Fidel


"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

martes, 1 de diciembre de 2020

El departamento de Justicia de EE UU no halla ninguna prueba de fraude que cambie el resultado electoral

El fiscal general, William Barr, señalado a menudo por servir a los intereses de Trump, propina el último revés a la ofensiva judicial del republicano


El fiscal general de Estados Unidos, William Barr, durante un acto público en San Luis (Misuri), el pasado 15 de octubre.JEFF ROBERSON / AP



Donald Trump sufrió este martes su enésima y, probablemente, más grave derrota hasta ahora en la batalla judicial que ha puesto en marcha contra los resultados electorales tras agitar acusaciones infundadas de fraude. El fiscal general de Estados Unidos, William Barr, afirmó este martes que el Departamento de Justicia no ha hallado pruebas de ningún caso de irregularidad de suficiente entidad como para revertir la victoria del demócrata Joe Biden. Barr, criticado a menudo por servir a los intereses del presidente, corta el paso a la campaña de Trump, que sigue sin reconocer al presidente electo Biden, pese a que hasta ahora se ha estrellado en todos los tribunales.

“Hasta la fecha, no hemos visto fraude a una escala que hubiese podido afectar y dar lugar a un resultado diferente en la elección”, dijo Barr en declaraciones a la agencia Associated Press, dando algo parecido a un tiro de gracia a la ofensiva legal del mandatario. Al poco de declararse su derrota electoral, pese a distanciarse de las teorías conspirativas de Trump y su círculo, Barr le había dado un espaldarazo instruyendo a los fiscales federales de todo el país a investigar las acusaciones que fueran “claramente creíbles” y afectase al resultado. Esa intervención resultó atípica, ya que la supervisión del desarrollo de las elecciones es responsabilidad de los Estados.

Según ha explicado a AP, tales acusaciones no han encontrado base. “Se ha afirmado que podría haber fraude sistémico y que algunas máquinas estaban programadas para, básicamente, distorsionar los resultados electorales. El Departamento de Seguridad Interior y el Departamento de Justicia lo han mirado y, hasta la fecha, no han visto nada que sustancie eso”, explicó el fiscal.

Trump agitó el fantasma del fraude durante toda la campaña, alegando que el aluvión de voto por correo y anticipado, que las autoridades de muchos Estados estaban facilitando por la pandemia, eran campo abonado para las irregularidades. Cuando Biden fue declarado vencedor, un equipo legal liderado por Rudy Giuliani, asesor personal de Trump y exalcalde de Nueva York, lanzó pleitos en todos los Estados clave en la derrota. Las teorías conspirativas alcanzaron grados insólitos. Giuliani y el abogado Sidney Powell llegaron a decir que había servidores alemanes con información de votantes estadounidenses y un software creado en Venezuela “bajo la dirección de Hugo Chávez”, muerto en 2013.

“Hay una tendencia creciente a usar el sistema de justicia penal como si sirviese para solucionar todo y, cuando a la gente no le gusta algo, quieren que el Departamento de Justicia investigue”, abundó el fiscal general en sus declaraciones, desmarcándose por completo de Trump. “La mayor parte de denuncias de fraude se refieren a unos casos y personas concretas, no hay acusaciones generalizadas, y esas se están viniendo abajo”, recalcó.

Poco después de hacerse públicas las declaraciones, el fiscal general acudió a la Casa Blanca a una reunión. Los abogados del presidente replicaron que el Departamento de Justicia no había investigado de veras.

Mientras toda la estratagema legal se desmorona como un castillo de naipes, los rumores sobre un futuro político con Trump en primera línea proliferan. Su entorno ha dejado caer que planea volver a la carga y presentarse candidato en 2024, aunque para entonces se encontrará con rivales del partido que le disputen el propio trumpismo. Hasta entonces, parece que han encontrado el relato idóneo de su nueva campaña, la del presidente despojado del cargo por un robo. Entre el 70 y el 80% de sus votantes -en función del sondeo- creen que, en efecto, Biden ganó de forma ilegítima.

El republicano ha captado unos 170 millones de dólares desde el 3 de noviembre, según varios medios estadounidenses, gracias a donaciones solicitadas para financiar la infructuosa batalla legal, pero que también están engrosando un fondo para sus actividades pospresidenciales.

Margaret Thatcher 30 años después


Por León Bendesky, La Jornada

Margaret Thatcher fue primera ministra del Reino Unido entre mayo de 1979 y noviembre de 1990. Ahora se cumplen, pues, tres décadas desde que la relevó en el puesto su compañero John Major, tras renunciar al perder el apoyo de su propio partido, el Conservador.

Eso marcó el fin de una era que transformó significativamente la política en ese país y su influencia se extendió al resto del mundo. Una etapa política en la que coincidió con el gobierno de Ronald Reagan en Estados Unidos (1981-1989) y con el muy largo, políticamente activo y relevante papado de Karol Wojtyła (1978-2005).

Así que se entrelazaron los hechos de la muerte de Albino Luciani (Juan Pablo I), 33 días después de haber sido electo Papa el 26 de agosto de 1978 y remplazado por Wojtyła, con la elección de Thatcher y poco después la de Reagan. Los tres fueron personajes muy distinguidos en la reconformación ideológica del capitalismo como sistema social y que incluyó el fin de la Unión Soviética en 1989. La relación que mantuvieron con Gorbachov fue crucial.

Los cambios sociales, políticos y económicos de ese periodo se asocian con el surgimiento del orden neoliberal, el Consenso de Washington se gestó en 1989 y sus prescripciones en materia de gestión social se extendieron ampliamente. En ese mismo paquete se concibió la noción contemporánea del Fin de la historia, una fase en que la democracia de mercado se instalaría como régimen predominante. La historia, sin embargo, se agita constantemente.

Hoy esa configuración social está en abierto cuestionamiento, luego de crisis económicas recurrentes y graves conflictos distributivos, regreso del nacionalismo y autoritarismo, y la crisis medioambiental. Estos rasgos marcan las contradicciones que se han expresado fehacientemente en lo que va del siglo XXI.

Una etapa que sobrevive como una especie de viuda embarazada, según la expresión creada por Alexander Herzen en sus ensayos titulados: Desde la otra orilla. Ahí propuso que La muerte de formas sociales contemporáneas deberían regocijar más que perturbar el alma. Pero lo que atemoriza es que el mundo que parte deja tras de sí no un heredero, sino una viuda embarazada. Entre la muerte del primero y el nacimiento del segundo, mucha agua correrá, una noche larga de caos y desolación. Esto, cita textual, sólo pretende ser una referencia literaria, con lo que eso significa, por supuesto.

Thatcher se encontró con un país en condiciones frágiles en materia económica, especialmente alta inflación, baja productividad, conflictos laborales y pérdida de competitividad en la industria y las finanzas. Los conservadores tomaron el poder de un laborismo maltrecho y Thatcher empezó lo que veía como un proceso impostergable de recomposición del Estado, la sociedad y la economía.

La base de su concepción política era que el Estado debía ser pequeño, sin activismo en la planeación y la regulación; el espacio debía ser llenado por los mercados, mientras más libres, mejor. El gobierno debía limitarse a funciones esenciales como la defensa y el valor del dinero. Lo demás correspondía a los individuos, quienes debían responsabilizarse de sus propias vidas.

Como apelaría Reagan un par de años después, para ambos el Estado era el problema y no la solución. Esto llevaría a un creciente conflicto con los sindicatos, como fue el muy sonado caso de los mineros del carbón que años antes habían ya ido a una huelga nacional muy costosa para todas las partes. Los trabajadores, en general, debían ser disciplinados por las exigencias del mercado y la necesidad de elevar la productividad.

El entorno intelectual en materia económica y política estaba dado para que el gobierno conservador empujara su proyecto. Desde la década de 1930 el keynesianismo había sido cuestionado como eje de la política económica. En 1944, fue enfrentado por Friedrich Hayek en su muy influyente libro El camino de la servidumbre, que argumenta en contra de la planeación central, a la que veía como una manera de limitar las libertades individuales.

En la década de 1960 esa línea de pensamiento político y de teoría económica se desarrolló esencialmente bajo el liderazgo de Milton Friedman y la formulación del monetarismo. Cuando, a mediados de los años 1970, las políticas keynesianas de gestión de la demanda mediante la política fiscal se enfrentaron a una creciente inflación y un elevado desempleo, perdieron el respaldo como una plataforma para impulsar el crecimiento y un entorno de estabilidad de precios.

Friedman ganó el premio Nobel en 1976 y para entonces había construido un modelo de gestión sustentado en el control de la oferta monetaria y la menor presión fiscal. Así, de modo efectivo se limitaba la injerencia estatal y, en efecto, desbrozaba el terreno para la expansión de los mercados desregulados.

La economía británica se adaptó mucho mejor a las condiciones económicas internacionales con las políticas de Thatcher, pero el costo social fue altísimo. Su influencia se dejó sentir de modo notorio en el partido Laborista cuando fue liderado por Tony Blair y estuvo en el gobierno entre 1997 y 2007; aún no se repone de ese embate. El conservadurismo de Thatcher sentó también la simiente que ha llevado al Brexit.

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