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"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

miércoles, 27 de marzo de 2019

Cuba: Sin innovación no hay despegue económico

Innovar es correr riesgos, y nuestra cultura del riesgo aun está en niveles muy elementales.

 

por Dr.C Juan Triana Cordoví , On Cuba



Homo sapiens lo había logrado. Luego de mucha observación –y quizás algo de suerte– había conseguido no solo producir fuego: también había logrado conservarlo e incluso ya podía trasladarlo. Ninguna otra especie vecina lo había podido hacer.

Descubrí, gracias a un documental, que existe una especie de mono en Costa Rica que es capaz de utilizar piedras para abrir las ostras. Llevan siglos haciéndolo, sin embargo no han logrado el “aparato” que les permita hacerlo más fácil. Ellos, siglo tras siglo, siguen golpeando las ostras con una piedra.

En una región del noreste de La India, los elefantes han aprendido a derribar los postes de las cercas eléctricas para acceder a los sembrados de alimentos de los pobladores y alimentarse (es un terrible conflicto que cuesta todos los años la vida de decenas de seres humanos y de elefantes). Sin embargo, a pesar de su inteligencia ancestral, los elefantes no han podido “producir sus propios alimentos”, y qué decir de los castores y esa habilidad natural para crear diques, siempre con sus dientes y patas, desde hace miles de años. Pero tampoco ellos han podido innovar y hacerse de algún tipo de utensilio que les facilite la tarea.

Innovar, esa especie de mezcla o combinación entre capacidad de aprender, imaginación y habilidad para construir algo nuevo usando esas tres habilidades, parece que es única del homo sapiens. Durante años y años fue una habilidad usada y a la vez desconocida, homo sapiens era innovador pero… ¡ignoraba qué era la innovación!

Los economistas tenemos que agradecer a un austríaco, Joseph Shumpeter, haber llamado la atención sobre el papel de la innovación en los procesos de crecimiento y de desarrollo y en haber puesto énfasis en el papel del empresario innovador en estos. No es que antes otros economistas no hubieran abordado el tema de una u otra manera, pero fue Schumpeter quien, tan temprano como inicios del siglo pasado, alcanzó a mostrarnos la importancia de la innovación e introdujo aquel famoso concepto de destrucción creativa y algunos otros más.

El sapiens cubanus, como llamaré a este miembro de la gran manada de sapiens, es también innovador. Ya desde mucho antes del período especial había usado y desarrollado esa habilidad. Solo así se puede explicar que a pesar del corte de suministros y piezas de repuesto procedente de Estados Unidos prácticamente desde el mismo año 1959, las industrias de tecnología norteamericana que había en nuestro país –o sea, casi todas– no se hubieran detenido.

La versión moderna y soft de esa habilidad natural hoy se puede ver en esos flamantes “carros de época” norteamericanos, buena parte de los cuales unos años atrás apenas alcanzaban el título de “cacharros”.

Esa capacidad para innovar ha sido utilizada día a día por el cubano común y corriente a fin de hacer más fácil su cotidianidad. Siempre recuerdo los múltiplos usos que a inicios de los años 90 muchos cubanos les dieron a aquellas famosas lavadoras rusas Aurikas, y que iban desde máquinas para echar aire hasta sorbetera para producir helados, pasando lógicamente por cortadoras eléctricas de césped.

Es cierto que hay innovaciones e innovaciones, pero no es este el espacio para desarrollar una discusión científica acerca del carácter y los tipos de innovaciones, otros colegas (Ileana Díaz, Ricardo Torres, Oscar Fernández, Mario Rodríguez Font hace ya varios años) con mucho más conocimiento que yo sobre este tema han escrito al respecto.

Es cierto también que en todos estos sesenta años las políticas de Educación, Ciencia y Cultura adoptadas por el Estado cubano han sido un factor importante en consolidar, amplificar, mejorar, extender esa capacidad genética innata del sapiens cubanus. Pero lo que ha funcionado para la cotidianidad y la vida diaria no ha tenido el mismo resultado en términos macroeconómicos.

Si revisamos los datos, encontraremos una realidad que no acompaña a aquel esfuerzo.

Así, nuestras exportaciones de bienes siguen concentradas en productos de bajo valor agregado y, con excepción de algunos productos de la farmacéutica biotecnológica, resulta muy difícil encontrar empresas cubanas que se distingan por colocar “nuevos productos de alto contenido tecnológico” en el mercado mundial; ya sea como productos terminados o finales o como “insumos” para cadenas globales de valor. Una parte importante de las investigaciones realizadas en nuestros centros de investigación apenas son conocidas y menos aún utilizadas por el sistema empresarial cubano.

Este último es un viejo problema una y otra vez repetido y nunca resuelto a pesar de todo lo que se ha dicho y del convencimiento de que sin ciencia, tecnología e innovación será muy difícil alcanzar las metas de desarrollo a las que aspiramos.

Hace ya algún tiempo, desde un programa de la televisión cubana me enviaron el siguiente cuestionario:

1. ¿Cuáles son los principios rectores de la política de innovación, tecnología y desarrollo en Cuba? ¿Qué espacio ocupa en el modelo de desarrollo por el que apuesta Cuba?

2. ¿De qué manera se innova en la empresa cubana? ¿Está la innovación asociada a la solución de problemas específicos en el área de la producción y los servicios en el del día a día o al cambio tecnológico?

3. ¿En qué términos se plantea la relación entre centros de investigación y las universidades? ¿Qué nivel de aplicación tienen las investigaciones universitarias en la aplicación en la industria?

4. ¿Qué nivel de acceso tienen las empresas cubanas a las redes nacionales de información y la Internet, y cómo el entorno digital es usado como parte de la gestión de conocimiento para mayor productividad en las empresas cubanas?

5. ¿En qué medida los directivos a diversos niveles tienen en cuenta los resultados de los Forums de Ciencia y Técnica en la toma de decisiones en una empresa, y el conocimiento de los obreros a pie de obra?

6. Cuba actualiza su modelo económico y social, ¿hasta qué punto el sector no estatal forma parte del esquema de innovación. ¿Para qué sirve la innovación en el sector no estatal?

7. Cuba cuenta con un notable desarrollo en el área de la innovación científica en biotecnología, por ejemplo. ¿Qué limita llevar esta experiencia a otras áreas menos favorecidas en lo concerniente a innovación?

8. ¿Qué cambios organizacionales a nivel de empresas pueden o deben ser dados en aras de que la innovación y la tecnología tengan mayor protagonismo en la economía y sociedad cubana?

9. ¿Cuáles son las reservas y potencialidades de Cuba para aplicar una política más efectiva en materia de innovación, tecnología y desarrollo?

Cada una de esas preguntas da para un libro y algunas para dos.

Hace muy poco, el 12 de marzo pasado, Cubadebate publicaba el podcast titulado La Ciencia ¿Gasto o inversión? Desafíos del vínculo universidad – empresa, donde un grupo de calificados compañeros abordaron este tema y respondieron preguntas parecidas. Se habló allí, de nuevo, de la necesidad de un ecosistema para estimular la innovación, de lo impostergable que resulta generar incentivos para que los profesores e investigadores se beneficien cuando una empresa utilice sus conocimientos, de la poca capacidad de asimilación de nuestras empresas, de que se trabaja en una nueva política que está encaminada a generar ese ecosistema, a romper trabas, a generar incentivos, a crear parques tecnológicos (surgieron en los años 50 del siglo pasado, en mi experiencia personal muchos compañeros llevan más de dos décadas luchando por ellos).

En Cuba, sin embargo, lograr tener incubadora de empresas aún no está suficientemente cerca, que los profesores universitarios puedan crear sus propias empresas tampoco parece estarlo, que un sapiens cubanusconvierta una buena idea en un buen producto y que puede crear su empresa esta tan lejos como el horizonte.

¿Acaso esto no es bueno para el país? ¿Acaso no es esta una forma de conservar la fuerza de trabajo calificada? ¿No ayuda esto a la prosperidad que intentamos alcanzar?

Es cierto que en sectores como el de la biotecnología algo se ha logrado, incluso en el vínculo Universidad – Empresa, pero es cierto que en ese sector apenas está el 1% de las empresas cubanas.

Son muchos los factores a poner en línea si queremos que la innovación se convierta en un factor realmente decisivo de nuestro desarrollo y contribuya adecuadamente al crecimiento económico.

A nivel de la economía institucional, habría que alinear los sistemas legales asociados a este asunto, el aparato burocrático de las organizaciones, los intereses individuales, colectivos y nacionales y los incentivos. Esto necesitamos un diseño de políticas y estructuras organizacionales coherentes con el propósito de innovar; sin embargo, tenemos aún resoluciones como la 138 del Ministerio de Finanzas y Precios que se convierte en un desincentivo a la innovación.

La misma forma en que se concibe la planificación se convierte en una gran traba a la aspiración de fomentar la innovación. Lo que se le exige a la empresa estatal es cumplir un plan, generalmente concebido como un incremento o decremento en relación a lo alcanzado el año anterior, pero dónde obtener nuevos productos y colocar nuevos productos en los mercados no alcanza a tener un rango relevante ni incentivos adecuados.

Para el empresario estatal cubano impulsar la innovación compite con mejorar salarialmente a los trabajadores de sus empresas, implica correr riesgos tales que puede incumplir el plan, tener que encontrar “caminos” que le permitan dedicar recursos (tiempo, trabajadores y financiamiento) a una especia de aventura, que de conseguirla, no tendrá un gran impacto en su status, y probablemente el impacto sobre los ingresos de los trabajadores de su empresa y los de el mismo tampoco sean significativos. Y al final, para qué correr el riesgo si la empresa estatal cubana no tiene que competir por mercados y clientes, sino que estos les están dados desde arriba. Innovar es correr riesgos, nuestra cultura del riesgo aun está en niveles muy elementales. Los datos hablan por sí solos:

Según un artículo titulado “Sobrecumplimiento excesivo de utilidades en empresas cubanas en la mira de Finanzas y Precios”, en el año 2018 se distribuyeron utilidades en el sistema empresarial estatal cubano por un valor de 4306 millones de pesos, el 60% estuvo asociado a mejorar la situación de los trabajadores y solo el 3% fue dedicado a investigación y capacitación.

Me he concentrado en el sistema estatal empresarial, que es y debe ser el motor mayor de nuestra economía, pero si miramos hacia el sector no estatal, que ni siquiera aparece incluido dentro de nuestro sistema de Ciencia, Tecnología e Innovación, entonces encontramos muchas oportunidades desperdiciadas. Pero este subsistema merece un espacio propio. Lo mismo podríamos decir de los sistemas locales de Ciencia, Tecnología e Innovación.

Hay mucho trecho por andar aún en esa tarea de crear el ecosistema adecuado para la innovación, por encontrar los caminos adecuados. Ojalá que no demoremos otros cuarenta años en encontrarlo.

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