Introducción
En la presentación
de mi ensayo “Las utopías de la Revolución Cubana: un enfoque lógico-histórico”
ante los asistentes al Primer Simposio Internacional
La Revolución Cubana: Génesis y
Desarrollo Histórico, efectuado en el Palacio de las Convenciones de La
Habana, Cuba, entre el 13 y 15 de octubre de 2015 (Suárez, 2015), dejé indicado
mi criterio de que las sistemáticas crítica-utópicas y teórico-prácticas
de los diversos errores cometidos por el liderazgo político-estatal de nuestro
país habían sido condiciones imprescindibles para que la ahora
sexagenaria transición socialista cubana no corriera la nefasta suerte de los
que, en mayo de 1991, el entonces
miembro del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (CC
del PCC) y Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros (CCEMM), Carlos
Rafael Rodriguez, había denominado “falsos socialismos europeos” (Rodriguez, C.R.,
1991 [1992]).
El espacio destinado a este artículo
me impide referirme a todas las ocasiones en las que él, con la honestidad y
alto sentido ético que siempre lo caracterizó, asumió toda la responsabilidad
de las pifias colectivas previamente cometidas y, luego de analizar sus múltiples
causas objetivas y subjetivas, de explicárselas con lujo de detalles al pueblo
cubano y, contando con su imprescindible apoyo, emprendió y dirigió personalmente
las acciones prácticas orientadas a tratar de superarla en el menor tiempo que,
en cada caso, resultara posible.
Una rápida mirada a los múltiples
procesos críticos y autocríticos emprendidos bajo la dirección de Fidel
Así ocurrió durante la severa crítica
y autocritica pública que, a fines de marzo de 1962, él realizó sobre los
errores individuales o colectivos de sectarismo que se habían cometido en el
seno de la dirección nacional del que pudiéramos llamar “embrión” de la
“vanguardia política unitaria” del pueblo cubano: las Organizaciones
Revolucionarias Integrada (ORI), conformada por los representantes las máximas
direcciones del Movimiento 26 de Julio, del Directorio Revolucionario 13 de
Marzo y del ya auto disuelto Partido Socialista Popular. En esa ocasión, Fidel
inició su profundo análisis público de esos graves y peligrosos desaciertos,
indicando:
En primer lugar, deseo traer a colación aquí un pensamiento de [Vladimir Ilich] Lenin, quien
dijo que la actitud –es decir—, la seriedad de un partido revolucionario se mide,
fundamentalmente, por la actitud ante sus propios errores. Y así también
nuestra seriedad de revolucionarios y de gobernantes se medirá por nuestra
actitud ante nuestros propios errores. / Claro que los enemigos están atentos a
conocer cuáles son esos errores. Cuando esos errores se cometen y no se
autocritican el enemigo puedo aprovecharlos, pero de muy distinta forma, porque
de una forma no se superarían esos errores, y de otra forma si se superan esos
errores. Por eso nosotros, hemos decidido tomar una actitud honesta y seria ante
nuestros propios errores (Castro, F., 1962 [2009]:
214).
De manera que puede afirmarse que, al
menos desde entonces hasta el 2006, esos conceptos guiaron la conducta que
siempre asumió Fidel frente a todos los errores cometidos por el liderazgo
político-estatal de la Revolución Cubana. Así volvió a ponerse de manifiesto
inmediatamente después del fracaso a mediados de 1970 de la Zafra de los 10
millones de toneladas de azúcar. Nunca se debe olvidar que, en esa ocasión, él
asumió toda la responsabilidad por los diversos desaciertos que condujeron a
que no se cumpliera la meta que él había venido impulsando, así como de los
concomitantes problemas que ese empeño había provocado en el inadecuado funcionamiento
de la socio-economía y del sistema político del país.
A tal grado que, en esa ocasión, él
colocó a la decisión del pueblo la posibilidad de que continuara o no
ejerciendo sus altas responsabilidades políticas y estatales. El rechazo
popular a ese curso de acción, posibilitó que Fidel, en sus constantes
interacciones personales con diversos sectores populares, condujera el que en
el ensayo que mencioné en la introducción de este escrito indebidamente
califiqué como “el primer
proceso crítico-utópico de la transición socialista cubana”; en tanto como bien
han indicado otros autores, el primero de estos se desplegó entre 1963 y fines
de 1965 (Rodriguez, J. L. 1990). Es
decir, en los años previos a que, en su primera conferencia nacional, el hasta
entonces llamado Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (surgido de
la profunda crítica a los ya mencionados errores cometidos por la dirección
Nacional de las ORI) decidió comenzar a denominarse Partido Comunista de Cuba y
eligió su primer CC, encabezado por Fidel.
De modo que
ahora puedo afirmar que el segundo proceso crítico y autocrítico de la que la
Unión Nacional de Historiadores de Cuba ha venido denominando “Revolución
Cubana en el poder” se inició en 1971 y concluyó con la celebración a fines de
1975 del Primer Congreso de esa ya prestigiosa “vanguardia política” del pueblo
cubano. Y fue precisamente en el Informe Central que presentó ante los
delegados e invitados nacionales e internaciones a ese trascendental evento
que, haciendo un balance de los “errores de idealismo” individuales o
colectivos que se habían cometido durante la década precedente, que Fidel
volvió a asumir toda la responsabilidad de estos últimos. Cerca de 46 años después, aún me estremece
releer lo que le escuche decir en esa ocasión:
Las revoluciones suelen tener sus periodos de utopía en que sus
protagonistas, consagrados a la noble tarea de convertir en realidad sus sueños
y llevar a la práctica sus ideales, creen que las metas históricas están mucho
más próximas que la voluntad, los deseos y que las intenciones de los hombres
por encima de los hechos objetivos lo pueden todo. No es que los
revolucionarios deban carecer de sueños ni tampoco de férrea voluntad. Sin un
poco de sueños y de utopías no habrá revolucionarios. A veces los hombres se
detienen, porque consideran insuperables obstáculos que son superables. Nuestra
propia historia demuestra que dificultades al parecer invencibles tenían
solución. Pero el revolucionario tiene también el deber de ser realistas,
adecuar su acción a las leyes históricas y sociales, y a beber en el manantial
inagotable de la ciencia política y de la experiencia universal los
conocimientos que son indispensables en la conducción de los procesos
revolucionarios. Hay que saber aprender de los hechos y de las realidades/. A
veces la actitud utópica va igualmente acompañada de cierto desdén hacia la
experiencia de otros procesos/ El germen del chovinismo y de espíritu pequeño
burgués que solemos padecer los que por vía puramente intelectual llegamos a
los caminos de la revolución, desarrolla a veces inconscientemente actitudes
que pudieran catalogarse de autosuficiencia y sobreestimación (Castro, F., 1975 [1976]: 70)
Y, luego de hacer un amplio listado de los desaciertos
que se habían identificado en la gestión económica, en la inadecuada definición
del sistema de la dirección de la economía que se había implementado en la
segunda mitad de la década de 1970, en los métodos que entonces se consideraban
correctos para construir el comunismo y, previamente el socialismo, en la
confusión que había preponderado entre las funciones del Partido y del Estado,
en el debilitamiento del papel de las organizaciones de masas, en las fallas en
el funcionamiento de los diferentes órganos encargados de la dirección del
Partido, así como de la inexistencia de “un trabajo rigurosamente sistemático
para la Dirección del Partido y del Estado”, agregó:
No seríamos honrados revolucionarios, si al hacer el recuento de la
Revolución dejáramos de señalar con crudeza ante el Primer Congreso del Partido
que no siempre fuimos capaces de descubrir a tiempo los problemas, evitar los
errores, superar las omisiones y actuar en absoluta consonancia con los métodos
de trabajo que deben presidir la dirección y el funcionamiento del Partido.
Como la obra revolucionaria de nuestro pueblo ha de ser duradera y el Partido
en su garantía más absoluta, es necesario que las presentes y futuras
generaciones de comunistas conozcan que esas deficiencias existieron y que esos
errores fueron cometidos en el proceso. En el quehacer histórico, independiente
de las leyes objetivas, los hombres jugamos un papel y nadie nos puede exonerar
de los errores en que podamos incurrir. Solo la verdad nos puede poner la toga
viril, como dijo un ilustre maestro (Castro, F., 1975 [1976]: 74).
Cualesquiera que sean los criterios que en la
actualidad merezcan esas afirmaciones, lo cierto fue que la manera cristalina,
honesta y detallada en que Fidel, en representación de la máxima dirección del
PCC, crítico y asumió su responsabilidad en esos errores, impidió que la que
maquinaria de la política exterior, de defensa y seguridad imperial de los
Estados Unidos y sus aliados externos e internos pudieran aprovecharse de los
mismos. Por consiguiente, tal y como él había adelantado 13 años antes, sus
autocríticas fortalecieron al “aparato político de la Revolución” y posibilitaron
que –gracias a sus fortalezas internas y a su acertada proyección externa—
pudiera seguir proyectando el futuro de la transición socialista cubana.
Lo antes dicho se expresó en el apoyo que le
ofrecieron diferentes sectores del sujeto popular cubano a todos los acuerdos y
resoluciones del Primer Congreso del PCC. Entre ellas, la que definió el
cronograma de la aplicación de la nueva división política-administrativa del
país, la creación de las condiciones indispensables para la gradual
implantación del Sistema de Dirección de la Economía, la elección y la constitución
de todos los Órganos del Popular y, previamente, la celebración el 15 de
febrero de 1976 del referéndum dirigido a la aprobación de la que ahora podemos
llamar “primera constitución socialista de la República de Cuba”, al igual que
de la Ley de Tránsito Constitucional.
Como una nítida expresión del apoyo popular al papel dirigente del PCC,
ese día, el 97,6% de los ciudadanos de 16 años o más (que no tuvieran
impedimentos legales) aprobaron esa Carta Magna y, por tanto, reconocieron la legitimidad
democrática del sistema político del país.
Gracias a ese inmenso respaldo popular, a la
inter solidaridad de Cuba con la entonces llamada “comunidad socialista”,
encabezada por la Unión Soviética, al alto prestigio que había adquirido
nuestro país entre los gobiernos integrantes en el Movimiento de Países No
Alineados y a los resquebrajamientos que desde 1970 se fueron produciendo en el
aislamiento que se había producido en las interrelaciones oficiales con la
mayor parte de los gobiernos de América Latina y el Caribe, así como a la
consecuente política internacionalista de la Revolución Cubana, el quinquenio
1976-1980 suele considerarse como uno de los más fructíferos para el desarrollo
económico-social del país y para la institucionalización de una democracia popular,
integral, participativa y socialmente representativa radicalmente diferente a
las democracias liberales burguesas ahora instaladas en la mayor parte de los
países del mundo.
Así lo consigno Fidel en el Informe Central
que presentó ante el Segundo Congreso del PCC en el que indicó que “la fuerza
de un país pequeño como Cuba no es militar, ni económica; es moral” (Castro, F., 1980 [1990]:
249). Y, antes de referir los que calificó como “extraordinarios avances
en la organización de nuestra economía, en la lucha por crear las condiciones
para una mayor eficiencia de nuestros recursos productivo, y también logros
significativos en nuestro desarrollo económico y en los propósitos de
satisfacer cada vez más las necesidades de nuestro pueblo” que se habían obtenido
en los cinco años previos Fidel reiteró:
No todo lo que hicimos fue sabio, no todas las decisiones fueron
acertadas, en ningún proceso revolucionario lo han sido nunca, pero aquí
estamos, a casi 22 años del Primero de Enero de 1959. No hemos retrocedido, no
hemos hecho ninguna concesión al imperialismo; no hemos renunciado a una sola
de nuestras ideas ni de nuestros principios revolucionarios. Esa actitud
política, limpia, firme, indoblegable, heroica, intachable caracteriza a nuestra
Revolución. El temor y la vacilación no cundió nunca en las filas de nuestro
pueblo; ni hemos titubeado jamás en reconocer nuestros propios errores o
equivocaciones, para lo cual hace falta, muchas veces, más valor que para
entregar la vida misma. / El caudal de experiencia y de ideas revolucionarias
que hemos heredado de la historia de nuestro pueblo y de toda la humanidad es
nuestro tesoro más preciado. Ese caudal debe ser enriquecido con la práctica y
el ejemplo. Es deber sagrado de todo revolucionario. Ello exige la crítica y la
autocrítica más rigurosa y la honestidad más consecuente (Castro,
F., 1980 [1990]: 250).
Esas últimas prácticas siguieron
caracterizando sus comportamientos en los años posteriores; pero en mi opinión
fueron más necesarias que nunca en el quinquenio 1981-1985. Desconociendo las
advertencias que él había realizado durante el Primer Congreso del PCC, en esos
años comenzaron a hacerse cada vez más evidentes los múltiples efectos
negativos de los que diversos estudiosos de la historia de la Revolución Cubana
el poder, hemos denominado “el calco y la copia del modelo soviético”.
Con esa reconocida capacidad de Fidel de
vislumbrar el futuro (Hidalgo, 2021: 15 y 16), en el Informe Central que le
presentó al Tercer Congreso del PCC, luego de mencionar todas las cifras
indicativas del fecundo “trabajo creador de nuestro pueblo y en los avances de
la Revolución”, dedicó cerca de 15 páginas a detallar las que denominó
“deficiencias y fallas” que se habían identificado en los años previos (Castro,
F. 1985 [1990]: 439-454). Y, como colofón de las mismas, señaló:
Las estructuras de los organismos del Estado continuarán siendo
perfeccionadas. Los funcionarios deficientes continuarán siendo sustituidos. /
Se ha ganado conciencia de dificultades, trabas y deficiencias que pueden y
deben ser resueltas; en especial la necesidad de un trabajo ágil, enérgico y
tenaz. No habrá la menor tolerancia con la indolencia, la negligencia, la
incapacidad y la irresponsabilidad. La etapa del aprendizaje debe quedar
definitivamente atrás; es hora de aplicar ya a plenitud el enorme cumulo de
experiencia y conocimientos adquiridos en los años de la Revolución. ¡Ello
supone la consagración y entrega total!
Una mirada retrospectiva de esas afirmaciones,
permite afirmar que, cuando en los primeros días de febrero de 1986 leyó esas
páginas ante los delegados e invitados extranjeros participantes en el antes
mencionado Congreso, Fidel ya había captado la profundidad de las deformaciones
que se estaban produciendo a causa de la errónea implementación del Sistema de
Planificación y de Dirección de la Economía que había aprobado el Primer
Congreso del PCC y se había ratificado en su Segundo Congreso.
Así lo expresó en el discurso de clausura de
la Asamblea Nacional de la Organización de Pioneros “José Martí” pronunciado el
8 de abril de 1986. En este comenzó a denunciar públicamente los que en los
meses inmediatamente posteriores comenzó a denominar “errores y tendencias
negativas” que se estaban presentando en la socio-económica, así como sus
nefatas implicaciones políticas, éticas e ideológicas en no pocos dirigentes
estatales y empresariales, al igual que en diversos sectores del sujeto popular
cubano, incluidos sectores de la clase obrera y del campesinado cubano.
En el espacio destinado a este artículo es
imposible referir todos los elementos empíricos que él fue utilizando en los 29
discursos que pronunció ante diferentes instancias del PCC y la UJC, así como
en los más importantes eventos de las diversas organizaciones sociales, de
masas y profesionales entre 19 abril de 1986 y el primero de enero de 1989. Tampoco puedo relatar todas las soluciones
prácticas que él fue impulsando y organizando (sin extremismos de ningún tipo;
pero con prisa y sin pausa), así como evaluando sus correspondientes
resultados.[2]
Sin embargo, al igual que otros autores considero
que sus oportunas criticas-utópicas y teórico-prácticas a los errores que se
habían cometido en el quinquenio precedente, así como los que se cometieron
durante el proceso de rectificación antes referido contribuyeron de manera
significativa a movilizar todas las energías creadoras de la absoluta mayoría
del pueblo cubano para enfrentar las superpuestas crisis económica, social e
ideológico-cultural que, a partir de fines de 1989, afectaron al país como
consecuencia del derrumbe de los llamados “socialismos reales europeos” y de la
implosión a fines de 1991 de la Unión Soviética.
A ello también contribuyó el Llamamiento al IV
Congreso del PCC realizado por la máxima dirección política-estatal del país,
en el que se anunciaba la celebración de ese evento en el primer semestre del
año próximo y se le pedía a sus militantes y a todo el pueblo que expresaran
sin cortapisas de ningún tipo sus opiniones críticas y sus sugerencias para
“continuar el perfeccionamiento de la sociedad cubana y de sus instituciones
democráticas” y, profundizar “el proceso de rectificación”, al igual que “enfrentar
la compleja situación del país” y “realizar el balance de lo realizado desde el
certero y previsor análisis crítico formulado en el III Congreso y, muy
especialmente, a partir del discurso del
compañero Fidel, el 19 de abril de 1986” (Castro, R. 1990: 5).
A pesar del desconcierto que en los meses
anteriores a ese Llamamiento había provocado en diferentes sectores de la población
cubana el derrumbe de algunos países socialistas de Europa del Este, al igual
que la agudización de las multifacéticas contradicciones que, desde los años
anteriores, se venían presentando en la Unión Soviética, a esa convocatoria
acudieron “tres millones y medio de ciudadanos” que libremente emitieron
“alrededor de un millón de
planteamientos y recomendaciones” (Sánchez, 2018: 235), Estas, al igual que en
ocasiones anteriores, nutrieron los documentos que fueron aprobados entre el 10
y el 14 de octubre de 1991 en el Congreso del PCC antes mencionado.
En consecuencia, a pesar de todas las
carencias y los graves problemas económico-sociales que se presentaron durante los
primeros años del “Periodo Especial en tiempos de Paz”, la absoluta mayoría de
la población políticamente activa del país convirtió en realidad el llamamiento
que Fidel les había realizado en la clausura de ese evento de la “vanguardia
política” de la Revolución Cubana, a defender, a toda costa, “la Patria, la
Revolución y las principales conquistas del socialismo” (Castro,
F., 1991 [1992]).
De ahí que, en el V Congreso del PCC, efectuado
entre el 8 y el 10 de octubre de 1997, preponderó el criterio de que las
diversas medidas heterodoxas que se habían adoptado a partir de 1992 para
capear y comenzar a superar la profunda crisis económico-social que venía
atravesando el país desde 1990 habían comenzado a producir los efectos deseados
(Suárez, 2000; Rodriguez, J.L 2018).
Sin embargo, en el discurso que pronunció el
11 de diciembre de 1998 en la clausura del VII Congreso de la Unión de Jóvenes
Comunistas, Fidel, sobre la base de su análisis crítico los problemas objetivos
y subjetivos que estaban afectando a los sectores más vulnerables de la
sociedad, planteó la necesidad de
emprender la que llamó “Batalla de Ideas”; encaminada, a partir del año 1999, a
impulsar el “refuerzo educativo, cultural y político-ideológico de la población
y en particular de las juventudes, con el objetivo de
lograr la llamada ‘cultura general integral’ y de garantizar su plena inserción
social al estudio y al trabajo después
de las limitaciones” que habían tenido durante el decenio anterior. (Dominguez, 2019: 189).
En
función del cumplimiento de esos y otros propósitos se emprendieron los
llamados Nuevos Programas Sociales que potenciaron “el ámbito educacional como
vía para la inclusión social” y de reactivar la participación juvenil, no solo
a través de la presencia en organizaciones
políticas, sociales, estudiantiles, profesionales y culturales, la cual
se mantenía a niveles altos, sino para fortalecer los sentidos y significados
de la participación sociopolítica en las subjetividades juveniles individuales
y colectivas (Dominguez, 2019: 190).
Fue en
ese contexto que, en la alocución que pronunció el 17 de noviembre de 2005, en
ocasión del 60 aniversario de su ingreso a la Universidad de La Habana, Fidel
señaló en forma crítica y autocrítica que, “entre los muchos errores que hemos
cometido todos, el más importante […] era creer que […] alguien sabía cómo se
construye el socialismo”. Y, luego de analizar las manifestaciones de
indisciplina social, latrocinio y corrupción que se estaban evidenciando en
diversas estructuras gubernamentales, empresariales y en algunos colectivos de
trabajadores estatales, agregó: “Este país puede autodestruirse por sí mismo;
esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos
[nuestros enemigos]; nosotros sí […] podemos destruirla, y sería culpa nuestra”
(Castro, F. 2005).
A
modo de conclusión
De
todo lo antes dicho y de otros muchos elementos que no he podido incluir en las
páginas de este artículo, derivo la necesidad de estudiar profundamente esa dimensión
crítica y autocrítica del legado de Fidel. Entre otras razones porque aún en
nuestro país no se ha escrito ninguna historia crítica, ni oficial, ni académica,
sobre la Revolución Cubana en el poder (Suárez, 2018: 5). Y pienso que, con ese
u otros propósitos, siempre será imprescindible revisitar los escritos, discursos,
alocuciones y entrevistas en las que él explico con lujo de detalles y
contextualizó las debilidades endógenas y las falencias de la difícil y
suigéneris transición socialista que desde hace poco más de 60 años se sigue
desarrollando en nuestro país.
Tal
vez, el estudio y el análisis dialectico, anti dogmático e integral de su
pensamiento y las maneras lógico-históricas y teórico-prácticas en que él lo
elaboraba (muchas veces, en sus interacciones directas con diversos sectores
del sujeto popular, incluidos los niños, los adolescentes y los jóvenes cubanos)
posibilitará que el actual liderazgo político-estatal en nuestro país no vuelva
a cometer algunos de los desaciertos que Fidel criticó en diferentes ocasiones de
su largo y fructífero desempeño como uno de los estadistas más prestigiosos y
reconocidos en todo el mundo.
También
el estudio de su legado pueden ayudar a que las actuales o futuras generaciones
de cubanos –en particular, las que solo tendrán sus vivencias personales,
familiares o grupales de su pasado presente— logren comprender que los
desaciertos individuales o colectivos que se han cometido desde 1959 hasta la
actualidad no son congénitos a la Revolución, ni a la transición socialista
cubana, sino que forman parte de las obras humanas y de las diversas pruebas de
ensayo-error que se han tenido y se tendrán que emprender para de manera
constante y sistemática tratar de ir convirtiendo en realidad las utopías de la
Revolución cubana.
En mi
criterio lo antes dicho resulta mucho más necesario en momentos, como los
actuales, en que –como bien ha indicado el Primer Secretario del CC del PCC y
Presidente de la República, Miguel Diaz-Canel— nuestra Patria y nuestro pueblo
están viviendo y sufriendo uno de los momentos más difíciles de la historia de
su Revolución y de sus diversas interacciones internacionales. Por ello, en
ocasiones como estas, es más necesario que nunca recordar lo que dijo Fidel en la
conversación que sostuvo en 1992 con el comandante del Frente Sandinista de
Liberación Nacional de Nicaragua Tomás Borges:
Martí decía […] que los sueños de hoy son realidades
de mañana, y nosotros, en nuestro país, hemos visto convertidos en realidades
muchos sueños de ayer, una gran parte de nuestras utopías las hemos visto
convertidas en realidad. Y si hemos visto utopías que se han hecho realidades,
tenemos derecho a seguir pensando en sueños que algún día serán realidades, tanto a nivel
nacional como a nivel mundial./ Si no
pensáramos así, tendríamos que dejar de luchar, la única conclusión consecuente
sería abandonar la lucha, y creo que un revolucionario no abandona jamás la
lucha, como no deja jamás de soñar (Castro, F., 1992: 302).
La Habana, 12 de agosto de 2021
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* http://www.fidelcastro.cu/es/articulos/la-sistematica-critica-y-autocritica-los-errores-de-la-revolucion-cubana-uno-de-los
[1] Luis
Suárez Salazar (Guantánamo, 14 de mayo de 1959) Licenciado en Ciencias
Políticas, Doctor en Ciencias Sociológicas y Doctor en Ciencias. Actualmente es
Profesor Titular e Integrante del Comité Académico de la Maestría del Instituto
Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García” e integrante de la
Sección de Literatura Histórico-Social de la Asociación de Escritores de la
Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
[2] Los lectores interesados en hacerlo pueden
consultar la compilación de esos textos publicada en 1989 por la Editora
Política del CC del PCC con el titulo Fidel Castro: Por el camino correcto.
La cuantificación de los discursos al respecto pronunciados entre el 19 de
abril de 1986 y el 1ro el trienio referido fue realizada