A raíz de la suba de las cuotas de la medicina prepaga, y la intervención del Gobierno para volverlas a diciembre de 2023, varios señalaron la incoherencia entre lo que proclamaba Milei en las elecciones, y lo que hace en la práctica. Como escribe Ernesto Tenembaum, estamos ante una muestra de la tensión entre lo que un político dice cuando es candidato y lo que hace cuando es presidente (en Infobae, 21/04/2024).
Es verdad, en las campañas los políticos del sistema inventan, disimulan y mienten a más no poder. Milei no ha sido una excepción. Durante la campaña jamás dijo que bajaría jubilaciones y salarios; que desfinanciaría a las universidades; o que propondría volver a instalar el impuesto a las ganancias de la cuarta categoría.
Sin embargo, en el caso de los precios (de las prepagas y cualquier otro) estamos ante algo más que la mentira. Ahora se trata de la incapacidad de la teoría austriaca para dar cuenta de las relaciones económicas reales del modo de producción capitalista. Lo dijimos en una nota de mayo de 2022 (aquí) escrita a propósito del debate que Milei mantuvo con Juan Grabois. En ese cruce Milei hizo una fuerte defensa de la teoría austriaca del valor y en particular del principio de imputación.
Recordemos que, según este principio, los precios de los bienes de consumo determinan los precios de los medios de producción, o sea, los precios de los bienes “de orden superior”, así como los precios de los “servicios”, tierra y trabajo. Para verlo con un ejemplo: según los economistas de la corriente austriaca, del precio de una ventana de aluminio se deriva el precio del aluminio, así como los precios de los equipos, máquinas, materia prima (la alúmina en particular) y fuerza laboral con que se produce el aluminio; precios a partir de los cuales habría que seguir remontando “hacia arriba” para determinar el precio de, por ejemplo, la máquina y la fuerza de trabajo que se emplean para obtener la alúmina; y el precio de la máquina y la fuerza de trabajo que se emplean para producir las máquinas que producen la máquina con que se obtiene la alúmina, etc. Todo esto, enfatizo, deducido del precio de la ventana, el bien final. Y este precio del bien final es el resultado de “el acto valorativo original y fundamental [que] atañe exclusivamente a los bienes de consumo; todas las demás cosas son valoradas según contribuyan a la producción de estos” (Menger, Principios de economía política, Madrid, p. 156).
Según Milei (en el debate con Grabois), en los “clásicos” los precios “naturales”, o de equilibrio, son determinados por los costos. En cambio, según la escuela austriaca, son los precios los que determinan los costos “porque en función de lo que vos recibís es lo que podés pagar, de manera que el eje central está en la preferencia, la escasez” textual de Milei). Llevado esto al tema prepagas, los precios de los insumos, y de la fuerza laboral (médicos, enfermeros, personal auxiliar) estarían determinados las valoraciones de utilidad marginal de los consumidores, sus ordenamientos de preferencias y la escasez.
Radicalmente subjetivista e irreal
Uno de los argumentos de los austriacos más citado dice que los precios contienen toda la información necesaria y disponible. Como si el precio de un producto que es nocivo para el medio ambiente, o que genera adicción, pudiera proveer esa información al consumidor (véase aquí para una crítica). Es a todas luces un enfoque irrealista y subjetivista (en el sentido de carente de evidencia empírica). Sin embargo, la teoría del valor de los austriacos, y su tesis de la imputación, son, si se quiere, aún más radicales en términos de subjetivismo y arbitrariedad despojada de realidad.
Lo hemos presentado con alguna extensión en notas anteriores (aquí, aquí): Los propios referentes de la escuela austriaca no pudieron explicar por qué y cómo se determinan por imputación los precios de los medios de producción o de la fuerza de trabajo. La “solución” de Menger –suponer que un determinado factor está ausente- no se sostiene, ya que la pérdida de producto por la ausencia del insumo puede ser mayor que su contribución al producto final. Wieser hizo esta crítica, y presentó otra solución que, él reconoció, solo es aplicable a un caso especialísimo (la misma cantidad de insumos que de productos). Imposible de generalizar a una economía con millones de mercancías que se producen con millones de insumos diversos (materias primas, bienes de capital, trabajos).
Pues bien, este último es el caso de los precios por los servicios de salud y los medicamentos. En términos concretos, ¿cómo se deriva de la utilidad marginal que experimentan los pacientes que concurren a una clínica, el valor de, por ejemplo, el repuesto de un aparato que hace ecografías; o el valor de un insumo que se utiliza para fabricar determinado remedio? No hay manera de hacerlo. Los cálculos tienen que hacerse, finalmente y en la realidad, en términos de costos de producción (y ganancias). Por supuesto, puede ocurrir que llegado al mercado la demanda no valide el precio de producción tentativo y el productor sufra pérdidas. Pero esto no tiene que ver con “imputaciones”, sino con las oscilaciones entre oferta y demanda, responsables de que los precios de mercado oscilen en torno a centros de gravitación, determinados siempre por los costos.
Para terminar, estamos ante una construcción especulativa e insostenible, teórica y empíricamente. No tiene relación con lo que es la práctica más común, y de superficie, de las empresas capitalistas (no hablemos ya de indagar en las relaciones profundas). Por eso, de hecho, los análisis económicos y los debates se deslizan, necesaria e inevitablemente hacia los problemas de costos (los costos laborales en primer lugar) y ganancias. Es lo que ocurre con el debate que se ha suscitado por los aumentos de las cuotas de las prepagas. Aunque, imperturbable, Milei sigue descalificando –“burro”, “ignorante”, “te lavaron la cabeza”- a todo el que no acuerde con las absurdas abstracciones de la teoría austriaca.
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