25 de noviembre de 2024 JIM O'NEILL
Ahora que Donald Trump parece estar preparándose para cumplir sus promesas de deportaciones masivas, recortes impositivos y aranceles, es sólo cuestión de tiempo que sus partidarios se sientan decepcionados. Sencillamente, no hay manera de que una agenda de ese tipo reduzca la inflación y genere prosperidad; en todo caso, hará lo contrario.
LONDRES – Teniendo en cuenta los candidatos de Donald Trump para puestos clave en su gabinete, parece que el presidente electo de Estados Unidos está decidido, al menos, a tratar de cumplir muchas de sus promesas de campaña. Si es así, el ciclo de noticias actual puede haber sido una grata sorpresa para quienes se han cansado de que los líderes electos hagan promesas que no tienen intención de cumplir. Pero como estudiante y practicante de la triste ciencia (la economía) desde hace mucho tiempo, no veo motivos para creer que las políticas de Trump tendrán el efecto que él y sus partidarios creen que tendrán.
Por ejemplo, aplicar agresivamente las leyes de inmigración de un país puede ser una buena idea, pero perseguir agresivamente a los inmigrantes ilegales que ya están en el país es otra cosa, y si se hace de una manera que desaliente a los inmigrantes en general, Estados Unidos podría perder una de las principales ventajas que tiene sobre muchas de sus economías pares avanzadas. En vista de que las tendencias demográficas presionan a la baja a las poblaciones de Europa, Japón y muchos otros países, Estados Unidos debe tener cuidado de no sumarse a ellas. Es necesario encontrar trabajadores adicionales que puedan preservar el tamaño de la fuerza laboral.
O pensemos en las otras dos grandes promesas de campaña de Trump: importantes recortes impositivos y nuevos aranceles del 10-20% a las importaciones del resto del mundo, con una tasa que se elevará al 60% para los bienes provenientes de China. Si bien es fácil encontrar economistas que discrepen entre sí sobre casi cualquier cuestión de política económica, los aranceles podrían ser la única gran excepción. Pocos economistas piensan que sean una buena idea, principalmente porque no hay evidencia alguna de que puedan ayudar a reducir el déficit comercial de un país . Peor aún, todos los costos adicionales y otras consecuencias negativas que producen son bien conocidos.
Martin Wolf, del Financial Times, lo demuestra claramente en un comentario reciente. La balanza de pagos de un país, explica, es una identidad contable (una ecuación que siempre debe equilibrarse). Por lo tanto, cualquier déficit comercial (que normalmente domina la balanza por cuenta corriente) debe ir acompañado de un superávit de entradas de capital. Así es como se equilibra la balanza general.
Si bien Estados Unidos podría usar aranceles para reducir sus importaciones del país A, tendrá que importar más de los países B y C a menos que también reduzca el consumo, la inversión o el gasto público que impulsan su demanda de esas importaciones en primer lugar. De hecho, esto es exactamente lo que sucedió después de que Estados Unidos impusiera aranceles a las importaciones de China durante el mandato anterior de Trump. Estados Unidos siguió importando los mismos bienes, pero de otros países, muchos de los cuales aumentaron sus propias importaciones de China. Si Trump sigue adelante y aplica aranceles punitivos también a esos países, el mismo patrón tendrá que repetirse.
No hay manera de evitarlo: si Estados Unidos realmente quiere reducir sus importaciones agregadas, tendrá que reducir la demanda interna general; o, más precisamente, tendrá que aumentar el ahorro interno en relación con sus necesidades de inversión, lo que a su vez significaría recibir menos capital neto del exterior.
Ahora, pensemos en las promesas de Trump de recortar impuestos y repartir otros beneficios a quienes ayudaron a elegirlo. Esas medidas, si todo lo demás se mantiene constante, impulsarán la demanda interna; y si se aplican junto con los aranceles, aumentarán el costo de vida. La inflación que disgustó a tantos votantes de la administración de Joe Biden se ha aliviado, pero la agenda de Trump podría hacer que los precios se disparen nuevamente. Y eso sin tener en cuenta las represalias de otros países, la mayoría de los cuales introducirían sus propios aranceles para perjudicar a los exportadores estadounidenses (como hicieron China y otros anteriormente cuando atacaron la agricultura estadounidense).
¿Qué pueden aprender los líderes de otros países del extraño experimento de Estados Unidos? Ahora que el enfoque poco ortodoxo de Trump en materia política está muy de moda, podemos esperar que surjan más iniciativas mini-Trump en todo el mundo. Pero en la medida en que sean trumpianas, tampoco lograrán sus objetivos previstos. Como todos los demás países tienen la misma identidad de balanza de pagos que Estados Unidos, aquellos con grandes superávits comerciales necesariamente exportan más capital en relación con sus necesidades actuales de inversión interna.
Ante el regreso de Trump, los líderes extranjeros inteligentes deberían empezar a pensar en cómo afrontar los problemas económicos internos de larga data que enfrentan sus propios países. Por ejemplo, los que tienen un exceso de ahorro deberían considerar cómo impulsar la inversión interna o reducir la tasa de ahorro interno. Teniendo en cuenta sus propios problemas actuales, a Alemania y China les convendría una estrategia de ese tipo, que no sólo impulsaría sus economías y aumentaría el atractivo de sus líderes, sino que también reduciría sus exportaciones de capital al resto del mundo, incluido Estados Unidos.
Muchos otros cambios constructivos en materia de políticas podrían seguir. China, por ejemplo, podría reformar su sector financiero y permitir que su moneda adquiera más de las características que han sido tan fundamentales para la capacidad de Estados Unidos de atraer capital del resto del mundo. Los futuros líderes estadounidenses podrían entonces ser menos arrogantes a la hora de dictar condiciones a los demás, sobre todo porque éstos ya no dependerían tanto de Estados Unidos y de su moneda.
JIM O'NEILL, ex presidente de Goldman Sachs Asset Management y ex ministro del Tesoro del Reino Unido, es miembro de la Comisión Paneuropea de Salud y Desarrollo Sostenible.
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