Fidel


"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

sábado, 2 de enero de 2021

Agricultura urbana, suburbana y familiar: la comida más cerca y segura. Comentario HHC

Quienes participan, a lo largo y ancho de nuestra geografía, en el Programa Nacional de la Agricultura urbana, suburbana y familiar, son sabedores de la importancia de su labor en la seguridad nacional


La responsabilidad y la constancia han caracterizado los 33 años de un ejercicio ejemplar y de entrega al pueblo, en pos de la soberanía alimentaria del país. Quienes participan, a lo largo y ancho de nuestra geografía, en el Programa Nacional de la Agricultura urbana, suburbana y familiar, son sabedores de la importancia de su labor en la seguridad nacional. La jefa a nivel de país de esta imprescindible tarea para la economía cubana, la doctora en Ciencias Elizabeth Peña Turruellas, compartió con Granma las notas principales del Recorrido No. 87 del Grupo nacional, que se extendió entre el 13 de octubre y el pasado 22 de diciembre.

Comentario HHC:  Indudablemente este es uno de los métodos de obtener alimentos en cantidades y más cerca como dice el título. Es además una fuente de empleo. 

No se habla de rendimientos, banco de semillas e indicadores económicos por mencionar estos tres aspectos a destacar. Lo del rendimiento es lo relevante, y qué condiciones hay que crear sería lo más útil de estas experiencias. Decir que la meta son 10 m2 percápita debe suponer un volumen de producción, pero se plantea solo un cumplimiento  del 37 % del abono orgánico. ¿?

Sin embargo, no sé si esta es la solución definitiva del problema de la alimentación en Cuba. ¿Si nuestro país no importara alimentos que pasaría? ¿Tenemos capacidad para autoabastecernos de alimentos?

En Cuba he visto  un reportaje en la TV donde en Villa Clara, las "casas de cultivo protegidas", que requieren de más inversiones,  pero los rendimientos son altos, y alcanzan 120 ton/ha en hortalizas, pero  según la ONEI en el 2019  a nivel de país fue de 11.50 ton / ha, es decir una diferencia de rendimiento de 109 TON/ha.   link del video https://www.youtube.com/watch?v=Lsyjfn2aH10

En el artículo de Granma se plantea la perdida de 40 000 canteros por la tormenta tropical ETA. Bueno al parecer esa entonces no será la solución definitiva porque dependemos de la acción de la naturaleza, a pesar de que sabemos que hay todos los años "temporada ciclónica". ¿No deberíamos buscar y tener la fórmula para minimizar el impacto?, digo es lo racional.

Por otra parte, no sé si las casas de cultivo protegidas mencionadas soporten los ciclones promedios que pasan por Cuba. 

Los Países bajos, que tienen casi medio año de heladas, producen estos alimentos en invernaderos, y no solo se autoabastecen, son además el 2do lugar mundial en exportación, solo detrás de EEUU, pero si hablamos de área cosechada y sus rendimientos serian el primer lugar, y esto lo hacen solo con 93 km2 de invernaderos. Aquí se encuentra el link de los invernaderos holandeses https://www.youtube.com/watch?v=eW2kYT-VzFQ  les invito a que lo vean. 

Los países bajos tienen  41 543 km de superficie y 17.3 millones de habitantes; Cuba tiene  109 884 km2 y 11.1 millones de habitantes. 

Pensemos, con el costo de inversión de un hotel 5 estrellas, de esos que no hemos llenado nunca durante todo el año ni al 75 % de ocupación,  ¿cuántos km2 de invernaderos adaptados a las condiciones de Cuba pudiéramos realizar? ¿Cuánto nos ahorraríamos anualmente  (USD) en importación de alimentos?. Digo si de soberanía alimentaria buscamos seriamente  para siempre.

China pone coto a sus empresas tecnológicas

Xi Jinping lanza una campaña para limitar riesgos sistémicos y reafirmar su autoridad sobre el sector privado



Xi Jinping no acostumbra a dar instrucciones en vano. En septiembre del año pasado el líder chino incidió en la importancia de realizar “esfuerzos para unir al sector privado alrededor del Partido”, con el objetivo de “fomentar su sano desarrollo”. Estas palabras dieron comienzo a una campaña antimonopolio en el sector digital destinada a limitar tanto los riesgos estructurales como el poder de sus actores. La gran castigada ha resultado Alibaba, la primera tecnológica del país y novena empresa del mundo por capitalización bursátil.

El primer golpe llegó a mediados de noviembre, cuando las autoridades paralizaron la salida a Bolsa de Ant Group, destinada a ser la mayor de la historia, con apenas 48 horas de antelación. La firma de servicios financieros ya estaba preparada para embolsarse 34.500 millones de dólares (29.500 millones de euros) por medio de un debut simultáneo en los parqués de Hong Kong y Shanghái, montante que empequeñecería la cima marcada por los 29.000 millones de dólares de Saudi Aramco en diciembre de 2019.

Ant es una de las organizaciones más innovadoras del mundo, hasta el punto de carecer de equivalente fuera de China. Su servicio primigenio es Alipay, una plataforma de pagos electrónicos de enorme implantación social. Esta representa la puerta de entrada a un colosal ecosistema alimentado por la ingente cantidad de datos generados por cada transacción. Ant puede así ofrecer préstamos, inversiones o seguros personalizados. La firma se enorgullece de emplear un esquema bautizado como 310: a la hora de contratar cualquier producto financiero bastan 3 minutos para rellenar un formulario, el cual es aprobado en 1 segundo por la intervención de 0 seres humanos. Alibaba todavía posee un tercio de la empresa que un día fue su filial.

La matemática de su salida a Bolsa habría colocado a Ant en posición de rebasar a los primeros bancos estatales. Con la ambición y la capacidad, además, de controlar un porcentaje significativo del crédito nacional; gracias a la ubicuidad de su aplicación telefónica en los 1.560 millones de móviles del país y la sencillez de sus servicios. El Gobierno entendía que esta posibilidad suponía un riesgo intolerable, y en el último momento interrumpió sus cuentas de la lechera modificando los requisitos legales.

Desde entonces los correctivos han sido constantes. El último tuvo lugar esta misma semana, cuando el Banco Popular de China proporcionó un nuevo tirón de orejas público en forma de comunicado. Tras una reunión con los directivos de Ant, el banco central aseguraba en su texto que esta debe “volver a sus orígenes” como empresa de pagos electrónicos y “rectificar errores” cometidos “en áreas comerciales clave”, exigiendo incluso “un cronograma de implementación”. Ant, con la cabeza gacha, ya ha tomado medidas para demostrar su obediencia, como limitar el crédito disponible para sus usuarios. Eric Jing, su director general, ha asegurado que “escucha con atención” las críticas de “reguladores y clientes”.

La casa madre tampoco ha salido indemne. La semana pasada la Administración Estatal para la Regulación del Mercado anunció la apertura de una investigación contra Alibaba, acusado de prácticas monopolísticas. Las autoridades provinciales de Zhejiang, donde está radicada el gigante tecnológico, ya han registrado su sede central, interrogado a empleados y requisado documentos. A consecuencia de su colisión con el Partido, Alibaba ha perdido casi un cuarto de su cotización bursátil desde finales de octubre, equivalente a la evaporación de 260.000 millones de dólares (213.000 millones de euros).

El hostigamiento gubernamental tiene también una dimensión ad hóminem. Lo sucedido evidencia la caída en desgracia de Jack Ma, fundador de Alibaba y uno de los rostros más conocidos del país. “Si el Gobierno necesita Alipay se lo daré”, llegó a afirmar, solícito, en 2013. Justo antes de la fallida salida a Bolsa de Ant –de la que es accionista mayoritario– se desmarcó con unas polémicas declaraciones en las que criticaba la legislación en materia financiera y su mentalidad de “tiendas de empeño”. Quien fuera el hombre más rico de China ha visto cómo en los últimos meses su patrimonio ha menguado de 51.000 millones de euros a 40.000, de acuerdo a datos de Bloomberg. El futuro no es halagüeño para el empresario y filántropo: las autoridades le habrían instruido a no abandonar el país, según distintos medios.

Más control sobre el sector privado

Pese a que el modelo chino sigue siendo nominalmente comunista, hace muchos años que las empresas privadas son el motor de su economía. Estas han pasado de sumar 443.000 en 1996 a 15,6 millones en 2018, hasta constituir un 84% del total. Una de los puntos en la agenda doméstica de Xi consiste en aumentar el control del Partido sobre ellas y alinearlas con las prioridades estatales. El primer paso fue la emisión a mediados de septiembre por parte del Comité Central de la Oficina General del Partido Comunista Chino de un documento titulado “Opinión sobre el fortalecimiento del trabajo del Frente Unido de la economía privada en la nueva era”.

Su propósito era “mejorar el enfoque de la sabiduría y la fortaleza de los empresarios en el objetivo y la misión del gran rejuvenecimiento de la nación china”. Para ello, aspiraba a crear “una columna de empresario fiables y disponibles en momentos clave”. El Gobierno encañonaba de este modo al sector digital. No solo por ser un ámbito estratégico, también por ser una de las industrias cuyos actores han acumulado una mayor preponderancia social gracias a una regulación laxa. Pero eso se acabó.

En noviembre, las autoridades competentes publicaron el borrador inicial de unas nuevas pautas antimonopolio en Internet. Dos semanas más tarde concluyó la Conferencia de Trabajo Económico Central, reunión anual de este organismo, encargado de fijar el rumbo en materia financiera y bancaria. El documento resultante contenía un epígrafe en el que la institución se comprometía a afianzar el control sobre las empresas de servicios financieros y comercio electrónico, con la intención de “fortalecer el antimonopolio y prevenir una expansión desordenada de capital”.

Esto se tradujo en dos rondas de multas. La primera a mediados de diciembre contra la propia Alibaba, China Literatura –de la que Tencent es accionista mayoritario– y Hive Box por “no informar sobre acuerdos pasados para la evaluación de las autoridades”. La segunda esta semana, por “tarifación irregular”. Las víctimas en esta ocasión fueron JD –segunda empresa de comercio electrónico del país–, Tmall –propiedad, de nuevo, de Alibaba– y Vishop.

Todas las sanciones se fijaron en 500.000 yuanes (62.700 euros), una cantidad modesta pese a superar el máximo que contempla la Ley Antimonopolio de 2008. Este paso, no obstante, supone la primera ocasión en que las instituciones actúan contra empresas de Internet, adelantando una tendencia creciente que viene a demostrar que en China nada está por encima del Partido. Y este, a su vez, resulta cada vez más indistinguible de la palabra de Xi Jinping.

Vivir y morir en Estados Unidos en 2021

Dec 28, 2020 ANNE CASE, ANGUS DEATON

PRINCETON – El capitalismo en Estados Unidos no beneficia a la mayoría de los estadounidenses. Las élites educadas tienen vidas más largas y prósperas, mientras que los estadounidenses con menos formación (dos tercios de la población) mueren más jóvenes y enfrentan dificultades físicas, económicas y sociales.

Esta creciente divisoria entre los graduados universitarios y el resto es tema central de nuestro reciente libro Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo. El aumento de mortalidad que describimos se concentra casi exclusivamente entre personas sin título universitario, un atributo cuya posesión también tiende a actuar como divisoria en materia de empleo, remuneración, salud, matrimonio y estatus social (elementos fundamentales para una buena vida).

La pandemia de COVID‑19 va en el mismo sentido. Muchos profesionales educados siguieron trabajando desde sus hogares (lo que supone protección para sí mismos y para sus salarios) mientras que muchos trabajadores de servicios y venta minorista perdieron el empleo o se exponen a un riesgo ocupacional aumentado. Cuando se conozcan las estadísticas finales, es casi seguro que las muertes y pérdidas de ingresos se dividirán en general siguiendo la misma línea de fractura educativa.

La pandemia también está cambiando el panorama empresarial, ya que favorece a las grandes empresas en detrimento de las pequeñas y a las digitales en detrimento de las tradicionales. Muchas de las grandes empresas (sobre todo las megatecnológicas) emplean pocos trabajadores en relación con su valor de mercado, y no ofrecen los empleos de calidad que antes estaban a disposición de trabajadores menos educados en las empresas de la vieja economía.

Estos cambios en la naturaleza del empleo se vienen gestando hace años, pero la pandemia los acelera. La participación de los trabajadores en la renta nacional viene cayendo hace mucho tiempo (una tendencia que continuará) y esto se refleja en el récord actual de las cotizaciones bursátiles. Que el mercado experimente un período alcista durante una pandemia muestra una vez más que el desempeño bursátil es un indicador, no de la renta nacional, sino de las ganancias futuras esperadas: las cotizaciones suben cuando la parte del pastel para los trabajadores se achica.

Según la rapidez y amplitud de la administración de las vacunas recién aprobadas contra la COVID‑19, puede que algunas de estas tendencias se reviertan, pero sólo en forma momentánea. ¿Cómo serán las cifras de mortalidad de Estados Unidos en 2021? El país ya registró más de 340 000 muertes por COVID‑19 en 2020, y el total de muertes en exceso (incluidos los decesos por COVID‑19 que no se clasificaron como tales y otras muertes causadas indirectamente por la pandemia) es alrededor de una cuarta parte mayor.

Además, aun si se logra vacunar a una buena parte de la población de aquí a mediados de 2021, puede que antes de que termine la pandemia haya en Estados Unidos varios cientos de miles de muertes más atribuibles a ella, sin hablar de los decesos adicionales que hubieran podido evitarse si la pandemia no hubiera demorado la detección o el tratamiento de otras enfermedades.

En cualquier caso, podemos al menos esperar un futuro en el que la COVID‑19 haya dejado de ser una causa importante de muerte en Estados Unidos. Pero no puede decirse lo mismo de las muertes por desesperación (suicidio, sobredosis accidental de drogas y enfermedad hepática alcohólica), de las que en 2019 hubo 164 000, contra lo que era el nivel «normal» en Estados Unidos: unas 60 000 muertes al año (según datos de los ochenta y principios de los noventa).

Si bien las sobredosis de drogas aumentaron en 2019, y estaban en aumento en 2020 antes de la pandemia, no se han cumplido (ni creemos que se cumplan) en ningún país las predicciones que hablaban de suicidios en masa durante las cuarentenas.

En nuestro trabajo anterior, mostramos la relación entre los suicidios y otras muertes por desesperación y la lenta destrucción de la vida de la clase trabajadora desde 1970. Ahora es totalmente factible que la transformación estructural de la economía después de la pandemia produzca un nuevo aumento de la mortalidad en Estados Unidos. Por ejemplo, las ciudades experimentarán cambios radicales; muchas empresas abandonarán edificios de gran altura en los centros urbanos y se mudarán a otros más bajos en la periferia. Si el resultado es menos desplazamiento de trabajadores, habrá menos empleos de servicios en el mantenimiento de edificios y en las áreas de transporte, seguridad, alimentos, estacionamiento, venta minorista y entretenimiento. Algunos de estos empleos se irán a otra parte, pero otros desaparecerán. Y aunque también se crearán empleos totalmente nuevos, es evidente que la vida de las personas sufrirá grandes trastornos.

Los casos actuales de sobredosis son mayoritariamente derivados de drogas ilegales (fentanilo y heroína) más que de opioides recetados, como hace algunos años, y en algún momento esta epidemia en particular se podrá controlar. Pero después de períodos de gran agitación social y destrucción tienden a producirse epidemias de drogadicción, de modo que debemos estar preparados para que esto se repita en el futuro.

La economía estadounidense experimenta hace mucho tiempo alteraciones a gran escala, que se deben a cambios en las técnicas de producción (sobre todo la automatización) y a la globalización (aunque en menor medida). Las inevitables perturbaciones referidas al empleo, sobre todo para los trabajadores menos educados que son los más vulnerables a ellas, se han visto enormemente agravadas en Estados Unidos por la deficiencia de las redes de seguridad social y por el costo absurdo del sistema de salud. Este se financia sobre todo mediante seguros que proveen los empleadores y tienen poca relación con los ingresos, de modo que resulta desfavorable a los trabajadores menos cualificados, que quedan excluidos del empleo de calidad.

La parálisis legislativa crónica en Washington no alienta a ser optimistas respecto de una mejora de la situación. Pero es precisamente ahora cuando más urgente resulta salir del atasco político.

Traducción: Esteban Flamini

Anne Case is Professor Emeritus of Economics and Public Affairs at Princeton University. She is the co-author of Deaths of Despair and the Future of Capitalism (Princeton University Press, 2020).

Angus Deaton, the 2015 Nobel laureate in economics, is Professor Emeritus of Economics and International Affairs at the Princeton School of Public and International Affairs and Presidential Professor of Economics at the University of Southern California. He is the co-author of Deaths of Despair and the Future of Capitalism (Princeton University Press, 2020).

2020 ha sido el año de la muerte del ‘reaganismo’

La doctrina que rechaza ayudar a los más necesitados debería haber muerto en su choque con la realidad



El expresidente de EE UU, Ronald Reagan, en una imagen de 1988.JEROME DELAY/AFP/GETTY IMAGES

El Gobierno prometió ayudar, y lo hizo. Quizá fue obra de los elementos visuales. Resulta difícil saber qué aspectos de la realidad penetran en la burbuja cada vez más reducida de Donald Trump —y me alegra decir que, a partir de enero de 2021, no tendremos que preocuparnos por lo que pasa en su nada bonita mente—, pero es posible que el presidente adquiriese conciencia de la imagen que ofrecía jugando al golf mientras millones de familias desesperadas perdían sus prestaciones de desempleo.

Sea cual fuere la causa, el domingo Trump firmó por fin una ley de alivio económico que prolongará las ayudas unos cuantos meses. Los trabajadores en paro no fueron los únicos en suspirar aliviados. El mercado de futuros —que no es una medida del éxito económico, pero aun así— subió. Goldman Sachs modificó al alza sus previsiones de crecimiento económico para 2021. De modo que este año se cierra con una segunda demostración de la lección que deberíamos haber aprendido en primavera: en época de crisis, la ayuda del Gobierno a la gente en apuros es buena, no solo para quienes la reciben, sino para el país en su conjunto. O por decirlo de manera un poco diferente, 2020 ha sido el año de la muerte del reaganismo.

Lo que yo entiendo por reaganismo va más allá de la economía vudú, o la afirmación según la cual las reducciones de impuestos tienen poderes mágicos y pueden resolver todos los problemas. Nadie cree en ello aparte de un puñado de charlatanes y chiflados, además de todo el Partido Republicano. No, a lo que yo me refiero es a algo de mayor alcance, a saber, la creencia de que ayudar a los necesitados siempre resulta contraproducente, y de que la única manera de mejorar la vida de la gente corriente es hacer más ricos a los ricos y esperar que los beneficios goteen hacia abajo. Esta creencia quedó condensada en la famosa sentencia de Ronald Reagan según la cual las palabras más aterradoras en inglés son “soy del Gobierno y estoy aquí para ayudar”.

Pues bien, en 2020 el Gobierno estuvo ahí para ayudar, y eso fue lo que hizo. Es verdad que ha habido quien ha defendido la política del goteo, incluso frente a la pandemia. Trump presionó para que se rebajase el impuesto sobre la nómina, lo cual no tiene utilidad para ayudar directamente a los desempleados, aunque intente (sin éxito) reducir la recaudación fiscal vía acción ejecutiva. Ah, y las nuevas medidas de recuperación incluyen una rebaja de impuestos multimillonaria a las comidas de negocios, como si los almuerzos regados con Martini fuesen la respuesta a la depresión económica creada por la pandemia.

La animadversión reaganiana a ayudar a las personas necesitadas también ha persistido. Ha habido políticos y economistas que han seguido insistiendo, contra toda evidencia, en que la ayuda a los parados genera desempleo. Pero, en general —y, en cierto modo, sorprendentemente—, la política económica estadounidense respondió bastante bien a las necesidades reales de un país obligado a confinarse. La ayuda a los desempleados y la condonación de las deudas de las empresas si el préstamo se utilizaba para seguir pagando las nóminas, limitaron el sufrimiento. Los cheques directos no han sido la mejor medida de todos los tiempos, pero sirvieron para animar a las personas.

Toda esta intervención del Gobierno a gran escala funcionó. A pesar de un confinamiento que eliminó temporalmente 22 millones de empleos, el hecho es que la pobreza se redujo mientras duró la ayuda.

Y no ha tenido un lado negativo visible. No ha habido indicios de que ayudar a los desempleados disuadiese a los trabajadores de aceptar un empleo. El crecimiento del empleo desde abril hasta julio, cuando nueve millones de estadounidenses volvieron a trabajar, sucedió mientras el aumento de las ayudas seguía en vigor. El enorme endeudamiento público tampoco tuvo las consecuencias nefastas que los cascarrabias del déficit siempre predicen. Los tipos de interés siguieron bajos, mientras que la inflación permanecía estática.

Así que el Gobierno estuvo ahí para ayudar y, efectivamente, lo hizo. El único problema es que suprimió la ayuda demasiado pronto. Las medidas extraordinarias deberían haber continuado mientras el coronavirus siguiese descontrolado, como reconoce de manera implícita la disposición de ambos partidos a aplicar un segundo paquete de rescate, y el hecho de que Trump consintiese a regañadientes en firmar la ley.

En efecto, parte de las ayudas otorgadas en 2020 deberían prolongarse incluso después de que se haya generalizado la vacunación. Lo que deberíamos haber aprendido la primavera pasada es que los programas gubernamentales financiados adecuadamente pueden reducir la pobreza en gran medida. ¿Por qué olvidar esta lección en cuanto pase la pandemia? Ahora bien, cuando digo que el reaganismo ha muerto en 2020 no quiero decir que los sospechosos de rigor vayan a dejar de sostener sus argumentos de siempre. La economía vudú está demasiado arraigada en el actual Partido Republicano —y resulta demasiado útil a los donantes multimillonarios que quieren que se les rebajen los impuestos— para ser desterrada por unos hechos inoportunos.

La oposición a las ayudas a los desempleados y a los pobres nunca se ha basado en pruebas. Siempre ha tenido su origen en una mezcla de elitismo y hostilidad racial. Por eso seguiremos oyendo hablar del poder milagroso de las rebajas de impuestos y los males del Estado del bienestar. Pero, si bien el reaganismo seguirá existiendo, ahora, más que nunca, será un reaganismo zombi, una doctrina que debería haber muerto en su choque con la realidad, aunque vaya arrastrando los pies y comiendo el cerebro a los políticos. La lección de 2020 es que, en una crisis, e incluso en épocas de más calma, el Gobierno puede hacer mucho para mejorar la vida de la gente. Lo que más deberíamos temer es un Gobierno que se niegue a hacer su trabajo.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2021. Traducción de News Clips