I
Conservo en mi memoria, como una valiosa adquisición científica la afirmación de que: “La vida y la vida inteligente son posibles debido a una infinita sucesión de casualidades…”
Ya sea que se acepte la tesis de que Dios creó al hombre y a la mujer, o la teoría de Darwin, habría que admitir que, de haber aparecido en los momentos críticos de la creación o la evolución, cualquiera de los virus letales conocidos después, los precursores de la humanidad hubieran perecido en el debut. Si las circunstancias que sesenta y cinco millones de años atrás eliminaron a los dinosaurios, se hubieran repetido hace unos 800.000 cuando por las selvas africanas vagaban los primates cuya evolución condujo al homo sapiens, los resultados hubieran sido catastróficos.
La pareja con la cual el Creador comenzó el linaje humano, así como las manadas de simios ancestrales, y las hordas, clanes y tribus formadas por los primeros humanos, eran poco numerosas y extremadamente vulnerables a cualesquiera de las enfermedades que después ha padecido la humanidad. La explicación de su supervivencia se debe a la acción divina (Dios lo quiso), a una extraordinaria capacidad para desplegar eficaces estrategias de supervivencia y reproducción y a una magnífica buena suerte. Lo más probable es que se trate de una combinación dialéctica de todas ellas.
Ni la evolución ni la creación dotaron a la especie humana de todas las herramientas necesarias para sobrevivir a una enorme diversidad de factores adversos, algunos incluso provenientes del interior de su organismo, entre ellos las enfermedades genéticas, las malformaciones, los accidentes y las trampas de herencia, carencias ventajosamente suplidas por la inteligencia necesaria para crear protecciones y respuestas eficaces, entre ellas los conocimientos médicos, los medicamentos, incluidas las vacunas, así como las prótesis y las tecnologías. Algunos remedios son eficaces y definitivos otros paliativos.
Un biólogo me corrigió en el sentido de que no podemos saber si tales enfermedades u otras igualmente letales existieron o no en el Jurásico y cuáles fueron sus efectos, entonces como hoy en la naturaleza opera la selección natural y, por lo que se sabe las personas que no enferman o sobreviven en las grandes epidemias siempre son más, muchas más, de las que enferman o perecen, de modo que siempre existieron defensas naturales y reacciones positivas del organismo humano.
La momia de un niño fallecido de viruela en 1654, en Vilna, Lituania, ha permitido analizar trazas del virus de la enfermedad que prueban que la misma lleva apenas unos siglos con los humanos y no milenios como alguna vez se creyó. Según la revista Current Biology, la cepa de la viruela encontrada en aquella criatura, es la madre y antecesora de todas las demás. Otros misterios sin develar son: dónde surgió ese virus y qué animal lo transmitió a los humanos.
La naturaleza es perfecta, no porque contengan todos los bienes y todos los equilibrios, sino porque de ella emergió el hombre cuyo talento y bondad completan la obra. No hay desafíos que no puedan ser vencidos. La COVID-19, como antes lo fueron la viruela, la poliomielitis y más recientemente las hepatitis virales, serán derrotadas por la inteligencia.
II
Charles Darwin y Karl Marx, no solo fueron contemporáneos sino también vecinos, y si bien Marx envió a Darwin como obsequio un ejemplar de El Capital, es falso que se lo haya dedicado. Aunque el naturalista, acusó recibo del obsequio, no consta que compartiera las ideas del economista. Lo que se sabe con certeza que Marx admiraba a Darwin y en algunos momentos, para establecer analogías con sus tesis sobre la lucha de clases, se aproximó al “darwinismo social”, a lo cual renunció al percatarse que nada tenían que ver lo uno con lo otro.
Aquellos sabios, dos de las mentes más brillantes de todos los tiempos, coincidieron en que aunque la realidad consta de dos mitades perfectamente identificables que son la naturaleza y la sociedad entre ellas funciona una dialéctica que tiende a aproximarlas. La naturaleza precede a la sociedad en una relación inmedible porque, el universo existió siempre; mientras el hombre lo hace desde hace unos 200.000 años.
Tanto en la naturaleza como en la sociedad, la principal característica es la diversidad que supone la convivencia y la contradicción. La lucha por la supervivencia en la naturaleza no supone que unas especies y organismos exterminen a otros, como en la sociedad la supresión de las clases o estamentos sociales, las expresiones culturales y las ideas no parecen ser una opción viable.
La idea de una sociedad sin clases y, sin diferencias sociales, que trascienda la competencia política, sea ideológicamente homogénea, y culturalmente uniforme en la cual, en ambientes asépticos, el gobierno sobre las personas sea sustituido por la administración de las cosas y los procesos productivos, que alguna vez acariciaron los socialistas utópicos y a lo cual se aproximaron algunos exegetas marxistas, es tan inviable como una naturaleza sin virus, bacterias ni hongos.
Los virus son los “organismos” más numerosos de la Tierra, el objetivo de la medicina, empeñada en mantener la salud, no es “erradicar” los virus, las bacterias, los hongos, lo cual sería imposible porque de hecho forman parte importante del organismo humano, totalmente integrado a la arquitectura del genoma. A la suma de todos los virus se llama “viroma” y a los que resultan dañinos para la salud humana y animal se les llama “patógenos”, incluso contra ellos la guerra no es a muerte.
Un ejemplo de lo peculiar que es la lucha por preservar la biodiversidad, radica en el hecho de conservar muestras del virus de la viruela. En 1977 en Somalia se detectó el último caso de viruela. En 1980, la Organización Mundial de Salud (OMS) anunció su erradicación, no obstante, en el Instituto VECTOR de Novosibirsk, Rusia y en el Centro de Control de Enfermedades de Atlanta, Estados Unidos se “archivaron” muestras del temido y odiado virus criogénico
Desde entonces tiene lugar una polémica en torno a la necesidad y la pertinencia de conservar estas muestras, temiendo que por un accidente alguna de ellas salga del estado de congelación en que se encuentran. A las razones científicas para conservar el virus, se suman criterios políticos pues se teme que alguien más pueda conservar trazas del virus o pueda recrearlo desde los animales. Un argumento de peso es que el hombre exterminaría conscientemente a otra especie. Aunque suele decirse que siempre hay una primera vez, es mejor no comenzar.
La complejidad de la historia natural y del devenir humano, excluyen el trato desconsiderado hacia la naturaleza y el extremismo social. La idea de que unas especies exterminen a otras o unos estratos supriman a los que, por razones circunstanciales se consideran adversarios, es retrógrada. Me afilio a la idea de la defensa de la unidad en la diversidad. No solo porque es más coherente con la condición humana, sino más cuerda. Allá nos vemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario