Publicado el 20 mayo 2018
¿ES MARXISMO EL “MARXISMO ANALÍTICO”? *
Michael A. Lebowitz
No hay duda de que G. A. Cohén, Jon Elster y John Roemer son escritores prolíficos con una serie impresionante de artículos y libros que han adquirido una presencia importante en los comentarios y las discusiones sobre el marxismo en los recién pasados años. Sin embargo, mi primera sospecha de que algo más había surgido en el panorama provino de un artículo publicado en 1983 por John Gray(recomendado por un amigo escéptico). El artículo aclamaba el surgimiento de “una poderosa escuela nueva de Marxismo Analítico, integrada por figuras tan destacadas como las de G. A. Cohén, Jon Elster y John Roemer, con cuyas obras deberá asociarse en adelante el futuro del marxismo, si es que tiene alguno” Gray, 1983, p. 1461).
¿Existe en efecto tal escuela? Las pruebas de la existencia de tal grupo autodefinido son contundentes. En su Making Sense of Marx indica Elster que la obra de Cohén, Karl Marx’s Theory of History, llegó como una “revelación”: “De pronto cambió las normas de rigor y claridad requeridas para escribir sobre Marx y el marxismo.” En consecuencia, advierte, se formó un pequeño grupo de colegas de orientación similar y comenzó en 1979 una serie de reuniones anuales. Sus análisis fueron decisivos para la elaboración del libro de Elster y en particular fueron “básicas” las contribuciones de Roemer (posteriormente publicadas en su obra “introductoria” A General Theory of Exploitation and Class (Elster, 1985, pp. xiv-xv).1
Por su parte Roemer comienza su libro (Roemer, 1982) indicando su deuda particular con Cohén y Elster, e incluye entre los colaboradores a varios otros que también aparecen en la lista de Elster.2 Erik Olin Wright, mencionado en ambas listas, corrobora la existencia del grupo, sus reuniones anuales y su orientación hacia el “marxismo analítico” en el prefacio de su libro recién publicado, Classes; además afirma que “sus ideas y sus perspectivas nuevas han tenido un efecto considerable en mi pensamiento y mi obra” (Wright, 1985, p. 2),3 Por último, adoptando definitivamente la autodesignación de “marxismo analítico”, aparece con ese nombre la nueva colección de Roemer —una colección que incluye tres ensayos de Roemer, Elster y Cohén más esfuerzos individuales de varios otros autores (Roemer, 1986).4
Así pues, ¿cuáles son los elementos constitutivos del marxismo analítico, de acuerdo con sus propios partidarios? Según Wright la trama intelectual central es la “interrogación y la aclaración sistemáticas de conceptos [marxistas] básicos y su reconstrucción en una estructura teórica más coherente” (Wright, 1985, p. 2). De igual modo, como señalamos antes, Elster identificó “el rigor y la claridad” como el principio básico para la formación del grupo. Sin embargo, la autodescripción más explícita del marxismo analítico corresponde a Roemer en la introducción a su colección: “El marxismo analíticamente refinado” se persigue con las “herramientas contemporáneas de la lógica, la matemática y la construcción de modelos” y está comprometido con “la necesidad de abstracción”, con la “búsqueda de los fundamentos” de los juicios marxistas y con “un enfoque no dogmático al marxismo” (Roemer, 1986, pp, 1-2). No hay duda de que este es un conjunto impresionante de elementos. ¿Cómo podremos solicitar nuestra admisión a esta fraternidad analíticamente correcta?
Pero lo que separa al marxismo analítico es algo más que el rigor, como pone en claro el elogio de John Gray a esta “poderosa nueva escuela”. Aclamando las primeras críticas austríacas a Marx de parte de Bohm-Bawerk, Von Mises y Hayek (y la de Paul Craig Roberts, economista norteamericano derechista), e inclinándose ante “la prodigiosa virtuosidad del capitalismo” y las maravillas del mercado, Gray distaba mucho de ser un comentarista simpatizante del marxismo (“la primera visión del mundo genuinamente autofrustrante en la historia de la humanidad”) ; su elogio para el marxismo analítico ocurre en el contexto de una extensa polémica antimarxista (“The System of Ruins“).
Por supuesto los practicantes del marxismo analítico no son responsables de lo que otros (como Gray) digan de ellos. Sólo son responsables de sus propias obras. Pero consideremos esas obras. Elster declara (en An Introduction to Karl Marx, su libro más reciente) que en Marx están “muertos” los siguientes conceptos: “socialismo científico”; “materialismo dialéctico”; teoría económica marxista —en particular sus dos “pilares principales”, la teoría del valor-trabajo (“intelectualmente agotada”) y la teoría de la tasa de ganancia decreciente, y “quizá la parte más importante del materialismo histórico”, la “teoría de las fuerzas productivas y las relaciones de producción” (Elster, 1986, pp. 188-194). De igual modo, en una larga marcha por la economía marxista en su Analytical Foundations of Marxian Economic Theory (1981), Roemer dejó intacta sólo la teoría marxista de la explotación; más tarde (Roemer, 1982) le pareció inadecuado incluso este sobreviviente final. La explotación —nos informa ahora Roemer— es simplemente desigualdad. Pero ¿cuál es entonces la diferencia entre la posición del marxismo analítico y la de los filósofos no marxistas como Rawls? Roemer contesta que “no está del todo clara”: “las líneas que separan el marxismo analítico contemporáneo y la filosofía política izquierdista-liberal contemporánea son confusas” (Roemer, 1986, pp. 199-200).
No podemos dejar de preguntarnos qué queda realmente del marxismo en el marxismo analítico. En lo que sigue examinaremos algo de esta obra (en especial la de Elster y la de Roemer) a fin de explorar la medida en que pueda considerarse “marxista”. La conclusión es que el marxismo analítico no es marxismo, y que en efecto es en esencia antimarxista.
1. ¿UN MARXISMO “NEOCLÁSICO” O DE “ELECCIÓN RACIONAL”?
Se han asignado diversos nombres al marxismo analítico y a sus practicantes: marxismo neoclásico, marxismo de la teoría de los juegos y marxismo de la elección racional. La consideración de estos nombres proporciona un buen punto de partida para un examen del marxismo analítico.
El “marxismo neoclásico”, como describiera Patrick Clawson el artículo de Phillipe van Parijs sobre la controversia de la tasa de ganancia decreciente, parecería ser una contradicción en sí mismo (Clavíson, 1983, p. 109). ¿Cómo podría existir tal construcción? Después de todo la teoría económica neoclásica parte del individuo atomístico concebido como algo ontológicamente anterior al todo, la sociedad particular. Esta es la herencia “cartesiana”, tan bien analizada por Richard Levins y Richard Lewontin, que comparte con los enfoques metodológicos en otras esferas: Las partes son ontológicamente anteriores al todo; es decir, las partes existen en aislamiento y se unen para formar todos. Las partes tienen propiedades intrínsecas, que poseen en aislamiento y que imparten al todo (Levins y Lewontin, p. 269).
En el análisis neoclásico tenemos individuos atomísticos que con activos y técnicas exógenamente dados entran en relaciones de intercambio recíproco a fin de satisfacer necesidades exógenamente dadas, y la sociedad es la suma total de estos arreglos de intercambio. Nada podría estar más alejado de la perspectiva de Marx. Para principiar, el individuo aislado para quien las diversas formas de la relación social son “sólo un medio para sus propósitos privados” era puro “disparate” (Marx, 1973, p. 84). El “interés privado”, subrayaba Marx, “es en sí mismo ya un interés socialmente determinado que sólo puede alcanzarse dentro de las condiciones establecidas por la sociedad y con los medios proporcionados por la sociedad”. En realidad se trata del interés de individuos, de personas privadas, “pero su contenido, al igual que la forma y los medios de su realización, están dados por condiciones sociales independientes de todos” (Marx, 1973, p. 156).
Así pues, en la perspectiva dialéctica (por oposición a la perspectiva cartesiana) las partes no tienen una existencia previa e independiente como partes, sino que “adquieren propiedades en virtud de ser partes de un todo particular, propiedades que no tienen en aislamiento o como partes de otro todo” (Levins y Lewontin, 1985, p. 3). En consecuencia el punto de partida de Marx es desarrollar un entendimiento de la sociedad como un “todo conectado”, como un sistema orgánico; trazar las conexiones intrínsecas y revelar la “oscura estructura del sistema económico burgués”, el “núcleo íntimo, que es esencial pero está oculto” en la superficie de la sociedad (Marx, 1968, p. 65; Marx, 1981, p. 311). Sólo entonces procede Marx a explorar lo que hay de real dentro de esta estructura para los agentes individuales de la producción y cómo aparecen necesariamente las cosas para ellos.
Por ejemplo, si se desarrollan “las tendencias generales y necesarias del capital” sobre la base del concepto del capital (el capital como un todo), podía demostrarse entonces cómo se manifestaban “las leyes inmanentes de la producción capitalista” mediante las acciones de los capitalistas individuales en competencia (Marx, 1977, p. 433). Como señalara repetidamente Marx en los Grundrisse, “la competencia ejecuta las leyes internas del capital, las hace obligatorias para el capital individual, pero no las inventa, las realiza” (Marx, 1977, pp. 414, 552, 651, 751-752). En cambio, comenzar el análisis con esos capitales individuales (y con las conexiones tal como aparecen en “los fenómenos de la competencia”), produce una distorsión de la estructura íntima porque “en la competencia aparece todo siempre en forma invertida, siempre de cabeza” (Marx, 1968, p. 165).
Desde esta perspectiva no hay absolutamente ninguna compatibilidad entre el enfoque atomístico de la economía neoclásica y el marxismo. El “marxismo neoclásico” no es neoclásico o no es marxismo. Pero ¿podríamos decir lo mismo del marxismo “teórico del juego” o del de la “elección racional”? Alan Carling ha propuesto en un ensayo reciente el “marxismo de elección racional” como la designación más característica del trabajo de que se trata, describiendo su presupuesto distintivo como “la noción de que las sociedades están integradas por individuos humanos que estando dotados de recursos de diversas clases tratan de escoger racionalmente entre varios cursos de acción” (Carling, 1986, pp. 26-27). Pero ¿no es esto sólo la economía neoclásica con otro nombre? La descripción que hace Roemer de los modelos de elección racional (en un ensayo titulado “Rational Choice Marxism” ) como “teoría del equilibrio general, teoría de los juegos, y del arsenal de técnicas de modelación elaboradas por la economía neoclásica”, podría sugerir esto (Roemer, 1986a, p. 192).
Sin embargo, es fundamental no confundir las técnicas particulares con su surgimiento original o con el uso que se les ha dado; ello equivaldría a repetir la experiencia infortunada de la economía marxista con el cálculo, rechazado por “burgués” a pesar de las importantes exploraciones de esta técnica por parte del propio Marx (Gerdes, Struik). En suma, si se trata de la apropiación de estas técnicas dentro de un marco marxista es posible que el marxismo analítico tenga mucho qué ofrecer.
Consideremos los enfoques de la teoría de los juegos y el teórico del juego. Tanto Elstercomo Roemer se caracterizan por hacer hincapié en la modelación teórica del juego; en efecto, la definición general de la explotación de Roemer es explícitamente una definición teórica del juego. ¿Tendrá este enfoque un lugar en la obra teórica marxista? Si insistimos en que el análisis marxista debe partir de una consideración del “todo”, del establecimiento de la estructura interior de la sociedad, antes de examinar las acciones de los individuos dentro de esa estructura, no es obvio que la teoría de los juegos como tal sea inapropiada aquí.
La teoría de los juegos comienza con la especificación del “juego”; es decir, explícitamente fija el conjunto de relaciones dentro de las cuales actúan los agentes (véase una introducción a la teoría de los juegos en Bradley y Meek). A primera vista no hay nada incompatible con el marxismo en un enfoque que parte de la especificación de un conjunto dado de relaciones de producción y luego procede a explorar cómo se comportarán racionalmente los actores particulares, originando propiedades dinámicas (las leyes del movimiento) inherentes a la estructura particular.
Por supuesto la clave será la especificación del juego y de los actores. Por ejemplo, un juego donde los actores se identifican como los vendedores competitivos de un bien común, que exploran sus estrategias racionales, se encuentra en el campo de la competencia de capitales que, según Marx, ejecuta las leyes internas del capitalismo pero no explica nada acerca de ellas. En cambio, un juego en que las partes sean un capitalista y “sus” asalariados (y que proceda a explorar las estrategias y las acciones de cada parte) parecería corresponder muy de cerca al enfoque del propio Marx. En este último juego las relaciones entre el capitalista y el asalariado son idénticas a las relaciones entre la coalición de capitalistas y la coalición de asalariados, es decir, la del capitalista con sus propios trabajadores es la “relación esencial” entre el capital y el trabajo asalariado (Marx, 1973, p. 420).
De igual modo, un juego que explore la relación entre el señor feudal y sus arrendatarios campesinos, o entre la coalición de amos y la de campesinos (los dos enfoques se consideran idénticos aquí mientras ninguno de ellos introduzca cuestiones apropiadas para las relaciones internas de la coalición) parecería permitir un examen del carácter esencial de las relaciones feudales de producción. ¿Qué quiere el amo, cuáles estrategias tiene a su disposición, cuáles son las ganancias (y los riesgos) potenciales de cada una de ellas? ¿Qué quiere el campesino (la comunidad campesina), cuáles son las estrategias y los rendimientos potenciales? ¿Cuál es (en un juego continuo) la solución o el resultado “apropiado” para el juego particular y —sobre todo— cuáles aspectos del desempeño de las partes en esta interacción particular tienden a minar (en lugar de conservar) la solución o el resultado existente y, en realidad, el propio juego particular?
Planteado de este modo no parece haber nada incompatible entre la teoría de los juegos como tal y un enfoque marxista; en efecto, no sólo podríamos especular que Marx se habría apresurado a explorar sus técnicas sino que podemos llegar incluso a sugerir que el análisis de Marx era intrínsecamente una perspectiva “teórica del juego”. Véase por ejemplo la elaboración que hace Maarek de la teoría de la plusvalía de Marx usando la teoría de los juegos (Maarek, 1979, pp. 124-340).
Sin embargo, la descripción anterior del “juego” feudal tiene cierta especificidad; se trata de un juego que podría designarse mejor como un “juego colectivo”. Sus actores son clases (o representanes de clases, trager, portadores de una relación). No hay lugar aquí para el individuo autónomo, atomístico; tampoco hemos introducido (aún) interacciones intraclase. Se supone simplemente que la coalición de amos actúa de la misma manera que el Amo Abstracto; que nuestro examen de este último en su interacción específica con el Campesino Abstracto nos da las visiones esenciales de la coalición o clase de amos en sus interacciones con la clase de los campesinos.
En suma, en el juego colectivo actúan las clases. El señor feudal y el campesino actúan recíprocamente, pero los señores feudales individuales y los campesinos individuales no se relacionan entre sí. De igual modo, en el juego colectivo del capitalismo el capital (el capitalista) y el trabajo asalariado (el trabajador) actúan recíprocamente, pero los factores emanados de la existencia postulada de capitalistas y asalariados en competencia se consideran secundarios para el establecimiento de la relación esencial entre capital y trabajo asalariado. Como indica Maarek en su análisis de la teoría de la plusvalía de Marx, “es como si hubiera un solo centro de decisión en cada clase, un capitalista ‘colectivo’ y un trabajador ‘colectivo’, de modo que las dos clases se enfrentan como dos bloques autónomos” (Maarek, 1979, p. 132).
Así pues, el juego colectivo (o de clase) hace a un lado toda consideración de la capacidad de las coaliciones particulares para realizar con eficacia acciones colectivas (es decir, los problemas planteados por Mancur Olson en The Logic of Collective Action) a fin de explorar primero en detalle el carácter de la relación entre las clases definida por las relaciones de producción. Todas las dudas acerca de que los agentes individuales consideren de su propio interés la participación en la acción colectiva (el logro de metas de clase), todo lo referente a los problemas de los “oportunistas”, etcétera, se excluyen de la investigación principal del juego colectivo. Se asigna una prioridad epistemológica a la determinación de la estructura dentro de la cual actúan los individuos.
Sin embargo, los asuntos dentro de la coalición no escapan al análisis marxista (así como no escapa la consideración de cómo una clase-en-símisma se convierte en una clase-para-sí-misma). La manera en que el capital a fin de alcanzar sus propias metas trata de dividir a los trabajadores y de estimular la competencia entre ellos es una parte importante de la exploración que hace Marx de una estrategia racional para el capital en el juego estratégico del capital y el trabajo asalariado (véase Lebowitz, 1987a). Y su conclusión de que cuando los trabajadores individuales actúan en su propio interés individual el resultado es la peor estrategia para el conjunto de los trabajadores (Lebowitz, 1987b), es una aseveración crítica acerca de lo que ocurre dentro de la coalición de los trabajadores. Por importantes que sean las ideas de Marx sobre estos asuntos dentro de cada coalición es esencial reconocer que tales cuestiones sólo pueden ocurrir después de la especificación previa del juego colectivo.
En contraste con el juego colectivo, por otra parte, lo que podríamos llamar el “juego individual” tiene un punto de partida diferente. Partiendo de la idea de que no hay entidades supraindividuales que actúen en el mundo real (“el capital” no hace nada, etcétera), este juego afirma la necesidad de considerar el comportamiento de la unidad individual como en un nivel anterior a la coalición en la guerra de todos contra todos. Por lo tanto el carácter de la relación de clase ya no se encuentra en el centro de la investigación. Tenemos ahora una problemática diferente, la problemática neoclásica: los resultados que surgen de las interacciones de individuos atomísticos. A lo sumo la cuestión principal del juego individual se torna en saber por qué surgen las coaliciones, por qué (y en qué sentido) hay clases-para-sí-mismas.
Así pues, no puede decirse que un enfoque teórico del juego sea en sí mismo incompatible con un análisis marxista. Más bien que el rigor como la línea divisoria entre el marxismo y el “marxismo analítico”, la cuestión central es la naturaleza de la problemática dentro de la cual se emplean tales técnicas. Precisamente en este contexto debería considerarse el “marxismo analítico”.
2. EL INDIVIDUALISMO METODOLÓGICO Y LOS MICROFUNDAMENTOS
En la base del marxismo analítico está el imperativo categórico no habrá ninguna explicación por encima del nivel de la unidad individual. Por ejemplo, Elster principia su Making Sense of Marx aclarando que empezará por “enunciar y justificar el principio del individualismo metodológico”. La doctrina no es nada comprometedora: “todos los fenómenos sociales —su estructura y su cambio— son en principio explicables en formas que sólo implican a individuos: sus propiedades, sus metas, sus creencias y sus acciones”.
Para explicar —propone Elster— hay necesidad de “proporcionar un mecanismo, de abrir la caja negra y mostrar las tuercas y los pernos, los engranes y las ruedas, los deseos y las creencias que generan los resultados agregados” (Elster, 1985, p. 5). En consecuencia, el individualismo metodológico sustituye el nivel macro por el micro y rechaza una explicación que no proceda de los individuos; se opone así al colectivismo metodológico, el que “supone que hay entidades supraindividuales anteriores a los individuos en el orden explicativo” (p. 6).
Sin embargo, como sabe bien Elster, los análisis de Marx acerca de “la humanidad”, “el capital” y particularmente “el capital en general” como sujetos colectivos son incompatibles con esta doctrina del individualismo metodológico. Citando una de las afirmaciones de Marx sobre la competencia en los Grundrisse comenta Elster: “No podríamos encontrar una negación más explícita del individualismo metodológico” (p. 7). Sin embargo de inmediato invoca otra autoridad: John Roemer.
En este sentido es importante reconocer que Elster ha leído con cuidado a Marx, y que la base de su argumento no deriva de la falta de familiaridad con los pasajes importantes (aunque sus interpretaciones son a veces bastante discutibles), sino el rechazo de tales pasajes como errores graves, “casi tonterías”. Lo que debe rescatarse es el Marx que tiene “sentido”, el Marx que suena como un individualista metodológico. En pocas palabras, el proyecto de Elster simplemente es librarse del Marx malo y conservar el bueno: la separación del “marco extraviado” de lo que considera valioso en Marx.
Exactamente los mismos lemas pueden encontrarse en el ensayo de Roemer sobre el método en el marxismo analítico. Sostiene Roemer que “el análisis marxista requiere microfundamentos” (Roemer, 1986a, p. 192). ¿Cómo podemos decir —pregunta Roemer— que la entidad, el capital, hace algo (por ejemplo, divide y vence a los trabajadores) “cuando en una economía competitiva no hay ningún agente que se ocupe de las necesidades del capital”? Cuando los marxistas argumentan de ese modo —propone Roemer—, incurren en “una perezosa clase de razonamiento ideológico” (p. 191). De nuevo se identifica el proyecto como la necesidad de encontrar micromecanismos: “Lo que deben proporcionar los marxistas son explicaciones de los mecanismos en el nivel micro para los fenómenos que en su opinión se producen por razones teleológicas” (p. 192).
La lógica de esta posición del marxismo analítico puede verse con toda claridad en la respuesta de Phillipe van Parijs a la descripción de su posición como alguien del “marxismo neoclásico”. Señalando el contraste entre “el hombre racional (o individualista) y las explicaciones estructurales (o sistemáticas)”, indica Van Parijs que las explicaciones estructurales que se refieren a un imperativo estructural (por ejemplo un requerimiento que fluye “del sistema mismo”) son “categóricamente rechazadas por el ‘marxismo neoclásico'” (Van Parijs, 1983, p. 119). ¿Por qué? Porque “ninguna explicación de B por A es aceptable si no especificamos el mecanismo por el cual A genera a B”.
Sin embargo, el “mecanismo” tiene aquí un significado específico para Van Parijs. Por ejemplo, las proposiciones que pueden derivarse del juego colectivo estructurado del capital y el trabajo asalariado no pasarían su prueba de aceptabilidad. Esto queda claro en su proposición siguiente: “O lo que es lo mismo, ninguna teoría explicativa es aceptable si no está provista de microfundamentos.” (¡Van Parijs considera que la equivalencia de la proposición ii a la proposición i es tan evidente que no necesita ni indicarse!) En su análisis claramente falta una proposición crítica en el sentido de que “el único mecanismo explicativo es un mecanismo de microfundamentos”. Este es, por supuesto, el único mecanismo que nos permite pasar de i a ii y es el meollo de la cuestión. Porque si aceptamos esa proposición faltante, se infiere por supuesto que “el marxismo requiere microfundamentos” (p. 120).
Pero ¿por qué deberíamos aceptar la proposición de que los microfundamentos constituyen el único mecanismo por el que se puede explicar? Sólo tenemos aseveraciones. Pero ¿dónde está la prueba? ¿Dónde está la demostración de que “el colectivismo metodológico” no puede proporcionar una explicación válida (y en efecto mejor) ? ¿Dónde está la base para describirlo como una práctica científica desviada, desastrosa, casi una tontería? (Elster, 1985, p. 4). ¿Habremos de suponer que este punto es evidente porque deriva su fuerza del convencionalismo neoclásico?
Aunque los marxistas analíticos pudieran encontrar algunos ejemplos de argumentos funcionalistas o teleológicos conducidos en la esfera supraindividual, ello no probaría que el colectivismo metodológico conduzca necesariamente al argumento funcionalista o teleológico. (Aunque señala que una explicación de colectivismo metodológico “asume con frecuencia la forma de explicación funcional”, Elster admite que “no hay conexión lógica” [p. 6].) En efecto, Przeworski, Brenner y Elster exploran juegos colectivos en algunos ensayos sobre el marxismo analítico.
Además, una explicación metodológica individualista (o micro) aceptable no constituiría una refutación suficiente de una explicación de los fenómenos sociales basada en el concepto de entidades supraindividuales. El argumento de Marx de que la competencia de los capitalistas ejecuta las leyes internas del capital es un rechazo del individualismo metodológico y de los microfundamentos, pero no de la existencia real de capitales individuales y de microfenómenos. Así pues, la conclusión de que sólo los microfundamentos pueden explicar los resultados globales requiere una prueba mucho más estricta que la ofrecida por el marxismo analítico.
En última instancia, por supuesto, la prueba del pastel se obtiene al comérselo. Por lo tanto, en lugar de criticar en abstracto el reduccionismo cartesiano de los argumentos anteriores, consideremos específicamente la respuesta que da Elster a la negación explícita del individualismo metodológico por parte de Marx: la obra “introductoria” de Roemer sobre la explotación. Elster describe esta pieza central del marxismo analítico como un enfoque “generador de relaciones de clase y de la relación de capital a partir de intercambios entre individuos diferentemente dotados en un ambiente competitivo…El argumento decisivo en favor de este procedimiento es que nos permite demostrar como teoremas lo que de otro modo serían postulados sin comprobación” (Elster, 1985, p. 7).
Pero ¿qué hay de erróneo en los llamados “postulados sin comprobación”? Recordemos que el procedimiento de Marx fue comenzar su examen del capitalismo partiendo del postulado de capitalista y asalariado donde se especifica la relación como una en la que el trabajador ha vendido el derecho de propiedad sobre la fuerza de trabajo con el resultado inevitable de que el trabajador labora con la dirección del capital y no tiene derechos de propiedad sobre el producto del trabajo. En suma, Marx parte de la especificación de un conjunto particular de relaciones de producción.
Ahora podemos preguntar: ¿de dónde salieron tales postulados sin fundamento? Y la respuesta es obvia: de la historia, de la vida real, de lo real concreto. La venta de la fuerza de trabajo, el trabajo con la dirección del capitalista y la ausencia de derechos de propiedad de los trabajadores sobre el producto del trabajo son las premisas históricas de la discusión, y se introducen a la discusión teórica del capitalismo como el punto de entrada exógeno. Por lo tanto, hay en efecto un postulado teóricamente carente de prueba, la relación entre el capital y el trabajo asalariado. Lo que también es decisivo es lo que Marx procede a hacer sobre la base de esta premisa. Marx explora la naturaleza de la interacción entre el capitalista y los trabajadores en el juego colectivo y genera las propiedades dinámicas inherentes a esa relación estructurada.
Considérese ahora lo que Elster ha dicho acerca del enfoque de Roemer: este autor generará la relación de clase a partir de los individuos; demostrará la relación capital-fuerza de trabajo como un “teorema”. Una respuesta inmediata podría ser: pero este es un objeto teórico diferente; lo que Marx toma como su punto de partida lo ve Roemer como su resultado. Sin embargo, es importante recordar que en el análisis dialéctico de Marxun requerimiento fundamental será demostrar que lo que era una mera premisa y un presupuesto (un postulado sin fundamento) de la teoría se reproduce dentro del sistema —es decir, es también un resultado. En este sentido tanto Marx como Roemer tienen el mismo objetivo: demostrar la producción de la relación de clase. Pero sus puntos de partida son diferentes: Marx parte de la observación de las relaciones concretas y Roemer parte… ¿de dónde’?
Por el momento dejaremos de lado esa cuestión. Pregúntemenos primero: ¿qué concluiremos si Roemer y Marx, habiendo partido de lugares diferentes, llegan al mismo destino? ¿Concluiremos que la exitosa llegada de Roemer (la derivación de la relación de clase a partir de individuos atomísticos) prueba que no se puede llegar allí desde el punto de partida de Marx? Obviamente no. Tal conclusión confundiría explicación y necesidad. A lo sumo la llegada de Roemer habrá demostrado el argumento de Marx de que la competencia ejecuta las leyes internas del capital —es decir, que muchos capitales, la forma necesaria de existencia del capital, manifiestan por medio de la competencia la naturaleza propia del capital. Por otra parte, si tenemos la derivación de Roemer¿necesitamos la derivación de Marx?
Pero en todo esto hay un interrogante implícito: ¿llega Roemer realmente al mismo punto, el punto que es para Marx premisa y resultado a la vez: las relaciones capitalistas de producción históricamente dadas? Consideraremos ahora el punto de partida de Roemer. Elster nos ha dicho ya: “individuos diferentemente dotados”. Pero veamos la explicación más completa de Roemer. Respondiendo a la crítica de Nadvi (1985) Roemer indica que su modelo “ha ‘explicado’ algunos fenómenos al derivarlos de datos lógicamente anteriores. En GTEC [Roemer, 1982] los datos son: la diferente propiedad de los medios de producción, las preferencias y la tecnología. Todo está impulsado por estos datos; la clase y la explotación se explican como una consecuencia de las relaciones de propiedad iniciales” (Roemer, 1986b, p. 138).
Como sería de esperarse, vemos que Roemer parte también de “datos lógicamente anteriores” que no son el tema de su análisis (es decir “postulados sin fundamento”). Resultan ser los mismos datos lógicamente anteriores con los que comienza la economía neoclásica (en particular la teoría neoclásica del equilibrio general). Y Roemer declara que sobre la base de las mismas premisas neoclásicas ha logrado demostrar la existencia de la explotación y la clase: un caso clásico de elevación de la economía neoclásica por su propio petardo.
Pero reflexionemos sobre estos datos lógicamente anteriores. (Este éxito particular puede ser un veneno para el marxismo.) ¿De dónde provienen tales datos? Responde Roemer: de la historia. “El proceso histórico que origina las dotaciones iniciales donde comienza mi modelo no es un tema de mi análisis. Es un tema para el historiador” (Roemer, 1986b, p. 138). Así pues, la historia ha generado un conjunto de individuos que con preferencias y tecnología dadas tienen dotaciones de propiedades diferentes. ¿Será así? ¿Nos ha presentado la historia un grupo de individuos atomísticos sin relaciones e interacciones previas: individuos que son ontológicamente anteriores a la sociedad? Obviamente no. Lo que tenemos es que un analista ha decidido modelar a los individuos como si estuvieran inicialmente fuera de la sociedad y luego entraran a la sociedad para intercambiar. Así pues, el punto de partida no es la historia, sino la historia influida por un supuesto ideológico, un supuesto identificado por Marx ya en 1843 (Marx, “On the Jewish Question”, 1975). Ahora bien, se entiende fácilmente tal operación cuando la realiza un economista neoclásico… ¿pero un marxista?
Sin embargo la respuesta instrumentalista de Roemer sería que si el modelo logra explicar los fenómenos deseados será claro que “el modelo ha hecho las abstracciones adecuadas: ha omitido cosas que no son básicas para su tema y ha concentrado nuestra atención correctamente” (Roemer, 1986b). En términos metodológicos esta no es una práctica objetable; Marx también recurre a la abstracción y deja de lado las cuestiones propias de los miembros del conjunto o la coalición. Sin embargo, muchos marxistas encontrarán perturbadora la idea de que la “sociedad” es una víctima apropiada de la Navaja de Ocam. No obstante, en lugar de debatir esta cuestión, es más pertinente considerar si el modelo ha alcanzado en efecto su objetivo; en suma, si el modelo de Roemer hace “las abstracciones correctas”.
3. LA EXPLOTACIÓN ROEMERIANA
Al examinar el éxito de Roemer en generar las clases y la explotación como teoremas dentro del capitalismo, debemos limitarnos a ciertos aspectos de su teoría analizados en su libro y en artículos posteriores. (Se plantean otros problemas en mi reseña del libro; Lebowitz, 1984.) Por ejemplo, no nos ocuparemos de la explotación que descubre Roemer en su modelo de producción lineal de una economía de productores de bienes simples con diferente propiedad de activos, porque la desigualdad que encuentra Roemeraquí es manifiestamente “renta” y su designación como “explotación en el sentido marxista” sería una exageración; por razones similares no consideraremos la “explotación socialista” de Roemer.
El argumento fundamental de Roemer (1982) ocurre cuando introduce un mercado laboral a su modelo de individuos con diferentes dotaciones de activos productivos. Demuestra Roemer que, como una consecuencia del comportamiento de optimación los individuos con dotaciones bajas terminarán vendiendo fuerza de trabajo y serán explotados (realizarán un trabajo excedente), mientras que los individuos de dotaciones elevadas contratarán fuerza de trabajo y serán explotadores. El argumento, generador de la proposición marxista clásica, parece muy poderoso.
Sin embargo, Roemer procede a introducir un mercado de crédito (en lugar de un mercado laboral) y revela ahora un resultado funcionalmente equivalente: quienes tienen dotaciones bajas contratan capital y son explotados (realizan un trabajo excedente), mientras que quienes tienen dotaciones elevadas rentan capital y son explotadores. En realidad la explotación es la misma en ambos casos. En consecuencia Roemer ofrece su “teorema del isomorfismo”, según el cual “en verdad no importa que el trabajo contrate capital o el capital contrate trabajo: en ambos casos, los pobres son explotados y los ricos explotan” (Roemer, 1982, p. 93).
Ahora bien, este teorema (cuyas cláusulas soslayan sucesivamente la economía marxista y la economía neoclásica) es fundamental para todo lo que sigue. El propio Roemer obtiene la robusta inferencia de que “el rasgo fundamental de la explotación capitalista no es lo que ocurre en el proceso laboral, sino la propiedad diferente de los activos productivos” (pp. 94-95). Sin embargo, se ha obtenido del teorema del isomorfismo precisamente la conclusión errónea: en lugar de revelar la potencia del análisis de Roemer expone su debilidad.
Considérese lo que ha ocurrido. La prioridad lógica ha cambiado de las relaciones específicas de producción a las relaciones de propiedad; su conexión se ha invertido. En lugar de considerar las relaciones de propiedad capitalistas (KP) como el producto de las relaciones de producción capitalistas (KRP), Roemer sostiene que la propiedad diferente de los activos productivos necesariamente genera relaciones de producción capitalistas, explotación y clases. Además, dado que puede demostrarse que esto ocurre ya sea con un mercado de trabajo o de crédito, se infiere que la dotación desigual de la propiedad más el mercado de un factor basta para generar “las relaciones de clase y la relación del capital” (como teoremas).
Sin embargo, destaquemos lo que Marx consideró elementos básicos del capitalismo. Estos son: i) la venta del derecho de propiedad sobre la fuerza de trabajo por la persona que no posee medios de producción, y ii) la compra de este derecho de propiedad por un propietario de medios de producción cuya meta es la valorización (M-C-M). Estos dos elementos presuponen claramente relaciones de propiedad capitalistas (KP) —especifica desigualdad de la propiedad. Pero KP no basta para producir estos dos elementos porque (como lo demuestra el propio Roemer) es obvio que KP puede soportar también: i-a) la contratación de medios de producción por alguien que sólo es propietario de fuerza de trabajo, y ii-a) el arrendamiento de tales medios por el propietario. KP es una condición necesaria pero no suficiente para el capitalismo (KRP).
En suma, pueden generarse dos regímenes muy distintos sobre la base de los datos lógicamente anteriores de Roemer, las relaciones de propiedad iniciales. Una simple cuestión revela esa diferencia: ¿quién es el propietario del producto del trabajo? En i) y ii) los derechos de propiedad del producto del trabajo pertenecen al propietario de los medios de producción (quien también compró los derechos de propiedad sobre la disposición de la fuerza de trabajo); en i-a) y ii-a) en cambio, es el propietario de la fuerza de trabajo quien posee el derecho de propiedad sobre el producto. No resulta difícil establecer que el análisis del capitalismo hecho por Marx se refiere a i) y ii) pero no a i-a) y ii-a).
Para Marx la situación en la que no ocurría la compra de fuerza de trabajo era explícitamente precapitalista. Donde hay un sometimiento formal del trabajo por el capital (el modo inicial de la relación de capital), “las relaciones de capital se ocupan esencialmente del control de la producción…de manera que el trabajador aparece constantemente en el mercado como un vendedor y el capitalista como un comprador” (Marx, 1977, p. 1011). Por otra parte, en contraste con el sometimiento formal aparece el caso en que hay capital pero “donde no ha surgido éste como comprador directo del trabajo y como propietario inmediato del proceso de producción” (como ocurre, por ejemplo, con el capital usurero y el mercantil). “Aquí no hemos llegado todavía a la etapa del sometimiento formal del trabajo por el capital” (p. 1023).
El caso del mercado crediticio presentado por Roemer era precisamente característico de las relaciones precapitalistas. Por ejemplo, comentó Marx en los Grundrisse que la relación en la que el productor, todavía independiente, afronta medios de producción independientes “formando la propiedad de una clase particular de usureros… se desarrolla necesariamente en todos los modos de producción basados en alguna medida en el intercambio” (Marx, 1973, p. 853). Aquí el trabajador “no ha sido absorbido todavía en el proceso de capital. Por lo tanto el modo de producción no experimenta todavía ningún cambio esencial”. Por supuesto hay explotación; en efecto, la “explotación más odiosa del trabajo”. En el modo de producción mismo el capital está todavía “materialmente absorbido por los trabajadores individuales o la familia de trabajadores…Lo que ocurre es la explotación por el capital sin el modo de producción del capital…Esta forma de la usura en la que el capital no toma posesión de la producción, de manera que es capital sólo formalmente, presupone el predominio de los modos de producción preburgueses” (p. 853). Marx observó también que “el capital surge sólo cuando el comercio ha tomado posesión de la producción misma y, donde el comerciante se convierte en productor, o el productor en mero comerciante” (p. 859).
En suma, las relaciones de producción específicamente capitalistas (KRP) examinadas por Marx requieren algo más que la distribución desigual de la propiedad de los medios de producción (KP) ; también requieren que el capital haya “tomado posesión de la producción” [lo que es cierto para i) y ii) pero no para i-a) y ii-a) ]; que el capital dirija el proceso de producción, y que la producción se subordine a las metas del capital. Sólo con este segundo elemento tenemos necesariamente dos características esenciales del proceso de trabajo capitalista: que “el trabajador trabaja bajo el control del capitalista a quien pertenece su trabajo” y que “el producto es la propiedad del capitalista y no del trabajador, su productor inmediato” (Marx, 1977, pp. 291-292). Sólo aquí es característico que en lugar de que el trabajador emplee medios de producción los medios de producción emplean al trabajador (una metáfora que capta la concepción de Marx).
Así pues, los “datos lógicamente anteriores” de Roemer no pueden seleccionar entre el capitalismo y el precapitalismo. ¿Importa esto? Consideremos lo que se infiere de i) y ii), que no de i-a) y ii-a). Será obligatoria la realización de trabajo excedente (dada por M-C-M y la venta del derecho de propiedad sobre la fuerza de trabajo); es decir, habrá explotación específica de las relaciones capitalistas. El capitalista —pero no el trabajador— ganará al aumentar la intensidad del trabajo; el capitalista —pero no el trabajador— será el receptor directo de las ganancias resultantes del aumento de la productividad, de modo que tendrá un incentivo para alterar el proceso de producción. La explotación capitalista será la base de la acumulación de capital; KRP será una condición suficiente para la reproducción de KP, para las relaciones de distribución capitalistas.
En cambio, con i-a) y ii-a) (el caso del mercado de crédito) es el productor quien gana al aumentar el trabajo y la productividad, y quien decide acerca del proceso de la reproducción ampliada. (Consideremos cómo diferiría este juego colectivo del juego capitalista.) Potencialmente este productor tendría éxito en asegurarse medios de producción para sí mismo como resultado de la intensificación de sus esfuerzos. Al contrario de lo que ocurre en el caso de i) y ii), el caso del mercado crediticio es en efecto una relación “de transición”. Las propiedades dinámicas, las leyes del movimiento inherentes a las dos estructuras difieren claramente.
¿Cuáles “fenómenos”, entonces, se han derivado de los datos lógicamente anteriores de Roemer, los individuos atomísticos con dotaciones desiguales? ¿Cuáles teoremas se han demostrado con éxito mediante este ejemplo claro de individualismo metodológico? Vemos que no hay ninguna distinción entre una relación capitalista y una relación precapitalista, ninguna distinción entre la explotación específicamente capitalista basada en las relaciones de producción capitalistas y la explotación precapitalista basada simplemente en las dotaciones de propiedad desiguales.
Por supuesto Roemer tiene derecho a llamar capitalismo lo que quiera (como lo tiene Milton Friedman), pero no debe confundirse en ningún momento con el concepto de Marx del capitalismo (y un concepto marxista). Así pues, Roemer no llega al mismo destino que Marx. En lugar de fortalecer el argumento de que podemos partir de individuos con diferentes dotaciones de propiedad para generar relaciones de producción capitalistas y explotación capitalista, la misma indeterminación evidente en su modelo (el teorema del isomorfismo) mina su argumento. Sin embargo, podría responderse que todo esto prueba simplemente que Marx se equivocó al distinguir entre la explotación capitalista [donde se da i) y ii)] y la explotación precapitalista basada en las dotaciones de propiedad desiguales [i-a) y ii-a)], ya que la explotación es la misma en ambos casos. Para contestar este argumento debemos considerar brevemente el modelo de Roemer.
Uno de los problemas básicos del modelo de Roemer es su supuesto de una función de producción común para todos los regímenes. Así pues, por definición se excluye todo efecto de relaciones de producción particulares en la función de producción. Por ejemplo, al suponer en sus modelos de producción lineal que una unidad de fuerza de trabajo exuda cierta cantidad de trabajo (es decir la calidad y la intensidad del trabajo están presuntamente dadas en términos técnicos), no sólo descarta Roemer en efecto el contenido de la distinción marxista entre fuerza de trabajo y trabajo, sino que también nos deja con la producción considerada simplemente como un proceso técnico que transforma los insumos inertes en productos finales. Así se desvanece la distinción que una vez reconociera Roemer entre el enfoque neoclásico y el enfoque marxista: que el marxista pregunta “¿cuan arduamente están laborando los trabajadores?” (Roemer, 1981, pp. 143-145).
¿Cuál es la implicación? Considérese la diferencia entre el modelo del mercado crediticio y el modelo del mercado laboral. En el primero los productores aseguran los frutos de su propio trabajo (es decir son propietarios del producto). Deciden seleccionar o no el ocio en el trabajo. Es de presumir que no hay problemas inherentes de tortuguismo, no hay costos necesarios de supervisión y monitoreo, etcétera, que pudieran reflejarse en la función de producción. Sin embargo, suponer los mismos coeficientes de producción en el caso del modelo del mercado laboral es presuponer que los trabajadores que no tienen derechos de propiedad sobre los productos de su trabajo se comportarán de la misma manera que quienes sí los tienen. (Tampoco debemos omitir la probabilidad, en el último caso, de que la elección de técnica y la división del trabajo no se determinen sólo por la eficiencia técnica sino también por la necesidad de vigilar fácilmente y de reducir la capacidad de los productores para formar coaliciones.)
Aunque Roemer concluye que la explotación capitalista no requiere dominio en el punto de producción porque “las relaciones de clase y de explotación de una economía capitalista que use los mercados laborales pueden reproducirse precisamente en una economía capitalista que use los mercados crediticios”, sus modelos generan estos resultados sólo por causa de sus supuestos ocultos (Roemer, 1986a, p. 268). En un modelo en que los productores deseen maximizar el ocio (que incluye el ocio en los “poros” de la jornada de trabajo), el supuesto de los coeficientes técnicos iguales en los dos casos equivale a suponer la existencia de un proceso de vigilancia capitalista eficiente (y gratuita)…¡sin reconocer el supuesto! Sólo podremos evitar la necesidad de la dominación capitatalista suponiendo (como lo hace de manera explícita Roemer) que la entrega de trabajo por salario es “una transacción tan sencilla y exigible como la entrega de una manzana por una moneda” (p. 269).
En suma, el descubrimiento de Roemer de que el caso del mercado laboral y el caso del mercado crediticio producen soluciones equivalentes, de modo que la dominación capitalista no es necesaria, sólo refleja el supuesto ideológico que ha impuesto a su modelo. Habiendo supuesto que no importan las relaciones productivas Roemerencuentra escasa dificultad para “probar” luego que tales relaciones no importan; por supuesto, no es el primero en creer que ha probado lo que está simplemente incorporado en sus supuestos.
4. LA EXPLOTACIÓN “JUSTA”
Para otros en el campo del marxismo analítico es muy convincente el descubrimiento de Roemer de que la explotación capitalista no requiere ni la fuerza de trabajo como una mercancía ni el dominio en la producción. Wright, por ejemplo, se resistió inicialmente al argumento de que la dominación capitalista era innecesaria para la explotación pero luego se rindió —manteniendo sin embargo la importancia de una conexión entre la dominación en la producción y las relaciones de clase (Wright, 1982, p. 331). Más tarde sucumbió también sobre este último punto (aceptando la teoría de Roemer como marco de su propio trabajo empírico) y anunció: “Ahora creo que Roemer tiene razón en este punto” (Wright, 1985, p. 72). Elster tampoco tiene dudas; tras presentar la conclusión de Roemer declara característicamente: “Creo que el argumento de Roemer es una objeción irrefutable a la concepción ‘fundamentalista’ de que la explotación debe ser mediada por la dominación en el proceso laboral” (Elster, 1985, p. 181).
Pero una vez que se han borrado las características específicas del capitalismo y de la explotación capitalista (dejando sólo las dotaciones desiguales) ¿podrán estar muy distantes las meditaciones sobre una explotación “justa”? Al plantearse el interrogante de si deberían interesarse los marxistas en la explotación Roemer responde con su “veredicto…de que la teoría de la explotación es un domicilio que ya no necesitamos conservar: ha proporcionado un hogar para la crianza de una familia vigorosa que ahora debe mudarse.” Habiendo vaciado la casa de todos sus contenidos la mudanza de Roemeral mercado es para “el concepto moderno” de explotación como “una injusticia en la distribución del ingreso resultante de una distribución injusta de las dotaciones” (Roemer, 1986a, p. 199). En suma, la explotación es simplemente desigualdad: “las consecuencias distributivas de una desigualdad injusta en la distribución de activos y recursos productivos” (Roemer, 1986a, p. 281).
La implicación obvia es que la explotación derivada de la desigualdad no es injusta si la desigualdad original de las dotaciones de propiedad no es en sí misma injusta. Aunque Roemer (1986a) explora efectivamente este punto, es Elster quien infiere más claramente la lógica del argumento marxista analítico. Propone Elster que juzgamos injusta la explotación porque “a lo largo de la historia ha tenido casi siempre un origen causal totalmente sucio, en la violencia, la coerción o la desigualdad de oportunidades” (Elster, 1986, p. 99). Pero ¿qué ocurriría si hubiera un “camino limpio” hacia la acumulación original? ¿Qué sucede si la gente difiere en sus preferencias temporales? ¿Qué pasa si algunas personas optan por ahorrar e invertir en lugar de consumir (formando así un acervo de capital) ? “¿Podría alguien objetar si estas personas inducen a otras a trabajar para ellas ofreciéndoles un salario superior al que podrían ganar en otra parte?” (Elster, 1985, p. 226). Aquí —observa Elster— se encuentra una “objeción poderosa que deberá ser tomada en serio por quienquiera que trate de defender la teoría de la explotación de Marx” (p. 227).
Así, como ejemplos contrarios a la noción de que la explotación es intrínsecamente injusta Elster y Roemer presentan sendos casos de dos personas donde, a resultas de los patrones de propiedad de los activos de capital y las preferencias por el ocio, la persona pobre en activos “explota a la persona rica” (Roemer, 1986a, pp. 274-277; Elster, 1986, p. 98). Concluye Elster que este ejemplo “demuestra, en mi opinión concluyentemente, que la explotación no es intrínsecamente mala” (p. 98). En un segundo ejemplo (“más importante para los problemas de la vida real”), Elster presenta a dos personas dotadas de las mismas habilidades y el mismo capital pero con una orientación diferente hacia el consumo presente. Una pospone el consumo y así acumula capital, suficiente en última instancia para pagarle a la otra a fin de que trabaje para ella a un salario superior al que podría ganar por sí misma. “Es cierto que será explotada, pero ¿a quién le importa?” De aquí concluye Elster que “el ejemplo sugiere que la explotación es legítima cuando las desiguales dotaciones de capital tienen una historia causal ‘limpia'” (p. 99).
Así pues, sólo se deja a la explotación el carácter contingente de la acumulación original. En virtud de que la explotación ha sido separada de toda conexión con el proceso capitalista de producción y sólo depende de la prexistencia de dotaciones desiguales, sólo queda por saber si se violaron los derechos de propiedad en la formación de tales dotaciones diferentes. Habiendo empezado por invertir la conexión entre las relaciones de propiedad y las relaciones de producción en un sistema orgánico, Elster y Roemerdescubren a partir de sus historias apócrifas de la acumulación original que “la explotación no es un concepto moral fundamental” (Elster, 1986, p. 99).
Tristemente ocurre como si jamás se hubiera establecido la distinción entre el “capital original” y el que surge de la explotación específicamente capitalista; como si Marx no hubiera señalado jamás que aunque el capital fuera adquirido desde su origen por el propio trabajo de una persona (la vía más limpia posible hacia la acumulación), “tarde o temprano se torna valor apropiado sin un equivalente” (Marx, 1977, pp. 715, 728). La injusticia intrínseca de la explotación es sólo un elemento más que desaparece en el curso de “darle sentido” a Marx.
5. CONCLUSIÓN
Sería muy fácil (pero al mismo tiempo muy errado) concluir de la discusión anterior que el marxismo analítico tiene poco que ofrecer a los marxistas. En efecto, estos autores plantean importantes cuestiones y retos. En particular rechazan el razonamiento teleológico de Marx; es algo que debería rechazarse. De igual modo, se consideran sospechosas las explicaciones funcionales. Éstas se examinan con cuidado, como debe hacerse dondequiera que aparezcan. En este sentido el marxismo analítico puede mantenerse alerta.
Además, hay algunos aspectos de la obra de estos autores que pueden incorporarse fácilmente al análisis marxista. El examen que hace Roemer de la explotación como una proposición contrafáctica implícita (Roemer, 1982) apunta hacia una solución de la objeción neoclásica de que la venta misma de la fuerza de trabajo prueba que el asalariado se beneficia del intercambio (en comparación con la opción de la no venta). La discusión anterior de Elster (1978), a propósito de la “falacia de composición” (lo que es posible para uno de los miembros de un conjunto no es necesariamente cierto para todos los miembros de manera simultánea) se ocupa de modo directo de los esfuerzos por razonar desde la posición del individuo aislado (y todas las “robinsonadas” semejantes de la economía neoclásica). Y la parábola de Cohén del “cuarto cerrado” en su The Structure of Proletarian Unfreedom, plantea dramáticamente el contraste entre la capacidad del trabajador individual para escapar de la condición de trabajador asalariado y la incapacidad estructural de la clase como un todo para hacerlo (Cohén, 1986).
Estos dos últimos ejemplos en particular proporcionan poderosos argumentos en contra de las tradiciones neoclásicas. Yo introduzco regularmente estos ejemplos durante la primera semana de mi clase de economía marxista, como un comienzo a la cuestión de por qué percibió Marx la necesidad de partir de la consideración de un todo orgánico (que es, por supuesto, precisamente contrario al imperativo metodológico del marxismo analítico).
Sin embargo, no sólo queda poco de Marx en el marxismo analítico, sino que su impulso esencial (como vimos antes) es antimarxista. ¿Por qué entonces quieren retener estos autores su conexión con cualquier clase de marxismo? La respuesta parece ser que ellos se consideran socialistas y que “la etiqueta de marxista revela por lo menos que ciertas ideas fundamentales se perciben como provenientes de Marx” (Roemer, 1986, p. 2). Como dice Elster, “si se considera marxista a alguien que puede encontrar en Marx la fuente de sus creencias más importantes, soy sin duda un marxista” (Elster, 1986, p. 4).
Pero si algunas creencias e ideas seleccionadas separadas de un marco marxista fueran suficientes para la designación de marxismo, este término perdería todo significado integral. Porque ubicadas en un marco distinto esas creencias seleccionadas adquieren propiedades muy diferentes. La transformación, dentro del marco neoclásico, de la teoría marxista de la explotación (una de las “creencias más importantes” de Elster) en una concepción de la justicia distributiva que acepta la posibilidad de la explotación justa, ilustra muy bien este principio dialéctico fundamental. Lo que hace antimarxista el marxismo analítico es que las creencias y las ideas absorbidas de Marx han sido incorporadas a un marco antimarxista, y que las partes han adquirido propiedades de ese todo.
NOTAS
* Publicado originalmente en Science & Society, vol. 52, núm. 2, verano, 1988, pp. 191-
214 [traducción del inglés de Eduardo L. Suárez].
214 [traducción del inglés de Eduardo L. Suárez].
1. Elster agradece particularmente loe comentarios de Cohén y Roemer. No identifica a
otros miembros del grupo pero menciona a quienes lo ayudaron antes de la publicación: Pranab Bardhan, Robert Brenner, Leif Johansen. Serge Kolm, Adam Przeworski, Ian Steedman, Robert van der Veen, Phillipe van Parijs y Eric Wright.
otros miembros del grupo pero menciona a quienes lo ayudaron antes de la publicación: Pranab Bardhan, Robert Brenner, Leif Johansen. Serge Kolm, Adam Przeworski, Ian Steedman, Robert van der Veen, Phillipe van Parijs y Eric Wright.
2. Se incluye aquí a Leif Johansen, Serge Kolm y Erik Wright.
3 Wright identifica entre los miembros del grupo a Cohén, Roemer, Elster, Van Parijs, Van der Veen, Brenner, Przeworski y Hillel Steiner.
4. Esta colección incluye los ensayos de Bardhan, Brenner, Prreworski, Wright y Alien Wood.
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