Fidel


"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

lunes, 13 de diciembre de 2021

Intercambió vice primer ministro con productores y directivos santiagueros (+Fotos). Comentario HHC

 

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Santiago de Cuba, 13 dic (ACN) Jorge Luis Tapia, vice primer ministro cubano, intercambió hoy con productores y directivos de empresas estatales de la provincia de Santiago de Cuba, sobre el desarrollo de la ganadería y el cumplimiento de las 63 medidas implementadas en el país este año para favorecer la producción de alimentos.

El diálogo aconteció con la presencia de los ministros Manuel Sobrino e Ydael Pérez, de la Industria Alimentaria y la Agricultura, respectivamente, representantes de empresas estatales que definen la alimentación del pueblo, dirigentes del Gobierno, el PCC, el sector agropecuario y entidades que deciden la aplicación de las disposiciones en estructuras productivas.

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A seis meses de la implementación de esas acciones, se constató cómo las que incentivan la producción de leche y carne, mediante nuevos precios del alimento que entregan los campesinos a la industria, tienen dificultades en los procedimientos y contratación.

Impagos y demoras del dinero a los ganaderos, dilaciones en la creación de tarjetas magnéticas y en los contratos del seguro de las producciones, y fallas en el vínculo de los directivos con el campo destacan entre las problemas planteados por productores del territorio.

Tapia llamó a resolver de inmediato esa problemática, con más comunicación entre los interesados y unidad en el trabajo.

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Según se conoció, muy pocos manejadores de reses poseen tarjetas donde se les deposite el dinero en moneda libremente convertible (MLC), responsabilidad de los bancos que deben agilizar el trámite para que puedan adquirir medios e insumos.

En ese sentido, el vice primer ministro instó a eliminar intermediarios e incrementar los contratos directos con las industrias cárnica y láctea, las cuales tienen que relacionarse más con la base, negociar, porque los conceptos cambiaron y hay que transformar la manera de hacer y pensar, dijo.

Asimismo, precisó al sistema de la Agricultura a entregar muy pronto las hectáreas solicitadas para la siembra de alimento animal entre los poseedores de vacunos y los que incursionan en la tarea; y en eso hay demasiada burocracia en la provincia, que es la última del país en realizar estos intercambios, argumentó.

En Santiago de Cuba existe un déficit de entrega de un millón de litros de leche, equivalente a 130 toneladas (t) del alimento en polvo, que cuesta más de tres mil dólares la t, al igual que no se cumple en 236 t de carne, y no anda bien la contratación para el 2022, dijo en su intervención el ministro de la Industria Alimentaria.

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Por estas razones, hay que estimular para ahora mismo a los campesinos y su trabajo, ponerle el extra y ser eficientes en los contratos porque es compleja la situación, ahondó Sobrino.

Se expusieron las mejores experiencias de un movimiento de productores líderes que llevan capacitación y ejemplo de los beneficios de las medidas que al final inciden en la calidad de vida y el desarrollo local de las municipalidades, expresó Yendry Morales, criador porcino.

También de jóvenes emprendedores en zonas del Plan Turquino con resultados en la compra de insumos y medios en MLC como fruto de sus labores, pero quedó claro que a pesar de esas actitudes es necesaria mayor información y vínculo de las empresas estatales con quienes generan los recursos para la alimentación.

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En las conclusiones José Ramón Monteagudo, miembro del Comité Central el Partido Comunista de Cuba (PCC) y primer secretario de esa formación política en la provincia, subrayó el rigor y la disciplina en la implementación de las disposiciones, como política decidida en el último Congreso del Partido y en la batalla económica.

Monteagudo reafirmó que tiene que ser en el menor tiempo posible y sin presencia externa, porque capacidad y reservas existen en el territorio, donde será revisada una serie de incumplimientos de producciones físicas, buscando más disciplina como única forma de honrar las 63 medidas aprobadas en el país. ( negritas hhc)

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Comentario HHC: Es evidente que las 63 medidas no han sido suficientes para motivar a todos los actores a trabajar en el objetivo común, ni alcanzar los niveles de producción de alimentos que se requieren. 

Una de las ventajas de la construcción socialista, es que como no impera la propiedad privada, los actores de la propiedad social tienen o deben tener la misma motivación, pero esto no resulta tan así en la práctica. En ocasiones impera mas no buscarse problema y tener "una justificación, Eureka" del no cumplimiento. 

Pueden ser 63, 100, 200 medidas las que sean, lo importante es obtener resultados. ¿Cuál será la tecnología que aplican en Holanda en los invernaderos o en la finca Carmen en la Habana donde Fidel hizo una de las últimas visitas y existen resultados muy positivos en la producción de alimentos? 

El economista y viceprimer ministro Tapia, les " explota" los problemas en la cara, buen trabajo.

Las palabras del primer secretario e ing. pecuario Montegudo, con las que termina el artículo, son una joya, dice grandes verdades, pero la pregunta es ¿dónde se encontraba el compañero desde el 29 de octubre sino en la provincia de Santiago de Cuba? 

Antinomias y conflicto en la situación política cubana (I,II y III)

En esta pequeña serie me detendré en tres vértices de un triángulo; en su interacción, pero también en su dinámica propia: la oposición, el factor EEUU y la política del gobierno cubano.




I

La Marcha por el Cambio y sus sube-y-bajas han vuelto más visible el espectro de las ideas en la sociedad cubana actual. Este refleja una conciencia cívica del sentido común, con franjas y matices que ya estaban ahí. Como es típico en otros muchos sitios, el sentido común cubano personaliza y sentimentaliza los fenómenos políticos, se alinea frente a ellos, calificándolos o descalificándolos, aprobándolos o no, poniéndoles etiquetas, aunque no necesariamente entendiéndolos.

En las franjas de ese espectro se advierten antinomias que marcan la situación política cubana. Al referirme a ellas solo busco ilustrar las complejidades de nuestro consenso, sin pretender retratar aquí «lo que piensa la mayoría,» para lo que haría falta una investigación.

Ese sentido común conoce el peso del bloqueo en la vida nacional; y sabe que EEUU ha apoyado siempre a la oposición. Pero estas certezas tienden a difuminarse, especialmente por su recurso constante en los discursos oficiales como claves para casi todo.

También el sentido común respalda la ley y el orden como imprescindibles. Pero la propia cultura cívica fomentada por el socialismo le hace percibir la violencia, incluso contra los que infringen la ley, como abuso de poder.

Aun cuando ha desaprobado históricamente los métodos de esa oposición y sus objetivos últimos, no necesariamente considera falso todo lo que esta dice ni discrepa de todo lo que propone.

Incluso compartiendo principios y objetivos últimos del socialismo, disiente de algunos métodos y razones con que el Estado fundamenta sus políticas.

Sabe que la seguridad es un interés nacional fundamental. Pero cuando esa noción se invoca para lidiar con problemas eminentemente políticos, duda de su eficacia.

Estas antinomias no son ninguna novedad. Algunos observadores las han registrado, además de otras. Pero muchas veces solo se posicionan ante ellas, y dejan intactos los problemas de fondo que distinguen la actual situación política. Su crítica se queda entonces dentro de la caja del mismo sentido común, especialmente cuando se limita a opinar y aconsejar al gobierno o a la oposición «qué debería hacer.»

Un análisis que vaya más allá de ese rol opinático y consejero tendría que analizar fríamente las implicaciones de las políticas actuales y alternativas, sin despegarse del contexto específico de esos problemas, aquí y ahora. Hacerlo contribuiría a ganar claridad, y quizás a fomentar una conciencia cívica del buen sentido, como diría Antonio Gramsci.

Lo que sigue intenta esbozar un mapa de esa situación política, con la única intención de facilitar el análisis y propiciar el debate. En esta pequeña serie me detendré en tres vértices de un triángulo; en su interacción, pero también en su dinámica propia: la oposición, el factor EEUU y la política del gobierno cubano.

La oposición

Las principales debilidades estructurales de la oposición, a lo largo del tiempo, han sido tres: las divisiones entre grupos; la ausencia de líderes con experiencia y capacidad política; la convergencia con la hostilidad de EEUU.

Las organizaciones armadas de los años 60, sobre todo la disidencia anticomunista dentro de las que se opusieron a la dictadura, incluida la Juventud Católica, abarcaban a decenas de miles de militantes activos, dispuestos a seguirlas y a enfrentar los costos de la lucha. No es el caso de las actuales. Aunque su resonancia en las redes digitales y los medios de difusión contribuya a sobredimensionarlas, la capacidad de este liderazgo para movilizar miembros activos y para conducir políticas coherentes es mucho menos eficaz.

A diferencia de la oposición en otras latitudes, este liderazgo no ha ejercido cargos de representación en organizaciones más amplias, ni en funciones de gobierno, que lo doten de una noción real sobre los problemas políticos y el ejercicio del poder. Aquellos opositores que fueron cuadros del Estado, las organizaciones del sistema, los órganos de la Seguridad, o el aparato del Partido no sobresalen en el liderazgo, y aun menos en la oposición de última generación.

Aparte de los oportunistas y aventureros que ejercen la disidencia como un modo de vida, la mayoría de sus dirigentes con un nivel intelectual y una real conciencia política son académicos, periodistas, artistas, escritores, incluso ex-profesores de marxismo, que un día decidieron declararse activistas de la causa antigobierno. Estos y estas son animales políticos de libros, que para aprender a combatir el sistema hacen seminarios de 100 horas sobre las obras de Hanna Arendt, y cosas por el estilo. Por lo general, los intelectuales orgánicos de la oposición, que se representan al «Estado-Partido» como un bloque, no entienden mucho la dinámica política, ni creen que valga a pena perder tiempo buscando diálogo o negociación.

Al enarbolar como banderas de lucha la impopularidad y la condición represiva esenciales del sistema, la mayoría de ese liderazgo se convence a sí mismo de la ineptitud del Estado para regenerar consenso con los recursos a su alcance. No advierten que, además de los medios de fuerza para enfrentar la subversión, ese Estado dispone de un capital político más allá de la ideología, de mecanismos esencialmente políticos para neutralizar sus maniobras, incluso si son más creativas y sofisticadas, como ahora.

Ha sido un error estratégico básico de la oposición no entender que el uso de la fuerza, en cualquier grado y modalidad (incluida la «no violenta»), ha disparado la alarma de la seguridad nacional, con efectos contraproducentes para sus fines de resquebrajar el consenso y legitimarse como opción viable.

Aprovechar una situación económica incierta y de desgaste del consenso para pulsear con el gobierno, intentar sacarle concesiones, y capitalizarlas para aumentar sus filas, no solo incide en la polarización política. Ese pulseo también contradice en sus propios términos la convocatoria al diálogo, la reconciliación, la unidad nacional, la búsqueda de la paz, etc., pero sobre todo echa gasolina a una situación volátil. En esa particular circunstancia, es mucho menos probable que el gobierno reaccione con los mismos reflejos de diálogo y conciliación que ante otras demandas sociales, e incluso políticas.

Como se sabe, una situación de inestabilidad y sus consecuencias serían más amenazantes que ninguna crisis económica, no solo para el sistema, sino para la sociedad y el interés nacional, más allá de diferencias ideológicas.

Por otra parte, aun si no se está bordeando una crisis política que amenace realmente el control del poder, la impresión de que la situación que se le va de las manos ya es bastante riesgosa. En efecto, la mera percepción de que la oposición le arranca concesiones bajo presión puede interpretarse como ineptitud para lidiar con la crisis en curso. No es posible soslayar que se trata de diálogo con una oposición que, bajo las banderas de la paz y el entendimiento, reclama un pluralismo con los sectores más alejados del diálogo, los del exilio duro y sus patrocinadores por excelencia.

La evolución de la situación cubana en los últimos años hace pensar que la bandera de la reconciliación es una idea bonita, pero que llevada al extremo resulta el sueño de la razón voluntarista. Convocar a un diálogo nacional ilimitado resulta ser, en el mejor caso, un proyecto utópico. Una república viable y sostenible basada en la convivencia de viejos y nuevos opositores con comunistas veteranos y nueva izquierda, militantes de la juventud anticomunista y del socialismo posible, los norteamericanos Díaz-Balart y Marco Rubio y los diputados a la Asamblea Nacional, los votantes de Coral Gables y los de Mantilla, resulta improbable, no importa cuántas frases de Martí se pronuncien para invocarla.

Finalmente, con ese interlocutor de siete cabezas, no se cumple un requisito clave de la negociación: la confianza en lo que hará el otro.

La cultura política de esta oposición se ilustra en lo que entiende por derechos humanos. Axiomas como que la genuina libertad de expresión es a la americana, que la manifestación de calle es la quintaesencia de la participación política, que irse a plebiscito es la forma plena de la democracia, que la única autonomía del poder judicial es la que corresponde a «la separación de poderes,» que democracia equivale a sistema de partidos como los imperantes en el Hemisferio Occidental, que libertad política conlleva registro de todo tipo de organizaciones sin importar su ideología, o que una libertad artística sin riberas es la medida de la cultura cívica de una sociedad, la retratan.

Entre los disidentes que he conocido (algunos de muy cerca), los hay que se hartaron de las liturgias del socialismo real, sufrieron el efecto de políticas sectarias o extremistas, perdieron la fe cuando se derrumbó el Muro, y se fueron al insilio o al exilio, o nunca llegaron a identificarse con un sistema como el vivido desde el Período especial, ni se sintieron motivados por la retórica que satura la prensa y la televisión cubanas. Ya no les interesó cambiar las cosas, y decidieron colgar los guantes; o nunca lo intentaron. También los hay con méritos para figurar en una historia universal del oportunismo.

¿Podría signficar algo diferente el caso de Yunior García dentro del liderazgo de esos grupos? ¿Cómo se explica que, en apenas unos meses, transitara de disensor a disidente? ¿Es que haber mantenido un diálogo dentro del sistema le confirió una mayor legitimidad a su marcha cívica? ¿No provenir de la oposición organizada le otorgó una mayor credibilidad? ¿Qué revelan los zigzagueos del proyecto y su desenlace?

Examinar esa política rebasa este breve espacio. Así como entender el factor EEUU en este cuadro. ¿Responden sus políticas hacia Cuba a su compromiso con los opositores? ¿A la promesa hecha a los «luchadores por la libertad,» desde 1960 hasta 2021? ¿Es que la brújula de los órganos de la seguridad nacional que han conducido siempre la relación con Cuba está clavada por el imán de Miami? ¿Qué misterio explicaría que en la política hacia Cuba, una cola así pudiera mover a un perro como ese?

Finalmente, ¿es que la política cubana hacia EEUU, y su disposición a retomar la normalización, puede depender ahora de su percepción de amenaza respecto a esta oposición y sus aliados? ¿Qué otras lecciones y experiencias se derivan para esa política?

Diría que esta carga de problemas ya es mucho para un primer round.

II



Mi abuela, maestra de primer grado en una escuela pública de Cabaiguán, recibía la revista Bohemia. Yo me acostumbré a leerla, de atrás hacia delante, empezando por los chistes gráficos. Lo único que me brincaba era la sección donde escribían Jorge Mañach, Herminio Portell Vilá, y otros destacados intelectuales, porque a mis 10 años no entendía ni me interesaban los temas que trataban.

Ese periodismo intelectual, que abordaba todos los temas, no es muy frecuente hoy entre nosotros. Cada vez que alguien me dice que el lector promedio o el televidente promedio no entiende o no se interesa en esos temas, que son demasiado complejos o sensibles, o que no están preparados para el análisis político, me pregunto si hablan de una isla y un mundo habitados por niños de 10 años.

Analizar la situación política no es lo mismo que enunciar la Cuba que los muy diversos cubanos imaginan o quisieran. Aunque yo también tengo una, me he limitado aquí a comentar la complejidad de un consenso compartido por esos cubanos diversos, que no consiste en «apoyo casi unánime,» sino en una base social con un sentido común contradictorio, tensiones y disparidades agravadas por la crisis, como sería normal en cualquier parte. Confundir la escala del consenso con la del oxígeno en la sangre, de manera que un apoyo del 97% indica un estado «saludable,» y uno «apenas de 80% o 75%» indica «grave,» resultaría una broma en cualquier parte.

Desde ese consenso entreverado que sostiene al sistema ahora mismo, intento examinar la situación política, a partir de tres sujetos: la nueva oposición política, el nuevo gobierno, y la nueva administración de EEUU.

Por muy nuevos que sean, esos actores y ese conflicto no se entienden fuera de la historia, sin vínculos con el pasado, con factores de poder, estructuras, instituciones, y sin la interacción de intereses opuestos entre dos Estados, el de Cuba y el de EEUU. Sin embargo, resulta imprescindible identificar lo que esos actores traen consigo y los diferencian de sus antecesores, sus propios problemas, y especialmente, su contexto particular. Entenderlos con sentido de este momento histórico, del cambio fundamental de circunstancia que lo caracteriza, en vez de pensarlos como islas que se repiten, según diría un caribeñista famoso. Sin discernir esos problemas propios, en relación con los conflictos que enfrentan y con la sociedad cubana actual, no es posible razonar sobre el campo político, más allá de antinomias ideológicas —como suele hacer el sentido común.

Criticar algunos postulados de ese sentido común que circulan en medios de comunicación e incluso en el discurso intelectual no requiere ponerse filosófico ni siquiera haber leído a Gramsci. Basta con someterlos a prueba.

Como botón de muestra, van los siguientes. «Este sistema político no tiene chance de cambio, porque está dominado por un esquema leninista.» «El Estado-Partido es un bloque de arriba abajo, inmóvil e inamovible.» «La reconciliación nacional depende de la voluntad política del gobierno para dialogar con la oposición.» «La iglesia católica es un actor particularmente dotado para mediar en esa reconciliación.» «Vivimos años negros para la libertad de expresión.» «La disidencia de los artistas responde a la falta de libertad del gremio y el cierre de las políticas culturales.» «Los jóvenes han desertado del campo de la Revolución, y se quieren ir a vivir afuera.» «La decepción de los pobres y los negros con el socialismo los ha convertido en base social de la oposición y de su nuevo liderazgo.» Etcétera.

En el sustrato de casi todos está la cuestión del funcionamiento democrático y la participación ciudadana. Para abordarla, habría que considerar no solo los llamados mecanismos de democracia directa —manifestación de calle, plebiscito, etc.— o votación cada cinco años, sino sobre todo, participación sistemática en toma de decisiones, control de las políticas, canalización de la opinión pública, diálogo con el gobierno. ¿Es posible esa participación sin un sistema más democrático, incluyendo al propio Partido?

Hace pocos días, en carta abierta al presidente de Cuba, un jesuita español le recriminaba por qué no acababa de reconocer el total fracaso de la Revolución y del sistema de dictadura del proletariado. Algunos no han advertido que en 2022 se cumplirán 30 años de la reforma a la Constitución que borró los conceptos dictadura del proletariado y vanguardia de la clase obrera. Y de que este año hicieron tres décadas de la eliminación de las creencias religiosas, como contradictorias con la ideología marxista y leninista.

Me pregunto si alguien presume que ser empresario privado inhabilita para ocupar cargos o ingresar al Partido. Y que criticar públicamente políticas del Partido por algún militante lo hace cometer violación flagrante del centralismo democrático.

Todos los conceptos subrayados arriba están en el decálogo del leninismo. A esa lista de herejías habría que agregar otras, consideradas incompatibles con la ideología por la educación política anterior. Por ejemplo, el fin de la enseñanza del ateísmo en las escuelas, la introducción de un artículo constitucional que permite familias encabezadas por parejas de un mismo sexo, el desmantelamiento del sistema de becas estudio-trabajo obligatorio en la enseñanza secundaria, la libertad para residir en el exterior sin perder sus derechos ciudadanos, etc. Quizás los problemas actuales del Partido no sean precisamente los atribuidos a un cierto leninismo.

Por el contrario, algunas prácticas bolcheviques podrían inspirar una mayor democracia en Cuba. Digamos, la lucha de las bases, los soviets y los sindicatos por controlar la burocracia; la legitimidad de discrepancias en sus filas, como la Oposición Obrera; la aplicación de una Nueva Política Económica (NEP) con mercado y economía mixta; el estímulo al debate sistemático abajo y arriba; la posibilidad de exponer en Pravda criterios de todos los militantes, no solo de algunos.

Legitimar cambios democráticos en el Partido, aquí y ahora, podría considerar lo dicho por el propio Raúl Castro hace casi diez años: «si hemos escogido soberanamente la opción del Partido único, los que nos corresponde es promover la mayor democracia en nuestra sociedad, empezando por dar el ejemplo en las filas del Partido.» Así que el PCC no está por encima de las reformas, ni es solo un sujeto protagónico en su aplicación, sino también objeto de una política que llama a «cambiar todo lo que debe ser cambiado.»

Aunque sabemos que la política no se contiene en los discursos, la lucha por convertir esas palabras en realidad tiene hoy mayor respaldo que nunca. ¿Cuál es, sin embargo, la vara para medir esa democratización? ¿Reconocer, dialogar y negociar con organizaciones políticas como las que predominan en la oposición cubana, en la Isla y el exilio? Una pregunta alternativa, congruente con la propia Constitución del sistema: ¿es deseable que un sistema socialista dé cabida a una «oposición leal» (definida por su propósito de mejorar el sistema, no de liquidarlo)?

Entrevistando hace siete años a un grupo de sujetos con responsabilidades institucionales, esta pregunta produjo respuestas disímiles.1

Un ex-presidente de la Asamblea Nacional apoyó «la «parlamentarización de la sociedad», la discusión constante, en fábricas y colectivos, de los problemas y las propuestas para encararlos,» no la «manipulación del disenso en «oposiciones» más o menos leales.»

Una Secretaria general de la UJC en funciones afirmó que «un disenso entre revolucionarios es muy necesario.» «En Cuba todavía no conocemos esa oposición [leal], porque las personas financiadas por un gobierno extranjero para derrocar la Revolución no pueden llamarse sino mercenarios.» Y añadió «No creo tampoco que hayamos alcanzado la democracia ideal…No descarto ninguna fórmula para más socialismo.»

Un educador popular de una ONG religiosa opinó: «Es necesario dejar claro los puntos que no entran en negociación; es decir, a qué ser leal… Está la lealtad a los principios de equidad social, dignidad personal y nacional, soberanía, socialización del poder, de la economía y de la felicidad; lealtad al poder popular ejercido por el pueblo. Si la apuesta es por estos [principios], la lealtad a las formas políticas se hace más flexible, pues sería al gobierno que haga valer esos principios.

Un jurista académico la definió como «una oposición que cumpla la ley de todos, que no pretenda, mediante la intolerancia, exigir tolerancia al Estado; que no use banderas de ideologías excluyentes e inhumanas, que respete el orden público y las normas que nos hemos dado en democracia, es leal al Estado de Derecho, y por lo tanto ella misma es imprescindible.

Un delegado del Poder Popular en Marianao respondió: «Tenemos que darle posibilidades a ese tipo de oposición; la que no está de acuerdo con las cosas mal hechas, y que pueda proponer cómo resolverlas…Si es con buena fe, oponerse a las cosas que no dan resultados ayuda a mejorar el sistema socialista, que en definitiva es el pueblo…A veces criticamos a los que dicen las verdades, y consideramos que tienen problemas políticos, pero esas personas lo que quieren es ver resultados.»

Una presidenta en funciones de una institución cultural la consideró «una antinomia. Porque la oposición lo es de verdad si muestra cierto nivel de organización, si constituye una alternativa frente a los poderes establecidos. Un revolucionario que se opone» a una política en particular «no es un opositor; es solo alguien que discrepa.»

El editor de una revista católica dijo que «se debe actuar para mejorar el sistema establecido por consenso y no para liquidarlo…Quienes posean otras preferencias ideológicas deben aceptarlo con humildad, pero sin dejar de aportar sus criterios y proyectos, aunque puestos a disposición de la realización de los intereses del pueblo. Así podríamos disfrutar de un socialismo capaz de integrar, incluso, la diversidad ideológica…No sería leal una oposición que… para conseguir sus propósitos políticos,…se alíe con potencias extranjeras, …que posea vínculos orgánicos con instancias nacionales o foráneas encargadas de promover la subversión, que no cuide la soberanía del país ni la concordia social.»

En estas entrevistas no solo es observable la diferencia de matices dentro de las instituciones del Estado y dentro de la sociedad civil, sino, entre sus visiones de entonces y las de ahora, en algunos casos particulares.

Hace una docena de años, en un medio oficial cubano, mencioné la cuestión de la oposición leal: «¿Podrá admitir el socialismo cubano en el futuro, junto con una institucionalidad democrática renovada, un sistema descentralizado, un sector no-estatal, también una oposición leal, dentro del propio sistema? Esa no es una pregunta para congresistas norteamericanos y europarlamentarios, sino para los cubanos que vivan su futuro en la Isla.»

Curiosamente, mientras la revista católica Espacio Laical celebraba el concepto un tiempo después, al punto de convocar un evento en 2013 donde se debatió, los editorialistas de Cubaencuentro lo consideraron una burda estratagema, «un candado,» detrás de la cual asomaba la oreja peluda del oficialismo disfrazado de «locuacidad liberal,» dirigida a «refrescar» el discurso totalitario.

Estos parecían ignorar que quienes lo acuñaron, a mediados del siglo XIX, no lo concibieron como una fórmula para «tomar el poder» o cambiar el sistema británico, sino para hacerlo políticamente más eficaz y ampliar su consenso. No buscaban precisamente «consentir» a los discrepantes, sino incorporarlos a la compleja tarea de gobernar. Lo que explica que la partidocracia de EEUU nunca lo asimilara, dado su bipartidismo acérrimo de doscientos años.

Me he extendido sobre este punto porque ilustra la brecha de una reconciliación nacional que algunos sueñan resolver de un salto. Asimismo, evidencia criterios dentro de la Revolución, abajo y arriba, que avalan una democratización realista. Reformulada siete años después, aquella pregunta se leería hoy así: ¿en qué medida una política dirigida a expandir el consenso, que integre la oposición leal al espacio político, sería congruente con el nuevo estilo de gobierno? Y podría añadirse: ¿está en el interés nacional que esa oposición leal dentro del sistema, en favor de un socialismo más democrático, sea una opción para los que abogan por el cambio, en vez de dejarlos afuera, y que algunos terminaran dejándose arrastrar por la oposición anticomunista?

Adivino a un lector que ya está preguntándose: ¿Y qué harían los EEUU? Para comentarlo haría falta un tercer round.

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1 «Hacer política socialista: un simposio,» entrevistador Daniel Salas, Temas # 78, abril-junio, 2014.

III

Entre el montón de antinomias que han poblado la política de EEUU desde Jefferson hasta Trump, probablemente la más florida de todas consiste en intentar, al mismo tiempo, aislar a Cuba en lo externo e influir en sus procesos internos.

La razón que la ha gobernado siempre, y también a lo largo de este último medio siglo, es geopolítica, en vez de meramente ideológica, económica, o doméstica. Si respondiera a factores ideológicos o doctrinales, la clave de esta política se podría encontrar en sus discursos anticomunistas sobre derechos humanos y democracia propios de la Guerra Fría. Si obedeciera a intereses económicos, estaría dictada por las corporaciones expropiadas en 1959-60, en busca de presionar a un Estado cubano “reacio a indemnizarlas.” Si Cuba fuera apenas «un tópico de política local de Florida», la continuidad de los mandantes en el enclave cubanoamericano, y sus antinomias, explicarían la hostilidad del Norte contra la isla.

La lógica geopolítica, en cambio, fundamenta la aplicación de un recurso de fuerza llamado bloqueo (no embargo) en los manuales de guerra caliente, dirigido a asfixiar al país, y arrastrarlo por las malas a un punto de quiebre —breaking point, según la jerga de esos manuales. Al mismo tiempo, esta lógica explica el intento por meter el pie en el proceso político interno, y empujarlo en la dirección del interés estadunidense.

Ambas dimensiones de esta estrategia cuadran en torno al objetivo de imponer un cambio de régimen que le convenga a EEUU. Ninguna de las dos dimensiones responde, naturalmente, al interés plural de la sociedad civil, la democracia o la libertad ciudadanas de los cubanos, dentro o fuera de la isla, ni está asociada a un cambio pacífico, a menos que se trate de un cambio en esa dirección prefijada.

A decir verdad, esta combinación de asedio y erosión política interna ha formado parte del arsenal estratégico universal desde Sun Tzu y Atila el Huno hasta Napoleón y Heinrich Himmler, pasando por Claussewitz, diestros en combinar la excelencia militar e ideológica de sus huestes, con lo que ahora llamamos penetración, guerra psicológica y cultural, a fin de ablandar al enemigo por fuera y por dentro. En su formato básico, fue diseñada y aplicada contra la Revolución cubana, muy especialmente, por el equipo de la administración de JFK. Desde entonces, se hizo evidente que, lejos de funcionar, resultaba muy contraproducente, según reconocieron los miembros de ese equipo, reunidos en La Habana tres décadas después.

En el campo militar, los próceres de aquella llamada Nueva Frontera solo se detuvieron ante el uso de sus propias tropas y medios, incluido el ataque nuclear. Para ahorrarse el altísimo costo de una intervención directa, cubanizaron la desestabilización, aprovechando las decenas de miles de descontentos, a quienes convirtieron en sus aliados. Desde entonces, los políticos estadounidenses se obsesionaron con la búsqueda de disidentes en el campo de la Revolución. “Even Castro himself,” dice un egregio memorándum de McGeorge Bundy, el Asesor de Seguridad Nacional de JFK, quien había servido de anfitrión al Comandante cuando visitó Harvard en 1959.

Sin embargo, esa refinada estrategia y formidables recursos puestos en juego contra un país tan chiquito, han padecido siempre un déficit de política práctica: resulta muy difícil cerrarle todos los accesos, puertas y ventanas a una casa, y al mismo tiempo, pretender influir en lo que pasa adentro. Como el lobo de los tres cerditos, el Estado norteamericano siguió soplando sin parar, mientras la casa se volvía más difícil de tumbar. Esta ha sido la antinomia por excelencia de la política de EEUU hacia la isla.

Aunque no es la única. Puesto que enumerarlas todas sería un abuso, comentaré solo dos.

En una nota anterior, he apuntado que la condición de anticastrista y anticomunista involucra a un conjunto imposible. Esta alianza de EEUU con “la nación cubana” ha abarcado desde los batistianos y sus familias (digamos, los Díaz-Balart) hasta ex-revolucionarios de todos los colores (viejos militantes del PSP, la Juventud Católica, el II Frente, el Directorio, el 26 de julio, las ORI, la UJC, el PCC…). También a militares de la dictadura y algunos alzados para derrocarla, aliados luego contra la Revolución; a miembros de la Brigada 2506 junto a ex-oficiales de las FAR y el MININT convertidos en disidentes; a periodistas del Granma, profesores de marxismo-leninismo, y a muchos que coreaban himnos en la Plaza, junto a quienes los execraron siempre, reunidos ahora en las filas de la Vigilia Mambisa y las marchas por las calles de Little Havana.

No es extraño que un conjunto tan incongruente revele cierta ineptitud para actuar como bloque de oposición, y compartir una plataforma y un liderazgo comunes. Su consigna podría ser “contra la Revolución todo, dentro de la Revolución, nada.” Ahijados de sectores diferentes dentro de los poderes establecidos —la CIA, el Departamento de Estado, las facciones dentro del Congreso, los politiqueros de la industria local del anticastrismo— los opositores ostentan la marca de ese apoyo. Aun dejando de lado los epítetos que les dedican los medios cubanos, esa marca contradice su legitimidad como oposición a los ojos de mucha gente cubana, incluida la que discrepa o no apoya al gobierno.

Esta peculiar relación entre los aparatos del Estado y las sucesivas cohortes del anticastrismo es más enrevesada de lo que parece, y da lugar a una especie de antinomia del doctor Frankenstein. En el pasado, creerse los diagnósticos de esa oposición apadrinada lo llevó a dejarse embarcar en operaciones tan delirantes como Playa Girón. Ahora mismo, esta antinomia se transparenta en la declaración más reciente del mismísimo Secretario de Estado sobre Cuba, con frases entresacadas de medios antigobierno dentro y fuera de la isla, y de sus intelectuales orgánicos más combativos,

Este discurso le atribuye el origen de la sentada frente al MinCult hace un año, y el diálogo con sus representantes la noche del 27N, a la iniciativa de activismo político antigobierno de unos artistas instalados en La Habana Vieja. A esta elite, en su mayoría de clase media blanca, la identifica como “la voz del pueblo cubano.” Emplaza al gobierno por “redoblar su ideología en bancarrota y fracasado sistema económico.” “Felicita al pueblo cubano por continuar reclamándole al gobierno que lo escuche.” Y “urge al régimen que atienda su llamado, y le permita labrarse su futuro propio, libre de amenaza de represión gubernamental.” A todo lo anterior le llama “apoyar el diálogo en Cuba.”

Ni una palabra acerca de reiniciar el otorgamiento de visas al pueblo cubano; facilitar remesas de sus familiares; reanudar intercambios con artistas, académicos, deportistas; incentivar la cooperación científica, en el campo de la salud y el enfrentamiento a la pandemia; permitirles a los cubanoamericanos que inviertan y se asocien con sus parientes en la isla; reconocer las reformas dirigidas a abrir espacio al sector privado, el mercado, el uso de internet, etc. Ni el menor atisbo de anuncio sobre relajamiento de los mecanismos del bloqueo en beneficio de la sociedad civil en ambos lados del estrecho de Florida.

La última antinomia de esta política que comentaré es la que se manifiesta en su efecto contraproducente.

Por mucho que el gobierno cubano lo mencione para explicarlo todo, el asedio a la isla no es una paranoia castrista, sino un cerco geopolítico real. Para apreciar su minucioso alcance basta con observar a un banco chino negarse a abrirle la cuenta a un cubano o leer el mensaje “usted está en un país donde no puede acceder a este servicio” enviado por Google o Yahoo a una laptop en la isla.

El síndrome de la fortaleza sitiada interfiere de mil maneras en la vida cotidiana, y es una luz roja que parpadea ante cada cambio que se propone implementar en Cuba. “¿Cómo se aprovecharán ellos (los americanos) de este cambio, para intentar serrucharnos el piso?” No hay mejor vitamina que ese acoso incesante para el bando de los que no quieren cambiar nada en Cuba.

Las Fuerzas Armadas cubanas y la Seguridad del Estado se fundaron y crecieron desde el origen del poder revolucionario, y se han perpetuado en su forma actual, porque responden al acoso de los EEUU. Su costo y su rol en el sistema, así como la centralización y el verticalismo que caracterizan el funcionamiento del socialismo cubano, son inseparables de ese desafío. Quizás la antinomia más escandalosa de la política norteamericana hacia Cuba en la actualidad radique, precisamente, en reproducir continuamente las condiciones que operan en contra de un socialismo más democrático y de la conquista de mayores libertades sociales e individuales.

Para decirlo de otra manera, sin dejar resquicio a malentendidos: el camino impostergable hacia un sistema más democrático y con mayores libertades ciudadanas se hace cuesta arriba gracias a esa política estadunidense, que se da el permiso de hablar a nombre de la misma sociedad civil cubana que mantiene bajo asedio. Su apoyo oficial a la oposición antigobierno recarga la atmósfera en contra del reconocimiento y normalización de una oposición leal, que contribuya a expresar la diversidad y pluralidad reales dentro de un socialismo cubano renovado.

¿Cómo funcionan estas antinomias en el actual contexto político de las relaciones bilaterales?

Luego del corto verano de la normalización con Obama y los cuatro años fatídicos con Trump, la prolongación del trumpismo bajo Biden es lo que faltaba para disipar las ilusiones de una re-normalización en el seno de este nuevo gobierno cubano, que enfila el cierre de un muy difícil tercer año de su mandato. Aun si muchos de los acuerdos y medidas de confianza mutua logrados con Obama siguen existiendo formalmente, las torpezas y el desinterés de esta administración ha mantenido el tono de las relaciones a un punto tan bajo como siempre. No sería realista (o “pragmático,” como dicen algunos) que este joven gobierno cubano invirtiera un centavo en fomentar un tango que el otro no quiere bailar. En términos de costo-beneficio, está claro que Cuba no ganaría en este escenario lo que habría podido, si Biden hubiera cumplido sus promesas de campaña. Sin embargo, para el interés norteamericano en relación con la isla, el costo de oportunidad podría ser mayor de lo que algunos observadores políticos parecen advertir.

En efecto, Cuba no es un asteroide gravitando en solitario frente a un planeta masivo llamado EEUU, en medio de la nada. Ese espacio está habitado por numerosos cuerpos. El vacío que EEUU deja de ocupar en el entorno de la transición cubana es asumido por otros. No son solo Rusia, China, Vietnam, sino la Unión Europea y Canadá, con intereses económicos y políticos en esta transición, así como un número considerable de países de América Latina y el Caribe, Asia y el Medio Oriente, cuya órbita política no los ha alejado de Cuba, a pesar de los presagios de descarrilamiento que inundaron 2021.

Paradójicamente, cuando miremos hacia atrás dentro de un tiempo, quizás podamos apreciar este año dramático como un punto de viraje, donde la continuidad y ritmo de los cambios se empezaron a estabilizar, a pesar de las antinomias que atraviesan la política de los EEUU hacia la Isla.

Bioeléctrica-central Ciro Redondo: Epicentro de millonarias pérdidas (+ Fotos)

Por José Luis Martínez Alejo, Trabajadores

Las situaciones coyunturales de los últimos tiempos impactan en el desarro­llo socioeconómico de lo que este periodista considera hoy como el epicentro de la agroin­dustria azucarera de esta provincia, por contar con la única bioeléctrica del país, el central más modernizado de la nación, la mayor planta del bionutriente fitomas, la emblemática fábrica de levadura torula; y las entidades provinciales de logística Azumat, de montaje industrial Zeti y de transporte ferroviario Ferroazuc.


El gran desafío: alimentar de biomasa a la bioeléctrica para que esta pueda reanudar sus operaciones tras casi seis meses de inactividad. Foto: José Luis Martínez Alejo

Tan potente núcleo empresarial, con sus respectivos emplazamientos en el céntrico po­blado de Pina, posee historia de caguasos de­rivados no solo de fenómenos climáticos y epi­demiológicos, de contingencia energética, de bloqueo imperialista y de crisis económica que han menguado las fortalezas de un sector clave.

Razones tienen muchas personas para pre­guntarse: ¿Por fin, podrán la bioeléctrica y el central Ciro Redondo, más allá de cumplir las cláusulas de un contrato de intercambio de in­sumos, lograr eficiencia en la producción de energía y azúcar, desde la recta final del 2021?

El escollo añejado

Aunque optimista, porque en el día a día ya se habla de que ambas industrias son como una en materia de relaciones laborales, Danilo Fer­nández Madrigal, director de la Empresa Agro­industrial Azucarera Ciro Redondo, reconoce que “sigue siendo nuestro principal problema la producción de caña”.

Los factores externos influyen, pero los internos pesan demasiado. “Tenemos uni­dades sin incorporarse a la doble jornada de labor en la agricultura, incide en ello la ali­mentación del personal. Los resultados es­tán muy distantes del potencial del riego con inversiones en sistemas de alta tecnología por casi medio millón de pesos”, argumenta el directivo.

Y la gramínea lista para el corte se seca en el campo. “Perdimos 35 mil toneladas en las dos últimas zafras, con una afectación económica de casi 2 millones de pesos, por­que retiramos el agua antes de la cosecha, como está establecido, pero no fueron corta­das, entonces las cañas se secaron y las cepas murieron…”, ejemplifica Alfredo Oropeza Díaz, presidente de la unidad básica de pro­ducción cooperativa Ilusión.


Alfredo Oropeza: «Nunca hemos tenido pérdidas económicas, pero si el central Ciro Redondo vuelve a dejar de moler, vamos a seguir perdiendo volúmenes de caña…».

Hay más materias no tan extrañas de un problema añejado. Porque, dos años atrás, an­tes del azote del coronavirus, el territorio avile­ño mostraba rendimientos de 41 toneladas por hectárea, bajísimos según especialistas. De 60 unidades cañeras, solo 17 pudieron distribuir utilidades en tal etapa.

Bagazo, marabú o ¿espinas?

Espinoso se torna este año el ambiente precontienda azucarera con las dolencias en el corazón del emporio agroindustrial. La bioeléctrica está inactiva desde mediados de junio pasado, debido a la falta de biomasa de marabú como combustible para el funcionamiento de sus calderas, lo cual limitó el aporte al Sistema Electroenergético Nacional, por cierto, en momentos de apagones, ante el déficit de generación por averías en las principales termoeléctricas del país.


El umbral de este emporio industrial debiera tener ya una cultura urbanística. Foto: José Luis Martínez Alejo

El ingeniero Adisney Peña, director de planta en la bioeléctrica, afirma que la causa fundamental es la rotura de ocho de las 12 co­sechadoras de marabú, paralizadas por falta de financiamiento para adquirir piezas de repues­to por importación.


Un ejemplo del gran problema que es la producción de caña. No solo las malas hierbas han necesitado de movilizaciones voluntarias. Foto: CTC Ciro Redondo

“Ahora efectuamos la corrección de defectos para reanudar la puesta en marcha del equipa­miento industrial. El mantenimiento general incluye 72 tareas, ya concluimos el alistamien­to del sistema de alimentación de la biomasa, y está en proceso por su envergadura el arreglo del sistema refractario de las dos calderas y la sustitución de 79 tubos en la número dos”.

Por su parte, Fernández Madrigal menciona entre las acciones importantes la limpieza quí­mica realizada a mecanismos del ingenio azu­carero pinense, una tarea en la cual se cifran las esperanzas para revertir los resultados de la contienda pasada, con solo el 18,2 % de cumpli­miento de la producción mercantil planificada. “¿Causas de los incumplimientos?, la princi­pal fue el alto contenido de sílice que el cen­tral nos devolvía como condensado, se perdía mucho tiempo en recepcionar esa agua de baja calidad que no admiten nuestras calderas mo­dernas de alta precisión. Teníamos que botar líquido y producirlo en nuestra planta de trata­miento para reponer la cantidad perdida, y eso requiere la utilización de productos químicos caros”, explica Adisney.

De otros sinsabores y desafíos

La vecina unidad de derivados de la caña de azúcar también convive en un ambiente con sabor agridulce. Comienza a reanimarse con nuevas inversiones, pero le será imposible des­contar el atraso en la producción de levadura torula que no rebasa el 65 % de su compromiso hasta la fecha.


La baja extracción del producto terminado por parte de los clientes, ha sido el cuello de botella en los siete años de funcionamiento de la mayor fábrica de Fitomas de Cuba, aledaña al central Ciro Redondo. La empresa avileña de Suministros Agropecuarios no ha extraído ni un litro en lo que va del 2021, según informó la ingeniera Miroslava Lorenzo García. Foto: José Luis Martínez Alejo

Industria cubana define sus prioridades de desarrollo

 La transformación tecnológica, la modernización y los encadenamientos productivos, figuran entre las prioridades de la industria en Cuba, urgida de satisfacer la demanda nacional

El viceministro de Industrias, Ernesto Cedeño, explicó que las líneas de mayor impacto en los sectores estratégicos de la nación serán las que recibirán más impulso. Foto: Prensa Latina

La transformación tecnológica, la modernización y los encadenamientos productivos, figuran entre las prioridades de la industria en Cuba, urgida de satisfacer la demanda nacional, reporta Prensa Latina.

Con la publicación del Decreto 59 del Consejo de Ministros sobre la política para el desarrollo del sector y la resolución 95 del Ministro del ramo, quedaron definidas las principales acciones a realizar para contribuir a la sustitución de importaciones e insertarse en las exportaciones del país.

El viceministro de Industrias, Ernesto Cedeño, explicó que las líneas de mayor impacto en los sectores estratégicos de la nación serán las que recibirán más impulso, si bien la aspiración es encaminarse hacia la exportación con productos más competitivos y de calidad, añade PL.

De esta manera, la fabricación de elementos que tributen a la ampliación del uso de las fuentes renovables de energía y la eficiencia energética constituyen prioridad para las industrias electrónica y metalmecánica.

En el caso de esta última, también la producción de equipos e implementos para la agricultura, la agroindustria azucarera y la construcción.

Ampliar renglones como los artículos de aseo, higiénico-sanitarios, productos textiles, calzados, muebles y envases, entre otros, son igualmente prioritarios en el contexto cubano.

De acuerdo con la resolución ministerial, la industria química estará enfocada en crear nuevas capacidades de producción de oxígeno en el oriente del país, para evitar fallos en la disponibilidad y poder redistribuir mejor, como evidenció la epidemia de COVID-19 que era necesario.

Además, trabajarán en función de rehabilitar, consolidar y crear nuevas capacidades para la fabricación de fertilizantes químicos y plaguicidas.

En tanto, la industria electrónica desarrollará la fabricación de equipos médicos y de soporte para la educación, así como de robots industriales para su propio uso.

El reciclaje dirigirá sus acciones a mejorar la reutilización de los productos y la tasa de reciclaje, mientras la siderúrgica laborará en la diversificación de la producción de aceros laminados y sus derivados, y el estudio para obtener aceros inoxidables y especiales con materias primas nacionales.

Elon Musk vaticina que la economía de China rebasará de dos a tres veces la de EU muy pronto

Por Alfredo Jalife-Rahme. La Jornada

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El magnate Elon Musk, quien abusa publicitariamente de su frívola excentricidad, admite que su empresa Tesla mantiene excelentes relaciones con China.Foto Ap

El magnate Elon Musk (EM) –de padre sudafricano y madre canadiense–, quien compite con Jeff Bezos (mandamás de Amazon) por el primer lugar de los más pudientes del universo capitalista (https://bit.ly/3rXGDw5), en su participación en la Cumbre del Consejo de los Jerarcas Ejecutivos del Wall Street Journal (https://on.wsj.com/3pMDj4g), vaticinó que China se encuentra en vías de ser la primera economía global y de superar a Estados Unidos de dos a tres veces (https://bit.ly/3DKotQD).

Cuando se mide el PIB por el poder adquisitivo, China –26.6 millones de millones de dólares– hace mucho que superó a Estados Unidos (PIB de 22.7 millones de millones de dólares), según datos del FMI de 2021.

En forma nominal, el PIB de Estados Unidos sustenta difícilmente su primer lugar con 22.7 millones de millones de dólares) frente a 16.6 millones de millones de dólares) de China. Estos 6 millones de millones nominales de diferencia, con el ritmo sostenido de crecimiento de Pekín a una tasa promedio de 6 por ciento de crecimiento anual, en un máximo de tres a cinco años desbancará del primer sitial a Estados Unidos.

Hábilmente defensivo, EM –partidario de Trump y quien acaba de trasladar su matriz operativa del feudo demócrata en Silicon Valley (California) al feudo republicano de Texas–, admite que una de sus empresas, Tesla, mantiene excelentes relaciones con China, aunque no aprueba todas las acciones de ningún gobierno, que incluyen al chino y, más que nada, al alicaído gobierno de la dupla Biden/Kamala Harris.

Más allá de las opiniones adversas que se tengan sobre EM, quien abusa publicitariamente de su frívola excentricidad, es innegable que sea un pionero en varios rubros, en especial, de la privatización del espacio, donde se ha convertido en un factor relevante a tomar en cuenta (Financial Times, 5/12/21).

A propósito, Josef Aschbacher, nuevo director general de la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés), fustiga que a EM se le ha permitido imponer sus reglas en el espacio cuando los reguladores (sic) de Estados Unidos le han aprobado más de 30 mil satélites (¡megasic!), mediante su servicio de internet satelital Starlink (FT, 30/3/21),lo que de facto lo coloca hoy como el rey de la nueva economía espacial, debido a que no existen reglas de los países del planeta Tierra. ¡Todo un tema! Hoy la empresa misilística privada SpaceX de EM se prepara a invertir 30 mil millones de dólares para la expansión de Starlink (FT, 29/6/21).

Tesla, que heredó su nombre del genial inventor e ingeniero electromecánico serbio-croata Nikola Tesla, es la principal fábrica de autos eléctricos estadunidenses con sede en Austin, Texas. La capitalización de mercado de Tesla es de 1.1 millones de millones de dólares: ¡equivalente al PIB nominal de México!

SpaceX está valuada en 74 mil millones de dólares, pero todavía no es pública. EM detenta 23 por ciento de Tesla. Como de costumbre, los accionistas institucionales son los gigabancos (https://bit.ly/3ENoZip) de la plutocracia estadunidense (https://cnn.it/33mmvJY): Vanguard Group (5.83 por ciento), Capital Research & Management Co. (3.73 por ciento), BlackRock (3.42 por ciento), StateStreet (3.11 por ciento). Por cierto, Tesla incrementó su valor bursátil en más de 44 por ciento este año.

De acuerdo con informes de Tesla, sus ventas a China descolgaron ingresos por 3 mil 110 millones de dólares al tercer trimestre de 2021(https://bit.ly/3oKrrQY). EM comenta que avanzamos hacia un mundo nuevo (sic) e interesante y que se debe recordar que todos somos humanos y que no es su intención respaldar todo lo que hace China, más de lo que respaldaría todo lo que hace EU u otro país.

Aturde que un megatrumpiano de la talla de EM realice sus mejores negocios con China cuando Trump inició su guerra comercial contra Pekín de la que no ha podido zafarse Biden.

Trump no ignoraba las tendencias geoeconómicas cuando su nieta Arabella, hija de Ivanka y Jared Kushner, hoy de 10 años, aprendió chino mandarín. Tampoco Ivanka Trump cesó de hacer negocios con China (https://bit.ly/3yhX5IC).

EM no descubrió el hilo negro, sólo expuso una realidad inocultable.

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