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"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

domingo, 31 de enero de 2016

La economía en la era de la abundancia

Por Bradford DeLong, 

BERKELEY – Hasta hace muy poco, uno de los mayores desafíos que la humanidad enfrentaba era el de contar con suficientes alimentos. Desde los inicios de la agricultura hasta bien entrada la era industrial, la condición humana habitual era lo que los nutricionistas y expertos en salud pública describen como un grave y perjudicial estrés nutricional biomédico.

Hace unos 250 años, la Inglaterra gregoriana era la sociedad más rica que hubiera existido, sin embargo, la escasez de alimentos aún afectaba a grandes segmentos de la población. Los adolescentes enviados al mar por la organización benéfica Marine Society como sirvientes de los oficiales eran medio pie (15 centímetros) más bajos que los hijos de los aristócratas. Un siglo de crecimiento económico más tarde, la clase trabajadora en Estados Unidos aún gastaba 40 centavos de cada dólar adicional que ganaba para aumentar su consumo de calorías.

Actualmente, la escasez de alimentos ya no es un problema, al menos en los países con altos ingresos. En EE. UU., aproximadamente el 1 % de la fuerza de trabajo es capaz de cultivar suficientes alimentos como para cubrir las necesidades de toda la población con suficientes calorías y nutrientes esenciales, que son transportados y distribuidos por otro 1 % de la fuerza de trabajo. Eso, por supuesto, no tiene en cuenta a la totalidad de la industria alimenticia, pero la mayor parte de lo que hace el 14 % de la mano de obra restante dedicada a que los alimentos lleguen a nuestras bocas implica lograr que lo que comemos sea más sabroso o conveniente: son empleos más relacionados con el entretenimiento o el arte que con la necesidad.

Los desafíos que enfrentamos son ahora los de la abundancia. De hecho, cuando se trata de trabajadores dedicados a nuestras dietas, podemos agregar un 4 % de la fuerza de trabajo que, en calidad de enfermeros, farmacéuticos y educadores, nos ayuda a solucionar problemas derivados de haber consumido demasiadas calorías o los tipos de nutrientes equivocados.

Hace más de 20 años, Alan Greenspan, por entonces presidente de la Reserva Federal de EE. UU., comenzó a señalar que el crecimiento del PIB dependía cada vez menos de consumidores que trataban de comprar cosas. Los miembros de la próspera clase media estaban interesándose mucho más por comunicarse, buscar información y tratar de comprar las cosas adecuadas para vivir las vidas que deseaban.

Por supuesto, el resto del mundo aún enfrenta problemas de escasez: aproximadamente un tercio de la población mundial tiene dificultades para conseguir suficientes alimentos y no hay garantía de que esos problemas vayan a solucionarse por sí solos. Vale la pena recordar que hace poco más de 150 años, tanto Karl Marx como John Stuart Mill creían que la India y Gran Bretaña convergirían económicamente en tres generaciones como máximo.

No hay escasez de problemas por los cuales preocuparnos: la capacidad destructiva de nuestras armas nucleares; la naturaleza testaruda de nuestra política; y los potencialmente enormes trastornos sociales que causará el cambio climático. Pero la prioridad número uno para los economistas —de hecho, para la humanidad— es encontrar formas de alentar el crecimiento económico equitativo.

Sin embargo, la tarea número dos —desarrollar teorías económicas para guiar a las sociedades en una era de abundancia— no es menos complicada. Algunos de los problemas que probablemente surgirán ya están tornándose obvios. Actualmente mucha gente deriva su autoestima de su empleo. A medida que el trabajo pierde importancia para la economía (y que las personas —especialmente los hombres en edad laboral— se convierten en una porción más pequeña de la fuerza de trabajo), los problemas relacionados con la inclusión social serán más crónicos y agudos.

Esa tendencia podría tener consecuencias que van mucho más allá de lo personal o lo emocional, y crear una población que caerá —tomando prestada una frase de los economistas ganadores del Premio Nobel George Akerlof y Robert Shiller— fácilmente en las trampas de los manipuladores. En otras palabras, serán víctimas de quienes no consideran su bienestar como meta principal —estafadores como Bernie Maddoff, intereses corporativos como los de McDonalds o las tabacaleras, el gurú del mes o gobiernos necesitados de efectivo que implementan juegos de azar explotadores.

Este tipo de problema requerirá un tipo de economía muy distinta a la defendida por Adam Smith. En vez de trabajar para proteger la libertad natural siempre que sea posible y construir instituciones que acerquen sus efectos a todas partes, el desafío central será ayudar a la gente a protegerse de la manipulación.

Ciertamente, no resulta claro que los economistas cuenten con ventajas comparativas para ocuparse de estos problemas. Pero, al menos por el momento, los economistas conductuales Akerlof, Shiller, Richard Thaler y Matthew Rabin parecen estar liderando este campo. En todo caso, solo es necesario echar una ojeada a los titulares para entender que esta cuestión se ha convertido en una característica definitoria de nuestra época económica.

Traducción al español por Leopoldo Gurman.


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