Baracoa, con 81.700 habitantes, figura entre los municipios que prioriza el primer Plan de Estado para el enfrentamiento del cambio climático debido a las grandes elevaciones del nivel medio del mar.
MEDIO AMBIENTE Ivet González 10 Mayo, 2017
Vecinos de localidad periurbana de La Playa descansan a la sombra de un arbusto, en medio de la contaminada duna formada en la desembocadura del río Macaguaní, llamada localmente tibaracón, próxima a la ciudad de Baracoa, en la costa del oriente de Cuba. Foto: Jorge Luis Baños/IPS
BARACOA, Cuba, 10 may 2017 (IPS) – Un puente maltrecho conecta el centro de Baracoa, la ciudad más antigua de Cuba, con la singular barra de arenas oscuras, llamada tibaracón, que se forma en una de las orillas del río Macaguaní cuando desemboca en la costa caribeña del nororiente cubano.
Apenas 13 casas de madera y techos ligeros resguardan a las pocas familias que aún viven en uno de los seis deltas lineales exclusivos de Baracoa, un municipio montañoso y costero con singulares reservas naturales y cuya Ciudad Primada, como se la define localmente, fue fundada hace 505 años por los colonizadores españoles.
Estos camellones de arenas largos y estrechos entre las desembocaduras de los ríos y el mar llevan aquí un nombre araucano, el primer pueblo originario de América del Sur que pobló Cuba. Nacieron del raro cóctel de ríos cortos con gran pendiente hidráulica, estrechas llanuras costeras, régimen lluvioso elevado y estacional junto a cercanos arrecifes coralinos de cresta.
Especialistas locales piden que estas cortinas de arena únicas del Caribe insular tengan un tratamiento especial en el actual ordenamiento costero que puede cobrar nuevas fuerzas con la Tarea Vida, el primer Plan de Estado para el enfrentamiento del cambio climático, aprobado el 27 de abril por el Consejo de Ministros.
Baracoa, con 81.700 habitantes, figura entre los municipios que prioriza el nuevo programa debido a las grandes elevaciones del nivel medio del mar. Las autoridades remarcan que el plan, con 11 tareas específicas, tiene un alcance y jerarquía superiores a los precedentes relacionados con el fenómeno climático, e incluye inversiones progresivas hasta 2100.
“Yo nací aquí. Me fui a otro lugar cuando me casé y regresé hace siete años porque me divorcié”, contó a IPS la estomatóloga María Teresa Martín, vecina del Consejo Popular La Playa, un asentamiento periurbano que abarca el tibaracón del Macaguaní.
Este delta lineal es el más pequeño del municipio más lluvioso de Cuba y el mayor se encuentra en la desembocadura del río Duaba, de tres kilómetros de extensión.
“Es difícil vivir aquí”, valoró Martín. “Hay una marea y el día entero se siente una pestilencia porque los vecinos aledaños tiran toda la basura y escombros al río, el mar y la arena”, lamentó la trabajadora mientras señalaba los desechos que cubren las dunas y se entremezclan con las raíces de cocoteros y botes de pesca encallados.
Un hombre pesca en la playa junto a la desembocadura del río Macaguaní en el mar Caribe, en la costa de las afueras de la ciudad de Baracoa, en el oriente de Cuba. Foto: Jorge Luis Baños/IPS
Macaguaní baja por las montañas y atraviesa la ciudad bordeando la bahía de Baracoa, donde desemboca. Recibe toda suerte de desechos humanos, que vuelven escasas y malolientes sus aguas, una de las causas de la acelerada reducción del tibaracón.
“Antes teníamos hasta una calle y había muchas más casas. Hemos perdido otras vías de comunicación con la ciudad”, recordó Martín. “Nos tenemos que evacuar por cualquier amenaza de ciclón o tsunami”, enumeró la vecina, que espera ser reubicada en un lugar seguro en la ciudad.
El pescador Abel Estévez, que vive enfrente, también quisiera trasladarse tierra adentro pero le preocupa que le brinden una vivienda muy distante de la ciudad. “Uno está cerca del mar y vive de eso. Si nos mandan lejos de aquí, ¿cómo voy a mantener a mi niña?, ¿qué hará mi esposa para venir a trabajar al hospital?”, reflexionó.
Como sucede con La Playa, el ordenamiento costero establece que las autoridades municipales deben trasladar a lugares seguros 21 comunidades enclavadas en sus 82,5 kilómetros de litoral, de los cuales 13,9 son arenosos.
“Tenemos recursos naturales exclusivos y muy vulnerables como los tibaracones”, explicó Ricardo Suárez, representante municipal del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente. “Son un suelo arenoso entre el mar y el río y, por lo tanto, son ecosistemas frágiles porque el río y el mar lo pueden dañar”, apuntó.
La desaparición de los tibaracones provocaría cambios “en las dinámicas costeras”, explicó el geógrafo. “Donde hoy hay arenas puede haber mañana una bahía y esto trae consigo más exposición a las penetraciones del mar, que pone en riesgo a las zonas urbanizadas y saliniza los suelos y las aguas terrestres”, alertó en diálogo con IPS.
Indicó que estas barras están afectadas por malos manejos humanos como contaminación, extracción de arenas y tala indiscriminada, además de por el cambio climático y su consecuente elevación del nivel del mar. Y observó causas naturales como cambios geológicos en la zona.
A su juicio, las acciones de protección de estos accidentes geográficos resultan paliativas porque están destinados a desaparecer. Precisó que ese momento se puede retardar a menos que sucedan catástrofes naturales similares al huracán Matthew que azotó la ciudad el 4 y 5 de octubre de 2016.
Suárez es el autor de un estudio que demuestra la paulatina reducción de los dos tibaracones ubicados en Baracoa, que funcionan como “una barrera natural de protección a la ciudad”. Incluso expuso cómo la población ha ido migrando de estos lugares por su elevada vulnerabilidad. Foto: Jorge Luis Baños/IPS
En el empequeñecida comunidad donde habitan Martín y Estévez entre la desembocadura del Macaguaní y el mar, se registraban 122 viviendas en 1958. Y en el tibaracón del río Miel, en el extremo este citadino, existían 45 viviendas en 1978 y en la actualidad solo queda infraestructura comercial.
El ancho central del singular delta del Miel medía 70 metros a mediados del siglo XX y hoy su porción más estrecha abarca apenas 30 metros. En Macaguaní, en tanto, la reducción ha sido más abrupta, de los 80 metros de ancho reportados entonces, pasó ahora a un segmento muy afectado de seis metros, recabó la investigación.
El especialista recomienda brindar un trato diferenciado a estos ecosistemas, que no están contemplados específicamente en el Decreto Ley 212 para la Gestión de la Zona Costera, vigente desde 2000 y la principal base legal del actual ordenamiento territorial que, entre otras acciones, elimina las construcciones dañinas para las costas.
Suárez señaló que la eliminación de los inmuebles sobre el suelo arenoso rodeado por aguas debe estar acompañada de acciones preventivas para conservar las arenas como reforestación con especies originales de estos ecosistemas y otras más específicas.
Recuerda en el estudio que la estatal Agencia de Estudios Marinos, una subsidiaria de la empresa Geocuba en la vecina provincia de Santiago de Cuba, propone construir un dique rompeolas y de escollera para proteger el delta del Miel. Y remarcó la importancia de realizar un análisis similar para el caso de Macaguaní.
El estatal Instituto de Planificación Física (IPF) revisó los 5.746 kilómetros de costas el archipiélago cubano y encontró 5.167 ilegalidades cometidas por individuos y otras 1.482 por personas jurídicas. La entidad reportó que hasta febrero de 2015 se erradicaron 489 de las infracciones de las personas jurídicas.
Cuando las autoridades aprobaron la Tarea Vida, el IPF aseguró a los medios oficiales que los principales avances del ordenamiento costero se han alcanzado hasta ahora en las playas, que suman 414 en el país y acogen 36 polos turísticos. En auge desde 2015, el turismo es el segundo renglón económico, después de la exportación de servicios médicos.
Por su importancia económica, social y ambiental, los países que integran la Asociación de Estados del Caribe, Cuba entre ellos, ejecuta un proyecto regional para controlar la erosión de las costas arenosas en su Plan de Acción 2016-2020, al que hasta ahora tan solo Holanda ha aportado una contribución de 1.000 millones de dólares.
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