento de redactar este libro, o creando la figura de un
nuevo vicepresidente para atender la administración. Para este necesario cambio
de mentalidad no podemos tampoco elevar al rango de verdades absolutas ideas
planteadas en algún momento, con la lamentable reiteración de hacerlo sacándolas
de su contexto, con independencia de su exponente: nada más lejos de lo que nos
ha ensañado nuestra Revolución.
No podemos buscar “recetas” en
Marx, Engels, Lenin, Martí, Fidel, Raúl o el Che para resolver los problemas
actuales. Pero tampoco podemos ignorar el pensamiento que nos ha guiado hasta
hoy. Mucho menos podemos actuar llevados por “novedosas” propuestas que
devalúan radicalmente lo existente y, conocedoras del rechazo que recibirían si
se presentan como lo que son en realidad, se ocultan tras enfoques en su
esencia derrotista de un “socialismo posible” con lenguaje aséptico y nos
plantean un reforzamiento de enfoques liberales que abren las puertas a
posturas socialdemócratas nada novedosas, que promueven abandonar la “dicotomía
socialismo-capitalismo” y “tomar y conciliar” lo mejor de cada uno de esos
sistemas en busca de una sociedad mejor, que algunos en otros contextos
identifican hoy con un “capitalismo humano”.
Respecto al Sistema del Poder
Popular, y en general, a todo lo concerniente a la actividad política en
nuestra sociedad, es decisivo no andar con ingenuidades o superficialidades.
Debemos prestar la debida atención al pensamiento que nos ha guiado hasta hoy,
enriqueciéndolo, consecuentes con su esencia autocrítica eminentemente dialéctica.
Por solo citar un ejemplo, de
lo mucho que debemos repasar de manera sistemática de Fidel y Raúl acerca del
Sistema del Poder Popular —su lugar en la sociedad, relaciones con otras
instituciones de esta, su papel en la actividad económica, etc.—, tenemos el
discurso pronunciado por Raúl Castro el 22 de agosto de 1974 en la clausura del
seminario ante los delegados electos en la experiencia de Matanzas. Este
material, que en los primeros mandatos los delegados recibían íntegro como
material de trabajo para su consulta y estudio permanente, junto a la
intervención del propio Raúl en una reunión del Comité Central del Partido el 4
de mayo de 1973, sobre “La nueva estructura del aparato del Comité Central del
Partido Comunista de Cuba”, no pueden estar ausentes en la necesaria reflexión
seria para mejorar nuestra sociedad, en particular, nuestro Sistema del Poder
Popular[4].
En Matanzas Raúl planteó:
La importancia del proceso electoral, de su carácter
profundamente democrático, de la amplia y entusiasta participación de las masas
en la nominación de los candidatos y luego en la elección de sus
representantes, está dada por el hecho de que esos representantes van a ejercer
el poder estatal, van a dirigir y orientar la administración de las actividades
económicas, culturales, recreativas y de servicios en general de los
municipios, las regiones y la provincia de Matanzas.
En la medida en que esos representantes van a ejercer
gobierno, a intervenir en todas las decisiones estatales que afectan a la comunidad,
que van a tener facultades para apoyar y contribuir al desarrollo de todas las
actividades económicas y sociales de trascendencia nacional que tienen lugar en
esta provincia, en la medida en que, a través de esos representantes, las masas
van a participar sistemática y regularmente en los asuntos del gobierno de la
sociedad y en la discusión y solución de todos los problemas estatales, es
significativa y trascendente esta experiencia[5].
Si leemos con efectivo
espíritu revolucionario tan solo estos dos párrafos, contextualizando
adecuadamente las ideas sobre la base de la experiencia de más de cuarenta años
de funcionamiento del Sistema del Poder Popular, de los muchos estudios que se
han hecho por especialistas comprometidos con la Revolución, y en función de
las situaciones actuales, ¿no tenemos ahí un referente insoslayable acerca de
qué necesitamos perfeccionar y cómo hacerlo?, ¿no identificamos en ellas al
delegado de circunscripción como actor fundamental y, de modo consecuente, a
los representantes electos con una nueva naturaleza que los hace determinantes
en el desenvolvimiento de este sistema?
No se puede identificar al
delegado tan solo con el gestionador y distribuidor de recursos, el “mago,
siempre presto a resolver problemas”. El delegado es una figura estatal, y por
tanto, política: esto debe definir su trabajo. Pero tenemos que llenar de
contenido estas afirmaciones, lo cual está muy lejos de lo que se logra
diciendo simple y llanamente que al delegado, en tanto líder natural en su
entorno de residencia, solo le compete ejercer un papel fiscalizador y
controlador para que las cosas funcionen bien, y en ello involucra de manera
activa a sus electores, como elemento clave de la institucionalidad de la
nación. Tampoco se puede reducir el papel de esta figura, igual que las de los
delegados provinciales y los diputados, a “representarnos”, a actuar “en nombre nuestro” recibiendo “un mandato” en
los órganos estatales que integran, proyectándose “a su nivel” exclusivamente,
con lo cual ignoramos o minimizamos convirtiendo en formalismos estériles la
necesaria interacción entre las necesidades y los intereses de los individuos,
las estructuras en las localidades y la nación.
En más de una ocasión
escuchamos o leemos estas ideas y otras afines sobre el papel del delegado, del
Sistema del Poder Popular, del Estado y de las relaciones entre Estado,
Gobierno y Administración. Pero no es suficiente repetir algo para que se
convierta en lo que en efecto necesita nuestra sociedad.
Es preciso que el delegado y,
en general, los representantes electos sean sujetos con una nueva naturaleza
respecto a lo conocido en las “democracias representativas” tradicionales. Es
preciso que los “representantes” vayan mucho más allá de quien recibe un
mandato para actuar “a nombre de”, que sean capaces de contribuir a lograr que
las masas participen sistemática, regular y efectivamente cada vez más en los
asuntos del gobierno de la sociedad, en la discusión, solución, ejecución y
control de todos los problemas estatales, como parte de nuestro sistema en
constante perfeccionamiento. Trabajemos de conjunto para lograr ese
representante de nuevo tipo, ese líder para dejar de ser líder, decisivo para
avanzar de modo sostenido en el proceso emancipatorio que es la transformación
socialista, comunista[6].
Desde el acto de intervenir en
las asambleas de nominación de candidatos a delegados de circunscripción,
debemos proponer al que consideremos el mejor y más capaz para esto, teniendo
en cuenta ante todo su lugar decisivo en la conformación de la base de todo el
sistema, su fundamento, y si nos proponen, aceptar con plena conciencia de la
alta y compleja responsabilidad que asumimos. Al transformar al delegado en
este sentido, transformemos el Sistema del Poder Popular desde su elemento básico,
fundamental: la real y efectiva participación de los ciudadanos
—el verdadero nivel superior
de nuestro sistema estatal, por ser de ellos desde donde se genera el poder del
pueblo, el poder de los interesados en la consolidación del contenido socialista
de nuestro proceso— en la labor de gobierno estatal de nuestra sociedad.
No se puede agotar el tema
citando uno o dos párrafos de Raúl o de Fidel. Pero ya tan solo el citado
discurso contiene una riqueza de inmenso valor para los días que corren, si lo
leemos pensando como nos invitaba a reflexionar Fidel años después de
constituidos los Consejos Populares en Ciudad de La Habana en 1991, al afirmar
ya entonces que esos órganos eran mucho más que lo que se había concebido
originalmente.
Tenemos que estudiar todo lo
posible, reflexionar colectivamente, pensando en que en el día de hoy el
delegado de circunscripción, y los representantes electos, necesitamos que
sean, pueden ser y tienen que ser mucho más que los que concebimos en 1974 y 1976, pero nunca menos, y a partir de esto,
avanzar en la consolidación del Sistema del Poder Popular; un sistema que,
—apropiándonos del enfoque del compañero activista social y pedagogo
costarricense Oscar Jara acerca de las esencias de la Educación Popular—, sea
capaz de “desafiar” revolucionariamente
desde todos sus elementos integrantes, en todo su funcionamiento y reproducción
desde los individuos, los modos de dirección social, desafío indispensable para
trascender en un verdadero proceso de autodirección social comunista, para
emanciparnos por nosotros mismos, como nos propone Fidel con su definición de
Revolución y sobre todo nos ha demostrado con su propio ejemplo.
Realizar cambios en el Sistema
del Poder Popular es una necesidad permanente para avanzar de modo sostenible
en el proceso de construcción socialista cubano, cambiando todo lo que debe ser
cambiado.
Se trata, en primer lugar, de
cambios que articulen adecuadamente los pasos tácticos con el pensamiento
estratégico: tenemos que identificar los cambios necesarios, a partir de tener
claridad acerca de qué futuro queremos construir, adelantándonos en lo posible
más que adaptándonos a los cambios que puedan ocurrir en las circunstancias en
que se desenvuelve nuestro proceso y con qué contamos para ello.
Esos cambios son necesarios esencialmente
en virtud del propio desarrollo alcanzado en estos años de Revolución.
La inmensa mayoría de ellos
son posibles sin necesidad de hacer cambios en lo que está normado acerca del
Sistema del Poder Popular y de nuestro sistema político en general, y tienen
que recibir la prioridad que permita avanzar en lo inmediato, resolver las
insuficiencias de la práctica cotidiana, consolidando las potencialidades
existentes y generando nuevas, indispensables para la sostenibilidad de nuestro
proceso de transformación socialista.
Contribuir al necesario debate es el objetivo de la presente obra.
[1]Así lo recoge en una nota refiriéndose a un informe interno nuestro elaborado en 1995, el libro ¿Es posible la construcción del socialismo en Cuba? del doctor Darío Machado, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2004. Sobre este peligro alertó posteriormente el Comandante en Jefe Fidel Castro en su discurso del 17 de noviembre del 2005 en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, cuando planteó que éramos nosotros mismos, los revolucionarios cubanos, quienes podíamos destruir la Revolución, si no prestábamos atención a los procesos de corrupción. Ver Proceso de rectificación y salida del Periodo especial. Análisis a través de los discursos de Fidel Castro y Corrupción y construcción socialista, publicados en www.nodo50.org/cubasigloXXI /
[2] Para una aproximación crítica a la categoría de gobernabilidad, su relación con la democracia y el desarrollo de la sociedad cubana, ver Gobernabilidad y Democracia. Los Órganos del Poder Popular en Cuba, de nuestra autoría, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,1998.
[3] Fidel
Castro Ruz: Discurso pronunciado el Primero de Mayo de 2000
[4] Raúl Castro: Selección de
discursos y
artículos, 1, 1959-1974,
“La nueva estructura del aparato del Comité Central
del Partido Comunista de Cuba”, La Habana, 4 de mayo de 1973 (pp. 214-243);
El Seminario a los delegados del Poder Popular, Matanzas, 22 de agosto de 1974 (pp. 322-373),
Editora Política, La Habana, 1988.
[5] Raúl Castro Ruz: ob. cit., p. 324.
[6] Jesús Pastor García Brigos: Dirigentes, dirigidos, socialismo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007.
Tomado de Cuba Siglo XXI (www.nodo50.org/cubasigloXXI
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