Robert J. Shiller, a 2013 Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at Yale University and the co-creator of the Case-Shiller Index of US house prices.
NEW HAVEN – En su nuevo libro The Incredible Shrinking Alpha, Larry E. Swedroe y Andrew L. Berkin describen un entorno de inversión poblado por analistas que cada vez son más sofisticados y que se basan en datos de gran dimensión, en potentes computadoras y en la investigación académica. Con toda esto en la carrera competitiva, “los obstáculos para lograr un alfa [retornos por encima de un punto de referencia ajustado al riesgo – y por lo tanto, una medida de éxito en la selección de inversiones individuales] son cada vez más y más altos”.
Esa conclusión plantea una pregunta clave: ¿Llegará alfa, con el transcurso del tiempo, a cero en cada estrategia de inversión imaginable? De manera aún más fundamental la pregunta es: ¿Se está acercando el día cuando – gracias a tantas personas inteligentes y a computadoras aún más inteligentes – los mercados financieros se conviertan en realmente perfectos, y que simplemente nos sentemos plácidamente, nos relajemos, y asumamos que todos los activos se valoran de manera correcta?
Este imaginario estado de las cosas, que se podría llamar estado de singularidad financiera, de forma análoga al hipotético futuro de la singularidad tecnológica, que sería el momento cuando las computadoras reemplacen a la inteligencia humana. La singularidad financiera implica que sería mejor dejar todas las decisiones de inversión a un programa de computadora, ya que los expertos con sus algoritmos han descubierto qué es lo que impulsa a los resultados del mercado y ello ha sido reducido dentro de un sistema que funciona de forma integral y fluida.
Muchos creen que casi llegamos a ese punto. Se argumenta, incluso, que inversores legendarios como Warren Buffett no están consiguiendo mejores resultados de mercado. En un artículo reciente, titulado “Buffett’s Alpha”, Andrea Frazzini y David Kabiller de AQR Capital Management y Lasse Pedersen de la Copenhagen Business School, llegan a la conclusión de que Buffett no está generando un alfa significativamente positivo si se tiene en cuenta determinados factores de riesgo menos conocidos que han pesado en gran medida sobre su cartera. La implicación es que la genialidad de Buffet podría ser replicada por un programa informático que incorpora estos factores.
Si eso fuera cierto, los inversionistas abandonarían, en masa, sus esfuerzos por averiguar qué precios erróneos existen en el mercado, ya que no habría ninguno. Los participantes del mercado racionalmente asumirían que cada precio de una acción determinada sería el verdadero valor presente esperado de los flujos de efectivo futuros, con la tasa apropiada de descuento, y que dichos flujos de efectivo reflejan los fundamentos que cada uno de los participantes entiende de la misma manera. Las decisiones de los inversores divergirían solamente debido a las diferencias en su situación personal. Por ejemplo, un ingeniero automotriz podría no comprar acciones de la industria automotriz – e incluso podría desinvertir en dichas acciones – como una forma de cubrir el riesgo de su propio tipo particular de capital humano. De hecho, de acuerdo con los cálculos de una computadora que procesa datos de gran dimensión, esta sería una decisión óptima.
Hay un problema reconocido desde hace tiempo con este tipo de mercados perfectos: nadie querría realizar ningún esfuerzo por indagar lo que las oscilaciones en los precios significan para el futuro. Hace treinta y cinco años, en su artículo clásico: “Sobre la imposibilidad de mercados informacionalmente eficientes”, los autores Sanford Grossman y Joseph Stiglitz presentan este problema como una paradoja: los mercados perfectamente eficientes requieren del esfuerzo de quienes invierten sus dineros inteligentemente para hacer que dichas inversiones sean inteligentes; pero, si los mercados fueran perfectos, quienes invierten su dinero de manera inteligente renunciarían a intentarlo.
La paradoja de Grossman y Stiglitz parece menos convincente en el ámbito de la singularidad financiera, es decir, si nos podemos imaginar que las computadoras son las que dirigen todas las decisiones de inversión. Si bien alfa puede ser extremadamente pequeña, aún representa ganancias suficientes como para mantener a las computadoras funcionando.
Pero el verdadero problema con esta visión de la singularidad financiera no es la paradoja de Grossman y Stiglitz; es el hecho de que los mercados mundiales no se acercan en absoluto a la misma. Los entusiastas de la informática se ilusionan por cosas como la cadena de bloques que usa Bitcoin (que se detalla en un sitio web educativo llamado “Singularity University”, en una sección titulada de manera dramática: Finanzas Exponenciales). Pero, el mundo financiero de los futuristas no tiene ninguna semejanza con el mundo financiero de hoy. Después de todo, la singularidad financiera implica que todos los precios se vayan a basar en cosas como ser las ganancias corporativas óptimamente proyectadas y la correlación de las ganancias con innovaciones tecnológicas esperadas y cambios demográficos de largo plazo. Pero, el dinero invertido de manera inteligente casi ni habla en tales términos etéreos.
En este contexto, es difícil no pensar en el reciente desplome del mercado de valores de China. Los noticieros muestran hordas de personas que actúan de manera emocional, realizando transacciones sobre la base de presentimientos y supersticiones. Ese escenario se asemeja mucho más a la realidad que todos los debates sobre una inminente singularidad financiera.
Los mercados parecen estar impulsados por historias, tal como hago hincapié en mi libro Exuberancia irracional. Hay historias de grandes nuevas épocas y de depresiones que se avecinan de manera inminente. Hay historias fundamentales sobre tecnología y disminución de recursos. Y, hay historias acerca de la política y sobre conspiraciones extrañas.
Nadie sabe si estas historias son verdaderas, pero ellas adquieren una vida propia. A veces se tornan en virales. Cuando uno tiene una charla de corazón a corazón con muchas de las personas que aparentemente son racionales, ocurre que ellas tienen teorías desquiciadas. Estas personas sí influyen en los mercados, ya que todos los otros inversores deben tomarlos en cuenta; y, su locura de ninguna manera va a desaparecer pronto.
Quizás el estilo de inversión de Buffett en el pasado pueda ser capturado hoy en un algoritmo para operaciones de mercado. Sin embargo, eso necesariamente no mengua el valor que tiene su genialidad. De hecho, la verdadera fuente de su éxito puede consistir en su comprensión sobre cuándo se debe abandonar un método e idear otro.
La idea de la singularidad financiera puede parecer inspiradora; pero, no es menos ilusoria que la utopía racional que inspiró a generaciones de planificadores centrales. El juicio humano, ya sea bueno o malo, conducirá las decisiones de inversión y los resultados de los mercados financieros durante el resto de nuestras vidas e incluso después de las mismas.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
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