Para medir el desarrollo alcanzado hoy por el sistema educativo y de salud de Cuba, es indispensable volver sobre las grandes etapas históricas que precedieron al proceso iniciado en 1959, fecha que sin lugar a duda marca el inicio de los cambios más relevantes ocurridos en términos humanos en el seno de la nación caribeña. Es por ello que con este estudio nos acercamos cronológicamente a los grandes acontecimientos y personalidades que marcaron su evolución, exponiendo los múltiples avances que se han obtenido en las seis últimas décadas de Revolución, a pesar de las difíciles condiciones impuestas por el férreo bloqueo estadounidense.
La mayoría de los medios de comunicación del mundo occidental modelan verbalmente la imagen de Cuba y del largo proceso de cambio iniciado en 1959 a partir de patrones a los cuales los cubanos deberían remitirse. Por lo general, se silencian o se tergiversan los logros para ensalzar las dificultades sin que muchas veces éstas se acompañen de las necesarias referencias directas o indirectas a que la realidad cubana, como la de otros países del continente, es el resultado de una historia enrevesada y dolorosa.
El desajuste evidente entre tales normas preestablecidas y el ámbito al cual quieren aplicarse se incrementa en medio de una modernidad desresponsabilizadora e impide describir de manera objetiva, sin prejuicios ni pretensiones hegemónicas, la construcción de la sociedad cubana del presente. En una época en que los medios masivos de difusión de la información eran mucho más limitados que los que conocemos hoy, José Martí describía ya el peligro de estas nuevas formas de progreso, advirtiendo sobre las consecuencias del fenómeno de la monopolización de la prensa1.
Sin embargo, al referirse a la Revolución cubana dos sectores escapan, de manera general aunque no absoluta, de la desaprobación imperante de la doxa: el de la educación y el de la salud. Los esfuerzos por garantizar estos derechos al pueblo se dibujan con luces que también han proyectado sombras similares a la talla de los obstáculos que han debido enfrentar a lo largo de su trayectoria. Ante la imposibilidad de ser exhaustivos nos limitaremos a ofrecer algunas precisiones históricas, desde la época de la colonia a esta suerte de lugar común, recordando luego algunas líneas de fuerza que han caracterizado el desarrollo de ambos campos durante seis décadas de Revolución, no sin precisar otros aspectos que han constituido un freno para su mejor evolución, especialmente desde la década de los 90.
I.1. La herencia de la colonia y la neocolonia
Para entender cabalmente el desarrollo del sistema educativo y de salud cubanos después del triunfo revolucionario de 1959 es indispensable recordar, a grandes trazos, las políticas educacionales y de salud instauradas en la isla desde la época colonial.
Si la medicina de los aborígenes cubanos era ejercida esencialmente por los behiques o bohiques, considerados sacerdotes-médicos, que según Fernando Ortiz eran poderosos personajes, conocidos gracias a los cronistas de la Conquista de América, durante los primeros siglos de los cuatro que abarcó la presencia española en Cuba el encargado de realizar las acciones de salud pública, que no estaban reguladas por legislación alguna, era el Cabildo. Durante el reinado del Emperador Carlos V se ordenó la fundación del primer hospital en la Villa de Santiago de Cuba (en fecha no precisada entre 1522 y 1523) junto a su Catedral, el que debió ser un barracón con techo de guano, pues así eran todas las viviendas, salvo la de Diego Velázquez, que era de cantería2. Con posterioridad se fundó el Hospital de la Caridad en La Habana, destruido diez años después a causa de la quema de la ciudad por Jacques de Sores, y otro, en Bayamo, en 1544, el mismo año en que se creó el segundo en la Habana. El historiador cubano Emilio Roig de Leuchsenring señala que el primer médico cirujano y farmacéutico de la futura capital habanera fue el licenciado Gamarra, quien ejerció en la villa hacia 1569, aunque ya desde 1552 un maestro llamado Juan Gómez ostentaba el título exclusivo de barbero cirujano3.
Las órdenes religiosas se ocuparon durante siglos de cuidar a los enfermos, llevar los registros de nacimientos y muertes, hacer enterramientos en las iglesias, adoptar medidas ante las epidemias y de administrar lo relativo a medicamentos y al cultivo de plantas medicinales para sus hospitales4. A estas acciones se sumaba la actividad paralela de los curanderos entre los que sobresale el nombre de Mariana de Nava, quien se ganó el título de primera médico municipal de Santiago de Cuba en los albores del siglo XVII, hecho motivado por la ausencia de profesionales de la península en el lugar5. Se conserva en las Actas Capitulares del Ayuntamiento de La Habana el recuerdo de epidemias mortíferas como la de 1649, a causa de cuyos estragos murió “la mayor parte de los vecinos y personas que en ella residían”, probablemente de peste bubónica6 ante la total impotencia de los moradores y escasos médicos. El antiguo Convento e iglesia de Belén en La Habana fue una de las instituciones que, además de atender a enfermos y heridos, distribuía alimentos a los pobres y mantenía una escuela gratuita para más de 500 niños desde principios del siglo XVIII. Entre las ventajas que la nueva clase de hacendados criollos logra obtener del gobierno colonial, se encuentra la implantación del «facultativo de semana» o médico de guardia, para la atención ambulatoria a los pobres de la ciudad de La Habana7.
El inicio de los estudios médicos en el país se remonta a la creación la Universidad Real y Pontificia de San Gerónimo (1728), la primera en la isla de Cuba, situada en el corazón de la Villa de San Cristóbal de La Habana que acogió al mismo tiempo las cátedras de Cánones, Leyes, Matemáticas, Gramática, Teología y Filosofía8. Todas estas carreras estuvieron destinadas por siglos a la clase alta. Desde finales del XVIII y a lo largo de la centuria decimonónica, la medicina en Cuba comenzó a formar parte de una avanzada en materia de Patología y de Epidemiología gracias a los aportes científicos de hombres insignes como el doctor Tomás Romay Chacón —considerado como el Padre de la medicina cubana—, reconocido por la introducción y difusión de la vacuna antivariólica en Cuba y por haber iniciado el primer movimiento científico que se desarrolló en la Isla durante el período colonial. El 13 de julio de 1804, con la ayuda de la Sociedad Económica Amigos del País de la cual Romay fue Miembro de Honor (1834) y director (1842), se estableció en La Habana la Junta Central de Vacunación9, con sedes en otras regiones del archipiélago. Entre sus funciones estaba la de obtener, conservar y aplicar las vacunas y llevar el control estadístico de su aplicación. Una de las medidas tomadas fue la vacunación obligatoria de todos los esclavos que llegaban al puerto de La Habana y a otras provincias, como condición previa para su venta10. En enero de ese año de 1804 se practicaron así las primeras vacunaciones antivariólicas en Santiago de Cuba por el cirujano francés Vignard y un mes más tarde en La Habana por el doctor Romay. Gracias a su estrecha colaboración con el ilustrado Obispo de Espada, cuyas preocupaciones higiénicas apoyó el científico en su Discurso sobre las sepulturas fuera de los pueblos (1806), se eliminaron poco a poco los enterramientos dentro del perímetro urbano habanero. En 1817 Romay inició además la labor de reforma de la enseñanza médica en el Hospital Militar de San Ambrosio11, donde además de curarse a los enfermos se impartían clases de Higiene, Anatomía y Cirugía hasta su cierre en 1842.
El sistema de salud pública colonial estuvo controlado en el primer cuarto del siglo XIX por el Real Tribunal de Protomedicato, que dirigía el ejercicio médico en todas sus ramas y el de las farmacias, además de asesorar las medidas sanitarias en casos de epidemias de las cuales se encargaban la Junta Central de Vacunación y las Juntas de Sanidad. La atención médica ambulatoria quedaba fuera de este incipiente sistema de salud12. Hacia los años 1860 desaparece el Facultativo de Semana, deteriorándose su funcionamiento con el inicio de la Guerra de los Diez años. Sin embargo, en 1870 se crea el Servicio Sanitario Municipal, el cual comprendía los modelos de atención médica ambulatoria de Casas de Socorro13.
La Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, que se inauguró el 19 de mayo de 1861, marcó el inicio de la institucionalización de la ciencia en Cuba, y acogió en su seno a eminentes científicos e investigadores, entre ellos al doctor Carlos Juan Finlay Barrés (oftalmólogo y microbiólogo), quien además de introducir el tratamiento quirúrgico del glaucoma en Cuba hizo un gran aporte a la medicina mundial: el descubrimiento del mosquito transmisor de la fiebre amarilla. Finlay enunció además, en 1881, la teoría metaxénica de la transmisión de enfermedades, lo que significaba que los responsables de la transmisión eran agentes biológicos (en este caso el mosquito) y no ambientales, como lo imponía el pensamiento científico de la época. La Academia, como lo recuerda José López Sánchez, “generó un poderoso y ascendente movimiento por la ilustración hacia las ciencias naturales, complemento y continuación del que se iniciara en 1790”14.
En la Capital del país había solo 4 hospitales en la década de los 80. Subsistía el Hospital de San Juan de Dios (antes Hospital de San Felipe y Santiago) cuyas condiciones eran paupérrimas como las de los dos hospitales militares de El Príncipe y el de San Ambrosio. En 1886 se construyó el primer hospital moderno y científico con el nombre de Reina Mercedes (hoy Hospital Universitario Comandante Manuel Fajardo), pero no por iniciativa oficial, sino por la acción del médico cubano Emilio Núñez de Villavicencio y gracias a las contribuciones de otros benefactores que lo hicieron posible. Durante el período que separó las dos contiendas independentistas (1888-1893), el mínimo de muertes por cada mil habitantes al año fue de 43.75, y el máximo, de 87.5. El llamado Servicio de Higiene Especial, reglamentador de la prostitución, «más servía de lucro y de granjería a los gobiernos que de verdadera profilaxis»15.
Después de 1895 el sistema de salud se encontraba profundamente debilitado. Muchos médicos cubanos emigraron a causa del estallido de la guerra y otros se integraron a las fuerzas mambisas. Entre las personalidades más sobresalientes de ambas contiendas destaca la labor de la enfermera Rosa María Castellanos (Rosa la Bayamesa) quien además de curar a los enfermos y heridos en los campos de batalla fue una de las pocas mujeres que logró obtener el grado de capitán del Ejército Libertador de Cuba. La Reconcentración de Valeriano Weyler, medida de extrema violencia puesta en vigor a instancias del gabinete conservador de Cánovas del Castillo (1896-1897), aumentó a cifras incalculables la mortalidad por enfermedades infecciosas. En 1897, las Juntas de Sanidad y Beneficencia ya eran prácticamente inexistentes; los hospitales de caridad quedaron sin recursos y la sanidad militar española también quedó prácticamente paralizada. Se estima que por causa de la fiebre amarilla y la tuberculosis pulmonar fallecieron más de 11 000 soldados españoles. Algunos historiadores plantean que en el país fallecieron alrededor de 300 000 personas como consecuencia directa o indirecta de la Reconcentración y de la guerra16.
I.1.1. La eminente labor científica de Carlos J. Finlay Barrés
Durante los primeros años del período de la República neocolonial (1902-1958), bajo la influencia de la Escuela Cubana de Higienistas de principios del siglo XX, con el doctor Carlos J. Finlay Barrés al frente, se reorganizaron y desarrollaron en Cuba las Juntas de Sanidad y Beneficencia heredadas de la colonia, y en 1909 el sistema de salud pública cubano alcanzó la categoría ministerial, siendo el primer país en el mundo en lograrlo al crearse la Secretaría de Sanidad y Beneficencia.
1 «[…] una aristocracia política […] domina periódicos, vence en elecciones»; José Martí, «Cartas de Nueva York expresamente escritas para La Opinión Nacional», Nueva York, 12 de noviembre de 1881, Obras completas. Edición Crítica, 1881-1882, Estados Unidos, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2004, T. 9, p. 119.
2 DEL PINO Y DE LA VEGA, Mario, Apuntes para la historia de los hospitales en Cuba (1523-1899), Cuadernos de historia de la salud pública, La Habana, MINSAP, 1963, p. 28
3 ROIG DE LEUCHSENRING, Emilio, La Habana. Apuntes históricos, La Habana, Editora del Consejo Nacional de Cultura, 1963, Segunda edición notablemente aumentada, Tomo I, p. 183
5 DELGADO GARCĺA, Gregorio, 1991, “Conferencias de Historia de la administración de Salud Pública en Cuba”, en Cuadernos de Historia de Salud Pública, núm. 81.
6 ROIG DE LEUCHSENRING, Emilio, La Habana. Apuntes históricos, op. cit, T.III, pp. 131-132.
7 Gregorio Delgado García señala que «El facultativo de semana fue el primer modelo estatal de atención médica ambulatoria establecido en Cuba por el sistema de salud colonial y su importancia histórica es innegable por el paso de avance que significó en el desarrollo de la salud pública en su época y por el beneficio que reportó a las capas más humildes de la población de la Isla. Este modelo consistía en nombrar semanalmente dos facultativos, un médico y un cirujano, que rotaban sin excepción alguna entre todos los de la ciudad, los cuales debían atender gratuitamente a los enfermos o accidentados que se presentaran entre los pobres de solemnidad de la población, les ponían tratamiento en sus casas y si fuera necesario los enviaban a los hospitales de caridad; realizaban también funciones de médicos forenses; inspeccionaban las condiciones higiénicas de los establecimientos públicos y se ocupaban de la higiene de los alimentos que se expedían en los comercios de la ciudad». “Antecedentes históricos de la atención primaria de salud en Cuba”, op. cit.
Gracias a su genio y dedicación, el hijo de escocés y francesa nacido en Camagüey pudo regocijarse al ver erradicar el morbo amarillo en su tierra desde septiembre de 1901, aunque se registró un nuevo brote en 1905. Alcanzó a saber en vida que su teoría metaxénica había permitido conocer el mecanismo de otras enfermedades mortales como la filaria (1884) y la malaria (1894-95, mosquito), la fiebre tejana (garrapatas, 1893), la enfermedad del sueño (mosca tsé-tsé, 1903-1919) y el tifus (1910, piojo). Murió en 1915, dejando al mundo de la investigación médica más de cien artículos sobre fiebre amarilla. Pero su descubrimiento se convirtió en el eje de una controversia que puede servir de indicador a la hora de analizar la historia de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos de América. El vecino del Norte quiso apoderarse de la paternidad del descubrimiento y encontrar en el famoso “saneamiento de los trópicos” una razón suficiente para justificar la guerra contra España y, sobre todo, un pretexto “humanitario” para justificar la intervención de 1898. El gobernador militar Leonard Wood encontró el momento preciso para reclamar la propiedad del hallazgo de Finlay, con lo cual la usurpación de la independencia de Cuba corría pareja con la del despojo de un genial descubrimiento. Sin embargo, la medicina francesa echó por tierra años más tarde el vilipendio de quitarle la total autoría, al proclamar la ausencia total de precursores al genio de Finlay.
En 1908 Francia le entregó la orden de la Legión de Honor y, luego de su muerte, la tierra de sus antepasados se unió al tributo al doctor cubano y en 1928 le dio a una calle parisina (la Rue des Usines) el nombre de Rue du docteur Finlay. Otro importante homenaje se le dio en España durante el Xmo Congreso de Historia de la Medicina (en septiembre de 1935), en plena época de la República española. Emilio Roig de Leuchsenring le hizo igualmente justicia histórica a Finlay en una serie de nueve artículos publicados en la revista Carteles, en 1942, haciendo frente a las continuas tergiversaciones de las cuales seguía siendo objeto el cubano después de la segunda guerra mundial. El “XIV Congreso Internacional de Historia de la Medicina”, celebrado en Roma en 1954, ratificó, una vez más, que solo a Finlay le correspondía el mérito de haber logrado el trascendental descubrimiento1.
Desde 1942 el llamado Consejo Nacional de la Tuberculosis, creado desde 1936, decidió utilizar en Cuba la vacuna antituberculosa (conocida desde 1928 como estrategia de lucha contra la enfermedad) y se distribuyó de forma gratuita2. Poco a poco se fue abriendo paso la inmunización en Cuba, a pesar de que no existía realmente una política oficial dirigida a la protección de la población ni de la infancia, pues se vacunaban entonces sólo los que podían y había un gran porciento sin cobertura vacunal.
I.2. Situación en Cuba en los años 1950
En los años 1950 el estado de la salud de la población en Cuba se caracterizaba por los altos índices de parasitismo y desnutrición, sobre todo en la población infantil rural, por la inexistencia de una política de prevención de las enfermedades3. El buen funcionamiento del sistema sanitario se limitaba a consultorios privados, generalmente inaccesibles por lo alto de sus precios, y no existían hospitales clínico-quirúrgicos ni policlínicos rurales. Los servicios de salud se caracterizaban por su desigual distribución entre las zonas urbanas y el campo, donde solamente existía un hospital4. Esta situación era similar en el caso de la estomatología y la enfermería. Las instalaciones públicas de salud y las Casas de Socorro, de menor calidad en sus prestaciones, en ocasiones cobraban por sus servicios5.Los niños morían de gastroenteritis y enfermedades respiratorias como primeras causas de muerte. Se recurría por necesidad a la medicina natural y a los curanderos, algunos cuyos nombres se hicieron célebres como el de Antoñica Izquierdo y sus tratamientos con agua (tradición o leyenda de «los acuáticos») en Pinar del Río. La expectativa de vida era de apenas 60 años para una población de alrededor de 6 millones y medio de habitantes en 19596. El país contaba con unos 6 000 médicos, concentrados fundamentalmente en la capital y cabeceras de provincias y solamente existía una escuela de medicina, la de la Universidad de La Habana, donde los estudios teóricos no se complementaban con estudios prácticos.
Tanto como el de la salud, el sistema educativo cubano durante la época colonial era el reflejo del de la metrópoli española y estaba estrechamente ligado con la situación económica, política y social de ese país. Uno de los hechos fundamentales de esta etapa histórica es la creación, en 1689, del Seminario Conciliar de San Carlos y San Ambrosio y la del Colegio Seminario San Basilio el Magno en Santiago de Cuba, en 1722. El primero alcanzó tal renombre científico en el siglo XVIII que ni la universidad Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana, creada unos años después (en 1728), podía competir con él en cuanto al saber avanzado de la época7. En 1795, como lo subraya Hortensia Pichardo, «el padre Agustín Caballero había pedido libertad para los maestros, y hacía años que los profesores del Seminario habían roto con los textos clásicos y redactado sus propios textos. Por eso fue tan fecunda la enseñanza de ese centro que contribuyó mucho más que la Universidad al adelanto del pensamiento y de la ciencia en Cuba»8.
Durante el siglo XIX varios planes fueron realizados con la idea de mejorar la educación y se recibió una Real Orden que establecía la Primera Ley Escolar de Cuba, la cual disponía la fundación de las escuelas de primera enseñanza que fuesen necesarias y la instrucción gratuita para los niños pobres. Pero estas medidas estaban mayoritariamente dirigidas a la clase dominante, interesada en impedir la alfabetización de los esclavos y campesinos9. Bachiller y Morales comenta en sus apuntes históricos la urgente necesidad de fomentar la educación primaria para satisfacer las necesidades del país, tanto en lo privado como en lo público. El conocido autor fija una cronología de la Enseñanza Primaria durante el siglo XIX y critica el estado penoso de la Enseñanza Secundaria, entre otros temas de orden social y científico10. En 1816, la Sociedad Económica de Amigos del País, que actuaba como una institución neta y exclusivamente cubana en contraposición con la conveniencia del gobierno español, creó su Sección de Educación. Inmediatamente asumió la dirección de la enseñanza primaria, por entonces atrasadísima en Cuba, y facilitó la provisión de la Cátedra de Matemáticas de la Universidad de La Habana y de otras especialidades científicas, además de crear el Jardín Botánico, la Academia de Dibujo San Alejandro y la Escuela de Náutica y la de Obstetricia. Tuvo a su cargo la publicación del Papel Periódico (primer periódico literario), y en 1831 comenzó la de la importante Revista Bimestre Cubana11.
En la segunda mitad del siglo el gobierno español fundó tres Escuelas Normales en Cuba: la primera en Guanabacoa en 1857 y, posteriormente, otras dos también en La Habana, una para la formación de maestros y otra para la de maestras, en el año 189012. El objetivo era no dejar en manos de los cubanos la formación de los docentes. Si bien en la Normal de Guanabacoa el magisterio era asegurado por los Padres Escolapios, en las dos escuelas normales restantes la enseñanza fue asignada a maestros provenientes de la metrópoli, cuyas plazas fueron propuestas a concurso público de méritos y publicadas por la Gaceta de Madrid del 23 de junio de 1890. Otra importante institución inaugurada en la misma ciudad habanera fue el Liceo Artístico y Literario (hoy Casa de la Cultura Rita Montaner de Guanabacoa), inaugurado en junio de 1861 con la finalidad de fomentar las letras, las ciencias y las bellas artes, de impartir clases gratuitas y de ofrecer cursos de diferentes idiomas, entre otras funciones. Las más encumbradas personalidades de la cultura nacional, como Rafael María de Mendive, José de la Luz y Caballero, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Felipe Poey o Enrique José Varona pertenecieron a esta institución. Allí trabajó José Martí como Socio Facultativo de la sección de Literatura, en noviembre de 1878, y como Secretario, en enero del siguiente año. Fue en este lugar que pronunció su primer discurso público el 22 de enero de 1879.
En el período que abarca de 1898 a 1959, la educación nunca gozó de amplios recursos, aunque durante los primeros años de la intervención norteamericana se advirtieron algunos avances como la introducción de nuevas asignaturas en los planes de estudio, la formación de maestros, la creación de escuelas y la instauración de un sistema de educación primaria pública gratuita. Sin embargo, la mayoría de los libros de textos eran traducidos del inglés, y los programas, poco adaptados a las realidades del país, creaban las condiciones para el fomento de una total dependencia cultural.