¿Cuándo y por qué es peligroso
que la deuda pública sea demasiado alta, como sucede en Europa?
Como decíamos en el capítulo anterior, los Estados pueden incurrir en déficits y acumular deuda pública sin las limitaciones que tiene una familia, pero eso no quiere decir que el incremento de deuda pública esté exento de problemas. Nunca debemos olvidar que la deuda puede terminar siendo la mayor esclavitud de los seres humanos.
Como
ya dijimos en su momento, no habrá problemas mientras el crecimiento de la deuda sea sostenible, bien porque esté creciendo el PIB (es decir, los
ingresos) para hacerle frente,
bien porque bajen los intereses, o bien porque baje la
cotización de otras monedas cuando dicha deuda está referida en ellas (como dijimos, si tenemos deuda en dólares y esta divisa baja de cotización respecto
al euro, lógicamente nos costará menos amortizarla). Y eso sin olvidar, como ya señalamos
antes, que un Estado con soberanía monetaria puede emitir moneda para pagar su deuda cuando está emitida en ella misma. Como sabemos,
esto no evita que se puedan generar
problemas de precios, pero lo cierto es que un Estado que emita la deuda
en su moneda propia no puede quebrar, a diferencia, lógicamente, de lo que
le ocurre a los demás sujetos económicos.
El
que fuera presidente de la Reserva
Federal de Estados Unidos, Alan Greenspan, señaló claramente
la ventaja que supone esto último: «Estados Unidos puede pagar cualquier deuda
que tenga, porque siempre puede imprimir dinero para hacerlo. Por eso la probabilidad de incumplimiento [default] para Estados Unidos es nula».66
Sin
embargo, sí puede darse un problema
muy importante, como ocurre en Europa, cuando los gobiernos no disponen
de un banco central que les
proporcione la financiación adecuada, y, por tanto,
quedan
obligados
a
recurrir a los mercados financieros cuando necesitan financiación. Esto es así,
sobre todo, porque estos mercados son bastante imperfectos y están dominados por
grandes
entidades
oligopolistas
que
pueden
imponer
e
imponen sus condiciones a los deudores, incluso cuando éstos son los gobiernos
que representan los intereses generales.
En
esos casos, la financiación es mucho más cara porque los financiadores usan ese poder
de mercado, político, mediático y social para manipular el precio de los créditos que conceden. Y, además de cara, es
también muy dañina porque los prestamistas suelen poner condiciones imperativas para conseguir que los gobiernos adopten las políticas
que más les convengan. Generalmente, las que obligarán
a seguir endeudándose para
hacerlos esclavos de su financiación. No se olvide que financiar continuamente a los ya
endeudados es el negocio más rentable de esas entidades financieras. Un negocio que desaparecería o quedaría bajo mínimos
si las finanzas públicas
se saneasen o si los gobiernos fueran financiados a los
tipos de interés nulos o muy bajos que los bancos centrales aplican a los préstamos que dan a la banca privada.
De
hecho, como veremos con detalle más adelante, los datos oficiales y diversos
estudios han puesto de manifiesto que el nivel tan elevado que está alcanzando
la deuda pública en Europa proviene
principalmente (por no decir que
casi exclusivamente) de los altísimos
tipos de interés
que se ven obligados a pagar los gobiernos a las entidades privadas desde que éstas consiguieron que en los tratados de la Unión Europea se
prohibiese que los bancos centrales financiaran a los Estados.
Pero,
con independencia de todas estas consideraciones (en las que los economistas
convencionales no suelen reparar), para poder calibrar realmente y con rigor el
efecto que la evolución de la deuda tiene sobre una economía hay que tener en cuenta que no basta con valorar
el peso que ésta tiene sobre
el PIB.
El
porcentaje de la deuda sobre el PIB es un dato importante porque nos indica hasta qué punto la economía
se ha cargado de deuda y, por tanto,
cuánto tiempo irá haciendo falta (con un PIB similar) para reducirla o
eliminarla.
Pero
ese peso de la deuda no nos dice mucho más, y, sobre todo, no nos permite
predecir qué pasará en el futuro a causa de la deuda. Veamos…
El efecto que tiene la deuda (tanto la del Estado como la de una empresa) es que permite que aumente el producto (el PIB en el caso de una economía en su conjunto) más allá de lo que aumente la renta o el gasto que
el nivel de
producto ha generado. En el caso de una empresa, la deuda es lo
que permite aumentar la producción con independencia de lo que haya
vendido.
Si
no hubiera deuda, el incremento del PIB sólo podrá venir del ingreso que ese producto ha generado;
y lo mismo ocurre en una empresa: si no se endeuda, sólo puede invertir con los
ingresos de sus ventas.
Por
tanto, podemos establecer que el producto (el PIB) es igual al gasto total de
la economía (o demanda agregada) más la variación en la deuda.
Si
la deuda varía aumentando, podrá conseguirse un producto mayor que el que se corresponde con la demanda agregada existente. Por tanto, tener en consideración la variación de la deuda,
de un año a otro, por ejemplo, resulta
fundamental. De esta forma ya no sólo sabremos
su peso en bruto (que es lo que nos indica el
porcentaje de deuda sobre el PIB), sino también qué proporción de la demanda agregada
viene generada por la deuda y cuál no. Y esto es fundamental por el motivo
siguiente: mientras que el incremento de la deuda esté financiando inversión no habrá
problemas, porque la inversión genera a su vez producto.
Pero si la deuda no sólo financia
inversión, sino también gasto, los problemas serán inevitables
antes o después, porque el
producto se irá consumiendo y en un futuro más o menos inmediato no habrá
ingreso para pagarla.
Finalmente, hay
otra tercera
perspectiva para
valorar el papel
de la deuda en la economía y advertir del
peligro que puede provocar.
Si
hemos dicho que el PIB es igual a la demanda agregada más la variación de la
deuda, resulta que la variación del PIB tiene que ser igual a la variación de la demanda
agregada más la «variación de la variación» de la deuda, es
decir, su «aceleración».
Esto
último, lo de la variación de la variación de la deuda, puede parecer un simple
juego de palabras, pero no lo es. Por el contrario, es algo muy importante debido a un problema que
plantea y que se puede entender fácilmente. Vamos a verlo…
Puesto que el crecimiento de la demanda agregada y del PIB (su variación) dependen de esa aceleración, si se quiere mantener una tasa estable de crecimiento de ambos debe haber también una tasa de aceleración positiva (para que no se vengan abajo) y constante. Pero ¿se imaginan lo que significa una tasa de aceleración positiva y constante? Como dice el economista Steve Keen: «[…] de la misma forma que es imposible mantener una tasa de aceleración constante y positiva conduciendo un coche —pues éste terminaría superando la velocidad de la luz—, no se puede mantener una tasa de aceleración positiva y constante de la deuda, porque esto significaría que la deuda acabaría siendo infinitamente mayor que el PIB».67
Resulta
entonces que la «variación de la variación
de la deuda» (la aceleración de la deuda)
es lo que Keen llama el «impulso crediticio» que recibe la economía. Y es fácil deducir
entonces que, cuando disminuye tal impulso, la economía se viene abajo.
En cuanto se detecta el cambio en la
variación de la variación de la deuda de una economía se puede apostar a que
la crisis no
tardará. Eso es lo que analizó
durante
muchos
años
este
economista australiano, y gracias a
ello fue uno de los
que anticipó con más acierto la última gran
crisis financiera. Y este planteamiento sirve también
para entender la doble pesadilla que puede producir la deuda: si crece, amenaza
a la economía porque puede actuar como una losa que la paralice, pero si deja
rápidamente de crecer, la actividad económica disminuirá porque, en la economía
capitalista en la que vivimos, la inversión y la acumulación de capitales dependen directa y fuertemente del «impulso crediticio». De ahí que muchos economistas planteen que la solución no puede ser cerrar el grifo de la financiación (porque de éste depende
la inversión a largo plazo) sino hacer posible que el crédito esté garantizado
(en las condiciones adecuadas de solvencia
y seguridad) sin
que su provisión
dependa del beneficio desorbitado que impone el negocio
bancario.
66. Entrevista para la cadena NBC. Vídeo
disponible
en:
<https://youtu. be/mj2Wk0Cnjs>. [Consulta: 15/09/2016]
67. S. Keen,
La economía desenmascarada,
Capitán Swing,
Madrid, 2015, p.
564.
( Continuará)
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