Por Nils Castro *
Los imprevistos incidentes de descontento del 11 de julio de 2021 le dieron al liderazgo cubano la oportunidad de pasar a la ofensiva con una de las cualidades básicas de la Revolución: la capacidad de multiplicar diálogos con el pueblo y estimular su participación, en cada sector y comunidad, para acometer la solución a sus problemas. Entendiendo este sujeto ‑‑“si de lucha se trata”‑‑ en el sentido a la vez plural e integrador con que
La historia me absolverá precisó su concepto de pueblo. Sentido que mantiene toda la certidumbre y convicción que le dieron origen.
[1]
Sabemos
que tales disgustos son secuela de la abrumadora acumulación de daños ‑‑materiales
y psicológicos‑‑ infligidos por más de 60 años de hostilidad y bloqueo
económico recrudecidos por los gobiernos de Washington contra la nación y el
pueblo cubanos, daños además agravados por los efectos de la pandemia de covid
19. Acumulación de malestar e
inconformidades que ahora ha sido metódicamente redirigida a orquestar, en
algunos nichos urbanos, un brote de acciones depredadoras concebidas para
ensamblar un espectáculo contrarrevolucionario mayor. Una operación compleja y
costosa que, obviamente, aún no ha concluido.
Probablemente, de haberse mantenido un
trabajo institucional y político participativo en tales nichos, esa
manipulación de las insatisfacciones no hubiera podido levantar vuelo. Es decir,
a su incubación también contribuyó cierto rebrote, entre las filas revolucionarias,
de un estilo de trabajo contaminado de autosuficiencia
política, insensibilidad burocrática o letargo ante el cambio de las
necesidades y talante sociales. Vicios proclives al inmovilismo que la
Revolución fidelista ya antes enfrentó desde 1986 con su “proceso de
rectificación de errores y tendencias negativas” y, desde 1998 a través de la “Batalla
de Ideas”, que actualmente dan bríos a las grandes transformaciones de
estructura y métodos de gestión que esa Revolución viene impulsando.
Dinamizar
instrumentos idóneos
No
para resolver esta coyuntura, sino para ir más allá y renovar esas rectificaciones
y robustecer estas transformaciones, es preciso volver a los barrios, afirma el
Presidente Miguel Díaz Canel. Y no para intervenir en ellos, sino a reanimar y relanzar
prácticas y experiencias que ya han probado su valía. Para esto lo esencial es
escuchar los planteamientos de la gente, de los actores que están en el barrio.
Porque de ellos debe salir el diagnóstico, las propuestas, las ideas ‑‑como también
las insatisfacciones‑‑, para apoyar proyectos que de verdad ayuden a solucionar
problemas e instisfacciones de las comunidades, las familias y las personas, lo
que nos permitirá articular eficazmente los conceptos de participación y democracia.
Con
esa perspectiva, Diaz Canel señala que ahora lo importante es extender este modo
de hacer a todo el país, “teniendo en cuenta las características de cada
provincia y cada territorio”. Al respecto, destaca la importancia de potenciar en
esa dirección el papel de las Asambleas Municipales del Poder Popular, y de su
presidente en cada municipio, porque esa es la estructura fundamental del
Estado y del Gobierno cubanos.
Debemos fortalecer en ese sentido los municipios
y el papel de las asambleas municipales, puntualiza Salvador Valdés Mesa,
Vicepresidente de la República. Dinamizar el funcionamiento de las asambleas
municipales, de sus comisiones y de los consejos populares, y respaldar las acciones
de los delegados de cada circunscripción, como vínculos permanentes con la
población en sus barrios y comunidades, añade Ana María Machado, vicepresidente
del parlamento. Porque “el delegado es el pilar del Poder Popular, del sistema
político cubano, de la Revolución en la comunidad. De ahí la importancia de
acompañar y respaldar su labor, su vínculo permanente con la población”, enfatiza
Homero Acosta, secretario del legislativo cubano.
La fuerza de trabajo: su reposición
Un concepto básico del pensamiento marxista que
debe dar sentido a “este modo de hacer”, que Díaz Canel llama a extender a todo
el país, es el relativo al trabajo, la fuerza de trabajo, su producto y valor,
y su necesaria reposición. Vale recordar, resumidamente, lo que Carlos Marx señala
en las páginas iniciales del primer tomo de El capital, y sus
implicaciones para el asunto que aquí nos ocupa.
La capacidad o fuerza de trabajo, dice, es el
conjunto de facultades físicas e intelectuales que una persona pone en acción
para crear un producto, el cual tiene valor de uso en tanto resuelve una
necesidad. En la respectiva sociedad, ese producto además posee valor de
cambio respecto a los productos elaborados por otras personas, con quienes es
posible canjearlos. No obstante, los humanos elaboramos infinidad de productos
diversos, y lo que hace posible establecer un mercado donde intercambiarlos no
son las características de cada uno, que difieren, sino lo que todos ellos poseen
en común: son productos de la fuerza de trabajo invertido en confeccionarlos.
Más exactamente, el tiempo de trabajo
socialmente necesario invertido para elaborar un producto determina el valor que
este tiene y, en consecuencia, la posibilidad de tasar las cuantías en que unos
y otros productos pueden canjearse. No obstante, eso que nos permite estimar el
valor del producto, no dice cuál es el valor de la fuerza de trabajo invertida
en elaborarlo.
La fuerza de trabajo solo se hace efectiva
por medio de su exteriorización: se plasma tan solo por medio del trabajo
que la persona efectúa. Sin embargo, al cabo esa fuerza se agota por la fatiga
física y mental que ello ocasiona, lo que exige reponerla, para reponer las energías
y productividad del trabajador. Reponerlas es un proceso que tiene lugar en
otro ámbito, usualmente el de la familia, en su barrio o comunidad. Por
consiguiente, el valor de la fuerza de trabajo equivale al costo de la suma de
los medios necesarios para sostener y reproducir la vida del trabajador y de su
familia.
Una vida social y familiar satisfactoria es
funcional para restaurar a diario la salud física, mental y laboral. Y las
energías físicas, psicológicas e intelectuales que allí se recuperan, también son
las requeridas para renovar las aptitudes indispensables para la sociabilidad,
el desarrollo cultural y la creatividad, no solo para el trabajo eficiente. Lo
que implica reconocer que la recuperación de la fuerza de trabajo no puede ser
satisfactoria en condiciones familiares y vecinales disfuncionales.
La existencia humana es imposible sin
actividades productivas, y por lo mismo tampoco es posible sin reponer la
fuerza de trabajo requerida para sostener esas actividades. Al propio tiempo, las
necesidades y expectativas de los trabajadores y de sus familias evolucionan a
lo largo de la historia. El desarrollo cultural del país y de su pueblo genera demandas
espirituales y técnicas progresivamente más complejas, que incrementan los
costos de la reposición de la fuerza de trabajo mientras esta, a su vez, al
adquirir mayor calificación cultural mejora su productividad.
Esto demanda precisar tres elementos del
proceso: la naturaleza del descanso restaurador de la fuerza de trabajo;
la naturaleza y papel de la familia, y de su ámbito; y el papel del
complejo trabajo de las mujeres que “no trabajan”, quienes hacen posible el
trabajo de los hombres, además de criar las siguientes generaciones de
trabajadores.
No cabe rebajar a nivel animal el concepto de
reposición de fuerza de trabajo: dormir, comer y haraganear. Como
función humana, la reposición de la fuerza de trabajo incluye cambiar de quehaceres,
actividades físicas y recreativas que contribuyan a eliminar estrés, convivencias
donde disfrutar de relaciones e ideas, y retos cognitivos que estimulen
aprendizajes y ayuden a sentirse renovado.
Su ámbito normal es la familia. En general, por
familia entendemos un grupo estable constituido por personas de distintos sexos
y edades, enlazadas por relaciones de parentesco por consanguineidad o afinidad,
entre quienes hay una convivencia asidua y cierto ambiente de privacidad. Ahí tienen
sitio cosas tan importantes como el mantenimiento personal, la reposición de la
fuerza de trabajo, la socialización primaria de los niños y, con ello, la
reproducción cultural de ese sector social, además de la procreación de las
siguientes generaciones de trabajadores.
Una situación
familiar satisfactoria, en un entorno aceptable, son funcionales para
restablecer a diario la salud física, mental y del trabajo. Y las energías
físicas, psicológicas e intelectuales que allí se recuperan, son asimismo las
requeridas para renovar las aptitudes humanas para la sociabilidad, el
desarrollo cultural, la creatividad y la capacidad de innovar, no solo las necesarias
para trabajar.
Lo opuesto también es ostensible: cuando la
situación familiar y su entorno comunitarios son disfuncionales, la reposición
de la fuerza de trabajo tampoco puede resultar satisfactoria.
El barrio en su tinta
Las familias no viven en un nicho aislado, ni
la recuperación de la fuerza de trabajo sucede fuera de un contexto. Existen, conviven
y evolucionan en las comunidades y barrios donde residen. Estos son asentamientos
estables que, como observa Díaz-Canel, con el tiempo han formado
características materiales y socioculturales propias, que en sus áreas congregan
poblaciones más heterogéneas que las reunidas en los grandes y medianos centros
de trabajo. Lo que implica que tales colectividades deben abordarse con distintas
formas y estilos de gestión y de política.
En general, el organizador básico de los
centros laborales es el trabajo dirigido a determinados fines. Acopla a
colaboradores en edad laboral, con pericias técnicas o profesionales afines o
complementarias, organizados para realizar diversas tareas alineadas a obtener un
propósito común. En la defensa de sus intereses y aspiraciones y en la lucha de
clases, la organización histórica de estos trabajadores son los sindicatos y
otras formas de asociarse como los gremios y colegios profesionales. Sus luchas
pueden asumir grandes temas nacionales, pero pocas veces estos se vinculan a
una población local.
En cambio, en los barrios cohabita gente de
todas las edades, disímiles aptitudes y ocupaciones, no sujetas a tareas ni
jefes comunes. En su espacio los mejores trabajadores y ciudadanos comparten el
mismo entorno con las amas de casa, estudiantes, trabajadores eventuales, holgazanes
y malandrines, aglomerados por n avecinamiento que suele haber derivado de su anterior
nivel de ingresos, pero no de la articulación de sus labores.
En los centros de trabajo la organización
física y ambiental están a cargo de la dirección administrativa. En el barrio, corresponden
a las autoridades municipales y los propios vecinos, con el concurso de entidades
dedicadas a eso (comercios locales, suministro eléctrico, agua y drenaje, bacheo,
recolección de basura, etc.). Las organizaciones de los trabajadores, como las
sindicales, son ajenas a ello. En la mayoría de los países latinoamericanos no es
común encontrar organizaciones vecinales permanentes; sus inconformidades y demandas
suelen aflorar a través de ocasionales protestas locales.
Para resolver los problemas y expectativas
del ámbito barrial, reitera Díaz-Canel, es necesario “asumir como fortaleza la
heterogeneidad de la sociedad cubana, y esto implica un trabajo
político-ideológico diferenciado”. Se requiere robustecer los mecanismos de
participación popular y fomentar el análisis crítico de la realidad; practicar
la autocrítica y eliminar la complacencia. Asegurarse de que todas nuestras
estructuras de trabajo escuchen, dialoguen, den respuestas y también soluciones,
para renovar el trabajo en las comunidades, donde radica la base del apoyo a
nuestra Revolución, tejiendo y desarrollando un proceso genuino, inclusivo,
democrático y participativo.
Para esto, recalca, en los espacios
municipales y comunitarios es esencial articular y promover formas
participativas que contribuyan más eficazmente a identificar y atender las
necesidades, insatisfacciones y prioridades de los ciudadanos. Se
requiere dirigir la gestión municipal a evitar y prevenir problemas en las
comunidades, dejar atrás la tolerancia y las justificaciones, y desarrollar un
verdadero y efectivo control popular.
En los últimos tiempos la acción principal
del Poder Popular se centró, a nivel nacional, en el copioso esfuerzo
legislativo requerido para implementar las grandes transformaciones desarrolladas
durante estos años. Sin embargo, ante el ímpetu que se quiere reimprimir al esfuerzo
revolucionario en los barrios y comunidades donde vive la gente, no solo
donde trabaja, es perentorio poner nuevo acento en el nivel municipal y local de
ese Poder.
Necesitamos ahora un fortalecimiento integral
de las estructuras de los municipios, así como del papel de las asambleas
municipales y comunales del Poder Popular, como elementos esenciales de nuestro
sistema político y como vínculo permanente con la población en los barrios y
comunidades, destaca Salvador Valdés Mesa, vicepresidente de la República. En
especial, se plantea la prioridad de fortalecer el papel de los delegados. Porque
“el delegado es el pilar del Poder Popular, del sistema político cubano, de la
Revolución en la comunidad. De ahí la importancia de acompañar y respaldar su
labor, su vínculo permanente con la población”, afirma Homero Acosta,
secretario del legislativo cubano.
Una organización providencial
La Revolución cubana creó, desde sus inicios,
una enorme organización de masas especialmente apta para asumir y dinamizar
esos objetivos desde el seno de los barrios y comunidades, en todo el país: los
Comités de Defensa de la Revolución. Organización integradora, representativa
de los intereses, necesidades y expectativas locales de una sociedad nacional
heterogénea y cambiante, los Comités, ‑‑hechura del mismo pueblo que los
integra‑‑ son agrupaciones esencialmente participativas, democráticas y
funcionales.
Aunque surgieron como masiva respuesta
popular para derrotar la agresión contrarrevolucionaria de los primeros tiempos,
los Comités de inmediato fueron más allá de cumplir ese rol. Porque su creación
fue providencial: enseguida se movilizaron como instrumento de los
vecinos de cada cuadra y rincón del país para asumir ‑‑sin esperar decisiones
“de arriba” y con sus propios recursos‑‑ las demás prioridades locales: asegurar
que los niños fuesen a la escuela y que se vacunaran, vigilar que el tendero cumpla
las normas de distribución equitativa de lo que venda, organizar las campañas
de higiene, saneamiento y hasta locales, ayudar en la reparación de viviendas,
desagües, veredas y parques, solucionar discordias lugareñas, etc.
La Revolución, si de lucha se trata, no
solo es una gran opción nacional‑liberadora y socialista, sino una
responsabilidad ciudadana de muchos niveles, desde la estrategia nacional hasta
las vicisitudes de cada morador en su vecindad. Los Comités no solo cumplieron su
misión original, sino que a la vez satisficieron la aspiración común de darse un
ámbito de convivencia donde no solo los trabajadores tienen participación, sino
también los ancianos, los menores, los que trabajan por su cuenta, las amas de
casa, los discapacitados físicos, y hasta los vecinos apolíticos dispuestos a ayudar
a mejorar el entorno que comparten.
Esto es, satisficieron la expectativa de
crear una inmensa agrupación integradora y expresiva de esa heterogénea mayoría
que, en La Historia me absolverá, Fidel identificó como el pueblo
cubano. Articulados desde sus propias bases, los Comités constituyen un espacio
esencialmente democrático, participativo y funcional. La más idónea ante la prioridad
de ahondar en las demandas y justas aspiraciones de la gente, precisamente en
los barrios y comunidades, que hoy son escenario del debate político, tanto en
Cuba como en las demás naciones latinoamericanas.
A los CDR, como lugar de confluencias y
fuente de iniciativas para mejorar las condiciones de vida de sus comunidades ‑‑urbanas
y rurales‑‑ y como fuerza que participa en su ejecución, les corresponde actuar
como contraparte de la institucionalidad. No para asumir roles propios de los
gobiernos locales, sino como plataformas ciudadanas ante las autoridades. Esto
es, como promotores, actores y destinatarios de las transformaciones en curso para,
junto con ellas, derrotar de nueva cuenta a una contrarrevolución ahora más ambigua
y sofisticada.
La próxima etapa
Obviamente, esta no es hora de pedirle al
liderazgo de la Revolución cubana más de lo que la situación económica del país
puede sostener. La suma de las consecuencias materiales y psicológicas
acumuladas por más de medio siglo del bloqueo comercial y financiero que
Washington le inflige a la Isla, más el flagelo de la pandemia, más el flagelo
de la manipulación contrarrevolucionaria, es harto conocida. Ninguna otra nación
ha resistido una agresión de tamañas magnitudes.
Sin embargo, lo que ya destaca en los barrios
cubanos es una contraofensiva revolucionaria portadora de enormes y frescas
energías éticas y populares. La iniciativa de reanimar las bases comunitarias
del proceso de rectificaciones y nuevos desarrollos aprovechó en su justo momento
la ocasión deparada por el alboroto de junio pasado. Pero ahora, al ampliar sus
alcances, toca pensar su desarrollo a más largo plazo, que requerirá prever
decisiones adicionales en las demás instancias del gobierno y el Estado.
El tronco siempre habrá de ser nuestro, como
diría José Martí, pero el próximo futuro podrá enriquecerse al evaluar
experiencias de otros países y procesos de liberación y revolución, en tanto se
adecúan a las realidades cubanas. Al respecto, vale reseñar parte del artículo “Algunas cuestiones teóricas y prácticas sobre el
socialismo y el camino al socialismo en Viet Nam”, del secretario general
del Partido Comunista de ese país, Nguyen Phu Trong.
Su autor explica que una característica
importante de su orientación socialista es unificar la política económica con
la política social; aumentar el crecimiento económico a la par de la
realización del progreso y justicia social en cada paso, en todo el proceso de
desarrollo. No esperar, dice, a que la economía alcance un alto nivel de
desarrollo para realizar el progreso y justicia social, mucho menos
“sacrificar” el progreso y la justicia sociales para perseguir un crecimiento
económico. Al contrario, afirma, cada política económica debe orientar a
objetivos de desarrollo social; cada política social debe tener como objetivo
crear una fuerza impulsora para promover el desarrollo económico; estimular que
el crecimiento legal debe ir de la mano de la erradicación del hambre y la
reducción sostenible de la pobreza, el cuidado y atención de las personas con
méritos relevantes en el servicio a la Patria y de las que se encuentran en
circunstancias difíciles. Este es, afirma, un requisito de principio para
garantizar un desarrollo sostenible y de orientación socialista.
Ciertamente, sabias sugerencias a la hora de proyectar
a largo plazo la actual ofensiva de la Revolución de los barrios y comunidades en
toda la Isla.