MILÁN – El nuevo coronavirus, COVID-19, que apareció en Wuhan, China, ya ha matado a miles de personas, alterado las rutinas cotidianas de cientos de millones, y puesto al mundo entero en ascuas. Debido a que los epidemiólogos todavía no han descifrado del todo sus mecanismos de transmisión, nadie puede afirmar con seguridad cuándo se podría contener, por no hablar de sus consecuencias para la economía.
Sin embargo, eso no quiere decir que no se puedan hacer conjeturas bien fundadas. La experiencia histórica con pandemias de dimensiones similares sugiere que el daño económico de corto plazo puede ser considerable. Se puede esperar volatilidad en el mercado a medida que los inversionistas reduzcan el riesgo de sus carteras, especialmente en aquellos sectores que se perciben como más vulnerables, como los viajes y el turismo, los bienes suntuarios y los automóviles.
Varias estimaciones creíbles (algunas públicas y otras privadas) sugieren que el crecimiento anual del PIB chino podría caer entre 2 y 4 puntos porcentuales por trimestre hasta que el virus alcance su punto máximo. En particular, el consumo y la producción se verán afectados, no en menor medida por las restricciones a la movilidad, tanto voluntarias como obligatorias. Ya se perdió en el horizonte el estímulo que suele significar el feriado del Año Nuevo Lunar.
La pregunta es cuándo llegará ese punto. Las previsiones optimistas indican una recuperación parcial en el segundo trimestre de este año. Creo que es más realista esperarla en el tercero, con un impacto material en el crecimiento global anual. Pero no se puede descartar la posibilidad de una pandemia prolongada que cause un daño mucho mayor a las economías, debido a las quiebras de empresas, un empleo en declive, escasez de inversión privada y medidas políticas débiles o tardías.
Sin embargo, exceptuando un evento tipo “cisne negro”, la historia sugiere que los efectos de largo plazo del brote de COVID-19 serán más bien pequeños, y hasta insignificantes, por la fortaleza actual de la economía de China. De hecho, depende menos del comercio que en 2003, durante la aparición de otro coronavirus, el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS) y está equipada para reaccionar con celeridad ante golpes relativamente grandes.
Una fuente de fortaleza poco apreciada es la rápida expansión de la economía digital china. Hasta un 35,3% (aunque probablemente la cifra se acerque al 25%) de las ventas minoristas chinas ocurren en línea; la penetración de la Internet móvil es muy alta y va en ascenso; y los sistemas de pago móviles de China son los más avanzados del planeta. Puesto que la mayoría de las personas y las empresas están conectados y activos en línea, es fácil generar grandes cantidades de datos que, gracias a la inteligencia artificial, amplían al instante el alcance y la efectividad de los ecosistemas digitales.
Esto ayudará mucho a reforzar la resistencia económica de China, especialmente frente a una crisis que limita la movilidad física. La infraestructura digital avanzada hace posible que los empleados de varios sectores puedan seguir trabajando desde sus hogares, incluso si están en cuarentena o encerrados. De manera similar, las plataformas educativas en línea avanzadas pueden compensar algunos de los efectos de los cierres de escuelas.
Más aún, para las empresas que pasan por un periodo con limitación de efectivo y capital de trabajo, se puede ampliar el crédito y ajustar los términos de manera remota. Esto reduciría el perjuicio de largo plazo al sector servicios, especialmente empresas pequeñas y medianas. Además, los productos de seguros en línea se pueden ampliar en varias áreas, incluida la sanitaria. Los pedidos de suministros en línea podrían sortear las carencias inducidas por la crisis, a medida que los algoritmos detecten y respondan con rapidez a bloqueos y cuellos de botella. Las plataformas en línea también pueden ser una potente defensa contra la manipulación oportunista de los precios, que limita la disponibilidad de productos y servicios esenciales, en especial para los más vulnerables. Por ejemplo, Amazon ya ha advertido a los vendedores de no cobrar precios exorbitantes por las máscaras faciales o, de lo contrario, se arriesgan a ser expulsados del sitio.
A medida que una proporción cada vez mayor de la economía se realiza en línea, dar seguimiento a su desempeño se vuelve más fácil, rápido y preciso. Con esos datos se puede diseñar respuestas políticas y mejorar la precisión de los pronósticos, reforzando con ello la confianza en los negocios, estimulando la inversión y acelerando la recuperación.
En cuanto al resto del planeta, el turismo es un sector que enfrenta un impacto negativo particularmente intenso, incluso en países que todavía no se han visto afectados de gravedad. Es probable que también sufran las compañías con una presencia importante en China –como los sectores suntuarios y automotriz-, pero seguramente se irán recuperando junto con la economía china.
Sin embargo, incluso si el COVID-19 se contiene pronto, la crisis podría acelerar las iniciativas para alejar de China elementos clave de la cadena de suministro global. Este proceso se ha estado implementando por varios años, debido al paso de la ventaja comparativa de China desde una producción barata y alto uso de mano de obra a actividades comerciables de un valor añadido más alto. Las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China han reforzado esta tendencia. El coronavirus podría convertirse en un impulso adicional.
Pero más importante que la posición de China en las cadenas de valor globales es el reconocimiento de que las redes de suministro globales están entrelazadas demasiado estrechamente y carecen de adaptabilidad, aunque no está tan claro que el brote de COVID-19 impulse un cambio. Después de todo, esta fue también la lección del terremoto y tsunami Tōhoku que en 2011 asoló a Japón, causando la fusión del núcleo de la planta nuclear de Fukushima Daiichi e perturbando las cadenas de suministro globales.
Algunos esperan que el brote de COVID-19 afecte también la credibilidad del gobierno chino. No parece probable. A pesar de algunas demoras al comienzo, las autoridades chinas tomaron medidas decisivas. Puede que no haya sido todo perfecto, pero en crisis como esta no hay grandes opciones, ni garantías de que las medidas adoptadas funcionen.
Sin embargo, hay lecciones para los líderes chinos. Una que resulta evidente es que para una detección y respuesta temprana es crucial contar con información objetiva desde la base social. Es probable que, una vez se contenga la crisis, China adopte medidas para asegurarse de que en el futuro el sistema no bloquee ni filtre el flujo de esta información.
Los riesgos colaterales de la epidemia de COVID-19 son significativos y aterradores, pero hasta ahora no parece que se vayan a materializar, especialmente si se aplican de manera continua respuestas nacionales e internacionales diligentes, proactivas y adaptables. Las consecuencias económicas probablemente sean sustanciales, pero transitorias. Por desgracia, lo que no se revertirá serán los costes humanos.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
MICHAEL SPENCE a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at New York University’s Stern School of Business and Senior Fellow at the Hoover Institution. He was the chairman of the independent Commission on Growth and Development, an international body that from 2006-2010 analyzed opportunities for global economic growth, and is the author of The Next Convergence: The Future of Economic Growth in a Multispeed World.