Parece que la gente comprende el concepto abstracto de ilimitado, pero resulta más difícil entender que este concepto no debe aplicarse al crecimiento. Incluso los socialistas deben desechar la idea de que la cantidad puede mejorar, cuando solo cuenta la calidad.

Notables (eco)socialistas han criticado recientemente la idea del decrecimiento 1/. Aquí queremos explicar por qué esta crítica está fuera de lugar. El crecimiento es un problema asociado al capitalismo. Un ecosocialismo sostenible debería rechazar toda asociación con la ideología y la terminología del crecimiento. Las y los socialistas del siglo XXI deberían empezar a pensar en cómo podemos proyectar sociedades que prosperen sin crecimiento. Nos guste o no, el crecimiento está condenado a finalizar, la cuestión es cómo y si esto ocurrirá pronto o demasiado tarde para evitar catástrofes planetarias.

Toda forma de crecimiento ilimitado es ecológicamente insostenible

La típica respuesta socialista al decrecimiento es que el problema es el capitalismo, y el crecimiento capitalista, no el crecimiento económico. Pero ahí está el meollo: ningún crecimiento económico puede ser sostenible. Un incremento del nivel de vida material requerirá, claro está, más materiales. Esto es independiente de si la economía en cuestión es capitalista, socialista, anarquista o primitiva. El aumento del nivel de vida material requiere el aumento de la extracción de materiales y de la emisión de contaminación (el aumento del nivel de vida en general, no; explicamos esto más abajo). Resultado: hoy por hoy –y muy probablemente también mañana–, el crecimiento económico está estrechamente asociado al uso de energía y materiales a escala global, que es la única que muestra el cuadro completo de una economía globalizada.

El destacado teórico marxista David Harvey califica la idea del crecimiento compuesto de locura de la razón económica y la más letal de las contradicciones del capitalismo (que hace que nos preguntemos por qué querrían los socialistas dedicar su tiempo a tratar de preservar esta locura). Para calibrar esta sinrazón, hagamos el siguiente cálculo. Un modesto crecimiento del 3 % anual supone doblar la economía cada 24 años, habiéndose multiplicado por diez al final del siglo y creciendo rápidamente hasta una magnitud infinita. Sustituyamos economía por cualquiera otra cosa (energía, agua, bicicletas, masajes). La idea del infinito es pura locura, y punto. Es la generalización de la lógica de los capitalistas individuales que esperan embolsarse su ganancia del 3 o 5 % todos los años, llueva o luzca el sol. Pero no es algo que una sociedad pueda sostener durante mucho tiempo.

Hay socialistas que sueñan con un Comunismo de lujo totalmente automatizado, en que las nuevas tecnologías permitirían desacoplar absolutamente la producción económica del medio ambiente. De momento, esto no ha ocurrido, ni por aproximación, y hay dudas de si el futuro encierra perspectivas mejores. Nos guste o no, las economías también tienen que obedecer a las leyes de la física. Por ejemplo, la termodinámica nos dice que la energía no puede crearse ni destruirse, sino únicamente transformarse, y que su calidad evoluciona inexorablemente hacia un estado menos utilizable o útil. Esto significa que no existe ninguna tecnología milagrosa que permita incrementar de modo inmaterial el nivel de vida material: la economía está incrustada hasta el fondo en la ecología.

Por supuesto, ciertas actividades son menos intensivas en recursos naturales que otras, de manera que estas podrían crecer durante un periodo más largo sin menoscabar la biosfera. Por ejemplo, los combustibles fósiles son más disruptivos que la energía solar, pero esto no significa que la energía solar abra la puerta a un crecimiento ilimitado. Una mejora de la organización de la producción y nuevas tecnologías pueden incrementar la productividad y facilitar un desacoplamiento relativo con menos recursos usados por producto, como por ejemplo paneles solares más eficientes. Sin embargo, si aumenta la cantidad de paneles solares de forma ilimitada a una tasa compuesta, llegará un día en que comenzará a presionar sobre la disponibilidad de recursos o producir daños ecológicos. En otras palabras, nada material puede ser infinito, independientemente de si la economía es capitalista, socialista o ni una cosa ni otra.

Además, una cosa es descarbonizar un sistema energético del tamaño actual a base de energías renovables, o una quinta parte del mismo (hay estudios que demuestran que es viable una reducción del consumo de energía con medidas de suficiencia y eficiencia disponibles), y otra muy distinta descarbonizar un sistema que tendrá un tamaño diez veces superior a finales de siglo (recordemos: un 3 % de crecimiento anual).

Nuestra propuesta: la planificación socialista democrática debería tener en cuenta la necesidad imperiosa de utilizar energía y materiales en el sentido del decrecimiento. Esto no es un gran problema, pues como explicaremos más adelante, muchas de las actividades que hoy consumen mucha energía y muchos materiales no se requerirán en el socialismo. Hay demasiadas actividades superfluas en el capitalismo, que no obedecen a nada más que la necesidad de los capitalistas de extraer plusvalía y generar ganancias. El objetivo debería ser el socialismo sin crecimiento, un socialismo sostenible: un sistema económico dedicado a satisfacer las necesidades de la población sin aferrarse a las ideas capitalistas de constante expansión y, por supuesto, sin exceder los límites del planeta.

El crecimiento requiere acumulación, y esta comporta explotación

Hay un problema añadido. Del mismo modo que el crecimiento económico choca con los límites ecológicos, también lo hace con límites sociales. Los capitalistas extraen beneficios explotando el trabajo asalariado (plusvalía en términos marxistas) y explotando asimismo el trabajo no remunerado de todo un grupo de personas, sobre todo mujeres dedicadas a los cuidados no remunerados y a las labores domésticas, que aseguran la reproducción socionatural de la fuerza de trabajo a título gratuito. El capital también aprovecha los dones gratuitos de la naturaleza (gratuitos tan solo desde su punto de vista), que junto con los cuidados y el trabajo doméstico no remunerados mantienen bajo el precio de los medios de producción y de la mano de obra, permitiendo así al capital exprimir plusvalía. En efecto, el crecimiento económico bajo el capitalismo se produce a menudo a expensas del tejido social, pues se basa en la explotación sistemática y la reducción de costes.

Al no atender a los factores de reproducción, como el descanso, el afecto, el cuidado, la seguridad y el sustento, la producción puede conducir fácilmente a su agotamiento. Por ejemplo, un empleo a jornada completa deja poco tiempo para desempeñar actividades no remuneradas como las que son esenciales para la reproducción social. Al aumentar la producción, se tensará la capacidad de la sociedad de reproducir su sustento. De seguir así, esta acumulación a través del deterioro social acabará erosionando factores de reproducción que son cruciales para todas las formas de producción. Como una serpiente que se muerde la cola, el crecimiento económico está limitado porque se basa inevitablemente en la explotación insostenible del trabajo reproductivo y de los ecosistemas.

Si el socialismo implica el fin de la explotación, también supone el fin de la acumulación infinita. (Una vez más: esto es socialismo sin crecimiento.) Una verdadera economía socialista no explotaría el trabajo o los recursos de otras economías, compartiría equitativamente los trabajos de cuidados, haría rotar las tareas desagradables y compensaría debidamente a las trabajadoras de cuidados por su labor reproductiva. Cuando nadie, sean humanos o no humanos, esté explotado, la economía producirá simplemente los bienes y servicios que necesita la sociedad, utilizando todo aumento de la productividad para ampliar el tiempo libre.

Hay socialistas que tratan en este punto de cuadrar el círculo cuando alegan que el socialismo sería capaz tanto de poner fin a la explotación como de hacer crecer la economía tanto o más que el capitalismo. Lo sentimos, pero esto es pura fantasía. Si la producción socialista remunera el tiempo de trabajo real de productoras y productores y el tiempo real que necesitan los ecosistemas para regenerarse y recuperarse, o si el tiempo de trabajo humano ha de sustituir los dones gratuitos de la naturaleza, que quedarán sin explotar, entonces habrá menos excedentes, y menos excedentes solo puede significar menos crecimiento de la producción. Un socialismo genuino también será democrático, nos gustaría pensar. La verdadera democracia desacelera las cosas (quienes participan en las asambleas de sus cooperativas locales saben de qué hablamos). Una vez más, pensar que toda esta desaceleración comportará una aceleración de la producción es de verdad confundir los deseos con la realidad.

Los valores de uso no crecen

La buena noticia es que podemos tener prosperidad sin crecimiento. De hecho, se ha demostrado empíricamente que los principales indicadores del nivel de vida, inclusive el bienestar, la salud y la educación, dejan de crecer al alcanzar la producción cierto umbral, que algunas personas denominan Punto de inflexión del bienestar. Por ejemplo, Portugal tiene índices sociales significativamente mejores que EE UU con un PIB per cápita un 65 % más bajo. Esto se debe a que el bienestar depende de la satisfacción de los valores de uso reales, que expresa necesidades humanas y no la acumulación infinita de dinero.

Las y los socialistas lo saben muy bien: el PIB no es una medida de valores de uso, sino de valores de cambio. Este indicador no distingue entre actividades deseables e indeseables. Por encima de todo, no tiene en cuenta todo lo que no es monetario (incluida la naturaleza del trabajo no remunerado), desprecia el valor del bienestar intangible y hace abstracción de la desigualdad. Lo que mide el PIB es el bienestar del capitalismo, no de la gente.

Desde luego, en el socialismo tendrán que incrementarse ciertos bienes y servicios útiles, pero no hablemos de crecimiento cuando nos refiramos a cuestiones como la salud, la movilidad o la educación. Estos no son objetivos cuantitativos, sino cualitativos. Puede que niñas y niños precisen una educación politécnica más libre y holística, lo que requiere un número finito de edificios escolares, docentes y lápices. Puede que las y los pacientes necesiten más contacto humano y más cuidados por parte del personal sanitario; lo que necesitan no es un crecimiento infinito de los cuidados, sino justo los suficientes para sentirse mejor. Las personas que no tengan bicicleta necesitarán una, pero no un crecimiento anual del 3 % de la producción de bicicletas año tras año.

La cuestión es que los valores de uso no crecen a una tasa compuesta. Las necesidades humanas fundamentales, como la subsistencia, la protección, la libertad o la identidad, pueden interpretarse como umbrales de suficiencia: suficientes alimentos para gozar de buena salud, suficiente espacio habitacional para sentirse a gusto, suficientes medios de movilidad para sentirse libres, etc. El cuento del consumo interminable para satisfacer necesidades interminables es un discurso capitalista, creado justamente para legitimar la acumulación por parte de la elite. Y este es el argumento central del decrecimiento: los niveles de vida pueden mejorar sin crecimiento, mediante la redistribución y la compartición de la riqueza, la renuncia a deseos artificiales y bienes superfluos y a la apropiación de nuestro tiempo dedicado a la generación de beneficios, y mediante la sustitución de la valoración de bienes materiales por la valoración de relaciones. Ya hay cosas suficientes para que cada persona obtenga su parte digna: si el pastel no puede crecer, es hora de compartirlo más equitativamente.

Conclusiones: el decrecimiento es tan anticapitalista como lo que más

La ideología del crecimiento se ha convertido en el puntal del capitalismo moderno y no entendemos por qué hay socialistas reacios a sumarse al combate contra un fenómeno que es socialmente divisivo y ecológicamente insostenible. Un socialismo sin crecimiento, pero con bienestar. Socialismo y decrecimiento son dos de los conceptos más potentes que tenemos para criticar el capitalismo e iluminar el futuro.

No tengamos miedo de hablar del poscapitalismo. Ciertos comentaristas marxistas han acusado al decrecimiento de no cuestionar nunca explícitamente el capitalismo. Leigh Phillips (2015) califica el decrecimiento de “minicapitalismo estacionario”. El decrecimiento no es capitalismo en miniatura, con empresas diminutas, instrumentos financieros especulativos diminutos y tratados de libre comercio diminutos. No es austeridad dentro del capitalismo. Es un sistema alternativo de abastecimiento: no simplemente más pequeño y más lento, sino diferente.

Cabe preguntarse ¿por qué centrarse en el crecimiento y no simplemente en el capitalismo? Bueno, comparemos la frecuencia con que aparecen las expresiones crecimiento económico y acumulación de capital en las noticias. Como ha explicado muy bien el historiador Gareth Dale, el crecimiento económico es la ideología que ha convertido el interés específico del capital por crecer (por las ganancias y por mantener la paz social) en un objetivo social generalizado, asimilado por la población. No es una ideología que vaya a desaparecer renunciando a combatirla o embelleciéndola con bonitos adjetivos. El hecho de que esta ideología haya sobrevivido incluso al fin del capitalismo (o al menos a cierto tipo de capitalismo) en los antiguos regímenes socialistas debería darnos que pensar. Las y los socialistas que defienden el crecimiento también deberían pensarlo dos veces si están vistiendo de rojo y verde el capital, cambiando el vestido de los sueños que el capitalismo vende como sueños socialistas.

El crecimiento es hijo del capitalismo, pero el crío ha crecido y ahora es el cabeza de familia. El interés del capitalismo en acumular viene facilitado y legitimado por el crecimiento, y en nombre del mismo. La crítica del crecimiento es la crítica más fundamental del capitalismo, que no solo critica los medios que utiliza el capitalismo, sino los mismos fines que vende. De ahí que el decrecimiento y el (eco)socialismo sean aliados naturales, no adversarios.

10/02/2021

https://braveneweurope.com/timothee-parrique-giorgos-kallis-degrowth-socialism-without-growth

Traducción: viento sur

Giorgos Kallis es científico ambiental que investiga sobre economía ecológica, ecología política y política del agua. Enseña ecología política y economía ecológica en la Universidad Autónoma de Barcelona. Timothée Parrique es doctor en economía por el Centre d’Études et de Recherches sur le Développement (Universidad de Clermont Auvernia, Francia) y el Stockholm Resilience Centre (Universidad de Estocolmo, Suecia).

Notas

1/ Últimamente, Ecosocialismo y/o decrecimiento, de Michael Löwy (octubre de 2020), “IMT theses on the climate crisis”, publicado en la página web de In Defence of Marxism (junio de 2020), y la conferencia Degrowth and neo-Malthusianism: A socialist response (octubre de 2020), de Olivia Rickson. Así como “How much stuff is just enough?”, de Leigh Phillips en Le Monde Diplomatique.