NEW HAVEN – ¿Podíamos saber en marzo de 2009 que el índice bursátil estadounidense S&P 500 se cuadruplicaría en los diez años siguientes, o que el Nikkei 225 japonés se triplicaría, seguido muy de cerca por el Hang Seng de Hong Kong? La opinión general indica que es imposible adelantarse a los movimientos del mercado; pero podríamos pensar que unas variaciones de esta magnitud tendrían que haber sido al menos parcialmente previsibles.
El problema es que nadie puede explicar las razones de un boom ni siquiera después de ocurrido, mucho menos demostrar de qué modo se lo podía predecir. Un buen ejemplo es la apreciación de las bolsas estadounidenses desde 2009.
Al examinar el mercado bursátil estadounidense, es importante tener en cuenta que está formado mayoritariamente por inversores locales. Según un estudio del gobierno estadounidense publicado el año pasado, a pesar de un ligero crecimiento entre 2009 y 2017, la tenencia extranjera de títulos estadounidenses en 2017 sólo llegaba a alrededor de una séptima parte del total. Pero si todos hicieran caso de las recomendaciones de los asesores financieros y se diversificaran por completo, los no estadounidenses, que el año pasado poseían más de dos tercios de la riqueza mundial, también deberían poseer más de dos tercios de los títulos estadounidenses. Sin embargo, el sesgo localista o patriótico es un factor importante en las bolsas. De modo que para comprender la fortaleza del mercado bursátil estadounidense, tenemos que analizar cómo piensan sus participantes.
Parece que en Estados Unidos hubo una sobrerreacción ante una caída temporal de las ganancias. Las ganancias por acción del S&P 500 habían sido negativas (algo muy infrecuente) en el cuarto trimestre de 2008, tanto para “ganancias informadas” cuanto para “ganancias operativas”, y esas cifras se conocieron alrededor de marzo de 2009, cuando el índice llegó al mínimo.
Podríamos pensar que un observador inteligente en el Estados Unidos de 2009 se hubiera dado cuenta de que la caída era temporal y previsto que el índice de ganancias (que es importante para predecir el crecimiento a largo plazo de los precios de las acciones) se recuperaría. Pero la pregunta que realmente importa es si ese observador podía usar el rebote del índice desde ese momento negativo como base para un pronóstico muy optimista respecto del incremento a largo plazo de las ganancias. Ahora sabemos que las mediciones a largo plazo de ese incremento no muestran grandes variaciones. El índice decenal promedio de ganancias por acción del S&P 500 entre 2009 y 2019 sólo aumentó 71% respecto de la década anterior. De modo que el hecho de que el S&P 500 se haya cuadruplicado no se explica por el aumento de las ganancias, sino por un gran aumento de su valuación.
Es verdad que hoy los tipos de interés reales son inferiores a los de 2009; el bono del Tesoro de los Estados Unidos a diez años protegido contra inflación rendía 0,8% en febrero, contra 1,71% en marzo de 2009. Pero toda esa caída se produjo antes de 2010 y no sirve para explicar la fuerte tendencia alcista de las cotizaciones después de entonces.
En 2009, se oían en Estados Unidos expresiones de temor en términos muy fuertes, por ejemplo, alusiones a la inminencia de una “supernova financiera”. Una búsqueda en la base de datos de diarios y noticias de ProQuest de las expresiones “derivatives” (instrumentos derivados) y “financial weapons of mass destruction” (armas financieras de destrucción masiva, frase atribuida a Warren Buffett) muestra que ambos términos comenzaron a aparecer juntos en 2003 y se volvieron muy comunes en 2009, hasta casi desaparecer en 2018.
Los suficientemente previsores para saber que los mercados de derivados no iban a destruir la economía tal vez hayan comprendido que el temor a que lo hicieran no podía ser un lastre para los mercados que durara diez años. Pero un pronóstico basado en esa capacidad de previsión es difícil de cuantificar o defender públicamente.
Cuando se produjo la crisis financiera de 2008, el hecho de que los economistas en general no la hubieran predicho fue tema de debate y motivó cierta desesperanza. En marzo de 2009 muchos temían que las acciones todavía se desvalorizaran mucho más.
Bajo mi dirección, la Escuela de Administración de la Universidad Yale viene reuniendo datos sobre las opiniones de inversores institucionales e individuales en Estados Unidos desde 1989. Una de las preguntas que les hacemos es: ¿cuál cree que es la probabilidad de que se produzca una debacle bursátil catastrófica en Estados Unidos, como las del 28 de octubre de 1929 o el 19 de octubre de 1987, en los próximos seis meses, incluida una debacle causada por contagio financiero desde otros países? A principios de 2009, el porcentaje de personas que dieron una probabilidad superior a 10% llegó a un máximo desde 1994.
En tanto, la frecuencia de la frase “Great Depression” en la base de datos de diarios y noticias de ProQuest llegó a máximos inéditos. Hubo más menciones de la Gran Depresión en 2009 que durante la Gran Depresión misma.
Pero luego, sin debacle bursátil y sin depresión extrema a la vista, esos temores cedieron paso a lo opuesto: una profundización de la admiración por el éxito empresarial. En los noventa surgió una nueva narrativa que hablaba de nuevos genios milmillonarios, sólo interrumpida brevemente durante la crisis financiera. Un ejemplo es la publicación en 2011 de Steve Jobs, la exitosa biografía del fundador de Apple por Walter Isaacson. Otra figura que generó entusiasmo fue Elon Musk, con empresas futuristas como la fabricante aeroespacial SpaceX y Neuralink, que está desarrollando interfaces cerebro‑computadora implantables.
La llegada del extravagante empresario Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos es prueba de hasta qué punto muchos estadounidenses se identifican con los héroes del ámbito empresarial. Desde 2004 Trump dedicó gran parte de su tiempo a pulir su figura de empresario exitoso, como estrella de dos reality shows, primeroThe Apprentice y después de 2008, The Celebrity Apprentice. Su campaña movilizó este entusiasmo, y su promesa de “hacer a Estados Unidos grande otra vez” le habló al optimismo de los inversores estadounidenses.
De modo que el hecho de que las cotizaciones bursátiles estadounidenses se hayan cuadruplicado desde 2009, lo mismo que la victoria electoral de Trump, parecen ser reflejo, al menos en parte, de un proceso de pérdida de miedo y regreso a la fascinación por la cultura empresarial estadounidense. Pero predecir esas tendencias bursátiles (incluso las de mayor magnitud) es difícil, no sólo por lo demandante que es en sí la proyección bursátil, sino también por la importante influencia que tiene la espontaneidad en la conducta humana.
Traducción: Esteban Flamini
ROBERT J. SHILLER a 2013 Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at Yale University and the co-creator of the Case-Shiller Index of US house prices. He is the author of Irrational Exuberance, the third edition of which was published in January 2015, and, most recently, Phishing for Phools: The Economics of Manipulation and Deception, co-authored with George Akerlof.
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