MILÁN/GRANVILLE, OHIO – Estados Unidos tiene un problema de productividad, aunque es difícil detectarlo si solo se analizan las industrias que producen bienes y servicios que se comercializan a nivel internacional. Como estos bienes y servicios representan solamente un tercio del PIB y apenas más del 20% del empleo, como es normal en una economía desarrollada, también es importante considerar el sector no-comercializable que incluye a las otras dos terceras partes de la economía.
El sector comercializable de la economía incluye a la agricultura, la forestación, la pesca y la industria -la producción de bienes, ya sea como productos finales o intermedios-. En 2021, representaba un tercio del valor agregado comercializable. El sector comercializable también incluye servicios como investigación y desarrollo, consultoría, información y un alto porcentaje de finanzas. En conjunto, los servicios representan alrededor de dos tercios del valor agregado comercializable -un porcentaje que ha aumentado en las últimas dos décadas.
El valor agregado para una empresa o industria se calcula sustrayendo los insumos comprados como energía y productos intermedios -excluyendo mano de obra y capital- de las ventas totales en dólares. Se puede entender como el valor creado por la combinación de mano de obra y capital. Ese valor luego se captura como ingreso para la mano de obra (formando el límite superior de la compensación promedio de empleados en el sector) y retornos para los dueños del capital.
El valor agregado para el empleado, por ende, es una medida de productividad de la mano de obra. Y, en el sector comercializable de Estados Unidos, ha aumentado sostenidamente en las dos últimas décadas tanto en manufactura como en servicios, alcanzando aproximadamente 185.000 dólares (en dólares constantes de 2012) en 2021. En el mismo período, el crecimiento de la productividad en este sector promedió cerca del 3%. Si esto hubiera sido válido para la parte no comercializable de la economía -incluyendo los sectores de alto empleo como los gobiernos, la atención médica, el comercio minorista tradicional, los servicios de alojamiento y alimentación, la educación y la construcción-, nadie tendría que preocuparse por la productividad.
No hay una buena manera de medir la productividad del gobierno, porque los mercados no le ponen precio al valor creado por servicios que normalmente no se venden. Para fines contables, el valor agregado para el gobierno se mide por los costos de la mano de obra y del capital, y la presunción es que los mecanismos democráticos de elección colectiva eliminarán los servicios cuyos costos excedan los beneficios percibidos. Pero ese enfoque no brinda mucha información sobre la productividad: el hecho de que el valor agregado por empleado gubernamental haya crecido muy lentamente -el 0,25%, en promedio, en el lapso de dos décadas- solo significa que, en promedio, los costos de mano de obra y capital crecieron aproximadamente al mismo ritmo que el empleo.
Para el resto de la economía no comercializable, sin embargo, sí podemos medir el crecimiento de la productividad y los resultados -basados en datos específicos de la industria de la Oficina de Análisis Económico para el empleo y el valor agregado real (en miles de millones de dólares constantes de 2012)- son muy diferentes del panorama comercializable y distan de ser halagüeños: solo el 0,57% por año en los últimos 20 años. Esto refleja niveles de productividad por debajo del promedio y, en la mayoría de los casos, un crecimiento de la productividad bajo a moderado en los sectores de alto empleo.
Por ejemplo, en 2021, el sector de hotelería emplea a 12 millones de personas, tiene un valor agregado por empleado de 41.355 dólares -menos de un tercio del promedio nacional de 130.000 dólares- y un crecimiento de la productividad del 0,26%. El sector de atención médica y asistencia social emplea a 20 millones de personas, con un valor agregado por empleado de 73.624 dólares y un crecimiento de la productividad del 0,71%. Para la construcción, las cifras son de 7,6 millones, 87.425 dólares y -1,21%, respectivamente.
No siempre hubo una brecha importante entre los sectores comercializables y no comercializables. Por el contrario, como demuestra el gráfico, la productividad de la mano de obra era de alrededor de 100.000 dólares en toda la economía en 1998. Pero, en 2021, después de más de dos décadas de divergencia estable, el valor agregado por empleado en el sector comercializable era casi el doble del nivel en el sector no comercializable.
Por definición, no existe ninguna oferta o demanda externa en los sectores no comercializables y, por ende, ninguna competencia o especialización externa. Por lo tanto, son entidades domésticas, y hasta locales, las que abastecen a estos sectores. En otras palabras, el lado de la oferta y la demanda deben coincidir.
Hoy, sin embargo, muchas partes no comercializables de la economía -incluidas todas las áreas de alto empleo- están experimentando una escasez de mano de obra. Esto, en parte, es porque factores como el estrés, las cuestiones de seguridad, la baja compensación y la falta de flexibilidad alejan a los trabajadores de esos empleos. Pero las brechas de capacidades también influyen. Teniendo en cuenta esto, eliminar las barreras para la adquisición de capacidades e ingresos de mayor nivel es un componente crítico de cualquier agenda de transición estructural.
La demanda de servicios de atención médica, hotelería y construcción no van a caer. Por lo tanto, las restricciones de oferta de mano de obra pueden derivar en salarios más elevados y precios más altos, lo que haría aumentar, en cierto modo, los ingresos y la productividad medida de la mano de obra. Pero debe hacerse más para impulsar el crecimiento de la productividad en los sectores de baja productividad, mitigando así las restricciones de la oferta, que el envejecimiento de la población va a exacerbar.
Las tecnologías digitales han sido un motor importante del crecimiento de la productividad en industrias de rápida expansión. Dados los avances recientes en robótica e inteligencia artificial, hay muchos motivos para creer que esto continuará. Pero el progreso en servicios y manufactura de alta calidad por sí solo no alcanza. Estas tecnologías potentes también deben aplicarse en las partes de la economía de bajo valor agregado, de bajos salarios y de bajo crecimiento de la productividad.
Dadas las restricciones de oferta de mano de obra y los shocks económicos -vinculados, por ejemplo, al cambio climático y a la geopolítica-, el argumento a favor de intervenciones para impulsar la productividad es claro. A menos que los responsables de las políticas utilicen una combinación de inversión e incentivos para revertir las tendencias negativas de la productividad, Estados Unidos logrará un crecimiento, en el mejor de los casos, modesto. Peor aún, el crecimiento que obtenga será sumamente desparejo y hará que muchos no reciban sus beneficios.
MICHAEL SPENCE, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics Emeritus and a former dean of the Graduate School of Business at Stanford University. He is Senior Fellow at the Hoover Institution, Senior Adviser to General Atlantic, and Chairman of the firm’s Global Growth Institute. He serves on the Academic Committee at Luohan Academy, and chairs the Advisory Board of the Asia Global Institute. He was Chairman of the independent Commission on Growth and Development, an international body that from 2006-10 analyzed opportunities for global economic growth, and is the author of The Next Convergence: The Future of Economic Growth in a Multispeed World (Macmillan Publishers, 2012).
BELINDA AZENUI is Assistant Professor of Economics at Denison University.
No hay comentarios:
Publicar un comentario