MILÁN – En los últimos años, la imagen de las tecnologías digitales en Occidente empeoró, conforme innovaciones que en otros tiempos fueron celebradas comenzaron a revelar sus costados negativos. Pero como todas las revoluciones tecnológicas, la digital es una espada de doble filo, que ofrece beneficios sustanciales a la par de enormes desafíos (y esto no sólo en Occidente).
Por ejemplo, hay estudios que muestran que en China, el comercio electrónico y las finanzas digitales contribuyeron a la tasa de crecimiento económico y lo hicieron más inclusivo. Empresas muy pequeñas (con un promedio de tres empleados) que no podían acceder a fuentes convencionales de crédito ahora consiguen financiación. También tienen acceso a mercados más amplios, a través de diversas plataformas digitales que en muchos casos proveen herramientas y datos que permiten mejorar la productividad y la calidad de los productos y obtener capacitación empresarial.
En general, las plataformas de comercio electrónico mejoran la inclusión financiera y económica cuando son abiertas y apuntan a ampliar el acceso a los mercados digitales, en vez de competir con las líneas de productos de sus propios usuarios. En cambio, la automatización digital, la inteligencia artificial (IA) y el aprendizaje automático tienen efectos contrarios a la inclusión (debido a una importante disrupción de los mercados laborales) que es preciso contrarrestar.
Al mismo tiempo, como en otros períodos históricos de transformación tecnológica, es de esperar que conforme nos internemos más en la era digital, haya cambios importantes en los precios relativos de bienes, servicios y activos. En lo referido a los puestos de trabajo, las habilidades asociadas con la creación o el uso de nuevas tecnologías se valorizarán, mientras que las habilidades para las que las tecnologías digitales son un sustituto superior perderán valor, y en algunos casos, en forma absoluta. Esta transición a un nuevo equilibrio llevará tiempo e impondrá costos en forma individual a trabajadores e industrias. Los gobiernos tendrán que responder con creación o ampliación de servicios sociales y regulaciones. Pero incluso en los mejores casos, el proceso no será fácil.
La automatización es sólo un aspecto de la revolución digital, pero plantea un gran desafío, sobre todo en lo relacionado con la distribución del ingreso. Sin embargo, cuanto más se demore la transición, más se tardará en hacer realidad los aportes de las nuevas tecnologías a la productividad y al crecimiento. Hoy muchos comentaristas se preguntan cómo es posible una tendencia de productividad descendente si estamos en medio de una revolución digital. Parte de la respuesta es que hay un retardo en la obtención de las habilidades necesarias para incorporar las nuevas tecnologías a todos los sectores y en los modelos de negocios y las cadenas de suministro.
Un problema relacionado se aplica a los países que están en las primeras etapas del desarrollo, donde la fabricación y el ensamblaje orientados a procesos y con uso intensivo de mano de obra han sido factores indispensables de un crecimiento sostenido. Los avances en robótica y automatización están erosionando la fuente tradicional de ventajas comparativas de los países en desarrollo. Es verdad que las plataformas de comercio electrónico pueden ser una alternativa parcial a la exportación de manufacturas, al acelerar la expansión de los mercados internos. Pero el verdadero trofeo es el mercado global. Sólo en la medida en que las plataformas digitales puedan extenderse para aprovechar la demanda global serán indicadoras de un modelo de crecimiento alternativo (siempre que no estén impedidas por aranceles y barreras regulatorias).
Otro componente clave de la revolución digital son los datos, debido al valor que tienen cuando se los combina, agrega y analiza con las herramientas correctas. El surgimiento de modelos de negocios basados en extraer este valor ha generado temor a la pérdida de privacidad. Un caso particularmente delicado es la información sanitaria (por ejemplo el análisis de ADN y los historiales clínicos), que tiene un importante potencial para la ciencia biomédica, pero que también puede provocar grandes daños si cae en las manos equivocadas. El desafío está en diseñar un marco regulatorio que asegure la privacidad y seguridad de los datos personales sin impedir modelos de negocios dependientes de su recolección y uso.
Más en general, los avances tecnológicos actuales plantean un enigma macroeconómico, ya que las tendencias de crecimiento y productividad parecen ir en dirección contraria a la esperada. Además del retardo de las habilidades, una posible explicación (que, por cierto, no refleja la opinión mayoritaria) es que la “revolución” digital no es tan revolucionaria.
Otra explicación es que las tecnologías digitales suelen tener estructuras de costo inusuales (aunque no exclusivas de ellas), con elevados costos fijos que luego dan paso a un costo marginal nulo o muy reducido. De modo que al distribuirse en una amplia variedad de aplicaciones y ubicaciones geográficas, el costo promedio de algunas tecnologías clave es insignificante. De hecho, a los muy valiosos servicios “gratuitos” que usamos se les ha fijado, apropiadamente, un precio que coincide con su costo marginal.
Asimismo, el poder y la utilidad de los productos digitales pueden crecer en forma exponencial por un costo mínimo. Los teléfonos inteligentes de la actualidad son más potentes que las supercomputadoras de mediados de los ochenta y cuestan mucho menos. Ahora bien, no es imposible que el enorme incremento del poder de cómputo logrado en los últimos veinte años por un costo adicional insignificante sólo haya aportado a los consumidores beneficios mínimos, pero también es sumamente improbable.
Y sobre todo, ninguna de estas mejoras aparece en las estadísticas económicas nacionales. No quiere decir esto que haya que descartar o revisar los datos de PIB; pero sí que tenemos que ser conscientes de sus limitaciones. El problema no es que el PIB sea una medición defectuosa del bienestar material (dejando a un lado cuestiones distributivas), sino que es incompleta: no incluye el incremento de la variedad de bienes y servicios que se ofrecen por un costo incremental negativo, ni el costado no material del bienestar individual o del progreso social más en general.
A futuro, esa misma dinámica de la estructura de costos promete producir grandes aumentos en muchas áreas del bienestar. Pronto la mayoría de los profesionales médicos tendrán asistentes digitales que los ayudarán a hacer diagnósticos (sobre todo en ciertos tipos de cáncer, retinopatía diabética y otras enfermedades crónicas), cirugías no invasivas o búsquedas de trabajos de investigación pertinentes. Y muchos de estos servicios estarán al alcance de personas de todo el mundo, incluidas comunidades pobres o de algún modo vulnerables. Asimismo, mejoras tecnológicas con costo marginal nulo o reducido pueden incidir considerablemente en la sostenibilidad, otro ingrediente clave del bienestar a largo plazo.
De hecho, es razonable prever que con el tiempo, la mayoría de los beneficios de las tecnologías digitales no entrarán en la estrecha dimensión del bienestar material cuantificable. Esto no implica descartar o minimizar los desafíos que habrá que confrontar en ese ámbito, en particular en lo referido a la desigualdad. Pero un abordaje sabio de estos problemas debe tener en cuenta el sostenido rebalanceo de beneficios, costos, riesgos y vulnerabilidades en la era digital.
Traducción: Esteban Flamini
MICHAEL SPENCE, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at New York University’s Stern School of Business and Senior Fellow at the Hoover Institution. He was the chairman of the independent Commission on Growth and Development, an international body that from 2006-2010 analyzed opportunities for global economic growth, and is the author of The Next Convergence – The Future of Economic Growth in a Multispeed World.
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