Foto: Jorge Luis Baños (IPS)
15 agosto, 2016 Por: Dr.C Juan Triana Cordoví
La noticia de que el intrincado pueblecito de Motembo, en Villa Clara, podría renacer de su anonimato y jugar un papel decisivo en la economía cubana de los próximos años, saltó a algunos medios de comunicación en días recientes. Las estimaciones de probables existencias de petróleo que anunció la empresa australiana MEO en el llamado Bloque 9, han rescatado a Motembo de un olvido de cien años, pues fue allí, en el siglo XIX, donde se descubrió el primer pozo de petróleo ligero de Cuba.
Muchas expectativas y nuevamente muchas esperanzas se crearon a raíz de este anuncio, en tiempos donde la reducción del suministro de petróleo desde Venezuela resucitó en muchos el fantasma del Período Especial. Sin embargo, la noticia a mí lo que me trajo a la mente fue otra vez la realidad de ese mal que hemos padecido durante casi toda nuestra historia como país: la dependencia energética que arrastramos desde los inicios del siglo XX.
En Economía, la dependencia tiene muchas dimensiones: la energética, la alimentaria, la tecnológica, la financiera, la comercial… Cuba las padece todas, algunas además se han incrementado en estos tiempos, producto de la larga crisis que sufrimos desde inicios de los años 90 del pasado siglo y de la cual no acabamos de salir. A nuestra dependencia contribuyen los déficits estructurales que nuestros esfuerzos de desarrollo no lograron eliminar, las políticas sectoriales que no dieron los resultados esperados o que fueron mal diseñadas o mal aplicadas.
La dependencia energética es –quizás junto a alimentaria– la que más sentimos, porque nos marca el día a día, se monta con nosotros en alguna guagua o almendrón sobreviviente y se hace sentir en todas las oficinas climatizadas que no ponen el aire acondicionado. Si intentamos hacer alguna gestión o comprar en una tienda a punto de mediodía, más nos parece estar entrando a uno de los círculos del infierno que a un comercio.
Tiene responsabilidad también en que cuando busquemos una botella de agua fría no la encontremos, porque no hay agua o no está fría, o que tratemos de mantener nuestros cabales en una de las noches en que por alguna razón no hay fluido eléctrico o incluso en que apelemos cada vez más al abanico como una herramienta de ventilación amigable con el medio ambiente, sobre todo en los aeropuertos donde aguardamos pacientemente por desembarcar o recoger nuestras maletas.
Siempre que se anuncia la posibilidad de un hallazgo petrólero a todos nos crece la esperanza de su confirmación, de que sea mucho y de que nos permita un respiro en la factura de importación. Casi siempre esperamos que la suerte sea toda y también nos alcance para exportar y de esa forma obtener ingresos que aliviarían la presión financiera externa. Recordemos, ya pasamos por esta sensación cuando comenzaron hace ya unos años las perforaciones en las aguas profundas del Golfo de México.
Petróleo y electricidad todavía hoy van de la mano, en el mundo y en Cuba. La electricidad es por mucho el bien y el servicio que más nos acerca a la modernidad y quizás uno de los que resulta imprescindible para la prosperidad de las personas.
Por eso es bueno recordar que:
1- El acceso masivo y barato a la electricidad es el producto de la Revolución Cubana. Ese acceso está conceptuado hoy como un elemento decisivo de la prosperidad.
2- Los programas de desarrollo que se asumieron en Cuba requirieron siempre un consumo creciente de energía.
3- Cuba tuvo durante casi treinta años, por su relación con la Unión Soviética, un acceso relativamente fácil y barato a los portadores primarios, o sea, al petróleo, del cual llegamos a consumir casi 13 millones de toneladas cuando no llegábamos a ser 11 millones de cubanos. Esto significa que cada cubano llegó a consumir 1,18 toneladas al año, o lo que es lo mismo, 7,67 barriles al año (1 tonelada de petróleo = 6,5 barriles más o menos).
4- La densidad energética (toneladas de petróleo por millón de pesos de PIB) del país fue de las más altas del mundo.
5- Ese acceso fácil y barato, configuró una matriz energética y hábitos de consumo (en todos los sectores) muy distanciados de nuestra capacidad real para sostener esos consumos.
6- Todavía los primeros 100 KW de electricidad del consumo doméstico son altamente subsidiados.
Nuestra dependencia de la importación de petróleo para la producción de energía eléctrica es significativa, como también lo es para prácticamente el resto de todas las actividades.
La producción nacional de petróleo que llegó alcanzar en el año 2002 los 3 millones 679,8 toneladas ha estado descendiendo desde entonces y en el año 2013 fue de 2 millones 897,1 toneladas, esto es un 22 por ciento menos.
Es cierto también que utilizamos el crudo cubano para la generación y que ello logra cubrir una parte significativa de la generación, en un tiempo más del 50 por ciento. También lo es que las plantas de Energás producen el 12 por ciento de la electricidad del país con el gas acompañante de los pozos del norte de la Habana y Matanzas. Pero aún así dependemos de la importación de petróleo para el resto de la generación y esa dependencia se convierte, en situaciones como las actuales, en una gran debilidad.
La tabla siguiente ilustra esa dependencia energética solo para el petróleo:
Si bien las cifras públicas de 2014 y 2015 no están disponibles (¿por qué razón, si somos los dueños?) podemos, sin embargo, hacer alguna estimación sobre la base de informaciones no confirmadas que hablan de una importación de 100 mil barriles diarios de petróleo de Venezuela, o sea, 5,6 millones de toneladas. Asumiendo la misma producción de petróleo de 2013, entonces la importación de petróleo sería 2,3 veces la producción doméstica de ese combustible.
El acuerdo original con Venezuela, beneficioso para ambas partes, establecía la venta a Cuba de 53 mil barriles diarios de petróleo (2,5 millones de toneladas anuales). El 80 por ciento de los suministros, Cuba lo pagaría a precios del mercado mundial y en los 90 días posteriores a la entrega. El plazo de pago para el 20 por ciento restante podría estar entre 5 y 20 años, en dependencia del precio promedio anual que alcanzara el petróleo y Cuba pagaría esa quinta parte con la exportación de bienes y servicios necesarios para el programa de desarrollo socioeconómico de Venezuela.
Para 2016 y probablemente para los años venideros, todo es más complicado, pues como ya sabemos el suministro de petróleo desde Venezuela se ha reducido significativamente, en tanto que la producción de petróleo en dicho país sigue una tendencia decreciente. En el mes de julio, según informaciones de la OPEP, bajó a 2 mil 095 millones de barriles diarios desde los 2 mil 115 millones en junio, y el precio de la cesta de petróleo de PDVSA bajó desde los 39.73 dólares por barril hasta 37.67.
Ante esta realidad cobra más importancia aún el concepto de diversificar la matriz energética cubana, algo ya planteado hace cinco años en los Lineamientos y reiterado nuevamente en los documentos programáticos que se discuten todavía por todo el país.
La diversificación de la matriz, la generación distribuida y la introducción de tecnologías menos consumidoras en la iluminación, por ejemplo, son proyectos hechos en parte realidad desde la Revolución Energética de hace ya diez años.
Sin embargo, todavía hoy esa matriz energética en alrededor de un 95 por ciento depende de combustibles fósiles que debemos importar, todavía hoy la generación de electricidad usando fuentes renovables no rebasa el cinco por ciento del total, mientras que el mundo anda por el 12 por ciento y América Latina está por encima del 20 por ciento.
Todavía quemamos petróleo para calentar el agua con que nos bañamos; en la mayoría de las instituciones que dan servicio de comida se quema petróleo para calentar el agua con la que se friega, y nuestro alumbrado público, en su mayoría, sigue alumbrando a partir de la generación con petróleo.
Nuestra estrategia de llegar a 2030 con un 24 por ciento de generación desde fuentes renovables, incluye invertir 3 mil 600 millones de dólares en los próximos 15 años, y desarrollar 25 plantas de energía con biomasa (aprovechando caña de azúcar), además de 13 parques eólicos e instalación paneles fotovoltaicos.
Lamentablemente, los proyectos de generación con biomasa, quizás el mejor sistema de generación distribuida que podríamos tener, en lo fundamental con bagazo de caña, parecen avanzar demasiado lento para nuestras urgencias. Una sola planta bioeléctrica (BIOPOWER, una empresa mixta) está en proceso de creación, al menos que se conozca públicamente.
Hemos avanzado más en la fotovoltaica y en la eólica, pero lamentablemente estas fuentes apenas cubrirán una pequeña parte de la demanda.
Nuestras centrales térmicas siguen utilizando fuel y diesel cuando la tendencia en el mundo es a la utilización de gas licuado, más barato, más eficiente y menos contaminante; mientras que las inversiones en las nuevas capacidades en esas plantas termoeléctricas, hasta donde se ha hecho público, no parece que cambien de fuel y diesel a gas.
Entonces, para algunos, el resurgir de Motembo como un foco petrolero aparece nuevamente como la gran esperanza. Sin duda sería muy provechoso en el corto plazo. De convertirse en realidad los pronósticos de MEO, asistiríamos a una etapa de bonanza poco comparable con nada anterior.
Ojalá que para entonces, el síndrome de la dependencia sea historia. Porque la dependencia es más que todo una condición mental y cultural, que induce a algunos a pensar que las condiciones que disfrutamos o padecemos hoy se mantendrán para toda la vida.
Evitemos pasar de la diabetes descontrolada a cirrosis terminal. Ojalá si encontramos petróleo, no convirtamos la suerte y la ventaja en nuestra próxima fuente de dependencia, tal cual nos pasó con al azúcar hace ya muchos años. De tener esa suerte, la de que se conviertan en realidad los pronóstico de MEO, entonces ese recurso nos debería permitir ser más independientes, incluso del propio petróleo.