LONDRES – La política fiscal se encumbra nuevamente como la política de moda, después de años, incluso después de décadas, de haber estado aislada tras un velo. La razón para este retorno es simple: la recuperación incompleta de la crisis financiera mundial del año 2008.
Europa está en peor situación en este sentido: su PIB apenas ha crecido en los últimos cuatro años, y el PIB per cápita aún está en un nivel menor en comparación con el año 2007. Por otra parte, los pronósticos de crecimiento son sombríos. En julio, el Banco Central Europeo publicó un informe que sugiere que la brecha negativa de producción en la eurozona fue del 6%, es decir cuatro puntos porcentuales más alta de la brecha anticipada. “Una posible implicación de este hallazgo”, indica el BCE en sus conclusiones, “es que las políticas destinadas a estimular la demanda agregada (incluidas las políticas fiscales y monetarias) deben desempeñar un papel aún más importante en la combinación de políticas económicas”. Estas son palabras muy fuertes que provienen de un banco central.
La política fiscal ha sido indudablemente desactivada desde el año 2010, debido a que los gobiernos cabalgaban en bajada con déficits posguerra sin precedentes y ratios deuda-PIB que se incrementan rápidamente. La austeridad se tornó en la única alternativa.
Esto dejó a la política monetaria como la única herramienta de estímulo disponible. El Banco de Inglaterra y la Reserva Federal inyectaron grandes cantidades de dinero en efectivo en sus economías a través de la “flexibilización cuantitativa” (FC) – compras masivas de títulos-valores gubernamentales y corporativos a largo plazo. En el año 2015, el BCE también comenzó un programa de compra de activos, que Mario Draghi, presidente del BCE, se comprometió a continuar “hasta que veamos un ajuste sostenido en la trayectoria de la inflación”.
La FC no ha servid como bala mágica. A pesar de que ayudó a detener el deslizamiento hacia otra Gran Depresión, las inyecciones sucesivas de dinero han arrojado rendimientos decrecientes. El anuncio del BCE de su política redujo la brecha en el rendimiento de los bonos entre el núcleo y la periferia de Europa. Sin embargo, un estudio realizado por Thomas Fazi del Instituto del Nuevo Pensamiento Económico enfatiza la falta de influencia de la FC sobre el crédito bancario, el aumento de morosidad y las funestas cifras de producción e inflación propiamente dichas. Por otra parte, la FC tiene consecuencias distributivas indeseables, ya que brinda dinero a los que ya lo tienen, y cuyo gasto corriente es poco influenciado por tener más dinero.
Los formuladores de políticas deberían haber dado una voz de alerta sobre la probabilidad de que ocurra este resultado mediocre. Cuando los bancos centrales tratan de reducir la inflación mediante la extracción de liquidez del sistema bombeando dicha liquidez hacia afuera del sistema, su política es subvertida por la capacidad de los bancos comerciales para bombear de nuevo dinero hacia dentro del sistema mediante préstamos. En el entorno de deflación de hoy en día, ha ocurrido lo contrario. El intento de los bancos centrales para bombear liquidez hacia dentro del sistema, con el fin de estimular la actividad económica es subvertido por la capacidad que tienen los bancos comerciales para extraer liquidez del sistema al aumentar sus reservas y negarse a prestar dinero.
Esto deja como opción a la política fiscal. La lógica de las condiciones económicas actuales implica que los gobiernos deben tomar ventaja de las ultra bajas tasas de interés para invertir en proyectos de infraestructura, que estimularían la demanda y mejorarían la estructura de la economía. El problema es el clima de expectativas. Como el economista de Oxford John Muellbauer dice, las tesorerías y bancos centrales han estado “martillando en la conciencia del sector privado la importancia de reducir la deuda bruta del gobierno en relación con el PIB”.
Esta ortodoxia surge de la idea de que el endeudamiento es simplemente una “tributación diferida”. Si el sector privado cree que los impuestos tendrán que subir para pagar los préstamos del gobierno, de acuerdo con este punto de vista, las personas van a aumentar sus ahorros para pagar impuestos más altos; consecuentemente, estas personas van a destruir cualquier efecto de estímulo. La ortodoxia supone erróneamente que el gasto público no puede generar ningún ingreso extra; pero, mientras prevalezca, se descarta la política fiscal financiada con deuda como un medio para reactivar el crecimiento económico.
Como resultado, los analistas y los formuladores de políticas han empezado a debatir ideas sobre políticas fiscales no convencionales para complementar la política monetaria no convencional. En particular, se ha estado debatiendo las variaciones del llamado dinero helicóptero, idea que proviene de un famoso ejercicio mental realizado por Milton Friedman en el año 1969, en el que “un día un helicóptero... deja caer del cielo $1.000 adicionales en billetes”. El ex presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, entre otros, ha ofrecido su influyente apoyo para que se lleven a cabo “caídas de dinero desde helicópteros”, con el fin de reactivar las economías decaídas.
El dinero helicóptero viene en dos formas, que podrían (y deberían) ser aplicadas de manera conjunta. La primera forma es poner el poder de compra directamente en las manos de los consumidores – por ejemplo, mediante la emisión a cada votante o ciudadano de tarjetas inteligentes por valor de $ 1,000 cada una. El economista suizo Silvio Gesell, que originalmente propuso un esquema de “dinero con sellos” al inicio del siglo pasado, agregó una estipulación sobre que se deben aplicar impuestos a los saldos no utilizados después de un mes, esto con el fin de desincentivar el acaparamiento.
Como alternativa, el dinero helicóptero podría ser utilizado para financiar los gastos en infraestructura. La ventaja de tal “financiación monetaria” es que este tipo de gasto, si bien añade al déficit y conduce a un aumento permanente en la oferta de dinero, no aumentaría la deuda nacional, debido a que el gobierno solamente “debería” el dinero a su propio banquero Esto eliminaría la contrarrestante expectativa negativa de impuestos más altos.
Sin duda, la emisión de deuda que nunca tiene que ser reembolsada es algo demasiado bueno para ser verdad, ¿no es cierto? En efecto, existe el peligro evidente de que los gobiernos puedan fácilmente convertirse en adictos a la financiación monetaria para pagar los gastos privados y públicos, por lo que es poco probable que se intente esto de manera abierta, a menos que las condiciones económicas empeoraran significativamente. Sin embargo, el riesgo político de no hacer nada, si nos tropezamos con otra recesión (como parece ser muy probable) es aún peor. Nos guste o no, la política fiscal no convencional bien podría ser la próxima alternativa a aplicarse.
Traducción del inglés de Rocío L. Barrientos.
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