Esta semana, los ministros de exteriores chino y ruso, Wang Yi y Serguei Lavrov respectivamente, se reunieron en suelo chino por segunda vez en lo que va de año. En la ocasión, Wang reiteró que “no hay techo para oponerse a la hegemonía”, si bien su relación bilateral se basa en la “no alianza, no confrontación y no atacar a ningún tercero”. Wang también abogó por impulsar la relación “a un nivel superior”, en línea con el consenso forjado por los dos jefes de Estado respectivos, Vladimir Putin y Xi Jinping. En las relaciones Beijing-Moscú, hay una impronta personal muy destacada de ambos y, en lo que viene al caso, de Xi.
Semanas atrás, en la clausura de las sesiones parlamentarias anuales, el primer ministro Li Keqiang daba curso a un mensaje mucho más modulado, instando a la cooperación y a evitar un enfrentamiento con EEUU, enfatizando que las diferencias “pueden y deben superarse”. Para Li, la principal prioridad de la política exterior china debiera ser recomponer la relación con EEUU. Y eso, a día de hoy, también pasa por Ucrania.
La melodía conciliadora de Li daría a entender que la “alianza sin límites” con Rusia nunca debe ser impedimento para la concreción de alguna forma de coexistencia con EEUU. Con seguridad, Li tiene en mente ciertos datos. Por ejemplo, que para Beijing, las relaciones económicas con Estados Unidos y Europa son más importantes que las de Rusia. La preferencia contable, que es también una exigencia estratégica ineludible, resulta contundente a pesar de los importantes contratos de gas y petróleo (el nuevo gasoducto Rusia-China a través de Mongolia, concluido a principios de marzo, tiene una capacidad anual de 50.000 millones de metros cúbicos, equivalente al North-Stream 2) o de las compras de cereales a Moscú.
Otras cifras confirmarían dicho aserto. Entre 2015 y 2020, la inversión china en Rusia al margen de los hidrocarburos cayó de casi 3.000 millones de dólares a solo 500 millones. Al mismo tiempo, y a pesar de un grave descenso debido a la reiterada aprobación de leyes destinadas a frenarlas, en Europa siguen acercándose a los 10.000 millones de euros, es decir, 20 veces más.
Con Estados Unidos, donde las empresas chinas invirtieron 38.000 millones de dólares en 2020, la diferencia es aún más sustancial. Si nos fijamos en el comercio, punto fuerte indiscutible de China, las diferencias muestran, más allá de las apariencias, una irresistible atracción por el mercado estadounidense. En 2021, el comercio entre Estados Unidos y China ascendió a casi 700.000 millones de dólares, mientras que el comercio con Rusia, a pesar de un rápido aumento desde 2020, se limita a 140.000 millones de dólares anuales, la mayor parte de los cuales consiste en las citadas importaciones chinas de gas y petróleo. El déficit para la Casa Blanca, por cierto, asciende a 350 mil millones de dólares a pesar de varios años ya de guerra comercial, impuesta, dicen, para recortarlo.
La posición habitualmente expresada por Wang Yi o también por su inmediato superior, Yang Jiechi, es de clara y abierta oposición a EEUU y de rechazo de la influencia occidental, muy en línea con el presidente Xi. Por el contrario, la de Li Keqiang sugiere evitar el cara a cara con EEUU para así reducir el riesgo de represalias que puedan poner en peligro la consecución de los objetivos de desarrollo, de los que debe responder en primera instancia como principal responsable. De ahí, quizá, la obsesión por evitar un escenario que pueda desembocar en una grave ruptura con Occidente.
En esa misma línea cabe destacar el pronunciamiento del actual embajador en Washington, Qing Gang, apelando a la prudencia y a guardar cierta distancia, sugiriendo alejarse rotundamente de cualquier esquema que conduzca a una confrontación directa con la OTAN o la UE. Todo ello, entiéndase bien, sin alterar el discurso formal de amistad con Rusia. En el centro de las preocupaciones, evitar que las relaciones con Occidente se deterioren aun más a causa de su posición ante la invasión rusa de Ucrania. El portavoz de la embajada china en Washington, Liu Pengyu, asegura, por ejemplo, que China y EEUU “pueden y necesitan cooperar para poner fin al conflicto entre Rusia y Ucrania a pesar de sus diferentes enfoques”.
¿Solo matices o discrepancias?
A medida que la guerra perdure en el tiempo y que las sanciones occidentales puedan hacer mella sustancial en el entramado económico ruso, el ejercicio de ponderación sobre la fidelidad a la “relación de nuevo tipo” con Moscú y el cálculo sobre el impacto en sus relaciones con EEUU, puede acentuarse en Zhonnanghai, la sede del poder chino.
A la cumbre de Roma entre Jack Sullivan y Yang Jiechi y el posterior encuentro virtual de Xi con Biden se suma ahora la cumbre China-UE del 1 de abril. Beijing dispondrá entonces de un mejor y completo retrato de una situación marcada por la proliferación de amenazantes advertencias sobre una hipotética ayuda china para que Moscú pueda sortear las sanciones occidentales.
De entrada, los tres gigantes energéticos chinos -Sinopec, China National Petroleum Corp y China National Offshore Oil Corp-, tras evaluar el coste de las posibles sanciones occidentales sobre sus multimillonarias inversiones, han decidido esperar a mejor ocasión para tomar decisiones sobre nuevas inversiones. Así se lo reclamaron desde el ministerio correspondiente, a recaudo de Li Keqiang.
A dicho síntoma se ha sumado cierto debate interno que ha trascendido. Hu Wei, profesor del Instituto de Estudios Marxistas de la Escuela del Partido Comunista de Shanghái, presidente de la Asociación de Investigación de Políticas Públicas de Shanghái pero, sobre todo, vicepresidente del Centro de Investigación de Políticas Públicas del Consejo de Estado (del entorno del primer ministro Li), en un artículo publicado en inglés el 5 de marzo por el US-China Perception Monitor revela que las operaciones contra Ucrania han generado una gran controversia en China, con partidarios y opositores (de la guerra) divididos en dos campos diametralmente opuestos”.
Para Hu Wei, “esta operación militar es un error irreversible», enfatizando que “China no puede estar atada a Putin y debe cortar sus lazos cuanto antes” porque “hay pocas esperanzas de victoria y las sanciones occidentales han alcanzado un nivel sin precedentes”. En consecuencia, Beijing debería desprenderse de esta carga lo antes posible y acercarse a las posiciones occidentales. Tales afirmaciones suponen un claro desentendimiento de la política seguida hasta ahora, conducida por el Ministerio de Relaciones Exteriores en línea con las instrucciones del propio presidente chino. Hu Wei cree que China debe evitar quedar aislada pues en ese caso, más temprano que tarde, deberá enfrentarse a las sanciones que le impondrían Estados Unidos, pero también la Unión Europea, Japón, Australia y otros países.
Persistir en la vía actual solo añadiría justificaciones para la política occidental de cerco y contención de China, algo en curso ya desde hace años, no solo a consecuencia de la guerra en Ucrania. Por el contrario, un giro en esta cuestión podría desarmar el objetivo de EEUU de ir a por sancionar a China y por enfrentarse a ella de forma coordinada con sus aliados en la región y en el mundo. Asimismo, de posicionarse más claramente, ganaría el aplauso de buena parte de la comunidad internacional y le permitiría mejorar la relación con Occidente, cuestión de importancia vital para moderar las tensiones….
En el contexto del XX Congreso del PCCh, previsto para otoño, este debate abre una profunda discusión que puede afectar no solo a la estrategia china a propósito de Rusia en la guerra y más allá, sino a la propia posición general de Xi, que internamente podría ser cuestionado en su infalibilidad de lograr estas divergencias cierto apoyo en el aparato del Partido.
¿Dos caras de la misma moneda o discrepancias sustanciales? Sabido es que Xi Jinping y Li Keqiang, si bien comparten aspectos sustanciales como la preservación de la hegemonía sistémica del PCCh, divergen en otros aspectos, especialmente en materia de modelo económico. Li, próximo a Hu Jintao y su vivero de la Liga de la Juventud, fue el principal promotor durante su mandato como viceprimer ministro (2008-2012) del documento “China 2030”, elaborado en colaboración con el Banco Mundial. Su esencia era la apuesta por promover una nueva ola de reformas liberales con especial afectación a las empresas estatales, al papel del mercado y del sector privado, etc. La política seguida por el gobierno chino a partir de 2012 no ha sido esa, sino más bien la contraria, en línea con la reafirmación de los postulados marxistas de preferencia de Xi en el contexto de un rechazo más amplio de las influencias liberales occidentales.
Hace unas semanas, Li dejó entrever que el año próximo abandonará el cargo. Se ignora si dejará también el Comité Permanente del Buró Político, órgano clave donde, al no haber cumplido aún los 68 años de rigor, podría seguir de generalizarse la supresión del límite de los dos mandatos consecutivos. Si bien Xi Jinping opta a un tercer mandato presidencial a pesar de haber superado los 69 años, la polémica en torno a la estrategia a seguir en la guerra ruso-ucraniana (que revela también que no todo es tan monocorde internamente) puede acabar afectando al retrato final de la cúpula del poder chino a partir del próximo congreso.
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