Fidel


"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

martes, 22 de diciembre de 2020

Crónica de una jornada cultural agraria

La introducción «literario-agrícola» no es gratuita: resulta necesaria para explicar por qué preferí sumarme a un recorrido por los campos de Jatibonico, en medio de las diversas actividades por la Jornada de la cultura cubana desarrolladas en mi municipio

Foto: José Manuel Correa

La palabra cultura tiene origen agrícola: en latín significa cultivo, dar a la tierra y a las plantas las labores necesarias para que fructifiquen. La cultura cubana también tuvo sus raíces en la tierra: criollos, o gente de la tierra, se les llamó a los nacidos en nuestra Isla durante los siglos del XVI al XIX, antes de que, definitivamente, nos llamáramos cubanos.

Ambos términos –criollo y gente de la tierra– ya aparecen registrados en la primera obra literaria escrita en Cuba, Espejo de Paciencia, de Silvestre de Balboa: poema donde el color local se dibuja con nuestros frutos: guanábanas, caimitos, mameyes, tunas, aguacates, plátanos, mamones y piñas.  Casi 300 años tardamos en tener otro poema con cierto valor literario, y curiosamente, en este se hace una Oda a la piña. En su último verso, el poeta Manuel de Zequeira y Arango califica esta fruta como «la pompa de mi patria».

La introducción «literario-agrícola» no es gratuita: resulta necesaria para explicar por qué preferí sumarme a un recorrido por los campos de Jatibonico, en medio de las diversas actividades por la Jornada de la cultura cubana desarrolladas en mi municipio. No obstante, por si ello no fuera cabal argumento, a esto añado mi origen campesino; que los lugares visitados fueron testigos de relevantes hechos históricos en nuestras guerras de independencia, y que allí también se mantienen vivas algunas de las más antiguas y caras tradiciones de nuestra cultura nacional.

Acepté entonces la invitación realizada por Isbel Reina Abreu, secretario del Partido en el municipio, y Serguey Jiménez Rodríguez, intendente municipal; y enrumbamos por la carretera que conduce hacia Arroyo Blanco, para mirar de ojo testigo el avance de los polos productivos en el territorio.

Decir Arroyo Blanco es decir historia y larga tradición cultural. Allí se mantiene vivo el punto cubano más antiguo del que se tenga memoria en Cuba: ese que Esteban Pichardo define como «Ay» en su Diccionario casi razonado de vozes cubanas (sic), publicado en 1836. Según la tradición oral, la más emblemática parranda típica que aún entona décimas por estos lares, Los Sánchez, se fundó en 1879: hicieron su debut en la boda del Mayor General del Ejército Libertador Serafín Sánchez Valdivia y la capitana Josefa Pina Marín. 

Ese poblado fue, asimismo, escenario de dos importantes batallas por la independencia, ambas dirigidas por Máximo Gómez. La primera ocurrió en 1895, y fue bautismo de fuego para el entonces corresponsal de guerra Winston Churchill, luego famoso primer ministro británico. La segunda, tuvo lugar en 1898, último importante combate de esa contienda, y oportuno aviso de autonomía de las tropas mambisas, tras la intervención estadounidense.

Pero no seguimos hacia Arroyo Blanco, de repente torcemos hacia la izquierda, por un camino vecinal, hasta llegar al sitio conocido por La Ceiba. Antes me han avisado que allí fueron recuperadas cien hectáreas que pocos meses atrás eran puro aromal. Yo esperaba ver tierras recién roturadas, quién sabe si hasta vestigios del marabú en las trochas; pero no fue así. Encontré vastos lotes sembrados de viandas, absolutamente limpios de maleza, y hasta un nuevo banco de transformadores que garantiza energía para el riego por aspersión.

En medio del campo, se improvisa un breve intercambio para chequear tareas en proceso. Me entero de que el territorio ya logra 24,7 libras de viandas y hortalizas por habitante, sin contar el consumo social y las aportaciones semanales a las capitales de la provincia y el país. El reto es llegar a 30 libras por habitante en el corto plazo, y, según explica Eddy Gil Díaz, directivo de la ueb Uruguay, para alcanzar este objetivo ya se han rescatado 300 hectáreas en tres polos productivos.

Adicionalmente se informa que ya están casi listas tres enormes cubas, de una hectárea cada una, para la crianza intensiva de peces en instalaciones de la antigua papelera. Por otra parte, ya se realizaron las pruebas de calidad, con satisfactorios resultados, para envasar tamales en latas en la local fábrica de conservas Bonico.

Visitamos tres cooperativas más en la mañana y parte de la tarde, y en todas se realizó un breve balance de las tareas en proceso. Nada de retórica, justificaciones ni consignas; se realizan intervenciones bien concretas en las que se respira profesionalidad y sentido de pertenencia.

Particularmente impresionan los campos de caña de la cooperativa Fico Hernández, con rendimientos entre 70 y 80 toneladas por hectárea, a pesar de que este año no recibieron fertilizantes ni herbicidas: «Eso se llama cultura de producción», comenta Isbel Reina, y otra vez me quedo pensando en el alcance de la palabra cultura.

Es esta otra zona de mucho protagonismo histórico. Fue centro de la llamada Campaña de la Reforma, la segunda más importante de la contienda del 95, tras la Invasión a Occidente. Muy cerca de allí nació el capitán Panchito Gómez Toro, ayudante del general Antonio Maceo, e hijo del generalísimo Máximo Gómez.

En la Fico Hernández supimos que han puesto en explotación una minindustria para fabricar el muy codiciado aceite de sésamo, que se extrae del ajonjolí. Lo usan para su autoabastecimiento: todo un lujo; pero también aportan a otras entidades del municipio. Supe también de sus alentadores resultados en la cría de ganado menor, y de cuánto contribuyen al balance alimentario municipal. Llama mi atención que, a pesar de carencias económicas, no aprovechan el momento para realizar demandas o anteponer dificultades, tenemos la gente y los implementos de labranza, argumentan.  

A media tarde regresamos a Jatibonico, ahora por la carretera central. A un lado y otro veo sitios en explotación, y, a lo lejos, las torres del coloso Uruguay, uno de los centrales azucareros más eficientes del país. De pronto recuerdo una idea de Marx, que Engels se encargó de subrayar en su despedida de duelo: antes de hacer arte, primero hay que comer. Luego, pienso en otra de Martí que también coloca en su justo orden ciertas prioridades: «Ganado tengo el pan, hágase el verso»

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