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Christine Arnaud: Cuando se hace una comparación entre las relaciones entre Cuba y la Unión Soviética y Cuba y Venezuela, se hace referencia al hecho de que la Unión Soviética vendía petróleo a un precio más barato, que de hecho lo que hacía era invertir el intercambio desigual a favor de Cuba. ¿Ese mismo tipo de intercambio con Venezuela no existe, o no ha existido? ¿Venezuela no vendía también a Cuba el petróleo a un precio que podía ser considerado más justo?
Rafael Hernández: Cuba cambia petróleo venezolano por médicos cubanos. En ese intercambio, ellos también compran médicos baratos, en comparación con lo que vale el servicio médico en el mundo, que es por cierto un producto mucho menos inestable que el petróleo u otra materia prima. El precio de los médicos siempre es alto. Y por cierto, algunos escribidores sobre Cuba ignoran, o pretenden que ignoran, ese intercambio, como si los venezolanos regalaran el petróleo. Lo otro que soslayan es que, en esa balanza de pagos bilateral, Venezuela le debe más a Cuba por concepto de servicios médicos, que lo que le suministra en la cuota petrolera. O sea, que en esa cuenta de petróleo por médicos, los deudores ahora mismo son los venezolanos. Como se puede ver, para nada se asemeja a nuestras antiguas relaciones con la Unión Soviética, que establecía precios diferenciados y regulados con Cuba, a partir de acuerdos a largo plazo; no importaba el precio que tuviera el petróleo a nivel internacional, se seguía suministrando a un precio indizado, cómo lo llaman los economistas. Otros países mantenían precios indizados, porque compraban o establecían acuerdos comerciales a más largo plazo. En cualquier caso, nosotros no mandábamos médicos a la Unión Soviética, ni tampoco intercambiábamos petróleo por inversiones soviéticas en Cuba, porque aquí no había propiedades soviéticas, hoteles soviéticos, ni granjas soviéticas, sino una colaboración económica y militar ventajosa para Cuba, porque no se basaba en la estructura del intercambio desigual. Tampoco había bases militares soviéticas. Solamente las hubo en el momento de la Crisis de los misiles en el año 62. Todo el mundo se acuerda de eso, porque fue un acontecimiento excepcional y no se repitió. En todo caso, la idea de que debemos tener un santo patrono que nos protegiera en términos estratégicos dejó de existir desde entonces, y en el terreno económico, la relación especial se fue con el fin de la Unión Soviética, que ya no nos acompaña desde hace casi treinta años.
P: Al triunfo de la Revolución, Fidel confió en los jóvenes para que tomaran el relevo de los profesionales y los técnicos que se habían ido a Miami. La Cuba que conocí en los años 70 era un país con una tasa muy alta de jóvenes. Hoy en día, sólo el 20% de la población tiene menos de veinte años. La población cubana ha envejecido. ¿Hasta qué punto se puede decir que la política cubana actual asume la incorporación de los jóvenes a la toma de decisiones y al ejercicio del poder? ¿Esa incorporación puede considerarse imprescindible para darle vitalidad y estabilidad al proceso revolucionario?
R: En tu pregunta hay dos problemas que yo separaría. Uno es que la población ha envejecido. ¿Cuáles son las causas? Una primera es la mayor esperanza de vida, resultado de factores disímiles, entre ellos, la salud pública y la nutrición básica en toda la sociedad. Las mujeres tienen una esperanza de vida de 80 años y los hombres de 79 años, mayor que las de cualquier país latinoamericano. Así que la gente se muere más tarde, y crece la población de más de 60 años. En esa tasa de mayores que casi llega al 20 % influyen otros dos factores, además de la buena salud y la longevidad. Uno es que la natalidad ha bajado, en comparación con las del resto de la región. La tasa de natalidad en los años 64- 65 alcanzó un boom, pero en los años 71-72, cuando tú ya estabas en Cuba y tuviste tu primer hijo aquí, había empezado a desacelerarse. De manera que si tú miras el crecimiento económico de los años 70, que fue sostenido, adviertes que no está acompañado por el auge paralelo de la tasa de natalidad. Entre 1970 y 1990, no puede atribuirse la menor natalidad al crecimiento o el decrecimiento del nivel de vida, pues resulta todo lo contrario. En los años 80, esa tasa se parecía más a la de un país europeo que a los del Caribe.
Según los demógrafos, el patrón familiar respecto al número de hijos no está asociado solo al nivel económico, sino al mayor acceso a la educación y la cultura. Este cambio se relaciona particularmente con la educación de las mujeres. Cuando tú llegaste a la Universidad de La Habana, la mayor parte de los estudiantes no eran mujeres; pero ahora sí. La mayor parte de la fuerza laboral calificada en Cuba, calculada en 28%, son ahora mujeres. En algunas profesiones como medicina, educación, magisterio, ciencias naturales, incluso en campos como el derecho, el 70% de los abogados, jueces, fiscales, son mujeres. Estas transformaciones en el nivel educacional de las mujeres van acompañadas de concepciones sobre el patrón de la familia. Cuando yo tuve a mi hija, tenía 23 años y su madre 22. Ahora los jóvenes de esa edad están estudiando, avanzando en sus profesiones, o simplemente trabajando, y cada vez más posponen el momento de tener hijos, en edades cercanas a los 30 años o más. Esa reducción en el número de hijos y la posposición de engendrarlos afecta también a sectores no profesionales, pues se trata de un nuevo patrón cultural, de manera que incluye a las propias familias campesinas, muchas de las cuales no sufren de pobreza, sino todo lo contrario.
Finalmente, el deterioro de la situación económica desde los años 90 para acá, y la mayor incertidumbre sobre el futuro que la acompaña, también incide, de manera directa o indirecta. Una expresión indirecta es que produce una mayor tasa de emigración, y un flujo más diversificado de población joven que se va. Cuando tú llegaste aquí, a lo largo de los 80 e incluso en la crisis de los balseros, en 1994, la mayor parte de los emigrantes eran hombres, trabajadores de la producción y los servicios, o administrativos, pero una proporción mucho más baja de mujeres y profesionales. La mayoría de los emigrados de clase media se fueron hasta 1973. Cuando el éxodo del Mariel, en 1980, la inmensa parte de la gente que se fue pertenecían a los estratos de menores ingresos, entre ellos, poquísimas mujeres y profesionales. En el momento de esta conversación nuestra, y desde el acuerdo migratorio con EEUU en 1995, la presencia de mujeres y profesionales ha aumentado. Y desde luego, la mayor parte del flujo son jóvenes, entre 18 y 45 años, como es natural en cualquier país.
Hasta los años 80, los profesionales tenían la oportunidad de obtener un empleo en el sector público que les garantizaba un nivel de vida acorde con su condición profesional. Hoy muchos de ellos no ganan lo suficiente. Por otra parte, la mayor autonomía laboral y económica de las mujeres, especialmente entre profesionales, les permite tomar ellas la decisión de emigrar, y al hacerlo, posponer la decisión de tener hijos hasta que estabilicen su situación en el país de destino, con lo que estos pueden adquirir instantáneamente la ciudadanía de ese otro país. A esto se suma las facilidades otorgadas a los inmigrantes cubanos no solo en EEUU, sino en Canadá (mediante programas de inmigración laboral) o España (mediante la Ley de nietos). Por cierto, aunque leyes como esas se envuelvan en papel panhispánico, lo que explica estas políticas no es las alas abiertas de la madre patria, ni la reciprocidad, sino la selectividad migratoria. Si no pueden renunciar a la inmigración laboral del Sur, prefieren a cubanos o argentinos.
Todo ese cuadro ha cambiado la proyección del patrón familiar y su representación presente y futura. La mayoría de los cubanos que emigran no lo hacen ya pensando en irse para siempre, sino en mejorar su situación. Forma parte de una estrategia familiar, en la que un miembro va delante, por lo general los más jóvenes, y mandan remesas a los que se quedan, casi siempre los mayores, y que pueden no irse nunca. Aunque se vaya toda la familia, o solo una parte, ahora responde más a ese patrón circular que te mencionaba antes.
El gobierno ha dictado leyes para proteger la maternidad, facilitar ciertos servicios, mantenerles el salario, etc. Pero incluso suponiendo que se recuperara el nivel de vida de los años 80, los demógrafos no esperan que las mujeres, los hombres o las parejas, en vez de ningún hijo, o uno, quieran tener dos, tres o cuatro.
La diversificación del patrón familiar incluye a familias cuya cabeza es mujer. Se da entre familias pobres, pero también entre clase media, o donde la mujer gana lo suficiente como para mantener a la familia, y no permanecer en la casa a cargo de tareas tradicionales, mientras el hombre es “el que gana el pan”.
En el contexto de esa sociedad cubana cambiada, donde no solo la población ha envejecido y la cuestión de la emigración no tiene el cariz de antes, se trata de lograr que los jóvenes emigrados no lo sean definitivamente, y se mantengan vinculados a la vida de la isla, como parte de una realidad más trasnacional y fluida que la experimentada por las generaciones jóvenes entre los 60 o los 80, o sea, nosotros. Eso no detendrá la tendencia al envejecimiento, pero puede permitirnos mirarla como un proceso natural y transitorio, no necesariamente temible ni mucho menos catastrófico.
En cuanto a la renovación del liderazgo, lo primero es percatarse de que el cambio generacional empezó hace rato, no vendrá solo cuando Raúl Castro deje la presidencia en abril próximo. En esa silla presidencial va a sentarse probablemente alguien que tiene 30 años menos que él, y que viene siendo parte de la alta dirección del Partido desde hace casi veinte años. Esa renovación ya empezó en las provincias que tú acabas de visitar –Cienfuegos, Sancti Spiritus, y más allá. Los presidentes de las asambleas provinciales y los secretarios del Partido en las quince provincias tienen ahora mismo una edad promedio inferior a 50 años. La mayoría de los ministros tienen entre 55 y 60, o menos. La mitad de los presidentes del Poder Popular provinciales son mujeres; así como la tercera parte de los secretarios del partido provinciales, y del Consejo de Ministros.
Si tú me preguntaras: ahora que hay más jóvenes y mujeres dirigiendo en los órganos del gobierno y del PCC, ¿habrá menos jóvenes en el flujo migratorio? Mi respuesta es que no. Naturalmente, es bueno y necesario que ese relevo ya iniciado continúe. No veo que pueda revertirse o impedirse. Es como tratar de echar para atrás el reloj de la sociedad. Pero no esperaría de ese relevo generacional efectos mágicos, como el de cambiar el menú de problemas, sacar soluciones de un sombrero o evitar la emigración. La posibilidad de salir, reunir fondos, volver, para crear un pequeño negocio o una cooperativa, o simplemente mejorar las condiciones de vida, reparar la vivienda o comprarse una, aunque sea de manera desigual, ya está ocurriendo, y hay emigrados de antaño que están volviendo. No son en su mayoría los que se fueron en los 60, porque esos son ancianos o cubano-americanos que necesitan también la vida americana, a la que están acostumbrados. Recuperar la residencia en Cuba es una opción para muchos, incluyendo a viejos que sueñan con cobrar su retiro desde aquí, mirando el mar, y jóvenes que mantienen su residencia permanente allá afuera. Esa normalización entre adentro y afuera, esa mayor fluidez, esa osmosis entre los que viven allá y aquí también es un proceso en curso, que contribuirá a reflotar el nivel de vida, aunque su efecto se reparta de manera desigual.
P: Coexisten en Cuba dos monedas: el peso cubano y el peso convertible llamado CUC, caso seguramente único en el mundo. En los últimos años se han incrementado las desigualdades en la sociedad. Ha surgido una categoría, a veces ostentosa, de nuevos ricos que reciben remesas del extranjero o trabajan por cuenta propia. Los abnegados profesionales que se entregaron por entero a la Revolución, sin recibir nada material a cambio, tienen motivos para sentirse frustrados. El 7º Congreso del PCC, recientemente finalizado, habla de “rescatar” el empleo y los salarios. ¿El papel del trabajo y los ingresos ha perdido relevancia en estos años? ¿Por qué? ¿Existen planes a corto, mediano y largo plazo para resolver las contradicciones de orden económico surgidas en estos últimos años? ¿Se puede decir que Cuba se encuentra confrontada con el gran dilema del que hablaba Fernando Martínez Heredia: desarrollar el socialismo o volver al capitalismo?
R: La distorsión entre el trabajo y los ingresos empezó con la crisis en 1991-92. La existencia de la doble moneda -una de las medidas dirigidas a capear la crisis- contribuyó a estabilizar una situación completamente descontrolada, que caracterizó a los primeros años 90, en los que el mercado negro y la inflación se destaparon. La legalización de las divisas extranjeras que tuvo lugar en 1993 -y de la que el peso convertible solo fue un sucedáneo –contribuyó a aguantar la caída y la extensión galopante del mercado negro y de la inflación. Esto lo hizo a costa de tolerar diferencias de ingresos importantes. Tú mencionas algunas, por ejemplo, las remesas que envían los que se fueron a sus familiares. Si tú no recibes remesas, y vives de un trabajo en el sector público (que sigue siendo el 70% del empleo nacional), mientras que tu vecino recibe 100 dólares mensuales en remesas, él gana mucho más que tú, aunque no haga nada, y tú seas ingeniero o cirujano cardiaco. Esto está pasando desde hace más de 25 años.
Ese ejemplo forma parte de una situación caracterizada por la pérdida del orden trabajo-salario que teníamos en los años 80, que no se ha recuperado. Los abnegados profesionales que mencionas no solo se encuentran en desventaja respecto a los que reciben remesas, sino a los que trabajan en el sector de inversión extranjera, como el turismo, los pequeños y medianos empresarios que operan en el limitado sector privado, sin olvidar a los pequeños agricultores propietarios de tierra y los cooperativistas agrarios, que venden una parte de su producción en el mercado de oferta y demanda, así como los propio vendedores de esos mercados que se benefician de una más que proporcional tasa de ganancia.
Existen profesionales y otros trabajadores que sí han recuperado, aunque sea parcialmente, un nivel salarial decoroso. Por ejemplo, los empleados en las industrias que exportan, no solo el turismo, el níquel o el tabaco, sino los farmacéuticos. Los del sector de la biotecnología que producen vacunas ganan el triple que un profesional del mismo campo que sea profesor universitario. Los trabajadores de la salud reciben salarios que pueden cuadruplicar lo que ganaban antes. A los maestros de la enseñanza secundaria, que se habían retirado en medio de la crisis – algunos porque les había llegado la edad del retiro, o no les alcanzaba el salario y se pusieron a hacer pizzas – se les ha ofrecido mantenerles su retiro íntegro y pagarles un salario nuevo, si regresan a enseñar. Los médicos que van a brindar servicios en los países con los cuales Cuba tiene cooperación, como 67 en todo el mundo, Venezuela, Brasil, Sudáfrica, y otros más…
P: ¿Del tercer mundo?
R: Sí. En un futuro, podrían hacer esa cooperación en New-Orleans, en Birmingham, en Tennessee, ciudades con problemas de salud y cuyos gobiernos municipales pudieran contratarlos para hacerlo. Según una regulación emitida por el Instituto de Deportes, los atletas de alto rendimiento, que ya han dado resultados importantes, participan en competencias cuyo premio es dinero, o se les facilita jugar beisbol en Japón o en México. No van a jugar a las Grandes Ligas porque la ley del bloqueo no los deja mientras residan en Cuba de modo permanente. Esas oportunidades no se abren parejamente para todo el mundo. De esa manera asimétrica, se recupera el nivel de ingresos de una cantidad de trabajadores que se mantiene dentro del sector público.
Muchos profesionales tienen más de un trabajo; algunos se han retirado, para dedicarse a alguna actividad. Tienen más de una fuente de ingreso. De manera que la Cuba en la que uno podía vivir bien de un salario, de manera general, desapareció hace más de 25 años.
Las cooperativas se han convertido en el modo de producción agrícola más extendida en Cuba, en lugar de la granja estatal, de los años 70 y 80 que tú conociste. Más del 65% de la tierra estatal está en mano de cooperativas y pequeños propietarios. ¿Tú sabes lo que gana alguien que cultiva ajo, o malanga, o cebollas, o que cría puercos, carneros, chivos? Le vende al Estado a precios más altos de lo que le vendía antes y el resto se lo compran los vendedores del “mercado libre”. ¿Sabes cuáles son sus ingresos? ¿Cuánto recibe por su cosecha un veguero que cultiva una plantación de tabaco negro? ¿Sabes de qué tamaño es su cuenta de banco? Ahora bien, esos agricultores son trabajadores del socialismo, que laboran duramente de sol a sol en el campo, en una tierra que no tiene que ser suya, pero sobre la que tienen derechos de usufructo casi indefinidos, de manera gratuita.
No tenemos solo microempresarios, de esos que operan un negocio individual o familiar; sino también un relativamente nuevo y creciente sector privado de pequeños y medianos empresarios, cuyos ingresos son más altos que cualquier otro sector, aunque por lo general no se comparan con los de sus equivalentes europeos o en cualquier otra parte. El discurso gubernamental ha dejado de identificarlos como un mal necesario, una especie de concesión al capitalismo, impuesto por la crisis de los 90. No solo son legales, sino legítimos, en términos de la ideología socialista cubana actual.
¿Es que el socialismo sólo se puede concebir como el Estado controlando el 95% de la economía? Por cierto, en el socialismo cubano había micro y pequeñas empresas apenas dos años antes de que tú llegaras a Cuba. Nuestra Revolución socialista “de los obreros y los campesinos” mantuvo de manera totalmente lícita e integrada al modelo a numerosas pequeñas empresas privadas durante los primeros nueve años de socialismo cubano, que no desaparecieron hasta que la Ofensiva revolucionaria nacionalizó 60 mil de ellas, bajo circunstancias muy particulares, en marzo de 1968. Aquella decisión no fue, por cierto, influencia soviética ni estaliniana, como algunos escritores evocan hoy, sino una iniciativa estrictamente cubana, en un momento en que la ideología socialista imperante en Cuba y la de la URSS acerca de cómo debía ser el socialismo a construir no se llevaban muy bien. Esos micro y pequeños empresarios, considerados hasta entonces parte del pueblo y de la economía nacional del socialismo, brindaban servicios y producción manufacturera no despreciables, y suministraban incluso a muchas fábricas del Estado. En vez de esa memoria brumosa que plaga las historias literarias, y de achacar nuestros males a malas influencias externas, habría que recuperar la verdadera historia del socialismo cubano en sus diferentes etapas.
Aquellos trabajadores de fábricas, clínicas y bancos, guajiros dueños de la tierra y cooperativistas, dueños y empleados de tintorerías, bodegas, huertos, fondas, taxistas, maestros, dentistas, estudiantes, vendedores ambulantes, fabricantes de piezas de plomería, electricistas, carpinteros, costureras, sastres, proveedores de cantinas a domicilio, instructores de contabilidad y de inglés, cortadores de caña, todos ellos eran parte de un conglomerado llamado “el pueblo” en aquellos años primeros, donde se fundamentaba la política del socialismo cubano. Ese conglomerado era bastante más diverso que “el proletariado”.
Si tú lees detenidamente la reforma de la Constitución de 1992 –hace ya más de 20 años— verás que donde decía que el Partido era la vanguardia del proletariado, se puso que es la vanguardia de la Nación cubana; y se eliminó lo de “dictadura del proletariado”. Como en 1992 muchos estaban esperando que esto simplemente se derrumbara, no se fijaron en esos y otros cambios de fondo, que cuando habían ocurrido en las izquierdas europeas produjeron una gran conmoción. En aquel momento, sin embargo, los cubanos no renunciaron a la herencia del marxismo y del socialismo, ni se les ocurrió cambiarle el nombre al Partido Comunista, como hicieron otros.
Lo que quiero decir es que las ideas relacionadas con repensar el socialismo requieren concebirlo como una economía que no tiene que ser estado-céntrica, aunque el sector público pueda desempeñar un papel protagónico, pero donde el sector privado y en particular el cooperativo (parte de ese sector privado) y donde la inversión extranjera (cuya contraparte es el propio Estado), conformen un modelo de economía mixta, que refleje a esa sociedad más diversa que el propio socialismo creó. Claro que el grado de relativa homogeneidad social vivida en los años 60 o 70, no solo no existe hoy, sino es irrepetible. Pero eso no implica considerar como un hecho natural, frente al cual no podemos hacer nada, la existencia de pobreza, ni como otro hecho natural la reproducción de gigantescas diferencias sociales. Sin embargo, restablecer las diferencias de ingresos relacionadas con las diferencias en el valor social del trabajo resulta no solo necesario, sino imprescindible para que el socialismo no se nos escurra por el tragante. La cuestión, no digo solo para mí, sino para la inmensa mayoría es: ¿podemos aspirar a que cada cual reciba un salario digno, y que corresponda con el valor de su trabajo? Porque lo que perdimos y lo que se está tratando de recuperar por partes, por sectores, y de una manera no siempre coherente, resulta fundamental. No oigo a nadie quejarse de que alguien que opere el corazón o un gran artista gane más que la mayoría. Parece normal que quien aporta tanto, reciba lo que merece. Al mismo tiempo, no se acepta como derivado de “la fuerza de las cosas” que tengamos esa franja de pobreza. La Cuba del 20% de pobres no puede ser aceptable para el socialismo. Solo un tecnócrata puede argumentar que cuando crezca un determinado sector de la economía, como por ejemplo, el turismo o se descubra petróleo en la plataforma insular, o cualquier cosa que permita crecer a nivel macro, ocurrirá un cierto efecto de derrame sobre los demás. Ni aquí ni en ninguna parte del mundo ha pasado algo así.
P: ¿Esa cifra del 20% de la población pobre, a qué corresponde? Has mencionado ese por ciento. ¿Es algo que existe en este momento?
R: Se trata de una pobreza diferente a la de Latinoamérica. Que no duerme en la calle, ni se muere de una enfermedad curable por falta de atención médica, cuyos hijos no están mal nutridos y van a la escuela nueve años, en lugar de ponerlos a trabajar precozmente. Que no vive en el desamparo, sin techo, aunque sí en viviendas en muy mal estado o muy frágiles. Las promesas contenidas en el programa de la Revolución se cumplieron, pero no resolver el problema de la vivienda. La inversión de recursos por el Estado en la construcción de infraestructuras, escuelas, carreteras, hospitales, en regiones donde no había nada de eso, fue relegando la construcción de viviendas, como sí sucedió en los primeros años 60. Las microbrigadas de constructores voluntarios de los 70 no lograron crear un fondo habitacional que respondiera a las necesidades, que en el tiempo se fueron acumulando, así como la falta de mantenimiento a los edificios y casas, por parte de empresas 100% estatales.
Aunque el reciente ciclón Irma dejó un rastro de casas destruidas en tres provincias por donde pasó, en los últimos años se han dado más facilidades para reparación y construcción de vivienda que lo que se había dado en décadas anteriores. Como habrás podido observar al recorrer varias ciudades en estas semanas pasadas, no solo en La Habana (donde el problema es más crítico, por el tamaño de la ciudad) en prácticamente cualquiera de ellas hay casas en construcción y reparándose. Por primera vez, se ha autorizado la compra y venta de casas. Eso da lugar a un auge del mercado inmobiliario, aunque no siempre funciona de la mejor manera. La nueva política se propone evitar la concentración de la propiedad de bienes raíces en pocas manos y que una misma persona se adueñe de diez casas. Ahora es posible que una pareja ahorre o pida prestado y pueda tener una vivienda, aunque sea modesta.
En un balance general, la recuperación de la actividad de construcción, mediante pequeñas empresas, brigadas no estatales o medios propios de autorreparación, en los últimos cinco años refleja –como te comenté antes– un ascenso. Resulta evidente esa preocupación del gobierno, como se refleja también en el aumento de la producción de materiales de la construcción, y el otorgamiento de préstamos bancarios para este fin, incluidos los subsidiados, para familias pobres. Lo que pasa es que el acumulado de déficit de vivienda es grande, debido a los muchos años en que no estuvo priorizada esta actividad, en relación con otras áreas constructivas. No es igual tampoco en todas partes. Por ejemplo, en el pueblo donde yo nací, yo no veo déficits de vivienda. La vieja casa donde me crié era de madera, y ya no existe. En su lugar hay una con techo de placa.
P: ¿En qué lugar?
R: En Cabaiguán. No es un pueblo rebosante de riqueza, pero todo el mundo tiene una casa digna. En el Cabaiguán donde me crié, las 2/3 partes del pueblo era de casas de madera, muchas pobrísimas. Ahora, son casas que no se puede llevar un ciclón, algunas de ellas por encima de la mayoría en ciudades grandes. Pero La Habana o Santiago de Cuba tienen serios problemas. Hay gente que emigra de Cuba solo porque no quiere esperar a heredar la casa de sus padres para tener la suya propia. Ese es uno de los problemas centrales, desde el punto de vista de la política social.
Aquí eres pobre porque tu casa se está cayendo; y porque tienes ingresos demasiado bajos como para que te alcance para comprar la comida que se vende en un mercado libre. Desde la crisis de los 90, la libreta de abastecimiento no suministra la canasta básica, como era cuando llegaste aquí. En aquella época podías adquirir mediante la libreta, a precios populares, todo lo que consumía una familia, una cuota de carne y bastante pescado, el arroz, los frijoles, el aceite, el jabón, el detergente, la leche, y ¡hasta el tabaco, el café, y el ron! Hoy la libreta no proporciona la alimentación de una familia en un mes. De manera que hay que comprar en el agro-mercado, a precios de oferta y demanda. Los ingresos deben estar bastante por encima de 600 pesos por persona, que es hoy el salario promedio, para poder comprar todo lo que necesitas en el agro-mercado. Pagas muy poco por la vivienda, nada por la salud, ni la educación, apenas algo por agua y gas, un poco más por la electricidad. El transporte público sigue siendo muy barato; el privado lo es menos. Pero la compra de alimentos se convierte en un problema. Y es uno de los indicadores que tienen que ver con la pobreza, la gente que no está bien nutrida, porque no puede comprar en ese mercado libre.
P: Háblame de cómo todos estos cambios posteriores al Periodo especial han incidido en el consenso político y en los valores, sobre todo de las generaciones más jóvenes. ¿Hasta qué punto se identifican con el socialismo?
R: Los valores de los años 60, no son los de hoy. Pero los de los años 70 y 80 tampoco eran ya los mismos que los de los 60. Si razonamos sobre los valores de los jóvenes pensando que deben ser como en la época de las grandes movilizaciones por la salvaguarda del país, en la época de Playa Girón y de la Crisis de Octubre, cuando la tremenda hostilidad de los EEUU y la contrarrevolución, no es posible que sean los mismos.
En cuanto a los jóvenes y el socialismo, la cuestión se podría ilustrar de la siguiente manera. Si uno le pregunta a una persona de 25 años, ¿tú apoyas al gobierno revolucionario y coincides con lo que dicen sus dirigentes?, puede ser que algunos se te queden mirando con cierta sorna. Supongamos que formulamos la pregunta de otra manera. ¿Tú estás de acuerdo con la independencia nacional y la soberanía? ¿Te parece que vale la pena defender la justicia social, la equidad (no la uniformidad, sino la equidad)? ¿Qué te parece más importante, el puro crecimiento económico, o el desarrollo social y la elevación del nivel de vida de la gente? ¿Tú piensas que la democracia se conseguiría con un sistema de varios partidos, en donde votes el día de las elecciones por un presidente, cada cuatro o cinco años? ¿O quizás una democracia debe ser algo, digamos, un sistema donde los ciudadanos puedan ser escuchados, tengan el derecho de que se les responda sin evasivas, e incluso puedan influir en las decisiones del gobierno, aunque no sean miembros del Partido? ¿Cómo tú defines la libertad? ¿Hacer lo que a cada cual se le ocurra? ¿Todos, no solo los que tengan más? ¿O quizás una libertad que asegure el respeto a los derechos de todos? ¿Consideras que puede existir esa libertad, y también equidad? ¿En esa igualdad de derechos parejos se incluyen los que son minoría? ¿Sin importar su clase social, creencias religiosas, colores de piel, género? ¿Lo mismo para los que viven en una ciudad grande que en las montañas? La inmensa mayoría de los jóvenes que yo conozco, incluidos los que antes me miraron con sorna, dirían que sí. Para mí, esos han sido y son los valores del socialismo que la inmensa mayoría de los cubanos de distintos grupos y clases sociales, apoyaron desde el principio de la Revolución.
Si les preguntaras por el marxismo-leninismo que les dieron en la escuela como teoría del socialismo, muy similar a un catecismo, probablemente te miren todos con sorna. Por cierto, no solo los jóvenes, sino también muchísimos viejos. La idea de que el presidente del país siempre tiene la razón y que todo lo que dice está en la más absoluta consonancia con lo que piensa y siente la mayor parte de la gente puede ser una representación de un país que no existe. No hay que achacárselo a los jóvenes, sino a una sociedad diferente. En lugar de aquella en que hubo que lanzarse a los campos a alfabetizar, esta se ha escolarizado al menos durante 9 años. Incluso si encontramos deficiencias puntuales en esta educación, tantos años de escuela tienen una consecuencia insoslayable: piensan. Y como piensan, tienen opiniones. Cuando alguien se para en una asamblea para decir lo que piensa, aunque en sus palabras haya excesos o errores, debemos alegrarnos, pues se trata de un ciudadano vivo. En efecto, el que opina sobre un documento del Partido, como ocurrió en los debates públicos que antecedieron al 6º Congreso en 2010 y 2011 donde participaron más de tres millones de personas; aquel que pone el grito en el cielo cuando los documentos abordados en el 7º Congreso no se discutieron previamente por esos mismos millones de cubanos; el que reclama porque quiere que se le consulten las decisiones, ese ciudadano, aunque al hablar diga cosas estridentes o abusivas, es el que necesita el socialismo. Inconforme, crítico, cuyos dirigentes tienen que demostrarse, no hacerlo a cuenta de un capital político acumulado y ante dirigidos incondicionales. La carta de crédito casi total que tenía Fidel Castro ya-se-a-ca-bó. No solo porque él ya murió, sino porque incluso antes, ese liderazgo cubano dejó de contar con ese consenso instantáneo descomunal del que gozó en momentos anteriores.
Este cambio responde a una transformación en la sociedad y en la cultura política ciudadana, que se ha hecho estructural. Algunos le atribuyen este cambio a la penetración del capitalismo y el imperialismo. Por supuesto que convivimos con influencias y valores provenientes del capitalismo. Nunca han dejado de estar ahí, compitiendo con los del socialismo, ni en los 70 o los 80. A diferencia de las de Europa del Este o Asia, esta ha sido siempre una sociedad abierta, culturalmente hablando. De la misma manera que antes hemos tenido corrupción, privilegios, “hijos de papá” poseídos de sus prerrogativas –algunos de ellos ahora en “la oposición”. El pueblo ha sido muy crítico ante esa elite carente de méritos propios. No en balde Raúl Castro, y antes Fidel, han legitimado el debate público sobre la corrupción.
Ahora bien, se trata, ciertamente, de problemas cuyo reconocimiento rebasa al que solía otorgársele en el pasado. Es posible discutirlos hoy con mayor libertad, por el hecho mismo de que la máxima dirección de la Revolución convoca a la crítica pública y a que la gente diga lo que piensa. Ese es un grandísimo salto de avance respecto a la Cuba de los años 70 y la primera mitad de los años 80, que tú conociste. La gente en Cuba, incluidos los revolucionarios, no tienen miedo de decir lo que piensa. Claro que algunos todavía pueden callarse ante las consecuencias de hacerlo –actitud que se encuentra también en otras sociedades llamadas libres y democráticas. Cada vez más, la crítica a los problemas del sistema, incluidos los militantes del PCC, se extiende a la esfera pública.
Esos jóvenes que expresan valores cuyo origen podría ser “la contaminación del capitalismo”, también forman parte de ese contexto, donde el consenso –político, ideológico, cultural–, no tiene la homogeneidad de los años 70, ni siquiera de los primeros años 80. Como recordarás, desde la segunda mitad de los 80, ese consenso era ya bastante diverso. En esa etapa, se desencadenó la política de “rectificación de errores y tendencias negativas”, que propició numerosos debates públicos, donde no solo se criticaba el mal funcionamiento de la economía, sino muchos otros problemas de la sociedad y la política, inseparables de un debate a fondo sobre las causas de ese mal funcionamiento, y que incluían formas de discriminación religiosa, racial, sexual, de género.
Resulta extraordinario el avance en el área de género. El perfil alcanzado no solo por las mujeres, sino en los derechos a la orientación sexual. El prejuicio y la discriminación contra los gays, en contraste con otras formas de rechazo o subvaloración, tenía un fondo de “legitimidad” arraigado no solo en la cultura nacional desde la colonización española, católica y romana, sino en el propio paradigma del hombre nuevo, cuya heterosexualidad se daba por descontada. En un lapso muy breve, desde los primeros 90, esta problemática ha sufrido una especie de revolución. Ni el Partido, ni las iglesias, ni la escuela, ni los organismos del Estado, son responsables de este cambio. Más allá de la encomiable labor del Centro de Educación Sexual, que dirige Mariela Castro, la hija de Raúl, esta área de problemas resulta un buen ejemplo de cómo las nuevas generaciones, aun sin recibir charlas sobre el tema, traen consigo otras representaciones e ideas morales, que acaban por imponerse.
Naturalmente, las mujeres, los gays, los negros y mulatos siguen sufriendo desigualdad y discriminación en mayor o menor medida. Ahora bien, el contexto del debate público de hoy constituye un gran paso de avance en relación con el contenido democrático del socialismo. Porque ese contenido democrático es esencial. Se pospuso en momentos anteriores por causas diferentes. Hoy ya no es relegable, como imprescindible resulta el debate de ideas. Las del socialismo solo pueden prevalecer si son no solo más justas y humanas, sino más inteligentes, están bien formuladas, van más allá de la consigna, de manera que encarnen en todos los grupos sociales en una u otra medida. El apoyo y la defensa del socialismo no es algo dado u otorgado de una vez por todas, no es un pacto o certificado para hablar a nombre del pueblo.
Por otra parte, la cuestión de los valores del capitalismo y su influencia debe mantenernos alertas, pero no llevarnos al atrincheramiento. Estamos en el siglo XXI, no en la batalla de Verdun. El imperialismo tiene fuerzas militares, corporativas y mediáticas descomunales, muy superiores a las cubanas, a pesar de lo cual no ha podido someternos. A mí me desconcierta la idea de que pueda tener una cultura superior a la nuestra. En efecto, si hay un campo en que no somos inferiores es en ese de la cultura. Se trata de una potente cultura nacional, ligada a valores como la justicia social y la independencia. Temerle a la “cultura norteamericana” como un disolvente que nos puede convertir en autómatas revela cierta ignorancia. He presenciado cómo esos mismos cubanos jóvenes, emigrados a otros países, que pueden no ser fans de algunos dirigentes cubanos, defienden a Cuba y se enorgullecen de su cubanía. Ese orgullo, que va más allá de lo convencionalmente ideológico, se refiere a la historia cubana, incluidos los logros del periodo revolucionario, y que no se han alcanzado en otras partes. Este es un elemento de unidad nacional no despreciable, que debería ser tomado muy en cuenta por los políticos, así como los que se ocupan de la ideología.
En el mundo actual –y va a seguir siendo así– el socialismo no se defiende del capitalismo sobre la base de ninguna verdad revelada, de ninguna consigna o frases patrióticas, sino con los recursos de la razón, de la inteligencia, para ganar las mentes y los corazones. A veces se olvida que en la Unión Soviética, las fuerzas armadas y la KGB estaban intactas cuando se desencadenó el derrumbe del sistema, y no pudieron evitarlo, porque ya estaba perdido. Ni se perdió por falta de historia heroica, de espíritu de combate, ni de capacidad para defender la patria ante el invasor extranjero. Tampoco fue corroído por la subversión ideológica del imperialismo, ni por una conspiración orquestada por la CIA. La crisis del sistema tuvo su epicentro en la clase política, en las estructuras del propio Partido, incapaz de sobreponerse a los males del estalinismo, a un estilo político de ordeno y mando. Pero ante todo, por encima de cualquier otra circunstancia, se perdió entre los ciudadanos, en la calle. Esa debilidad estructural de la sociedad socialista permitió que colapsara como lo hizo, y ninguna fuerza militar lo hubiera podido impedir. Leer a fondo esa experiencia, más allá de nuestras diferencias históricas con ellos, resulta clave para Cuba.
Fuente: http://www.elviejotopo.com/topoexpress/cuba-por-un-socialismo-sin-miedo-ii/
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