Por Ricardo González Aguila, LJC
7 abril 2025

Ilustración: Félix Azcuy
En estas páginas reflexiono sobre a lo que mi entender representa la verdadera urgencia de la política económica en Cuba: el crecimiento económico. Empecemos por analizar qué dicen los datos oficiales. La Figura 1 muestra una estimación del crecimiento de largo plazo entre los años 1996 hasta 2019; y tres escenarios de recuperación después de la abrupta caída del 10.9% del PIB en 2020, que simulan procesos hipotéticos de crecimiento post crisis (covid-19) al 1%, 3% y 5% hasta el año 2030. En la figura se muestra ─además─ el PIB a precios constantes con el objetivo de comparar los datos reales de la economía con los escenarios de recuperación.
Figura 1. Crecimiento Económico de Largo Plazo y Proyecciones hasta 2030

Fuente: CEEC, «Reporte sobre Economía Cubana, Julio-diciembre, 2024». Segunda Edición a partir de datos de la ONEI.
Las conclusiones son inequívocas. Primero, la tasa de crecimiento estructural (línea discontinua) venía desacelerándose desde antes de 2020. De forma más específica, el crecimiento (promedio) en la primera mitad de la década pasada fue de 2.8%, mientras que en la segunda fue de apenas 1.1%.
Existe cierto consenso entre economistas de que una parte de aquel enlentecimiento es atribuible a cambios en el contexto internacional. La crisis económica en Venezuela, el cambio de ciclo político en América Latina y la reimposición de sanciones durante la primera administración de Donald Trump gestaron una nueva crisis de ingresos externos en el país.
A la vez, muchos economistas también coincidimos en que las reformas implementadas bajo el paraguas de la Actualización del Modelo Económico fueron insuficientes para colocar a Cuba en una senda de mayor crecimiento y competitividad; tampoco lograron contrarrestar la influencia negativa ejercida por el cambio de contexto externo.
Las reformas implementadas bajo el paraguas de la Actualización del Modelo Económico fueron insuficientes para colocar a Cuba en una senda de mayor crecimiento y competitividad.
Ambos factores contribuyeron a que la economía entrara en recesión en 2019, a lo cual siguió una abrupta caída de 10.9% del PIB en 2020, como consecuencia de la pandemia, en la que se vio prácticamente inhabilitado uno de los principales sectores: el turismo.
La segunda conclusión de la Figura 1 es la inexistente recuperación después de 2020. A diferencia de muchas economías a nivel regional e internacional, en las cuales hubo un rebote inmediato que les permitió regresar a sus niveles de actividad pre-crisis; la economía cubana se ha mantenido creciendo a una tasa promedio de 1% (el peor de los escenarios posibles). A este ritmo, nos tomaría como país aproximadamente una década regresar al nivel de ingreso per cápita de 2019 (que en sí mismo era bajo). Este hecho representa un serio problema para una sociedad que aspira y merece un presente y futuro prósperos; igualmente plantea un grave dilema para la sostenibilidad de un modelo social que acumula años de carencias materiales profundas.
Las causas del estancamiento actual: una crisis generalizada de los drivers del crecimiento
Cuando se examinan las fuentes de crecimiento económico en Cuba, encontramos obstrucción en cada uno de sus canales. Empezando por el más general: el contexto geopolítico actual es lo suficientemente adverso como para pensar que podrían abrirse ─como ha ocurrido en el pasado─ oportunidades de intercambio comercial y financiero en condiciones ventajosas que marquen un cambio significativo respecto a la situación presente. Encima, las contrapartes potenciales de ese improbable escenario, Rusia y China, representan actores extra-regionales en un contexto donde EE.UU. ─bajo la segunda administración de Donald Trump─ intenta consolidar (más que nunca) el dominio exclusivo sobre su área de influencia.
Figura 2. Los Canales del Crecimiento Económico

El crecimiento económico debería ser la prioridad de Cuba
En el orden interno, la situación es igual de compleja. Desde el lado de la oferta hay una nueva crisis generalizada de factores productivos. Problemas de descapitalización e insuficiente inversión en sectores claves y de infraestructura, que se combinan con aumentos de la emigración de la fuerza laboral y envejecimiento poblacional, ─la cuarta parte de la población cubana tiene 60 años o más—. Una crisis energética que se expresa en la pérdida del 25% de la capacidad de generación respecto a 2019, y, otra crisis, igual de grave, de disponibilidad de combustibles. Por si todo esto fuera poco, la escasez de materias primas ─sobre todo la importada─ limita considerablemente las operaciones diarias de las empresas estatales. Sin maquinarias, trabajadores, energías, combustibles y materias primas no puede haber crecimiento económico.
El crecimiento, sin embargo, no depende solamente de la acumulación ampliada de recursos productivos; sino también, y, sobre todo, de la productividad en el empleo de dichos recursos. Cuando se examinan los impulsores de la productividad encontramos, de igual forma, canales obstruidos.
En primer lugar, el progreso tecnológico apenas existe. Las empresas operan con tecnologías, procedimientos logísticos y un «saber hacer» muy rezagado, mientras la innovación es mínima, exceptuando a la industria biotecnológica. En segundo lugar, los problemas de incentivos y las fallas (institucionales) del modelo económico impiden que las empresas estatales alcancen su capacidad máxima de producción, incluso dentro de los reducidos límites impuestos por su tecnología atrasada. En tercer lugar, los problemas asignativos provocan que los poquísimos recursos disponibles, se coloquen en destinos (empresas o industrias) diferentes a aquellos que producirían el máximo rendimiento, llevando a la economía a operar por debajo de su capacidad potencial. Resumiendo, ni el cambio tecnológico, ni la eficiencia técnica, ni la eficiencia asignativa favorecen aumentos sostenidos de la productividad.
Adicionalmente, las restricciones al crecimiento no se producen solo por el lado de la oferta, sino también por el lado de la demanda. La crisis inflacionaria vivida por el país en el último quinquenio ayudó a instalar la idea ─en mi opinión, correcta─ sobre lo necesario de implementar un plan de estabilización macroeconómica. El problema ha estado ─no obstante─ no tanto en el «qué», sino en el «cómo» se ha llevado adelante.
Las restricciones al crecimiento no se producen solo por el lado de la oferta, sino también por el lado de la demanda.
Aunque el plan no es un documento publicado y sus objetivos y metas no han trascendido a la opinión pública, es posible inferir su «lógica» ─o al menos una parte de esta─ atendiendo a sus acciones. Por ejemplo, examinemos las fuentes que permitieron la reducción del déficit fiscal en el año 2024 ─innegablemente alto─. El ajuste, de unos 55 mil millones de CUP, fue, sin duda, significativo. Dicha disminución se basó en una combinación de medidas de naturaleza recaudatoria (incrementos de precios y tributos) y de ajustes de gastos presupuestarios e inejecuciones. No se observa ─sin embargo─ que a este esfuerzo contribuyera el estímulo a la actividad económica inducida por reformas estructurales, que es, curiosamente, donde más reservas existen. Se pospusieron reformas como la apertura del mercado cambiario o la Ley de Empresas, mientras se desaceleraba, considerablemente, la tasa de creación de mipymes en la economía.
Rescato una idea obvia, pero al parecer olvidada: la recaudación fiscal puede crecer, tanto por incrementos de precios e impuestos, como por la expansión de la base tributaria, sobre la cual se incide a través de la implementación de políticas (estructurales) y de fomento productivo desde el lado de la oferta. Haber pospuesto estas transformaciones imprescindibles pudo costar puntos porcentuales de expansión a la recaudación fiscal y al crecimiento del PIB en 2024 ─de hecho, se espera una nueva contracción superior al 1%─.
La recaudación fiscal puede crecer, tanto por incrementos de precios e impuestos, como por la expansión de la base tributaria.
Parecería, por lo tanto, que la «lógica» del plan ha sido reducir el déficit fiscal como (única) vía para reducir la inflación, y crear ─de alguna forma no precisada─ las «condiciones» (¿?) necesarias para el crecimiento. Una idea que resulta, como mínimo, polémica, sobre todo en el contexto cubano.
Concebir el plan así es un problema para la propia estabilización. Por una parte, significa desentenderse del desequilibrio externo, un problema igual de problemático; por ejemplo, obviar aspectos como el déficit en cuenta corriente o la brecha cambiaria. Por otra, tampoco internaliza los importantes problemas estructurales e institucionales de la economía que son la base de la significativa distorsión de precios relativos que existe en el país, una fuente sistemática de desequilibrios.
Pero, por encima de todo, concebir el plan así es muy costoso para el crecimiento económico. Los economistas hemos sabido por suficiente tiempo que ─en contextos recesivos─ disminuir gastos presupuestarios y aumentar impuestos significa «actuar» de forma procíclica en el sentido de la crisis; en otras palabras, alimentar aún más la recesión.
Por otra parte, también hay problemas con las anclas nominales del esquema de estabilización. En la literatura económica, se conoce como «anclas nominales» a las referencias explícitas que guían las expectativas y el comportamiento de los agentes económicos respecto a variables nominales (inflación, tipo de cambio, etc.), y se utilizan, principalmente, para lograr estabilidad macroeconómica.
Dos de las anclas nominales del actual esquema de estabilización están en los salarios estatales y las pensiones ─que no se actualizan al mismo ritmo de la inflación─. Al usar salarios y pensiones como anclas se reduce progresivamente el poder adquisitivo y se frena el consumo de las familias, cancelando, así, un importante componente de demanda agregada. Nótese que de acuerdo con datos oficiales entre 2019 y 2023 los hogares en Cuba acumularon pérdidas de consumo de 6.5% en términos reales (1.6% anual). Todo ello contrae aún más el crecimiento económico, eso sin contar los obvios efectos sociales y distributivos que genera.
En resumen, aunque el crecimiento económico ha sido, es y será (al menos en el mediano plazo) la verdadera prioridad de la agenda nacional, en la actualidad todos sus canales están obstruidos. Para reactivarlo se requiere, en primer lugar, de una estrategia que recomponga el sistema de prioridades de la política económica, hoy sesgado demasiado hacia la “estabilización.” Pero, por encima de todo, se requiere acumular voluntades para reformar esos obstáculos que lo obstruyen.
Aunque no soy ducho en materia de economía, mis conocimientos profesionales en una rama colateral como la contabilidad me permiten creer en que es un excelente análisis. Además, a flor de piel están las consecuencias de las soluciones "mágicas" que se han implantado, las cuales causan tanto sufrimiento como asombro de que la invocación a la aplicación de la ciencia y la técnica quede, según los (malos) resultados como otra consigna de las acostumbradas. Al parecer se pretende "innovar" en economía practicando nuevas fórmulas; lo cual sería apropiado si los objetos del experimento fuesen cobayos para laboratorio y no seres humanos pensantes. Si de ciencia y técnica se trata debería saberse que está probada la eficacia del pensamiento colectivo; el intercambio y el escrutinio público, la rendición de cuentas (de verdad) y unas cuantas cosas más. Cerebros aislados no hacen ciencia aunque sean tenidos por "selectos de origen".
ResponderEliminarMuy buen análisis. Lo que sucede es que el modelo es irreformable, necesita colapsar , como en la URSS, en Polonia...
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