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"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

miércoles, 18 de septiembre de 2019

El antineoliberalismo de Nancy Fraser

Antonio Anton, NuevaTribuna.es

Nancy Fraser explica la necesidad que tiene el neoliberalismo de asumir su apariencia progre para ganar la hegemonía cultural y relativizar su componente distributivo regresivo: el neoliberalismo no es solo política económica; es un proyecto político con su hegemonía cultural. El neoliberalismo progresista es, por un lado, regresivo en lo socioeconómico, es decir, perjudicaba al conjunto de las mayorías populares y, particularmente, las condiciones y derechos sociolaborales de mujeres y gente de color (e inmigrantes); y, por otro lado, progresivo en lo cultural, favoreciendo las llamadas políticas identitarias.

Es un aspecto interesante que la intelectual y feminista estadounidense explica en su reciente libro “Capitalismo. Una conversación desde la Teoría Crítica” en el que dialoga con Rahel Jaeggi. La cuestión es cómo vincular su perspectiva anticapitalista con una visión renovada de la clase social y la emancipación de las mujeres (u otros conflictos sociales, étnicos, culturales y socioecológicos).


Nancy Fraser, afirma que (neo)liberalismo y fascismo son dos caras del capitalismo, aunque con normativas distintas y/o contrapuestas en el ámbito sociocultural: liberadora y autoritaria. A partir de ese diagnóstico realiza una propuesta programática frente a ambos
La autora parte de que la legitimidad de ese neoliberalismo progresista se basa en el reconocimiento de las minorías a través del multiculturalismo o la diversidad combinado con el empoderamiento individual meritocrático como ascensor social. Pero ello favorece, sobre todo, a las élites y capas medias de esos sectores sociales. Ese carácter doble, regresivo y progresivo, con un impacto práctico desigual en la población, venció como cultura hegemónica al anti-neoliberalismo y al neoliberalismo reaccionario durante las presidencias de Clinton y Obama.

Dentro del neoliberalismo hay corrientes más regresivas y/o más progresivas, con diferentes combinaciones. Pero la distinción principal es que en el campo socioeconómico, particularmente en esta fase de crisis, lo dominante en todas ellas es ser regresivas; su diferenciación se establece en el campo sociocultural y la actitud ante las minorías: una parte gira hacia el conservadurismo reaccionario, de donde nacen los apoyos a Trump, y otra mantiene su relativo progresismo.

Así, Fraser clarifica el carácter doble del neoliberalismo progresista, con la combinación de distribución regresiva, con una mayoría popular afectada, y reconocimiento progresista, beneficiosa sobre todo para las élites de la ‘diversidad’. Esa mezcla venció inicialmente a la derecha del partido republicano cuyo proyecto combinaba distribución regresiva con ‘un reconocimiento reaccionario (etno-nacionalista, antinmigrantes y procristiano)’.

Ese reconocimiento parcial que proporcionaba el neoliberalismo progresista suponía una autoafirmación, formación e identificación de un estrato social: las capas medias ilustradas, que combinaban un estatus y ascenso socioeconómico y profesional con una exigencia emancipadora antidiscriminatoria en otras facetas de sus vidas (género, raza-etnia…). Y explica la necesidad de una visión amplia y multidimensional de la clase trabajadora para superar los límites de ese reconocimiento cultural para las élites (y clases medias). Así, acertadamente, exige una valoración del capitalismo y la acción frente al neoliberalismo que integre, junto con la problemática del trabajo, los problemas medioambientales, la reproducción social y la democracia.

Propone una alianza entre protección social, de la vieja clase trabajadora y la socialdemocracia, y emancipación, con nuevos movimientos sociales junto con otras contradicciones (género, raza-etnia…) y luchas de frontera: producción/reproducción, política-democracia/economía y naturaleza-sostenibilidad/humanidad. La cuestión que no desarrolla es que la mayoría popular está dentro de los dos campos y son facetas, realidades e identidades que se mantienen interrelacionados con implementaciones diversas en el tiempo y los procesos.

Una alianza contrahegemónica multidimensional

No existen, como bloques estancos, ‘los’ trabajadores, ‘las’ mujeres y las ‘personas de color’ (aquí diríamos, personas precarias o marginadas, especialmente, inmigrantes -de cuatro áreas distintas: latinoamericana, europea del Este, subsahariana y magrebí-). Las mujeres trabajadoras segregadas (o precarias) acumulan los tres rasgos de subordinación, sufren directamente los tres tipos de discriminación y son susceptibles de integrar una acción colectiva y una identidad múltiple e integradora. Hay personas que sufren dos o un proceso dominador en una posición subalterna, pero ese componente de subordinación o discriminación les diferencia de las personas y grupos dominadores o poderosos. La otra cara de la moneda es la segmentación entre esos niveles y la presión derechista y autoritaria para que las personas de los peldaños intermedios se alíen con las de arriba, aislando a las de abajo.

Por tanto, los segundos (nuevos) movimientos, específicos de una problemática social y cultural, aunque no de forma exclusiva, no son o no representan a la clase media a la que se propondría una alianza popular de clases desde el supuesto movimiento (viejo) de clase trabajadora, representado por la izquierda tradicional o el llamado movimiento obrero. Éste, en la lógica obrerista tradicional, tendría un supuesto estatus político y simbólico superior, al considerar su lucha económico-laboral como la principal y genuina para avanzar hacia una sociedad más justa o al socialismo democrático. Volveríamos al determinismo economicista, a una concepción de clase trabajadora rígida y excluyente y a una prevalencia de la vieja izquierda, aun en una versión más radical.

No obstante, el movimiento sindical, al igual que los partidos políticos alternativos o de izquierda y la mayoría de los grupos asociativos progresistas y ONGs, también es interclasista en parte de su composición y su aparato representativo, mediador y gestor. Su especificidad es que se centra en la problemática económico-laboral, pero ello no da ninguna jerarquía superior en una concepción más multidimensional de la clase trabajadora y, menos, como actor sociopolítico, que incorpora el conjunto de la experiencia relacional y cultural de la gente.

Así, en el campo popular existen personas y grupos con distintas experiencias relacionales, trayectorias comunes y niveles de identificación en diferentes ámbitos socioculturales, económico-laborales y de representación social y política. Se trataría de la tarea de articulación de ese bloque social ‘popular’, aun con una diferenciación de clase o estrato interno; también por la precarización y la infraclase y la subordinación de (la mayoría de) mujeres y gente de color e inmigrante. Con estas matizaciones sobre la diversidad y la pluralidad existentes, comparto la idea de Fraser de que uno de los objetivos fundamentales del análisis es abrir la posibilidad de una ‘alianza contrahegemónica entre las fuerzas sociales que hoy se oponen mutuamente como antagonistas’.

En ese sentido, hay una buena caracterización de las diferencias de estatus del estrato profesional, es decir, de clase media, sensible a ‘identidades’ transversales difuminando su posición de clase, con su propia cultura legitimadora. Ello se combina con el resentimiento de gente trabajadora que le recortan derechos sociolaborales y le precarizan y, como reacción inmediatista, quieren mantener, a costa de otros sectores vulnerables, sus privilegios relativos en otras esferas, cuya pérdida viven como acumulación de descenso social e inseguridad. Constituye el caldo de cultivo del populismo de derechas para su reafirmación autoritario-conservadora.

Por tanto, como señala Fraser, dominación de clase y jerarquía de estatus son parte integral de la sociedad capitalista. La opresión de género o etnia-raza no son superestructurales (o culturales), sino estructurales respecto del orden social institucionalizado: son facetas de la misma gente… popular (y algunas también de sectores oligárquicos). Así, frente a la actitud superficialmente moralizante que hoy impera en los círculos progresistas, afirma que ‘lo que debería distinguir a la izquierda de esas posturas es la atención a las bases estructurales fundamentales de la opresión social’.

En definitiva, hay que reconocer que el racismo y el sexismo no son solo ‘superestructurales’ o culturales, sino ‘estructurales’. Con esa posición se combate la idea tradicional y excluyente de clase trabajadora (a veces identificada con los varones blancos) como opuesta a mujeres, inmigrantes, personas de color… que serían segmentos sin pertenencia de clase trabajadora, cuando en muchos campos son mayoritarios. De ahí se deduce su afirmación de que el ‘reconocimiento y la distribución son fundamentales para este análisis por razones históricas’ y para un proyecto transformador.

La oposición al neoliberalismo y el autoritarismo

La intelectual estadounidense, Nancy Fraser, afirma que (neo)liberalismo y fascismo son dos caras del capitalismo, aunque con normativas distintas y/o contrapuestas en el ámbito sociocultural: liberadora y autoritaria. A partir de ese diagnóstico realiza una propuesta programática frente a ambos.

Su controvertida posición, al situarlos en el mismo plano, prioriza un proyecto de izquierdas para enfrentarse a ambos, cuestión evidente desde una perspectiva renovadora e interpretada de forma no antagónica. Pero hay dos puntos débiles: la sobrevaloración del papel del programa, y la rigidez en la política de alianzas y la definición de objetivos.

En primer lugar, no es suficiente una alternativa discursiva o programática para hacer efectiva una influencia decisiva para condicionar esa pugna, sin caer en el aislamiento de la gente activa o comprometida. Se sobrevaloraría ese componente voluntarista del papel propagandista decisivo de una élite de vanguardia. E, igualmente, los supuestos efectos beneficiosos de la propaganda o el doctrinarismo, defectos significativos en distintos sectores de los movimientos sociales y la izquierda alternativa.

En segundo lugar, la cuestión para dilucidar es la gestión de los acuerdos y desacuerdos, con las distintas variantes y coyunturas de las relaciones entre poder y las fuerzas alternativas (y las intermedias) en los dos planos: la gestión social y política inmediata y la orientación estratégica o ideológica, con el punto de conexión de la formación del actor sociopolítico. Así, si se admiten componentes liberadores en el capitalismo neoliberal, frente a otros regresivos, opresivos o autoritarios, la cuestión es cómo utilizar esa ambivalencia, valorar su legitimidad pública o apoyo social y saber aprovecharlos desde la autonomía propia y sin colaborar con su legitimación de conjunto.

Es pertinente la advertencia de no fijar ahora una alianza permanente y estratégica con el neoliberalismo progresista, aceptando una posición dependiente de las fuerzas alternativas en la tarea de hacer frente a unas fuertes tendencias reaccionarias, pero aún lejos de las dictaduras represivas de entreguerras. Tiene cierto paralelismo en los consensos democráticos europeos, hegemonizados por el centroderecha liberal, frente a las tendencias autoritarias de la extrema derecha. No obstante, la oposición a la involución reaccionaria es también una tarea propia, y más consecuente, de las fuerzas progresistas y de izquierda y, en ese marco, son admisibles acuerdos parciales más amplios que no impidan la crítica y la oposición a las derechas y corrientes neoliberales en distintos ámbitos.

La precaución subyacente a esos acuerdos parciales debe contemplar el carácter doble de ese neoliberalismo, regresivo en unos campos (socioeconómico) y progresivo en otros (socioculturales) y evitar la subordinación de una política autónoma, ya que lo que suele tratar de imponer es su completa hegemonía asociativa, discursiva y de poder. Por tanto, es imperioso afianzar un campo político-ideológico propio diferenciado de la hegemonía cultural y asociativa liberal en los movimientos sociales en los que se dan algunos objetivos compartidos o transversales con el componente progresista del neoliberalismo frente al neoliberalismo reaccionario o el populismo autoritario.

La pugna por la hegemonía en los movimientos sociales

El problema, partiendo de su consideración realista de que los movimientos sociales están hegemonizados por ese pensamiento liberal, según la pensadora estadounidense, es que aunque se les denomine movimientos del 1% y al propio como del 99%, esa autoproclamación es forzada al admitirse que las posiciones alternativas son minoritarias en esos movimientos, en particular en el feminista. Esa denominación se puede referir a la voluntad de representar a esa mayoría o a que los objetivos propuestos se justifican por estar encaminados a su defensa. Pero siempre con el matiz de que es una interpretación de las fuerzas alternativas, no una posición aceptada o consensuada con el grueso de esos movimientos sociales. Así, no se puede tomar como adversario antagónico a esa corriente dominante y mayoritaria de esos movimientos, con una amplia base popular, bajo la apreciación de que están dominados por las élites neoliberales.

Por tanto, más que por esa caracterización sociodemográfica del 99% y la reafirmación de su carácter social y ‘popular’, sería conveniente su identificación por su dinámica reivindicativa, su perfil sociopolítico y sus principales demandas. En ese sentido, hay distintas opciones utilizables para identificar estos movimientos progresivos, especialmente, el feminista: igualitario, democrático, alternativo o crítico.

El neoliberalismo progresista es un adversario pero, sobre todo, por su primer componente, el regresivo, que impone la subordinación socioeconómica a la mayoría social. Su segundo componente, el progresivo, forma parte de una operación legitimadora del primero y de absorción de una parte popular y, en ese sentido, aunque salgan beneficiados parcialmente o en determinados aspectos algunos estratos sociales (minoritarios), cuestión a no infravalorar, hay que desvelar su sentido para estabilizar ese orden social institucionalizado. Pero, sin que se deduzca directamente de lo dicho por FRASER, confundir los dos aspectos llevaría al sectarismo, el doctrinarismo, el aislamiento de las mayorías sociales y la inoperatividad transformadora, riesgo en el que suelen caer algunos sectores alternativos.

En consecuencia, esta faceta de las alianzas y los blancos en Fraser es algo rígida. Su posición tajante es decir NO a los acuerdos con el neoliberalismo progresista, aunque se justifique en el freno al fascismo autoritario. Está clara la necesidad de una autonomía estratégica y discursiva de un campo sociopolítico diferenciado y alternativo. Igualmente, es justa la apuesta por la diferenciación interna en los movimientos sociales, para oponerse al pensamiento progresista-neoliberal, así como a las tendencias autoritarias del populismo reaccionario.

Pero lo que propone, quizá consciente de la debilidad de las capacidades políticas e institucionales de las izquierdas y movimientos sociales progresistas, es solo una alternativa ‘programática’, ámbito en el que es más fácil la diferenciación, cuando el aspecto principal es la relación de fuerzas y la capacidad articuladora y de poder de las diferentes corrientes sociopolíticas, para lo cual se deben considerar la experiencia y las demandas de la mayoría cívica; es decir, la prioridad es la implementación práctica de una dinámica transformadora contrahegemónica (y de contrapoder), conectada a una teoría crítica, no solo de un discurso propio y la separación organizativa.

Y, en ese sentido, aparte de un análisis sociológico de las distintas corrientes y expresiones cívicas, se debería cuidar las relaciones complejas de unidad y crítica con los sectores populares progresistas, aun cuando sean moderados o apoyen en determinadas facetas y momentos políticas neoliberales, más cuando se admite que su influjo es mayoritario en los movimientos sociales.

Por tanto, salvando la subordinación ante esa hegemonía neoliberal y evitando su instrumentalización para impedir ser absorbidos por ella, la política concreta y la práctica transformadora depende de en qué medida y aspecto los sectores anticapitalistas o alternativos pueden confluir en acuerdos amplios, no tanto con las élites neoliberales progresistas (o socioliberales y de tercera vía socialdemócrata), sino con mucha gente influida por ellas y sin decantarse por la dinámica de una transformación radical.

El asunto complicado desde el punto de vista alternativo no es solo la diferenciación con la élite del 1%, que domina o representa mediáticamente algunos aspectos de esos movimientos y pertenece al neoliberalismo progresista, sino a la relación, unitaria y crítica, con una amplia base de clase media y algo acomodada o simplemente menos concienciada, de la que se sirve para hegemonizar el proceso. No se puede ir a la idea de clase (trabajadora y potencialmente radical) contra clase (media, con tendencia moderada), por mucho que ese conflicto lo subsuma en el significante 99%, donde solo se excluye a la élite poderosa. El problema de la conformación de una corriente crítica trabajadora-popular autónoma del neoliberalismo progresista es importante y debe basarse en la igualdad real en todas las estructuras sociales de subordinación del orden capitalista, elemento central de diferenciación, también con sectores de las clases medias y su alianza con él.

Al mismo tiempo, como dice la autora, hay que romper también el apoyo de gente trabajadora a los neoliberales reaccionarios, a su militarismo, xenofobia, etnonacionalismo y machismo. Al final, realiza una propuesta programática positiva, ‘elaborar una política transformadora’, pero insuficiente por su inconcreción y sus rasgos voluntaristas. Por tanto, es necesario un análisis sociopolítico realista, en particular de las relaciones de fuerza y de poder y profundizar en una teoría crítica, realista y emancipadora, y una estrategia democrático-igualitaria. ( Jaque al Neoliberalismo)

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