Los precios bursátiles están bastante desconectados de cosas como el empleo o incluso el producto interior bruto
Sede de la Bolsa de Nueva York.JOHANNES EISELE / GETTY IMAGES
El martes, el índice bursátil S&P 500 alcanzaba un máximo histórico. Al día siguiente, Apple se convertía en la primera empresa estadounidense con una valoración bursátil superior a los dos billones de dólares. Y cómo no, Donald Trump presenta las Bolsas como prueba de que la economía se ha recuperado del coronavirus; lástima que fallecieran 173.000 estadounidenses, pero como él dice, “es lo que hay”.
Sin embargo, a los millones de trabajadores que aún no han recuperado el empleo y que acaban de sufrir un recorte en las prestaciones, probablemente no les parezca que la economía vaya tan bien. La prestación adicional de 600 dólares semanales aprobada en marzo para los parados ha expirado, y lo que Trump ha propuesto para sustituirla es básicamente una broma de mal gusto.
Incluso antes de que se recortara la ayuda, el número de padres que se quejaban de pasarlo mal para dar de comer a sus hijos aumentaba a toda velocidad. Y seguramente, esa cifra va a dispararse en las próximas semanas. Además, estamos a punto de ver una enorme oleada de desahucios, porque las familias ya no ingresan dinero suficiente para pagar el alquiler y porque, al igual que las prestaciones complementarias por desempleo, la prohibición temporal de los desahucios acaba de expirar.
¿Pero cómo es posible que exista semejante desconexión entre los precios bursátiles en alza y este aumento de la penuria? Los tipos de Wall Street, a los que les encantan las sopas de letras, hablan de una “recuperación en forma de K”: subida de los valores bursátiles y de la riqueza individual en la parte superior, y bajada de los ingresos y agravamiento del sufrimiento en la inferior. Pero eso es solo una descripción, no una explicación. ¿Qué está sucediendo?
Lo primero que debemos señalar es que la economía real, a diferencia de los mercados financieros, sigue en muy mal estado. El índice económico semanal publicado por la Reserva Federal da a entender que, a pesar de haber tocado fondo hace ya unos meses, la economía sigue estando más profundamente deprimida que en cualquier momento de la crisis de 2008. Y esta vez, las pérdidas de empleo se concentran entre los trabajadores peor remunerados, es decir, aquellos estadounidenses que carecen de recursos económicos.
¿Y qué hay de las Bolsas? Lo cierto es que las cotizaciones bursátiles nunca han estado estrechamente ligadas al estado de la economía. Como dice un viejo chiste de economistas, el mercado ha pronosticado nueve de las últimas cinco recesiones.
Es verdad que a las Bolsas les afectan las crisis financieras pero los precios bursátiles están bastante desconectados de cosas como el nivel de empleo o incluso el PIB. Y en los tiempos que corren, la desconexión es aún mayor de lo habitual, porque la reciente subida del mercado ha estado guiada por un pequeño número de gigantes tecnológicos. Y los valores bursátiles de estas empresas guardan muy poca relación con los beneficios actuales de las mismas, y mucho menos con el estado de la economía en general. Tienen que ver más bien con las percepciones que los inversores tienen de un futuro bastante distante.
Tomemos como ejemplo Apple y su valoración: tiene aproximadamente una relación precio-beneficio —es decir, la relación entre su valoración bursátil y los beneficios— de 33. Una forma de interpretar esa cifra es que solo en torno a un 3% del valor que los inversores asignan a la empresa refleja la cantidad de dinero que esperan que esta gane a lo largo del próximo año. Mientras prevean que Apple seguirá siendo rentable dentro de varios años, les importa muy poco lo que pueda ocurrir con la economía estadounidense en los próximos trimestres.
Es más, los beneficios que los inversores prevén que Apple obtendrá dentro de unos años influyen especialmente en este caso porque, a fin de cuentas, ¿en qué otra parte van a invertir su dinero? La rentabilidad de la deuda pública estadounidense, por ejemplo, está muy por debajo de la tasa de inflación prevista. Y la valoración bursátil de Apple es de hecho menos extrema que la de otros gigantes tecnológicos, como Amazon o Netflix. De modo que a las acciones de las grandes tecnológicas —y a sus propietarios— les va muy bien porque los inversores creen que obtendrán buenos resultados a largo plazo. La depresión económica importa muy poco.
Por desgracia, los estadounidenses de a pie reciben muy pocos ingresos derivados del incremento del patrimonio, y no pueden vivir de las buenas proyecciones acerca de sus perspectivas futuras. Decirle al casero que no se preocupe por nuestra incapacidad actual de pagar el alquiler, porque sin duda dentro de cinco años tendremos un trabajo buenísimo, no nos llevará a ninguna parte, o más exactamente, servirá para que nos pongan de patitas en la calle.
Así que esta es la situación actual en Estados Unidos: el desempleo es extremadamente elevado en gran medida porque Trump y sus aliados se negaron primero a tomarse en serio el coronavirus y después presionaron para reabrir prematuramente la economía, en un país que no cumplía ninguna de las condiciones para reanudar la actividad. E incluso ahora se niegan a asumir estrategias de protección básicas, como imponer las mascarillas.
A pesar de este fracaso épico, la ayuda federal mantuvo durante meses a flote a los desempleados, y eso permitió evitar una catástrofe tanto humanitaria como económica. Pero ahora esa ayuda ha expirado, y Trump y sus aliados se toman el desastre económico inminente tan poco en serio como se tomaron antes el desastre epidemiológico inminente.
De modo que todo indica que, aunque la pandemia remita, lo cual no está ni mucho menos garantizado, estamos a punto de sufrir un enorme aumento de la pobreza nacional. Pero las Bolsas suben. ¿Por qué, exactamente, tendríamos que preocuparnos?
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2020
Traducción de News Clips
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