En diciembre pasado el Centro de Inmunología Molecular (CIM) presentó su resumen del año 2016:
Una empresa estatal de más de 1 000 trabajadores, que produce a escala industrial, suministra productos biotecnológicos al sistema de salud cubano y exporta a más de 30 países (exportaciones que han crecido mas de diez veces en los últimos 15 años) y maneja tres empresas mixtas en el exterior, incluyendo una fábrica en China. Las exportaciones crecieron un 40 % en el 2016 con relación al 2015. La productividad del trabajo fue en el 2016 superior a 171 000 pesos por trabajador. Las utilidades en divisa fueron de varias decenas de millones. Hablamos aquí del CIM porque es el que conoce mejor el autor, pero hay varias historias así en BioCubafarma. Empresas biotecnológicas con esos datos califican en cualquier lugar como «biotec-grande». Aun hoy en los países industrializados que tienen biotecnología (no son todos), si se divide el número de trabajadores por la cantidad de empresas se obtiene una media menor que 100, y más del 60 % de ellas no tiene productos en el mercado.
Los productos, anticuerpos y vacunas del CIM, y sus resultados productivos han sido ampliamente divulgados en Cuba y son conocidos por los lectores de Granma. Lo que quizá muchos no conozcan, o no recuerden, es que el núcleo fundador de lo que es hoy esa empresa «grande», fue un pequeño grupo de unos 60 científicos y técnicos que trabajaban en los años 80 en un pequeño laboratorio en el último piso del Instituto de Oncología. El propio Fidel, cuando los visitó por primera vez en 1989 les llamó «los científicos de la buhardilla».
Para llegar de ahí a lo que es hoy el CIM fue necesaria una transformación muy grande, y además, eso ocurrió en los años más duros del periodo especial.
¿Cómo fue posible esa transformación? ¿Es repetible esa transformación a partir de nuevos grupos de científicos, haciendo surgir nuevas empresas? Esas son las dos preguntas que pueden interesar a muchos lectores, en diversos campos de la economía; ya que para responderlas no necesitamos hablar de inmunología molecular ni de ingeniería genética, sino de los procesos subyacentes de gestión de la ciencia y de la economía que hicieron posible la transformación.
¿Cómo fue posible esa transformación? ¿Es repetible esa transformación a partir de nuevos grupos de científicos, haciendo surgir nuevas empresas? Esas son las dos preguntas que pueden interesar a muchos lectores, en diversos campos de la economía; ya que para responderlas no necesitamos hablar de inmunología molecular ni de ingeniería genética, sino de los procesos subyacentes de gestión de la ciencia y de la economía que hicieron posible la transformación.
Veamos los principales:
El CIM surgió a partir del sector presupuestado (un instituto del Minsap), no de una empresa. Se convirtió en empresa después. Contrariamente a lo que algunos divulgan y muchos se creen, las grandes innovaciones (la ingeniería genética, Internet, los microchips, las energías renovables, etc) provienen casi siempre de emprendimientos estatales presupuestados, no del sector empresarial. Las empresas luego capturan las innovaciones, las perfeccionan, las hacen escalables y comercializables, pero no las generan. Cuando el Comandante en Jefe decidió crear el Polo Científico de la Biotecnología, el capital humano y los colectivos científicos con cierta experiencia y resultados iniciales ya existían, creados por dos décadas de educación y ciencia revolucionarias en los 60 y los 70. Tan equivocado hubiese sido pretender que el desarrollo científico surgiese del sector empresarial, como dejar de transformar en empresas las instituciones científicas cuando están maduras para ello.
Hubo inversión del Estado socialista para impulsar la transformación, inversión «a riesgo», es decir, antes de poder calcular los montos y los plazos de recuperación. En los sectores productivos basados en la ciencia el valor de los «estudios de factibilidad» es limitado. Ello se debe a que esos cálculos implican supuestos sobre el impacto de las innovaciones por venir, la probabilidad de que ocurran, su valor y penetración de mercados, cuya veracidad no se conoce en el momento de decidir la inversión. Es por eso que los sectores empresariales privados de los países del Sur no hacen esas inversiones. Solo el Estado puede aportar la visión de futuro y la asimilación de riesgos que hacen falta. Invertir cuando la inversión es «segura» como algunos pretenden, equivale a invertir tarde.
La inversión incluyó creación de capacidad de producción, no solo expansión de la capacidad científica. El nuevo centro nació con fábricas. Lo esencial del desarrollo de la biotecnología cubana no estuvo en «hacer buena ciencia» (que ya se hacía antes) sino en conectar la ciencia con la producción y con la economía. De ahí la idea de los «Centros de Investigación-Producción», uno de los cuales fue el CIM. Fidel nos explicó esta idea en 1989. Invertir solamente en ciencia equivaldría a aceptar que será otro quien capitalice los resultados.
Los nuevos centros tuvieron atribuciones de exportación e importación directas: nacieron con empresas comerciales propias. En los países pequeños el suministro al mercado doméstico no tiene volumen suficiente para asimilar los costos fijos de la investigación y de los complejos sistemas de calidad asociados. Las empresas de alta tecnología solamente pueden hacerse rentables en las exportaciones. Y los canales de exportación son tan complejos y tan específicos de cada tecnología, que no se logran construir por empresas exportadoras «generales». La gestión exportadora surge casi al unísono con la investigación misma. La decisión de que las empresas tuviesen funciones directas de importación y exportación las expuso, desde su mismo nacimiento, a las exigencias de los mercados externos. Fue una fuente de recursos, pero también de conocimientos.
Fue una inversión de «capital con paciencia». Durante los primeros diez años (1994-2004) el CIM exportó muy poco. Lo suficiente para un balance positivo anual, pero no para recuperar la inversión, y menos para financiar nuevas inversiones. A partir de ahí la producción y las exportaciones despegaron aceleradamente y la cifra acumulada de ganancias hoy supera más de 20 veces la inversión. De haber estado el CIM bajo la presión de la recuperación de la inversión a corto plazo durante su primera década, no existiría hoy. El Estado socialista protegió el mediano plazo, asumió el riesgo, y no se equivocó.
Hubo inversión del Estado socialista para impulsar la transformación, inversión «a riesgo», es decir, antes de poder calcular los montos y los plazos de recuperación. En los sectores productivos basados en la ciencia el valor de los «estudios de factibilidad» es limitado. Ello se debe a que esos cálculos implican supuestos sobre el impacto de las innovaciones por venir, la probabilidad de que ocurran, su valor y penetración de mercados, cuya veracidad no se conoce en el momento de decidir la inversión. Es por eso que los sectores empresariales privados de los países del Sur no hacen esas inversiones. Solo el Estado puede aportar la visión de futuro y la asimilación de riesgos que hacen falta. Invertir cuando la inversión es «segura» como algunos pretenden, equivale a invertir tarde.
La inversión incluyó creación de capacidad de producción, no solo expansión de la capacidad científica. El nuevo centro nació con fábricas. Lo esencial del desarrollo de la biotecnología cubana no estuvo en «hacer buena ciencia» (que ya se hacía antes) sino en conectar la ciencia con la producción y con la economía. De ahí la idea de los «Centros de Investigación-Producción», uno de los cuales fue el CIM. Fidel nos explicó esta idea en 1989. Invertir solamente en ciencia equivaldría a aceptar que será otro quien capitalice los resultados.
Los nuevos centros tuvieron atribuciones de exportación e importación directas: nacieron con empresas comerciales propias. En los países pequeños el suministro al mercado doméstico no tiene volumen suficiente para asimilar los costos fijos de la investigación y de los complejos sistemas de calidad asociados. Las empresas de alta tecnología solamente pueden hacerse rentables en las exportaciones. Y los canales de exportación son tan complejos y tan específicos de cada tecnología, que no se logran construir por empresas exportadoras «generales». La gestión exportadora surge casi al unísono con la investigación misma. La decisión de que las empresas tuviesen funciones directas de importación y exportación las expuso, desde su mismo nacimiento, a las exigencias de los mercados externos. Fue una fuente de recursos, pero también de conocimientos.
Fue una inversión de «capital con paciencia». Durante los primeros diez años (1994-2004) el CIM exportó muy poco. Lo suficiente para un balance positivo anual, pero no para recuperar la inversión, y menos para financiar nuevas inversiones. A partir de ahí la producción y las exportaciones despegaron aceleradamente y la cifra acumulada de ganancias hoy supera más de 20 veces la inversión. De haber estado el CIM bajo la presión de la recuperación de la inversión a corto plazo durante su primera década, no existiría hoy. El Estado socialista protegió el mediano plazo, asumió el riesgo, y no se equivocó.
Los nuevos centros fueron protegidos durante una década con un sistema especial de atención. En la gestión empresarial clásica las empresas son presionadas para la rentabilidad a corto plazo. Ello desvía la atención del desarrollo de productos nuevos, los cuales tienen usualmente costos mayores que los productos «maduros». En la gestión empresarial clásica la palabra de oro es la productividad del trabajo, pero en las empresas de alta tecnología el crecimiento suele ser lo más importante, aunque deteriore en cierta medida la productividad de hoy. Uno de los rasgos distintivos de las empresas de alta tecnología es que cada cierto tiempo (usualmente corto) deben sustituir los productos líderes por productos nuevos. Obviamente en algún momento hay que hacer la transición y asumir las reglas del juego del sector empresarial, pero esto hay que hacerlo cuando la empresa está madura para garantizar su permanente desarrollo con sus propias ganancias. Para la biotecnología cubana esto ocurrió en el 2012, con la creación de BioCubafarma.
El financiamiento de la investigación científica se subsumió en los costos; no en las utilidades. En la industria la actividad de investigación-desarrollo suele financiarse con parte de las utilidades; pero en los sectores de alta tecnología hay que garantizar una fuerte inversión en I+D aun (y especialmente) en las etapas fundacionales, cuando las ganancias son escasas. Ello se logra asumiéndola como un componente de los costos. La forma en que se condujo la gestión de estas instituciones en sus primeras dos décadas permitió esa estrategia. Después vino el momento de transitar al financiamiento de la I+D con las utilidades retenidas.
Los salarios, al menos durante la primera década, no se vincularon al desempeño económico inmediato. Eso se hizo después. Posiblemente sea esta la frase más polémica de todo el artículo, pero es la que describe lo que sucedió. El capital humano se protegió con una política de estimulación salarial colectiva, vinculada al desempeño económico de todo el sector, pero no al de cada institución y menos al de cada individuo. Funcionó también como una manera de construir cohesión e integración, y garantizar la atención a mediano y largo plazo. Ciertamente, cuando las organizaciones crecen llega el momento en que la eficiencia operacional es lo esencial, y ese es el momento de cambiar la política salarial; pero haberlo hecho antes de tiempo hubiese sido destructivo.
Los centros fueron atendidos de cerca por el máximo nivel, dependiendo directamente del Consejo de Estado y con la participación personal del propio Comandante en Jefe. Adicionalmente al estímulo y compromiso que significó la atención directa de Fidel y la certeza de sus orientaciones, hay también en esta alta atención un componente de lógica económica; y es que cuando las presiones automáticas de la regulación económica (ganancia a corto plazo, productividad, vinculación del salario al valor agregado, etc) se reducen, para proteger las organizaciones y permitir la atención a mediano plazo y la asimilación de riesgo; entonces pasa a primer plano la permanente evaluación cualitativa de lo que sucede en las instituciones. A las organizaciones nacientes hay que protegerlas, pero a las organizaciones «protegidas» no se les puede dejar evolucionar solas, pues ello entraña el riesgo de que estemos protegiendo la ineficiencia y la falta de perspectiva. Si usamos menos las palancas de los indicadores económicos a corto plazo, hay que usar más la motivación, la comprensión de las oportunidades esenciales y los riesgos, y la intuición de los líderes visionarios. Fue lo que hizo Fidel, brillantemente.
Así fue posible que de pequeños grupos científicos surgiesen empresas grandes de alta tecnología.
El financiamiento de la investigación científica se subsumió en los costos; no en las utilidades. En la industria la actividad de investigación-desarrollo suele financiarse con parte de las utilidades; pero en los sectores de alta tecnología hay que garantizar una fuerte inversión en I+D aun (y especialmente) en las etapas fundacionales, cuando las ganancias son escasas. Ello se logra asumiéndola como un componente de los costos. La forma en que se condujo la gestión de estas instituciones en sus primeras dos décadas permitió esa estrategia. Después vino el momento de transitar al financiamiento de la I+D con las utilidades retenidas.
Los salarios, al menos durante la primera década, no se vincularon al desempeño económico inmediato. Eso se hizo después. Posiblemente sea esta la frase más polémica de todo el artículo, pero es la que describe lo que sucedió. El capital humano se protegió con una política de estimulación salarial colectiva, vinculada al desempeño económico de todo el sector, pero no al de cada institución y menos al de cada individuo. Funcionó también como una manera de construir cohesión e integración, y garantizar la atención a mediano y largo plazo. Ciertamente, cuando las organizaciones crecen llega el momento en que la eficiencia operacional es lo esencial, y ese es el momento de cambiar la política salarial; pero haberlo hecho antes de tiempo hubiese sido destructivo.
Los centros fueron atendidos de cerca por el máximo nivel, dependiendo directamente del Consejo de Estado y con la participación personal del propio Comandante en Jefe. Adicionalmente al estímulo y compromiso que significó la atención directa de Fidel y la certeza de sus orientaciones, hay también en esta alta atención un componente de lógica económica; y es que cuando las presiones automáticas de la regulación económica (ganancia a corto plazo, productividad, vinculación del salario al valor agregado, etc) se reducen, para proteger las organizaciones y permitir la atención a mediano plazo y la asimilación de riesgo; entonces pasa a primer plano la permanente evaluación cualitativa de lo que sucede en las instituciones. A las organizaciones nacientes hay que protegerlas, pero a las organizaciones «protegidas» no se les puede dejar evolucionar solas, pues ello entraña el riesgo de que estemos protegiendo la ineficiencia y la falta de perspectiva. Si usamos menos las palancas de los indicadores económicos a corto plazo, hay que usar más la motivación, la comprensión de las oportunidades esenciales y los riesgos, y la intuición de los líderes visionarios. Fue lo que hizo Fidel, brillantemente.
Así fue posible que de pequeños grupos científicos surgiesen empresas grandes de alta tecnología.
¿Se puede repetir esta historia? Claro que sí. La trayectoria del CIM no es una excepción. Cada una con matices, lo esencial de esta historia se repite en el Centro de Ingeniería Genética, el Centro de Inmunoensayo, el Centro de Neurociencias y otros, hoy empresas de alta tecnología en BioCubafarma, y que surgieron a partir del CNIC, en aquel entonces una entidad presupuestada del Ministerio de Educación Superior.
Pero hay que repetirla muchas veces más, y existen grupos científicos con potencial para emprender la transformación. El proceso habrá que dirigirlo, y para ello necesitamos trabajar en dos direcciones, solo superficialmente contradictorias, pero en realidad complementarias.
La primera es retomar el crecimiento (dañado por el periodo especial) del potencial científico y las condiciones para el trabajo científico en el sector estatal presupuestado, universidades e institutos adscriptos a organismos del Estado. De ahí saldrá la expansión permanente de capital humano para la ciencia, las innovaciones más importantes, y las semillas de las nuevas empresas.
La segunda es capturar lo aprendido en las transformaciones ya ocurridas, en las provisiones de nuestra Ley de Empresas, especialmente en las pertinentes a la categorización y tratamiento diferenciado de las Empresas Socialistas de Alta Tecnología. Ahí se asegurará la fructificación de la semilla científica, la conexión de la Ciencia con la producción y la economía, y la realización económica del capital humano creado.
Habrá mucho que innovar, no solo en las tecnologías, sino en el propio diseño de las organizaciones y su contexto regulador, pero como nos dijo José Martí: «Los pueblos que perduran en la Historia son los pueblos imaginativos».
* Director del Centro de Inmunología Molecular
* Director del Centro de Inmunología Molecular
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