Servido en mayor o menor cantidad; blanco o coloreado con la tinta del acompañamiento; solo o con frijoles, carnes, huevos, pescados, embutidos o mucho de eso a la vez; en salsas, frito o salteado; lo cierto es que el arroz pasó, hace bastante tiempo, de guarnición ocasional a ejército empoderado del plato de los cubanos.
La cosa no es tan calva, por supuesto, como para un fanatismo intransigente que niegue ciertos menús si les faltara el arroz, pues nadie piensa dos veces en renunciar a la gramínea si bajo un bistec cualquiera solo hay yucas con manteca, tostón de «plátano macho» o papas enternecidas por el color vegetal de una ensalada.
Pero de que manda, manda, a juzgar por la presencia, y en virtud de tal dominio las cuentas apretadas de la economía cubana le otorgan prioridad, año tras año, para traer del otro lado del mundo o desde latitudes más cercanas, el arroz que no hemos sido capaces de producir aquí.
La depresión que en la vida socioeconómica nacional significó el conocido periodo especial, frenó también el auge que en los años 80 había logrado la producción arrocera.
Precisamente de aquella década se heredan los registros históricos que los polos donde es tradición, ahora y poco a poco, es que van superando; aunque como nación se sobrepasó en 2013, gracias a la incorporación de nuevas zonas, la introducción de tecnología moderna y el incremento gradual del rendimiento en los campos.
Para tener una idea, en 2010 se produjeron en Cuba 86 000 toneladas del cereal, apenas un 12 % de los requerimientos actuales y ligeramente superior a las 82 202 que aportó sola la provincia de Granma en 1988 –hasta hace poco su año récord, porque este 2018 lo rompió al aportar 84 000–.
Los otros cientos de miles de toneladas que consumimos en 2010 atravesaron los mares luego de un verde pago millonario.
Fue ese mismo almanaque el cual, con el oxígeno mínimo de una incipiente recuperación y la urgencia más que clara de sacudirse importaciones con los frutos posibles de tanta tierra vacía, se tomó de base para concebir el programa integral de desarrollo que en un plazo máximo de 18 calendarios, a partir de 2012, debe lograr cubrir al menos el 85 % de las 700 000 toneladas de arroz requeridas por la nación caribeña en 12 meses.
Al cabo de casi siete años de aquel inicio, y en el momento en que transcurre la siembra de frío que aportará los primeros granos de un 2019 prometedor, Granma indagó sobre el estado actual del programa arrocero mediante conversación con Lázaro Díaz Rodríguez, director de la División Tecnológica de Arroz, del Grupo Empresarial Agrícola adscrito al Ministerio de la Agricultura; más abreviadamente, el coordinador líder de las acciones por concretar esta aspiración emergente de la economía cubana.
–¿Qué garantías existen para que 2019 sea otro año de crecimiento concreto y significativo de la producción arrocera cubana?
–Lo primero es que se dispone de lo necesario para plantar las 139 000 hectáreas planificadas en toda Cuba. Hay suficiente semilla de calidad, y con algunas limitaciones de partes, piezas y agregados, los recursos materiales existentes más la capacidad innovadora al interior de las empresas aseguran la disponibilidad técnica de los tractores e implementos que preparan estas tierras.
«También contamos con el agua demandada, así como con las horas de vuelo de las aeronaves empleadas en la plantación y fumigación extensivas.
«Este año se adquirirán nuevos aviones que permitirán avanzar en el número de área cultivada, pero todavía es un tema que entorpece un crecimiento más notable. Aquí mismo en Granma, en la Empresa Fernando Echenique, podremos ocupar 26 000 hectáreas de las 29 000 solicitadas, y a nivel de país, de no existir esta dificultad, habríamos tenido condiciones para aprovechar 161 000 hectáreas que aportarían 350 000 toneladas.
«Otro asunto sensible es la fertilización. Se hace todo para que contemos con los productos que dan continuidad al cultivo.
«La prioridad actual de la gestión es garantizar ese empate productivo, que no haya una interrupción, porque el arroz es un cultivo exigente en este sentido, de mucha disciplina tecnológica, que precisa del producto químico y del fertilizante la cantidad exacta en el momento justo. Las consecuencias de algún bache en tal aspecto son muy notorias en el deterioro de los rendimientos, las enfermedades y la calidad del grano para el consumo».
–¿Con tales garantías, habrá continuidad entonces en el ritmo anual de crecimiento productivo?
–Respecto al año anterior, en superficie más o menos se mantienen los niveles de siembra, pero en producción sí se crece.
«Este 2018 cumplió el aporte físico planificado de 283 000 toneladas y lo superó, hasta pasar incluso las 300 000, de las cuales fueron al encargo estatal poco más de 237 000; lo que de paso constituyó un registro histórico nacional.
«Como continuidad en 2019, con prácticamente la misma área se sostendrá el crecimiento a partir de los rendimientos agrícolas, a fin de obtener 311 400 toneladas, de ellas 247 000 dedicadas al encargo estatal (la diferencia se dedica a las ventas al turismo, la reserva estatal, un nivel mínimo destinado a los laboratorios biológicos farmacéuticos Labiofam, para insumos de los productores y a acopiar la semilla de las campañas siguientes).
«Si la sequía prolongada de 2015 frenó el crecimiento sostenido –de hasta un 25 % respecto al año base 2010– logrado en las campañas de 2012, 2013 y 2014, este 2018 y el 2019 en curso afirmarán el ritmo ascendente que se retomó en 2016 con la recuperación de los embalses. (Ver gráfica)».
–¿El salto en el rendimiento agrícola garantizará entonces el crecimiento en toneladas del grano?
–El programa inició con un promedio nacional de 3,1 toneladas por hectárea y este año tenía como meta cerrar en 4,19, aunque el plan técnico fijaba 4,14. Sin embargo, hasta octubre calculábamos 4,68. Claro, cuando se sume la primavera pasada, que rinde menos, baja un poquito, pero igual se cierra por encima de las 4,19.
«Para la siguiente campaña estamos planificando 4,39, no obstante, las evaluaciones potenciales realizadas en todo el país respaldan la aspiración de dar el salto a las cinco toneladas por hectárea.
«Según la proyección estratégica, en 2023 se deben superar las cinco toneladas por hectárea, y entre el 23 y el 30 lograr la cota de seis. Alcanzar esta marca en un área planificada para siembra de 200 000 hectáreas, nos garantizaría el acopio de 1 200 000 toneladas de arroz húmedo, que una vez secas y molinadas equivaldrían a 600 000 de arroz listo para consumo.
«Esa cifra es la meta del programa para 2030, pero trabajamos para adelantar ese rendimiento y producción a 2023; sobre todo porque existe el potencial, aumentan los recursos y se incrementa la disciplina tecnológica en los productores, que es un factor decisivo.
«Llegado ese momento, el programa estaría sustituyendo importaciones con producción nacional en el orden de un 85 % respecto a las 700 000 toneladas de arroz que Cuba necesita para la canasta básica normada y otros destinos».
–Y Granma, mayor productora, seguiría siendo clave en tal aspiración…
–Tanto es así, que en 2019 es la provincia tradicional en el ramo con mejores condiciones para seguir rompiendo récords. Ya en 2018 superó, con 84 000 toneladas, la marca de 82 202 lograda hace 30 años.
«En Cuba, menos Guantánamo, Santiago de Cuba y La Habana, el resto de los territorios produce arroz a escala industrial, incluido el municipio especial Isla de la Juventud. Hay 12 empresas especializadas (Granma tiene dos), dos proyectos de desarrollo en Holguín y la Isla, y una mixta cubano-china que es Taichí, cuya granja productora está en Granma también.
«La zona de Holguín radica en Mayarí, asociada al trasvase, con una producción que aunque pequeña todavía crecerá hasta lograr un potencial de 3 000 hectáreas, y hay otros campos en la Isla de la Juventud donde se aspira al menos a autoabastecer al municipio.
«Pero si de todas las regiones productoras Granma logra romper su récord el año venidero, superarlo en 6 000 toneladas y alcanzar las 90 000 comprometidas, estaría consolidando su liderazgo al garantizar el 28 % del arroz obtenido en Cuba.
«La otra empresa más cercana a su registro histórico (unas 70 000 toneladas) es la muy eficiente Sur del Jíbaro, de Sancti Spíritus, pero el déficit de aviones no le permite superarlo».
–Adelantar siete años de un programa planificado hasta 2030, implicaría acelerar las inversiones que deciden mayores capacidades, sobre todo las industriales. ¿Es así?
–Así es. Las prioridades radican en terminar de montar durante 2019, 11 secaderos de tecnología china y concluir nueve plantas de beneficio, clasificación y tratamiento de semillas (tres en Granma), silos de almacenamiento y básculas de pesaje de 80 toneladas.
«Con el completamiento de estas obras quedarían cubiertas ya las capacidades de secado, molinado y tratamiento de semillas para aceptar la producción agrícola prevista en el programa hasta 2023; pero si lográramos que ya en ese almanaque el campo genere todo el arroz planificado hasta 2030, entonces habría que adelantar también las inversiones de la industria que restan del programa.
«En el caso de la preparación de suelos, tenemos que completar aún las brigadas de campo, con equipos láser de nivelación de terreno, de GPS de alta tecnología, refinadoras, minitraíllas, así como fortalecer los sistemas de riego y adecuar los viales».
–Partiendo de que el arroz cubano lo consumen los cubanos, ¿hay alguna respuesta industrial a los reclamos de la población por la calidad del grano?
–Si la comparamos con etapas anteriores, incluido los años 80, la industria arrocera de Cuba está preparada como nunca. Se ha modernizado según lo previsto en el programa, y lo continuará haciendo. Pero si hablamos de obtener máxima calidad del grano hay varias cosas para medir.
«Una es la composición por tamaño, o sea, grano entero o partido. Para la canasta básica normada, por ejemplo, la norma es de un 20 % de grano partido, para la venta al turismo entre un 4 y un 10 %.
«Otro indicador es la limpieza. El arroz puede tener mayor o menor por ciento de grano partido, que si está limpio no es grande el problema. Pero es muy incómodo si además del grano partido hay muchas impurezas: con unas bolitas llamadas bejuco Godínez, o con la punta negra o de otra coloración en algunos granos, semillas rojas y el famoso machito.
«Eso se evitaría si las líneas no tuvieran pendiente la incorporación de dos máquinas de limpieza, para que el arroz salga como en países exportadores donde es casi cero el nivel de impurezas.
«Hay que introducir además un aparato colorimétrico, que define el color deseado del grano, a la vez que extrae el manchado, el amarillo, el rojo, el fisurado u otra impureza de distinto color.
«La calidad también pasa por llegar a empaquetar el arroz de la población, no solo en el saco actual de 50 kilogramos (kg), sino en pequeños formatos de 1; 2,5 y de 5 kg. Eso es lo que hacen los países con desarrollo en la producción arrocera, y es a lo que nosotros aspiramos.
«En un molino de Sancti Spíritus, que produce para la venta a las cadenas de tiendas, existe un flujo completo. Todas deberán ser así. Lo que pasa es que hay un grupo de aspectos por resolver, antes de lograr la calidad óptima.
«Las limitaciones de la economía nos obligan a priorizar, por ejemplo, la sostenibilidad de la maquinaria, a garantizar las partes, piezas y agregados de los tractores, las cosechadoras, las industrias, a comprar fertilizantes y otros químicos, el combustible...
«Es verdad que hoy debemos escoger un poquito más el arroz antes de cocinarlo, pero qué bien que tengamos el arroz».
–¿Y tanta cascarilla residual del molinado, que es una magnífica biomasa, tiene en las inversiones una oportunidad de ser aprovechada? Se ha convertido en un problema ambiental en algunos lugares, sobre todo cerca de sitios poblados, como pasa en la ciudad de Manzanillo con el molino Julio Zenón.
–Hoy en Cuba existen siete industrias con hornos duales, que inician su proceso de secado con diésel, pero se les incorpora luego la cascarilla residual como combustible y dejan de consumir diésel. De los siete hay tres funcionando y el resto se incorpora en el año.
«Toda la industria que se va adquiriendo desde China, por ejemplo, incluye el horno dual. Por cada tonelada de arroz que procesan, ahorran 16 litros de diésel, además de consumir la cascarilla.
«También se están haciendo pruebas en la industria de Amarillas, en Matanzas, para usarla en la generación eléctrica, de modo que sea posible abastecer la planta y aportar incluso al Sistema Eléctrico Nacional».
–¿Es cuestión de tiempo entonces, de poco tiempo, que el arrocero sea un sector recuperado y entre los más adelantados en concretar la tan urgente sustitución de importaciones?
–Que los cubanos hemos recuperado la disciplina tecnológica de la producción agroindustrial de arroz es un hecho, y estamos en condiciones de seguir creciendo año por año, vencer los objetivos del programa y pasar a nuevas etapas.
«En cuanto a la concreción como sector destacado en la sustitución de importaciones, las cifras dicen que todo apunta a materializarlo, empezando porque producimos arroz a un costo inferior a los precios del mercado internacional.
«El programa integral arrocero tiene aprobados 520 pesos para producir una tonelada; sin embargo, gasta solo 319, mientras en la cotización mundial ronda los 460.
«Este plan nacional de fomento del cereal paga con sus producciones todos los costos en divisas que implica su desarrollo (tiene aprobados 370 millones de pesos, de ellos 161 ya ejecutados en importación de equipos), y ahorra al país anualmente unos 20 millones, después de liquidar todos sus gastos.
«Sin duda alguna, es una expresión real y concreta de la sustitución de importaciones».
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