En una nota anterior (aquí) sostuve que en El imperialismo fase superior del capitalismo, Lenin no presenta datos para sustentar su afirmación de que en los países capitalistas adelantados existía una tendencia al estancamiento económico. En su lugar, sostiene dos argumentos a partir de los cuales deduce que debía imponerse esa tendencia. El primero de ellos se basa en el predominio del precio de monopolio, lo cual anularía el impulso al cambio tecnológico. El segundo sostiene que existía un límite a la acumulación del capital, a causa del bajo poder de consumo de las masas trabajadoras y campesinas. En esta nota examino el primer argumento, y la consecuencia más general del enfoque estancacionista.
Competencia y acumulación del capital en la teoría de Marx
La explicación de la tendencia al estancamiento por el monopolio es presentada por Lenin en el capítulo 8 de su famoso folleto. Recuerda que “la base económica más profunda del imperialismo es el monopolio”, el cual surgió del capitalismo y está “en contradicción” con la producción mercantil y la competencia. Y agrega: “… como todo monopolio, el monopolio capitalista engendra inevitablemente una tendencia al estancamiento y la decadencia. En la medida en que se fijan, aunque sea momentáneamente, precios monopolistas, desaparecen en cierta medida los factores que estimulan el avance técnico y, en consecuencia, cualquier otro avance, surgiendo así, además, la posibilidad económica de retardar deliberadamente el progreso técnico” (p. 61).
De manera que en este pasaje se da por sabido que los precios monopolistas hacen desaparecer los factores que impulsan al desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo. Una idea que expresa Marx cuando se refiere a la competencia: “La libre competencia impone las leyes inmanentes de la producción capitalista, frente al capitalista individual, como ley exterior coercitiva” (Marx, 1999, t. 1, p. 326; énfasis agregado). Es que la competencia está detrás del incremento de la explotación del trabajo, del cambio tecnológico, del aumento de la escala de producción y de la productividad: “La lucha de la competencia se libra mediante el abaratamiento de las mercancías. La baratura de éstas depende, ceteris paribus, de la productividad del trabajo, pero ésta, a la vez, de la escala de la producción” (Marx, 1999, t. 1, p. 778).
De ahí el impulso a acumular, y a producir plusvalía en escala ampliada. “Esto [el impulso a acumular y producir más y más plusvalía] es una ley para la producción capitalista, dada por las constantes revoluciones en los métodos mismos de producción, la desvalorización del capital existente… la lucha competitiva generalizada y la necesidad de mejorar la producción y expandir su escala, solo como medio de mantenerse y so pena de sucumbir. Por ello hay que expandir constantemente el mercado…” (t. 3, p. 314; énfasis agregado).
En cambio, en un escenario de dominio del monopolio, este controla y limita la producción, de manera que la presión de la competencia no se impone a las empresas; lo cual, a su vez, es clave para que exista el precio de monopolio. Por eso Marx plantea que si la concentración del capital terminara por anular la búsqueda de las plusvalías extraordinarias, desaparecería el impulso a la acumulación: “Y en cuanto la formación de capital cayese exclusivamente en manos de unos pocos grandes capitales definitivamente estructurados, para los cuales la masa de la ganancia compensara la tasa de la misma, el fuego que anima la producción se habría extinguido por completo. En ese caso, la producción se adormecería” (t. 3, p. 332; énfasis agregado).
Subrayo que una situación tal implicaría, necesariamente, un importante grado de control de los precios y de la producción por parte de esos “grandes capitales definitivamente estructurados”. Es lo opuesto a la idea –contenida en El Manifiesto Comunista, o en los capítulos de El Capital dedicados a la acumulación- de que el capitalismo tiene un impulso a aumentar la producción, y la acumulación, por encima de cualquier límite. Por eso, según este enfoque, la producción no se “adormece”, sino lleva a la sobreacumulación y al estallido de crisis por sobreproducción. En otros términos, la crisis se produce por el estallido de las contradicciones que alberga el desarrollo de las fuerzas productivas –en particular, la contradicción entre el objetivo de la acumulación, valorizar el capital; y el medio para lograrla, la producción creciente de valores de uso. Una situación en la cual las leyes de la acumulación se le imponen a los capitales de manera objetiva.
Ley del valor y estancamiento
Como se ha apuntado en el apartado anterior, en la teoría de Marx la competencia juega un rol central en el desarrollo de las fuerzas productivas y los mercados. Por eso, la tesis central de la que Lenin deriva la tendencia al estancamiento decía que a fines de siglo XIX la competencia estaba dando lugar, de manera creciente, a los monopolios. Estos últimos controlaban la producción y, en consecuencia, tenían poder para fijar los precios; por eso Lenin habla de precios de monopolio y de ganancias de monopolio.
Lo cual implica un fuerte factor subjetivo, que no está presente en un escenario de libre competencia. Hilferding –en quien se apoya Lenin- es claro al respecto: “La ley objetiva del precio solo se impone… a través de la competencia. Cuando las asociaciones monopolistas eliminan la competencia eliminan con ella el único medio con que pueden realizar una ley objetiva del precio. El precio deja de ser una magnitud determinada objetivamente; se convierte en un problema de cálculo para los que lo determinan voluntaria y conscientemente; en lugar de un resultado, se convierte en un supuesto; en vez de algo objetivo, pasa a ser algo subjetivo; en lugar de algo necesario e independiente de la voluntad y la conciencia de los participantes se convierte en una cosa arbitraria y casual. La realización de la teoría marxista de la concentración, la asociación monopolista, parece convertirse así en la eliminación de la teoría marxista del valor” (p. 257). En el mismo sentido, Lenin afirma que la acción de la ley del valor sufre una transformación: Cita aprobatoriamente a un profesor alemán, quien sostenía que se estrechaba el campo de acción de las leyes económicas “que funcionan automáticamente”, y se ensanchaba “el de la regulación consciente” de precios y producción. Por eso los mercados de capitales –las Bolsas de valores- estaban pasando a la historia.
En consecuencia, bajo dominio de los monopolios, los superbeneficios no tienen como fundamento (o como principal fundamento) las plusvalías extraordinarias posibilitadas por el cambio tecnológico, sino las transferencias de valor desde las ramas en las que predomina la libre competencia, o desde las colonias, a los trusts, carteles y combinaciones. De ahí el énfasis de Lenin en el carácter “parasitario” de la burguesía de los países adelantados, que viviría de la exportación de capitales y del “corte de cupón” (p. 76); y también su énfasis en la explotación “de países” (véase nota anterior). La no referencia a las plusvalías extraordinarias “a lo Marx”, y a las plusvalías relativas en los países adelantados, no es por lo tanto un “lapsus” de Lenin, sino el resultado natural de una concepción global.
La tesis de un giro cualitativo del capitalismo
Las transformaciones descritas significaban, a ojos de Lenin, un giro cualitativo, que autorizaba a hablar de una nueva etapa del capitalismo. Una idea que se repite una y otra vez en El imperialismo…:
La libre competencia pertenece al pasado (p. 7).
La competencia se transforma en monopolio (p. 13).
En la época de Marx, para la mayor parte de los economistas la competencia era una “ley natural”. Esto ya no es así (p. 14).
El gran auge de fines del siglo XIX y la crisis de 1900-1903 ya transcurre bajo la égida de los monopolios. Los carteles se convierten en el fundamento de la vida económica (p. 15).
Los cárteles pactan entre ellos las condiciones de venta, los plazos de pago, etc. Se reparten los mercados. Deciden la cantidad de productos a fabricar. Fijan los precios (p. 15).
La competencia se convierte en monopolio (p. 16).
La innovación “ya no tiene nada que ver con la antigua libre competencia de patronos dispersos, que no sabían nada los unos de los otros y que producían para un mercado desconocido” (p. 16).
La sustitución del viejo capitalismo, donde imperaba la libre competencia, por el nuevo, donde reina el monopolio, la expresa, entre otras cosas, la disminución de la importancia de la Bolsa (p. 24).
El campo de acción de las leyes económicas que funcionan automáticamente se estrecha… y el de la regulación consciente a través de los bancos se amplía extraordinariamente (afirmación de un profesor alemán, citada aprobatoriamente, p. 25).
El viejo capitalismo, el capitalismo de la libre competencia, con su regulador absolutamente indispensable, la Bolsa, está pasando a la historia. En su lugar ha surgido un nuevo capitalismo, con los rasgos evidentes de algo transitorio, que representa una mezcolanza de libre competencia y monopolio (p. 25).
La utilización por parte de los monopolios de sus relaciones para las transacciones reemplaza a la competencia (p. 40).
Desde una perspectiva económica, lo esencial de este proceso es la sustitución de la libre competencia capitalista por el monopolio capitalista (p. 54).
Los monopolios surgen de la competencia, pero no la eliminan, “existen por encima y al lado de ella, engendrando así contradicciones, fricciones y conflictos agudos e intensos (p. 54).
El monopolio capitalista no puede eliminar del todo y por un tiempo prolongado la competencia en el mercado mundial (…) Pero la tendencia al estancamiento y la decadencia, inherente al monopolio, sigue a su vez operando (p. 61; énfasis añadido).
El contexto: el debate sobre el derrumbe y crecimiento del capitalismo
La idea de que en el capitalismo de fines de siglo XIX, principios de siglo XX, predominaba la tendencia al estancamiento, o al adormecimiento de la economía, va acompañada de la afirmación de que, “en conjunto, el capitalismo crece con una rapidez incomparablemente mayor que antes” (p. 76). Como hemos señalado en la nota anterior, el producto por habitante en los países adelantados creció un 76% promedio entre 1870 y 1913. La frase de Lenin parece entonces reflejar este hecho. Pero si de conjunto el capitalismo crecía “con una rapidez incomparablemente mayor que antes”, ¿en qué se expresaba el “estancamiento” o “adormecimiento” del capitalismo? Lenin no lo aclara. Tampoco lo hicieron sus epígonos.
En cualquier caso, todo indica que el problema que subyace a estos planteamientos contradictorios era el mismo que ya había enfrentado la Segunda Internacional, a partir del fuerte crecimiento del capitalismo desde mediados de los años 1890. Es que el socialismo había caracterizado que la crisis económica que había comenzado en 1873, y se había extendido a lo largo de los 1880, significaba que el capitalismo había entrado en una era en la cual las crisis serían “cada vez más importantes y devastadoras”. Como diría luego Bernstein, la idea era la de una curva cuyos descensos se hacían cada vez más prolongados y cuyas elevaciones cada vez más cortas (véase Bernstein, p. 310). Por eso, cuando se produjo la fuerte recuperación de las economías en la última década del siglo XIX, Bernstein sostuvo que no se habían cumplido las hipótesis del marxismo, y que desde 1891 la curva de coyunturas era más bien ascendente, que descendente. Sostenía también que se debilitaban los factores que promovían las crisis, y que era necesario abandonar la idea “de una gigantesca catástrofe económica que colocaría a la sociedad moderna ante la ruina inmediata, ante el derrumbe total” (p. 312). En su visión, esa posibilidad disminuía “progresivamente”.
Aunque no lo podemos desarrollar ahora, digamos que la respuesta del ala “ortodoxa” a Bernstein –y a los que compartieron sus puntos de vista- estuvo principalmente a cargo de Kautsky, quien por entonces era considerado la máxima autoridad teórica del socialismo. Básicamente, Kautsky sostuvo que la razón última de las crisis capitalistas era el subconsumo de las masas, y que llegaría un punto del desarrollo capitalista en el cual la sobreproducción se volvería crónica, y la depresión sería continua (véase pp. 232-3). De manera que las crisis serían cada vez más prolongadas, y las recuperaciones cada vez más débiles y cortas. La idea de Lenin sobre la tendencia al estancamiento parece encajar en esta tradición de la “ortodoxia”.
La naturaleza del giro teórico
Lo planteado en los apartados anteriores permite entender la naturaleza del cambio de enfoque operado con la tesis del estancamiento por dominio del monopolio y el subconsumo. En este punto, recordemos que el marxismo, y también las corrientes críticas y heterodoxas, se oponen a la idea contenida en la ley de Say, de que la acumulación capitalista puede proseguir indefinidamente sin crisis, provisto que las producciones de las diferentes ramas guarden la proporción correcta. Como afirmaba Rosa Luxembugo, Say-Ricardo procuraban demostrar la imposibilidad de las crisis y la factibilidad de un desarrollo ilimitado de la acumulación. En oposición a este enfoque, seguía Rosa Luxemburgo, los teóricos del subconsumo (Sismondi, Rodbertus) trataron de probar la imposibilidad de la acumulación a consecuencia de las crisis.
Podemos agregar que la misma perspectiva es adoptada por los que defienden la tesis del estancamiento crónico debido al dominio del monopolio. En oposición a estos dos enfoques, la teoría de Marx sostiene que las crisis periódicas demuestran que no son sino formas de movimiento de la reproducción capitalista (véase Luxemburgo, p. 202). Por eso, la teoría explica por qué la expansión incuba en su seno las causas de la crisis; y por qué las crisis preparan las condiciones –si la clase obrera no encuentra la salida revolucionaria- para que vuelva la acumulación. Puede verse entonces el giro teórico operado por la tesis del estancamiento: en este encuadre, el problema a explicar no es por qué ocurren, necesariamente, las crisis, sino por qué pueden existir períodos de alto crecimiento, dada la tendencia al estancamiento, o adormecimiento, de la producción capitalista.
La actualidad del debate
En las décadas que siguieron a la publicación del Imperialismo… el enfoque estancacionista –por el dominio de los monopolios y/o el subconsumo- prevaleció en la izquierda radical. Así, lo encontramos, entre otros, en Trotsky y muchos partidos trotskistas; en Sweezy; en los teóricos de la dependencia; y se mantiene en amplios sectores de la izquierda.
Pero la tesis estancacionista no encaja con la realidad del desarrollo capitalista. Volvemos entonces con algunos datos. Por empezar, y como ya mencionamos, el crecimiento de la economía mundial entre 1870 y 1913 (período de consolidación del monopolio, según la tesis habitual) fue mayor que en el medio siglo anterior (período de libre competencia): el producto mundial por persona creció, entre 1870 y 1913, a una tasa anual promedio del 1,3%. Entre 1820 y 1870 lo había hecho al 0,5% anual.
Por otra parte, la tasa de crecimiento del producto global por persona, entre 1870 y 1913, fue aproximadamente igual a la tasa del último cuarto del siglo XX. Un crecimiento mucho menor que en las décadas del boom de la segunda posguerra –cuando el producto mundial por habitante creció al 3% anual-, pero que no por ello refleja estancamiento (los datos son de Maddison, 2001). Pero además, en una perspectiva más larga, entre 1960 y 2016, el crecimiento anual del producto por habitante, a nivel mundial, fue del 2,1%; bastante mayor al del período 1870 – 1960, que fue del 1,3% (tomado del sitio Maddison Proyect Database). Por supuesto, estos crecimientos fueron acompañados de profundas crisis económicas, ya fuera globales, regionales o de países. Por caso, las crisis mundiales de sobreacumulación (y sobreproducción) de los 1870, de los 1930, de 1974-5, o (aunque de menor intensidad), la de 2007-9; o la larga crisis y estancamiento de Japón, iniciado a comienzos de los 1990. Todo parece indicar que estos desarrollos se explican mejor con la tesis de Marx, que con el enfoque estancacionista.
Textos citados:
Bernstein, E. (1982): Las premisas del socialismo y las tareas de la Socialdemocracia. Problemas del socialismo. El revisionismo en la socialdemocracia, México, Siglo XXI.
Hilferding, R. (1974): El capital financiero, Madrid, Tecnos.
Kautsky, K. (1983): “Teorías de las crisis”, en L. Colletti El marxismo y el “derrumbe” del capitalismo, México, Siglo XXI, pp. 189-236.
Lenin, V. I. (s/fecha): El imperialismo, fase superior del capitalismo, Madrid, Fundación Federico Engels.
Luxemburgo, R. (1967): La acumulación del capital, México, Grijalbo.
Maddison, A. (2001): The World Economy, A Millennial Perspective, Paris, OCDE.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.