En la vida no hay nada gratis. Elegir es parte fundamental de nuestras libertades y la contracara de los valores éticos
MARAVILLAS DELGADO
Hace ahora diez años, una Comisión liderada por Jean Paul Fitoussi, Joseph E. Stiglitz y Amartya Sen publicó Malmidiendo nuestras vidas: por qué no cuadra el PIB, en el que se argumentaba con datos, brillantez y empatía las severas limitaciones del PIB como indicador del progreso económico y social. Allí se argüía que ese indicador no solo se limitaba a registrar transacciones de mercado —lo que, por ejemplo, dejaba fuera el trabajo doméstico realizado mayoritariamente por mujeres— sino que era incapaz de capturar lo que realmente importaba a la sociedad: la desigualdad, la incertidumbre, la confianza, o la sostenibilidad climática.
No se trataba de una polémica académica. El informe y sus secuelas pusieron sobre la mesa que las consecuencias de perseguir objetivos con mediciones incorrectas eran un crecimiento exponencial de las probabilidades de diseñar políticas equivocadas.
Una década después, los grandes temas a los que como civilización nos enfrentamos —salud global, cambio climático, desigualdad o digitalización— siguen estando más allá del PIB, pero se ha producido un cambio radical en la forma de diseñar y comunicar la política económica. Buena parte de las nuevas narrativas, desde el Building Back Better de Estados Unidos a los Next Generation europeos, se construyen sobre objetivos e indicadores más diversos y mejor definidos que las meras tasas de crecimiento macroeconómico. Lo importante en todos ellos no solo es la intensidad de la recuperación, sino su calidad: su impacto sobre las desigualdades de renta y oportunidades, la discriminación por sexo o edad, su contribución a la sostenibilidad o a la mejora de la cohesión social. Todos, en menor o mayor medida, proclaman que su objetivo es invertir en la gente y en la sociedad.
Para quienes siguen pensando que la economía no va más allá de “mano invisible”, la hipótesis de mercados eficientes y la prohibición de las comparaciones interpersonales de utilidad, esta contribución de la academia —siete premios Nobel de economía trabajaron activamente en la Comisión inicial— les romperá el relato y les forzará, con suerte, a actualizar sus opiniones sobre la ciencia lúgubre y los economistas.
Muchas cosas han pasado en el mundo desde que Simon Kuznets ideó cómo usar el PIB y los economistas comenzaron a poblar los gobiernos, los bancos centrales, los entes reguladores o el sector privado, y usaron las ideas que han configurado nuestra economía y nuestras sociedades. De algunas de estas políticas es poco probable que podamos sentirnos orgullosos bien porque conllevaron efectos no anticipados o, peor, porque impidieron que se debatieran en el espacio político iniciativas que la evidencia y los datos han mostrado que tenían la capacidad de mejorar la más amplia definición de bienestar que hoy hemos asumido. Aunque siempre hubo resistentes, la negligencia social hace mucho tiempo que desapareció de los departamentos de economía. James Heckman escribió sobre el espectacular retorno social de las políticas de inversión de los niños, Nicholas Stern del cambio climático, Alan Krueger del salario mínimo, Tony Atkinson, Sen y Angus Deaton hicieron contribuciones decisivas para una mejor comprensión de la desigualdad, Esther Duflo y Abhijit Banerjee mostraron los límites de las políticas bienintencionadas pero demasiado simples para mejorar la vida de los más pobres. Hoy hay un inmenso caudal de análisis, desde muy distintas perspectivas, que analizan y proponen soluciones a los problemas económicos y sociales que nos preocupan a todos. La economía política ha vuelto. La economía está mucho más allá del PIB. Y eso es una excelente noticia para todos por dos motivos.
El primero, porque, como en el caso de la vacunas y la covid, solo la ciencia es capaz de enterrar las ideas zombies que retornan una y otra vez pese a haber demostrado insistentemente su incapacidad de solventar los problemas que queremos resolver. Hay problemas complejos que no se solucionan con buenas intenciones, y mucho menos con ocurrencias e ideología. Para encontrar las soluciones hacen falta ideas sólidas, datos y evaluación de políticas. Exactamente lo que aporta la economía.
En segundo lugar, porque la economía está bien preparada analíticamente para analizar los conflictos entre objetivos. Angel Rojo decía que nuestra labor era contarle a la sociedad que los Reyes Magos no existen, no para abatirla sino para enfrentarla con las decisiones necesarias para resolver seriamente las grandes cuestiones económicas. Porque, en la vida, por mucho marketing y amables envoltorios que pongamos, no hay nada gratis. Elegir es parte fundamental de nuestras libertades, pero también la contracara de nuestros valores éticos y prioridades morales, que es lo que pone blanco sobre negro la economía.
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