MI PRIMER ENCUENTRO CON EL CHE
Inmediatamente, se produjo un extraordinario
movimiento de profundas transformaciones y de reorganización de las actividades
políticas, gubernamentales, sociales y productivas. Eran momentos muy agitados.
Millares de personas salían del país, muchas por sus vínculos con la tiranía de
Batista, otras por su oposición radical al nuevo gobierno y otras por
desconocimiento y miedo del futuro que se iniciaba. Mientras tanto, la gran
mayoría del pueblo, simpatizante de la Revolución, trataba de cooperar, al
máximo de sus posibilidades, con las tareas exigidas por ella y retomaban sus
actividades y responsabilidades en sus puestos de trabajo, con renovado
entusiasmo. Al mismo tiempo, ese pueblo buscaba adaptarse a las nuevas
condiciones y dificultades que se presentaban y comprender y asimilar los
nuevos enfoques y directivas de la Revolución.
Entre
los que salían, se encontraba un gran número de profesionales de elevada
formación técnica y científica, representando una fuga de cerebros sin
precedentes en el país. Ese hecho tornaría aún más ardua la tarea de
reorganización de las actividades administrativas, sociales y productivas,
entre otras. Era necesario, encontrar rápidamente personal para asumir cargos y
responsabilidades de toda naturaleza, algunos de gran importancia estratégica.
Eran necesarios
técnicos capacitados y, al mismo tiempo, ideológicamente confiables.
Eso no era fácil en aquel contexto.
Yo
trabajaba desde 1954 en Sabatés S.A. filial de la Procter & Gamble, una
famosa multinacional norteamericana. Antes me gradué como ingeniero químico en
Rensselaer Polytechnic Institute en los Estados Unidos, gracias a una beca que
obtuve al terminar mis estudios de bachillerato en el colegio De La Salle en La
Habana. Mi empresa seguía su ritmo de trabajo, aunque ya comenzaba a ver caras
preocupadas en sus altas jerarquías, quienes, cada vez más afirmaban: “esto es comunismo” y que la empresa
sería nacionalizada.
A
finales de 1959, se produjo un hecho que me pareció muy raro: la
Procter&Gamble salió parcialmente de Cuba y dejó al frente de la compañía a un grupo de cubanos.
De los dirigentes norteamericanos sólo quedó Mr. Garber, Vicepresidente a cargo
de las finanzas. O sea, se daba la impresión de que la compañía se había
“cubanizado”, aunque las marcas principales seguían bajo su control desde la
casa matriz. En aquellos momentos,
no entendí el sentido de la jugada.
Altos funcionarios de la compañía me hicieron
ofertas para trabajar en los Estados Unidos, dentro de la empresa. Para mí,
con mi formación católica que rechazaba la idea de comunismo; con reciente
adquirido status de clase media – por cierto, nada alta, más bien baja -, que
había sido promovido a cargos técnicos superiores en la empresa, y recibido en
pocos años significativos aumentos de salario y que, por otra parte, aunque detestaba
los actos criminales de la sangrienta dictadura de Batista, no había tenido
ninguna participación, ni contactos con las actividades revolucionarías, pensé
que mi futuro estaba en la Procter&Gamble, no en los nuevos y para mí
inciertos rumbos de la Revolución.
De esa
forma, el vicepresidente de la compañía me entregó una carta para el consulado
norteamericano en Cuba pidiéndole que me otorgaran visa para viajar, ya que
iría contratado para trabajar en la empresa matriz. Además me entregaron una
tarjeta para entrar en la Embajada por la puerta central y no tener que hacer
la larga fila de cubanos que acudían al consulado para solicitar su visa. Así,
entré a la Embajada; varios funcionarios consulares estaban atendiendo a los
numerosos solicitantes, esperé como una hora hasta que me llamaron.
Me llegó
mi turno. El funcionario que me tocó era del tipo de norteamericano arrogante y
prepotente; en forma muy irrespetuosa me preguntó si yo era graduado
universitario.; sin embargo, en aquella desagradable conversación le mostré
primero mi anillo de graduado en Rensselaer; me dijo que eso no era prueba
suficiente y en gesto descompuesto me amenazó: “Si no me presenta una prueba, no le doy la visa”. Yo podía en
aquellos momentos presentarle la carta que me habían entregado, pero me sentí
tan profundamente ofendido en mi dignidad, que no la mostré; lo mandé a la
mierda y me fui. Quemé las naves, no por revolucionario, ni tan siquiera
antinorteamericano sino por propio respeto a mi persona. Me dije voy a quedarme,
vamos a ver qué pasa.
Para
tratar de entender mi posible futuro en Cuba, leí, con mi falta de cultura
política el Manifiesto Comunista y la Encíclica papal Rerum Novarum. No entendí nada. Decidí entonces que la vida me
mostraría el camino.
Mi empresa fue
nacionalizada, el éxodo de sus técnicos fue enorme y unos pocos quedamos para
cubrir todas las responsabilidades, El joven interventor, nos pidió nuestro
apoyo, yo sentí que responsablemente tenía que dárselo. El bloqueo
norteamericano había comenzado; mi misión consistía en lograr que, ante la
falta de materias primas, no le faltaran
a la población los esenciales productos para la higiene que manufacturábamos.
La tarea fue ardua, pero en general, los problemas se fueron resolviendo, de
una u otra forma, con alguna o poca calidad, pero en general, los productos
llegaban a la población. En poco tiempo y sin darme cuenta, me había incorporado
al trabajo de la Revolución. Ya me consideraban un ingeniero revolucionario.
Algunos
meses más tarde, fui indicado para ser Vicedirector de Refinación del Instituto
Cubano del Petróleo (ICP), subordinado al recién creado Ministerio de
Industrias; su ministro era el Comandante Ernesto Che Guevara.
Considerando
la importancia del cargo al cual había sido promovido, en el cual tendría
responsabilidades en un área altamente estratégica para la reconstrucción del
país, juzgué necesario explicar mi situación profesional anterior y, sobre
todo, las circunstancias de mi decisión de permanecer en el país. Ese era un
acto de seriedad y lealtad frente a la confianza que estaban depositando en mí.
Con ese objetivo, le solicité al Director de la Empresa Consolidada de la Química[1],
Mario Zorrilla, que me consiguiese una entrevista con el Che.
Días
después, Manresa, el Jefe de Despacho del Che, me avisó que el Comandante me
recibiría al día siguiente a las dos horas. Yo respondí que estaría sin falta a
las dos de la tarde. Manresa me sacó del error: la entrevista sería a las dos
de la madrugada. Ya me acostumbraría después a esos horarios “normales” del
Che.
Yo no
había visto nunca al Che de cerca. Lo
que me impactó inicialmente fue su mirada firme y serena. Fumaba un tabaco.
Cuando le expliqué el motivo de mi entrevista, en particular la alta
responsabilidad que se me asignaba a pesar de mi reciente intención de
abandonar el país, él me dijo:
-
¿Pero tú te vas del país?
-
No.
-
¿Tú estás dispuesto a trabajar con nosotros?
-
Sí.
- Chico, me parece que tú eres una gente honesta, Así
que, ¡a trabajar!
Nos
dimos un apretón de manos y terminó la entrevista. Debo decir que nunca más, en
cerca de 5 años de trabajo con él, se volvió a tocar el tema de mi posible
salida del país. Esa confianza
depositada en mí ahora por el
propio Che, comenzó a hacerme sentir que
me estaba convirtiendo en un revolucionario.
A partir
de ese momento, pasé a llamarlo de “Che”, como era la costumbre entre sus
colaboradores más cercanos.
[1] La Empresa
Consolidada de la Química estaba subordinada al Departamento de
Industrialización. Agrupaba todas las industrias de perfil químico:
fertilizantes, productos farmacéuticos, pinturas, jabones y perfumería, entre
otras. Además de Sabatés, donde yo trabajaba, estaba Crusellas (filial de la
Colgate-Palmolive), Gravi, Max Factor, Shulton y otras.
Continuará
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