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Sostiene Yuval Noah Harari en Sapiens. De animales a dioses (best-seller y, a pesar de ello, muy recomendable) que lo que distingue a los seres humanos de otros animales es la imaginación. La creación de ficciones (religiones, naciones, sistemas económicos,…) y la capacidad de conseguir que otros crean en ellas han sido, junto con los avances tecnológicos, las fuerzas motoras de la historia de la humanidad.
La ficción sobre la que se ha construido la ciencia económica es el comportamiento de agentes que tratan de alcanzar unos objetivos precisos (maximizan su “utilidad”), utilizan toda la información disponible (tienen “expectativas racionales”) y, en base a ella, interiorizan restricciones y conocen las consecuencias de sus actos (entienden el concepto de “equilibrio”). Otros comportamientos (“desviaciones de la racionalidad”) también han sido profusamente analizados, desde los animal spirits hasta la racionalidad limitada, la despreocupación racional y algunos sobre aprendizaje y adquisición de información.
Aunque la economía del comportamiento sigue documentando otros ejemplos que aparentemente contradicen el paradigma de la racionalidad, seguimos sin entender por qué tenemos visiones sobre nosotros mismos y sobre el mundo que no parecen ajustarse a la realidad. Tampoco podemos racionalizar por qué las mantenemos incluso cuando recibimos señales de que esas visiones puedan estar equivocadas.
Motivaciones, emociones, creencias…
Las respuestas a estas preguntas están siendo esbozadas dentro de lo que se comienza a conocer como economía de la conciencia (una panorámica accesible por Roland Benabou y Jean Tiroleaquí). El punto de partida es reconocer que los seres humanos tienen motivaciones (funciones de utilidad) pero, también, emociones que dotan a las creencias de valor, bien sea como bienes de consumo o como bienes de inversión. Nos sentimos mejor sosteniendo determinados principios, de la misma manera que somos más felices siendo aficionados de un equipo de futbol (sobre todo, si se trata del Real Madrid). También tenemos creencias que nos ayudan a alcanzar determinados objetivos (como los hinchas del Atleti que, nunca dejando de creer, confían en conseguir algunas victorias). En definitiva, las creencias tienen valor afectivo e instrumental.
¿Cómo protegemos nuestras creencias de la tozuda y obstinada realidad objetiva? Hay tres maneras: la ceguera voluntaria o ignorancia estratégica (no prestar atención a lo que pueda contradecirlas), la negación de la realidad (no estar dispuesto a cambiarlas cuando se reciben señales de su falsedad) y la auto-señalización (actuar para producir otras señales que las confirmen). Así, nuestras creencias y las emociones que las motivan nos llevan a ignorar información relevante y, por tanto, a cometer errores e impedir admitirlosfácilmente.
A través de numerosos ejemplos, Benabou y Tirole muestran como muchas de las desviaciones de la racionalidad que han sido documentadas por la economía del comportamiento pueden racionalizarse en un contexto en el cual las creencias son argumentos de las funciones de utilidad y/o las acciones son más o menos eficaces dependiendo de ellas. ("Todo lo que es real es racional y todo lo que es racional es real" que diría Hegel).
realidades, ilusiones…
También ocurre que las creencias y los mecanismos que las aíslan de la realidad son contagiosos y acaban extendiéndose en organizaciones, instituciones e, incluso, el conjunto de la sociedad, dando lugar al surgimiento de entidades y ficciones intersubjetivas. Según Benabou y Tirole, las interacciones entre los miembros de dichos grupos (“el multiplicador psicológico”) pueden dar lugar a dos equilibrios según cómo las creencias de unos individuos afecten a los resultados de otros. Cuando hay sustitución estratégica (la perseverancia ciega frente a las señales que contradicen nuestras creencias es individualmente subóptima pero afectan positivamente a los resultados de los demás) los miembros del grupo actúan en modo realista reconociendo las consecuencias de sus acciones. Por el contrario, cuando hay complementariedad estratégica (la perseverancia ciega frente a las malas noticias amplifica las pérdidas de los otros) se impone el modo ilusorio, en el que predominan la ceguera voluntaria y la negación de la realidad. Un resultado interesante, aunque también bastante preocupante, es que las creencias pueden ser tanto más contagiosas e ilusorias, cuanto peores consecuencias sociales tengan.
Con estas bases se están abriendo nuevas vías de investigación en la frontera entre la economía y la psicología social. Algunos de los temas para los que este enfoque está resultando útil son la configuración de ideologías políticas, el comportamiento de los partidos políticos en sistemas democráticos o el surgimiento de movimientos populistas y extremistas y, en general, la formación de identidades y normas sociales y por qué éstas son como los chiles, entre otras cuestiones de interés.
y la situación de la economía española
Aparte del interés académico, esto viene a cuento porque podría parecer que algunos análisis de la situación de la economía española se hicieran bajo el modo ilusorio. Después de tres años de recuperación sostenida y a buen ritmo, se están consolidando dos posiciones antagónicas.
Una defiende que las políticas económicas de los últimos años han causado dicha recuperación y un profundo cambio estructural que ha generado fundamentos sólidos para el crecimiento económico futuro. Otra sostiene que la recuperación se debe a factores externos, que las reformas solo han supuesto recortes de derechos y de bienestar y, por tanto, que solo con su derogación se corregirían, entre otros males, el elevado desempleo, la precariedad del empleo y el “insoportable aumento” de la desigualdad (que, dicho sea de paso, se debe fundamentalmente a la creciente brecha intergeneracional causada por el elevado desempleo y la mayor incidencia del empleo temporal entre los jóvenes).
Ambas posiciones se transmiten con déficit de evidencia. Y lo que puede afirmarse sin ninguna evidencia, también puede negarse sin ella. Además, esta dicotomía hace surgir dos riesgos: la parálisis en el diseño y la implementación de nuevas y necesarias reformas estructurales y el retroceso en los (insuficientes) avances conseguidos en los últimos años.
Para que no parezca que soy yo quién ha entrado en modo ilusorio, pondré cuatro ejemplos. En la resistencia a abordar de manera rigurosa la reforma de las pensiones hay mucho de ignorancia estratégica (de relaciones aritméticas básicas y propiedades elementales de los sistemas de pensiones) y algo de negación de la realidad (sobre la magnitud y las consecuencias del cambio demográfico).
En el rechazo a seguir modificando la configuración institucional de nuestro mercado de trabajo, avanzando sobre las reformas ya introducidas, también hay bastante de negación de la realidad (sobre las nefastas consecuencias de mantener una legislación dual que causa la segmentación entre temporales e indefinidos y sobre los escasos cambios en negociación colectiva que han introducido las ultimas reformas) y algo de auto-señalización (con políticas de empleo, en general, y activas del mercado de trabajo que, bajo el actual marco institucional del mercado de trabajo, solo pueden ser justificadas con un exceso de voluntarismo).
Por lo que respecta a la consolidación fiscal, cuando el déficit público seguirá estando otro año más por encima del 3% y la ratio de deuda pública-PIB se mantiene alrededor del 100%, sin que se haya reducido a pesar del crecimiento de los últimos años, hablar de austeridad es algo más que negar la realidad. Como también lo es no reconocer que los sistemas impositivo y de transferencias sociales son bastante ineficientes, que recaudan y redistribuyen poco y que necesitan, por tanto, una transformación radical.
Y, finalmente, la ausencia de debate sobre las causas del bajo crecimiento la productividad, esa gran desconocida de la que depende en última instancia el crecimiento económico, solo se explica con ceguera voluntaria (en particular, en lo que se refiere a la situación de nuestro sistema educativo), negación de la realidad (cuando se aducen problemas de medición de la productividad) y auto-señalización (cuando se interpretan las ganancias de competitividad registradas en los últimos años como una prueba de un cambio estructural positivo en lugar de como consecuencia de la devaluación interna que ha tenido lugar desde principios de esta década).
Quizá Yuval Noah Harari tenga razón cuando dice (en Homo Deus: Breve historia del mañana, secuela de Sapiens) que, a pesar de la revolución científica y tecnológica, incluso tras el desarrollo de la inteligencia artificial, la historia de la humanidad seguirá dominada por los mitos.

JUAN FRANCISCO JIMENO

Doctor en Economía por MIT, 1990. Ha sido profesor en varias universidades españolas y extranjeras, investigador en FEDEA hasta 2004 y en la actualidad trabaja en la Dirección General de Economía y Estadística del Banco de España. Es autor de numerosos artículos de investigación y de libros sobre macroeconomía y economía laboral, investigador asociado al CEPR y a IZA y editor del IZA Journal of Labor Policy.