Por José Luis Rodríguez García
I. El 1o de enero de 1959 dio inicio una revolución en Cuba que iba a convertir a la isla en el primer Estado socialista del hemisfe- rio occidental. Este proceso histórico ha enfrentado a lo largo de los últimos sesenta años múltiples desafíos y peligros, pero hoy –a la altura del 2019– las transformaciones económicas, sociales y políticas que ha vivido el pueblo cubano muestran un saldo favorable en muchos aspectos. Esto ha convertido a la Mayor de las Antillas en una referencia para los pueblos que luchan por un mundo mejor en todo el planeta.
Por otro lado, la Revolución cubana no ha sido ciertamente un proceso exento de errores y rectificaciones necesarias, lo que ha evidenciado –como señalara el comandante Fidel Castro– que no hay recetas definitivas para la construcción socialista, especialmente luego de asistir a la amarga experiencia del derrumbe del socialismo en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y en Europa Oriental, acaecido treinta años atrás.
Sin embargo, frente a aquellos que se empeñan en describir el socialismo como un régimen fracasado y superado por la historia y valoran –consecuentemente– los resultados de la Revolución cubana como mínimos o inexistentes en lo social, cuestionables en lo político y negados absolutamente en lo económico, no lo- gran entender la vitalidad de un proceso revolucionario que –a lo largo de seis décadas– persiste en la lucha por alcanzar los obje- tivos de una vida mejor para su pueblo, más allá de desaciertos y dificultades.
Precisamente en el aspecto económico es donde se producen los mayores cuestionamientos al socialismo cubano y donde –no por casualidad– se intenta demostrar cómo a los países de América Latina les ha ido mucho mejor poniendo en práctica las recetas del capitalismo y alineándose con la política que hacia la región ha aplicado los Estados Unidos a lo largo de los años. 5
Este breve ensayo tiene como objetivo arrojar luz sobre el desempeño de la economía cubana y de sus correlatos sociales en los últimos sesenta años, en comparación con América Latina. Parte de la consideración preliminar de un conjunto de indicadores que permiten una valoración más precisa de lo ocurrido, toman- do en cuenta, también, algunas de las circunstancias específicas que han rodeado la evolución del proceso revolucionario cubano.
1 Una valoración en tal sentido puede verse en Mesa Lago (2002) y Vidal (2017). Desde otro punto de vista, puede verse la comparación del proceso cubano con lo acaecido en la transición al capitalismo de los antiguos países socialistas europeos. Véase Morris (2014).
No se trata pues, de un trabajo que cubra todos los acontecimientos que nutren la historia económica de América Latina o de Cuba durante sesenta años, sino de un recorrido a lo largo de la información disponible –como notas preliminares– para marcar diferencias y convergencias que contribuyan al objetivo señalado anteriormente y a avanzar en estudios de mayor calado en un futuro.
En toda comparación, como es de esperar, al examinar las estadísticas disponibles existen dificultades por las diferencias en la metodología para la medición de los hechos económicos, la diversidad de las fuentes utilizadas y los distintos puntos de partida para el análisis de los diferentes autores. No obstante, es posible identificar tendencias que permitan elaborar interpretaciones aceptables de lo ocurrido a lo largo de estos años si se valoran las distintas series de estadísticas macroeconómicas y sociales disponibles.
Con el objetivo de mitigar las dificultades señaladas, el autor ha considerado como fuentes fundamentales de la información –en lo referido a América Latina– a los trabajos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)6 y al análisis contenido en el libro de Luis Bértola y José Antonio Ocampo sobre el desarrollo económico de América Latina. En el caso de Cuba, se han tomado los trabajos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), así como otros estudios realizados por el autor.
2 Básicamente se trata aquí de CEPALSTAT (2019), CEPAL (varios años) y CEPAL (2000).
II. Al iniciar el análisis es preciso establecer algunas premisas. En este sentido, un primer elemento a considerar es la diferente interpretación del concepto de desarrollo que ha estado debatiéndose en los últimos sesenta años. Es así que, desde los inicios de la lucha por un futuro mejor, en el pensamiento revolucionario cubano siempre han estado unidos el desarrollo económico y el desarrollo social, mientras que otros países interpretan el desarrollo básicamente como crecimiento económico, del cual supuestamente derivaría –como por un efecto derrame– el desarrollo social.
A los efectos de ordenar sintéticamente este análisis se han tomado en cuenta las diferentes etapas de la estrategia para el desarrollo económico y las transformaciones que esta ha sufrido en el caso de Cuba. En ese sentido, se pueden identificar los siguientes períodos:
1959-60. Surgimiento de la propiedad estatal como base para el proceso de desarrollo;
1961-63. La industrialización sustitutiva de importaciones como estrategia de desarrollo;
1964-75. La creación de condiciones para la industrialización a partir del pivote agropecuario;
1976-89. La industrialización en el marco de la División Internacional Socialista del Trabajo presente en el Consejo Mutuo de Ayuda Económica (CAME);
1990-2009. La resistencia frente a la crisis del Período Especial y la reinserción de la economía bajo las nuevas condiciones de la economía internacional; y
2009-18. La creación de condiciones para un desarrollo so cialista sostenible.
En todo este proceso el factor externo siempre desempeñó y desempeña aún un papel esencial en la evolución económica de Cuba, a partir de la insuficiencia del ahorro interno para alcanzar la tasa de inversión indispensable en cualquier proceso de desarrollo. En el caso de Cuba, ese proceso debió afrontar, además y al mismo tiempo, la necesidad de disponer de un cuantioso volumen de recursos para la mitigación de la enorme deuda social acumulada.
En tal sentido, cabe destacar que durante los primeros treinta años de Revolución, el financiamiento externo fue provisto en condiciones favorables por los antiguos países socialistas; en particular, por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
No obstante, en torno a las relaciones económicas de Cuba con los países socialistas y –en especial con la extinta URSS– se ha querido presentar a Cuba como una economía completamente subsidiada por un valor de 39 390 millones de dólares, con una ayuda total de 65 119 millones (Mesa Lago, 2002: 376).
Sin embargo, estas valoraciones pasan por alto –en primer lugar– que la URSS también se benefició con el costo de oportunidad favorable que suponía pagar el azúcar a Cuba por encima del precio del mercado mundial, pero también por debajo de su costo de producción interno, fenómeno que también se daba con el níquel y los cítricos. De tal modo que ya a finales de los años ochenta, el costo de oportunidad de las mercancías cubanas exportadas a la URSS se ubicaba entre 2 000 y 2 500 millones de dólares por año (Rodríguez, 2011: 127).
Por otra parte, distintos analistas consideraron los acuerdos de estabilización de precios establecidos entre Cuba y la URSS en 1976 para evitar que se ampliara la brecha del intercambio desigual como una particularidad exclusiva de Cuba, buscando resaltar así su dependencia externa. En realidad, estos acuerdos formaron parte de unas relaciones comerciales más justas que las que muchos países subdesarrollados obtuvieron en su lucha por condiciones mejores para el desarrollo respecto de las economías dominantes en aquellos años, en el contexto de la lucha por un Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI).
Cabe apuntar que ese enfoque resaltante de la presunta dependencia externa de la economía cubana se ha aplicado igualmente para examinar a partir del año 2004 las relaciones económicas con Venezuela, donde también se pasa por alto el costo de oportunidad de todos los programas sociales apoyados por Cuba, frente a los gastos que hubiera supuesto su implementación bajo las condiciones de una economía de mercado en Venezuela (Morales, 2018).
A este tema volveremos después, pero ahora hay que recordar que, con la desaparición de los países socialistas en Europa, la economía cubana entró a partir de 1990 en una crisis bautizada como Período Especial en Tiempos de Paz, que produjo un enorme impacto negativo en lo económico y en lo social. La estrategia de sobrevivencia frente a esa crisis se planteó resistir sus consecuencias al menor costo social posible y reinsertarse en la economía internacional bajo las nuevas condiciones que emergieron entonces, contando para ello con el consenso político indispensable en el seno de la sociedad cubana frente a los costos que hubo que asumir.
Tal estrategia implicó cambios sustanciales en la política comercial externa y la apertura a la inversión extranjera directa y, al mismo tiempo, conllevó la segmentación del sistema monetario-financiero interno para gestionar y redistribuir los escasos niveles de divisas a los que el país pudo acceder, junto a un reconocimiento parcial del papel del mercado en una economía socialista. Todo ello en medio de nuevas contradicciones que supuso el proceso de ajuste del modelo socialista y teniendo que enfrentar el fortalecimiento del bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos contra Cuba.
De esta manera, solo en el 2004 se logró recuperar el nivel de PIB de 1989; las tensiones financieras externas, sin embargo, llevaron nuevamente a la necesidad de una reforma económica profunda, que se inició en el 2011 con el propósito de crear las condiciones de un desarrollo económica y socialmente sustentable median- te la transformación estructural indispensable de la economía nacional.
El proceso de actualización o reforma del modelo económico socialista cubano iniciado entonces conllevó y conlleva transformaciones muy complejas, en un contexto en el que se profundizó aún más el bloqueo económico de Estados Unidos, que comenzó en 1962 y todavía se mantiene. De este modo, la guerra económica librada por ese país contra Cuba hasta 2018 le ha costado al país pérdidas por casi 134 500 millones de dólares a precios corrientes (MINREX, 2018), cifra que presumiblemente crecerá con las nuevas medidas aplicadas desde junio de 2017 por la administración de Donald Trump, por lo que se estima que su impacto ascenderá en el 2019 a aproximadamente 138 000 millones de dólares.
Para que se tenga una idea más precisa de las consecuencias del bloqueo sobre el desarrollo económico-social de Cuba, basta decir que se ha calculado que su eliminación produciría un incremento del 2% del PIB anualmente.
Por otro lado, y tomando como base la magnífica obra de Bértola y Ocampo antes referenciada, las estrategias de desarrollo impulsadas en América Latina a partir de 1929 pueden caracterizarse de la forma siguiente:
Desde la década de los años treinta hasta los años ochenta del pasado siglo. Se llevó a cabo una estrategia dirigida por el Estado, orientada, por un lado, a la industrialización sustitutiva de importaciones y, por otro, al incremento de las exportaciones industriales en los marcos de la División Internacional Capitalista del Trabajo.
La reorientación hacia el mercado desde la crisis de la deuda externa de los años ochenta. Estuvo caracterizada por la aplicación generalizada del modelo neoliberal.
La revalorización del papel del Estado en el proceso de desarrollo. Se produjo en un grupo de países entre 1999 y 2014.
Y, más recientemente –según criterio del autor de este escrito–, habría que abrir otro periodo caracterizado por la derechización de los procesos políticos, la ofensiva de Estados Unidos en la región y el relanzamiento del modelo neoliberal.
Por consiguiente, la aplicación de las estrategias y políticas económicas antes resumidas, condujo a resultados diversos, tanto en el caso de Cuba, como en la evolución de América Latina. A los efectos de su valoración, en las próximas páginas se examinará primeramente una selección de indicadores macroeconómicos básicos, para pasar posteriormente al análisis de las diferentes repercusiones sociales de las medidas adoptadas.
III. Tal análisis comparativo se iniciará desde el período 1959-89, tomando como base un grupo de indicadores macroeconómicos fundamentales y utilizando la periodización empleada para el estudio del proceso de desarrollo económico-social en Cuba.
Lo primero que se observa es que hay una notable coincidencia entre los ritmos totales de crecimiento entre Cuba y América Latina para este período. No obstante, otro cálculo basado en datos de Santamaría (2005), da un crecimiento de 3% para Cuba; mientras que Ferrán (2018), al igual que Echeverría y Mok (2018) coinciden en el 4,6%.
Por su parte, otro cálculo del autor de este escrito –basado en el Producto Material Total– refleja un crecimiento del 4,3% anual promedio entre 1959 y 1988. Según este cálculo, la producción agropecuaria creció 2,5% promedio anual, la industria 4,5% y las construcciones 7,4% (Rodríguez, 1990: 280). En todo caso, se trata de ritmos de crecimiento notables para la economía cubana, en un período en el cual ya el bloqueo representaba pérdidas anuales por 1 000 millones de dólares.
.No obstante, cabe apuntar que para Cuba las tasas de crecimiento tuvieron una notable fluctuación durante el período analizado. En efecto, el crecimiento medio anual entre 1958 y 1970 fue 2,6%; de 1971 a 1980 se obtuvieron los mejores resultados con un incremento del 6,9%; mientras que entre 1981 y 1989 la tasa de cre- cimiento promedio descendió a 2,7%.
Cabe recordar que, en este último período, la crisis de la deuda externa afectó fuertemente a las economías latinoamericanas. Estas solo crecieron 1,5% como promedio anual entre 1981 y 1989, mientras que Cuba también se vio obligada a renegociar el pago de la deuda en moneda convertible en condiciones mínimamente aceptables entre 1982 y 1986.
Sin embargo, en ese año el Club de París quiso imponer un ajuste de corte neoliberal que, a diferencia del resto de los países de América Latina, Cuba no aceptó.Y, junto a ello, en ese período, a partir de una decisión unilateral de la URSS, cesó la indexación de precios del comercio exterior de Cuba con ese país, que se había mantenido en los años precedentes (Rodríguez, 1990 y 2011; BNC, 1982 y 1987). La conjunción de ambos factores dio como resultado que la economía cubana creciera solo 0,5% como promedio de 1985 a 1989.
A partir de los datos indicados en la Tabla 1, también puede destacarse que hay bastante semejanza en la estructura del PIB al inicio del período, pero la cifra de la industria y la tasa de inversiones o de formación del capital fijo en América Latina en 1989 ya fue superior a la de Cuba.
El país comenzó, a partir de 1990, una profunda crisis producto, primero, del deterioro y, después, de la desaparición de las relaciones económicas preferenciales que hasta entonces había mantenido con los países socialistas europeos y, en especial, con la URSS. Esa crisis –como ya se indicó, denominada en Cuba Período Especial en Tiempos de Paz– puso en riesgo la existencia misma del proceso revolucionario al registrarse, entre 1989 y 1993, un descenso del PIB del 34,8%; la caída del 61,8% en las inversiones y del 33,7% en la productividad del trabajo.
A ello se añadió –como coinciden en indicar la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE, 2002, 2008) y el Banco Nacional de Cuba (BNC, 1995), al igual que varios autores foráneos (Echevarría y Mok, 2018; Brundenius, 2009)– una reducción del 75,3% de las importaciones y del 78,6% en las exportaciones, así como el incremento de la inflación reflejada en la elevación del déficit fiscal al 33% y de la liquidez en manos de la población al 66%, ambas cifras referidas al PIB.
Como se apuntó anteriormente, la estrategia para enfrentar las consecuencias de la situación creada se basó en resistir los impactos de la crisis al menor costo social posible, así como en reinsertar la economía cubana en las nuevas condiciones de la economía internacional, todo ello contando con el pueblo para lograr el consenso político indispensable. Ello permitiría –a partir de los esfuerzos propios y sin ayuda externa– iniciar el proceso de recuperación económica y social.
Se adoptaron así entre 1993 y 1994 un conjunto de decisiones para garantizar la supervivencia del país y crear condiciones con vistas a emprender nuevamente la senda del desarrollo. Las medidas adoptadas conllevaron el reconocimiento del sector privado y cooperativo, así como del mercado, en la recuperación económica; la apertura a la inversión extranjera directa; el cambio en la estructura de la gestión del sector agropecuario a favor del sector cooperativo; la conversión del turismo en el principal generador de ingresos del país y, entre las decisiones de mayor significación, la adopción de un programa de saneamiento financiero interno que incluyó la dolarización parcial de la economía.
Gracias a la capacidad de resistencia del pueblo, comprometido mayoritariamente con los objetivos del proyecto revolucionario, y a las medidas adoptadas, se logró recuperar en el 2004 el mismo nivel del PIB de 1989, alcanzando la economía un crecimiento medio anual del 5% entre 1994 y 2009.
No obstante, y a pesar del avance logrado especialmente a partir del año 2005, la economía no logró recuperar su capacidad de invertir y el consumo continuó enfrentando serias restricciones.
Por su parte, y como se podrá ver en la Tabla 2, durante este período las economías latinoamericanas crecieron a un ritmo anual promedio del 3%, pero se vieron compulsadas a aplicar las recetas de ajuste del FMI con sus programas de corte neoliberal y sus nefastas consecuencias sociales. En este sentido cabe apuntar que, a partir de 1999 (año en que se iniciaron un grupo de transformaciones revolucionarias en Venezuela), esas tendencias se vieron parcialmente revertidas por un grupo de países latinoamericanos gobernados por diversas fuerzas de izquierda y progresistas, cuales siguen siendo los casos de Bolivia, Nicaragua y Uruguay y fueron los de Argentina (hasta el 2015) y de Brasil y Ecuador (hasta el 2016). De forma general, todos esos Gobiernos revalorizaron nuevamente el papel del Estado en la economía, con resultados destacables, especialmente, con los avances sociales que alcanzaron.
En ese contexto, y cuando en el 2009 se cumplieron los cincuenta años de la Revolución cubana, resultaron de interés las consideraciones del economista sueco Claes Brundenius sobre el desarrollo alcanzado por Cuba desde una perspectiva latinoamericana. Este especialista comparó el PIB por habitante en términos de poder de compra paritario (PPP) en tres momentos diferentes con los siguientes resultados: en 1958, Cuba mostraba un PIB per cápita de 4 010 dólares, ocupando el 8º lugar entre los países de América Latina; en 1985, esta cifra se elevó a 7 141 dólares, ocupando el 5º lugar; en tanto que en el 2007 –luego de la crisis de los años noventa– Cuba bajó al 11º lugar, con un PIB por habitante de 7 195 dólares.
A partir de estos datos Brundenius concluye que “Hasta 1985, la evolución del crecimiento económico de Cuba puede ser considerado como relativamente exitosa, al menos en el contexto latinoamericano” (2009), apreciación que contrasta con las evaluaciones negativas para ese período de otros autores como Carmelo Mesa Lago (2009), Jorge Pérez López (2009) y Archibald Ritter (2015).
Como pudo apreciarse en la Tabla 2, la deformación estructural de la economía cubana no pudo ser superada, apoyándose el crecimiento en un incremento muy fuerte de los servicios –básicamente turismo y exportación de servicios ofrecidos por fuerza de trabajo calificada–, que no lograron un encadenamiento favorable con los sectores primarios ni con la industria. Esto se conectó con una baja tasa de inversión y la concentración de esta (en un 37%) en la infraestructura, la inversión inmobiliaria y el turismo.
A partir de 2009 se inició en Cuba una profunda transformación de la política económica, conocida como Proceso de actualización del modelo socialista, con el objetivo de crear condiciones para un desarrollo sostenible. Las medidas a adoptar se sintetizaron en los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, aprobados –luego de la discusión masiva por la población– en abril de 2011 con un período de vigencia hasta 2016. Los objetivos a corto plazo de la nueva política trazada se referían a lograr un mayor equilibrio en la balanza de pagos, eliminar los obstáculos para el incremento de la productividad y desarrollar la infraestructu- ra (PCC, 2011). Con ese fin se fijó una meta de crecimiento del 4,4% promedio anual durante cinco años, lográndose, como se verá en la Tabla 3, una tasa de 2,2% hasta el 2017.
El limitado desempeño económico de Cuba a partir de 2009 se vincula al costo del programa de transformaciones –que supuso eliminar en lo fundamental la deuda vencida y no pagada, renegociando su liquidación– unido a una compleja coyuntura internacional que limitó el crecimiento de la economía, en medio de un incremento del costo del bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos.
En la Tabla 4 se podrá observar el elevado saldo comercial negativo de Cuba en 1989, que se transformó en positivo a partir del año 2005 gracias a la exportación de servicios por parte de fuerza de trabajo calificada y al turismo. También puede apreciarse el crecimiento de la deuda externa en el caso de Cuba y el bajo nivel de la Inversión Extranjera Directa (IED), así como el peso que tiene el servicio de la deuda, tanto en Cuba como en América Latina.
En relación a la deuda externa, en el caso de Cuba –aunque el peso de este indicador en el PIB no sobresale por encima de los promedios internacionales, América Latina incluida– se trata de una carga financiera mucho más compleja de manejar por las limitaciones que enfrenta Cuba al no contar con bancos que apoyen su gestión;7 en buena medida, a causa del férreo bloqueo de Estados Unidos.
En el contexto financiero internacional que se describe, las medidas a adoptar partían de atacar los puntos más sensibles y complejos para asegurar el desarrollo económico del país. Probablemente, sin embargo, se minusvalorasen las dificultades,pues –como ya se apuntó– el crecimiento real alcanzado fue solo de 2,2% entre 2009 y 2017.
3 En fecha reciente, Cuba se incorporó al Banco Centroamericano de Integración Económica.
No obstante, se logró renegociar la deuda pendiente de pago por una cifra estimada en 54 372 millones de dólares, de los cuales se obtuvo una cancelación del 82% del saldo a pagar. Esa operación demandó un estimado de 23 000 millones de dólares, lo que representó una fuerte erogación para la economía cubana, ya que el servicio de la deuda pasó del 3 al 12% del PIB entre 2009 y 2018.8
4 Estas cifras se basan en cálculos del autor de este escrito, a partir de informaciones oficiales y estimaciones de la Economist Intelligence Unit (EIU, 2019).
Cabe apuntar que este proceso fue impactado favorablemente por el inicio de la normalización de las relaciones con Estados Unidos que duró desde el 17 de diciembre de 2014 hasta fines de 2016. El proceso fue revertido por la administración de Donald Trump a partir de junio de 2017, la cual ha fortalecido la persecución financiera contra Cuba y reducido las relaciones entre los dos países a su nivel más bajo de los últimos diez años. En consecuencia, durante el período que va desde ese año hasta la actualidad se agudizaron las dificultades financieras, a las que se sumaron serias afectaciones climáticas,9 promediándose una tasa de crecimiento de solo 1,1% en esos tres años.
Por consiguiente, puede afirmarse que, en general, el crecimiento de la economía cubana entre 1989 y 2018 ha atravesado altas y bajas notables. Luego del agudo descenso de los primeros años del Período Especial (-34,8%), el crecimiento entre 1994 y el 2004 fue de 3,9%, en tanto que el incremento del PIB entre 2004 y 2009 llegó a un 7,2% promedio anual, descendiendo nuevamente a 2,2% hasta el 2017.
En el caso de América Latina y el Caribe, durante los últimos siete años el crecimiento fue 2,5% promedio anual, lo que supera ligeramente el ritmo de incremento del PIB de 1,9% que se obtuvo en el período 2000/2009, habiendo enfrentado tres años en los que la economía decreció (2009, 2015 y 2016), y con un crecimiento de solo 0,5% promedio anual de 2014 a 2018. Por otro lado, la tasa de inversión ha tendido a reducirse, con una marcada disminución de la IED (inversión extranjera directa), que bajó un 14,8% entre el 2012 y el 2016. De tal modo que el crecimiento de Cuba en relación a América Latina y el Caribe podría resumirse como se indica en la Tabla 5.
5 En 2017 azotó buena parte del país el huracán Irma, que causó pérdidas superiores a los 13 mil millones de dólares.
En la Tabla 5 puede apreciarse que hay una caída de los ritmos de crecimiento después de 1989 en ambos casos, y una ligera recuperación posterior, a un ritmo ligeramente superior en América Latina desde 1989. No obstante, como se verá en la Tabla 6, si se comparan los crecimientos sectoriales básicos de América Latina y Cuba en los años que van de 1980 a 2008, puede observarse que, durante la década de los años ochenta, los ritmos de crecimiento alcanzados por Cuba se acercaron o incluso superaron a los de América Latina, situación que se revierte a partir de la crisis del Período Especial, excepto en el sector de los servicios. En resumen, el crecimiento estimado de la economía cubana entre 1958- 2018 fue de 3,1 %.
IV. A pesar de todo lo antes dicho, el desempeño social de Cuba en relación a América Latina muestra notables diferencias a partir de 1959, lo que se expresa en un conjunto de indicadores expuestos en la Tabla 7. Al respecto, cabe apuntar que no en todos los casos se pudo captar la información pertinente para el año objeto de análisis en el caso de América Latina, por lo que en dicha tabla se refleja la información disponible más apropiada para la comparación.
Un primer elemento a valorar es el Índice de Desarrollo Humano (IDH), calculado por el PNUD a partir de 1990.10 En el caso de Cuba, ese índice mostraba un valor de 0,676 en 1990 y de 0,777 en 2017, lo que representa un incremento del 15%; en América Latina y el Caribe, mientras tanto, el índice pasó de 0,626 a 0,758, aumentando un 21%. Aunque en términos absolutos el IDH de Cuba supera al de la región, en términos relativos ha crecido a un menor ritmo en 27 años a causa, fundamentalmente, de los efectos sobre la velocidad de crecimiento durante los años noventa, producto de la crisis que tipificó el ya mencionado Período Especial en Tiempos de Paz.
6 Este índice toma en cuenta la esperanza de vida al nacer, el nivel de escolaridad de la población y el Ingreso Nacional Bruto por habitante.
Partiendo del concepto de desarrollo puesto en práctica por la Revolución cubana, el avance social ha recibido una atención priorizada en los últimos sesenta años, lo cual refleja claramen- te en qué medida el crecimiento económico ha repercutido en el desarrollo de los individuos en la sociedad a partir de una política conscientemente dirigida a ese objetivo.
Así, el salario como fuente fundamental de ingresos de la población representaba hasta los años ochenta del pasado siglo más del 80% de esos ingresos, en tanto que en años recientes esta proporción ha descendido a alrededor del 46%. No obstante, el salario medio creció casi 6 veces entre 1962 y 2017, estimándose que durante estos años mantuvo un incremento también el salario real. A partir de 1989 y hasta el 2017, sin embargo, se estima que el salario real bajó aproximadamente un 11%.11 No obstante, el ritmo de incremento del salario real en Cuba a partir del año 2000 fue de 2,5 veces, mientras que el máximo crecimiento registrado para países de América Latina en ese período fue de 19,5%.
Otro elemento que ha ganado importancia en el análisis de los ingresos de la población cubana en los últimos veinte años han sido las remesas recibidas del exterior, las que –según estimados–12 pasaron de 537 millones de dólares en 1995 a alrededor de 3 000 millones en 2017, lo que representa un crecimiento de 5,6 veces. Esta tendencia también se presenta en América Latina, donde las remesas alcanzaron los 86 100 millones de dólares en 2018 frente a 22 000 millones de 2011 (un crecimiento de casi cuatro veces).
7 Estimado por el autor, basado en el Índice de Precios al Consumidor (IPC) de 1989 a 2017 en Pesos cubanos no convertibles (CUP).
8 No existen cifras oficiales al respecto y las transferencias continúan teniendo un peso de aproximadamente 50% de persona a persona. Los estimados del autor se basan en ONE (varios años) y ONEI (varios años), así como en Ferrán, 1993.
En términos de la distribución del ingreso, Cuba mejoró el valor del índice GINI de 0,55 antes de 1959 a 0,22 a finales de los años ochenta, situación muy favorable en relación a la región. Sin embargo, a partir de la crisis de los años noventa, este indicador se deterioró, acercándose a los valores promedios de la región en años recientes, producto de los costos que fue preciso asumir para enfrentar el Período Especial.
También se destaca a favor de Cuba el bajo nivel de desempleo que se registra frente a América Latina. Otro problema relacionado con el empleo es el envejecimiento de la pobla- ción, ya que en el caso de Cuba algo más del 20% es mayor de sesenta años, tendencia que se mantendrá en el futuro pre- visible. Igualmente, en América Latina se observa un incremento del envejecimiento poblacional, pero en 2015 solo el 11,2% de la población superaba los sesenta años de edad, por lo que la región cuenta aún con un bono demográfico que en Cuba no existe.
En el terreno de la educación la situación de Cuba se diferencia marcadamente de América Latina, especialmente en lo referido en los niveles medios de calificación de la población y de los trabajadores con nivel universitario, lo que se apoya en una propor- ción de gastos públicos 3,4 puntos porcentuales superior a la de las erogaciones públicas de América Latina. No obstante, el nivel de matriculación en el nivel superior de educación refleja un au- mento en América Latina y una disminución en el caso cubano. Esto último está asociado a una racionalización de la matrícula en los estudios superiores a favor de carreras técnicas y de cien- cias básicas.
El otro sector que presenta un saldo muy favorable para Cuba es el de la salud, con indicadores propios de países desarrolla- dos, que se han sostenido aun en momentos de serias dificultades económicas gracias a una política social muy consolidada que se apoya en un gasto público 7,5 puntos porcentuales por encima de la proporción que se dedica a cubrir las ne- cesidades de salud de los demás países de América Latina. Adicionalmente, la esperanza de vida en Cuba supera en 3,45 años a la de la región; el país cuenta con una proporción de habitantes por médico más favorable que la de América Latina (con una diferencia de 379 personas por médico), y su tasa de mortalidad infantil es inferior en 11,1 puntos porcentuales a la de esa región.
Un indicador sintético que refleja situaciones complejas y con múltiples factores incidentes es el índice de pobreza. En este sentido hay que diferenciar el alcance de esa categoría en el caso de Cuba, ya que esta se ajusta más a “población en riesgo” o que sufre “pobreza de ingresos”, a diferencia de la pobreza multidimensional de los países de menor desarrollo. En tal sentido, la población en Cuba recibe gratuitamente servicios básicos (educación, salud, seguridad y asistencia social) o a precios subsidiados (parte de la alimentación básica, medicamen- tos, transporte público) y también goza de tarifas preferenciales en servicios vitales de electricidad, telefonía, agua potable y sa- neamiento, entre otros.
No obstante, la crisis del Período Especial –no superada completamente aún– impuso costos que se reflejan en los proble- mas más sentidos por la población. Así –según datos de diversas encuestas (Álvarez y Mattar, 2004; Anaya y García, 2018; CIEM, 2003 y Colectivo de Autores, 2015)– los asuntos que más preocupan a la población del país desde principios de este siglo han sido, de acuerdo a su peso relativo, los insuficientes ingresos para cubrir todas las necesidades (27%), la insuficiencia de la alimentación (23%), el deterioro de las viviendas (16%) y la falta de transporte (16%).
Sin embargo, a pesar de estas dificultades, los índices de población en riesgo son proporcionalmente inferiores en al menos 10,7 puntos porcentuales a las cifras de pobreza que se registran en América Latina en años recientes.
Por último, un indicador de la calidad de vida es el índice de homicidios por 100 mil habitantes, donde Cuba ocupa el segundo lugar entre las sociedades más seguras de esa región, solo precedida por Uruguay.
Un elemento que no sería justo pasar por alto en estas comparaciones es el de cómo –en medio de las dificultades que ha enfrentado la economía cubana a lo largo de sesenta años– el país ha sabido compartir solidariamente sus recursos humanos y materiales para ayudar a resolver los graves problemas sociales que aquejan al mundo subdesarrollado, especialmente en el terreno de la salud y prioritariamente en América Latina y el Caribe.
Según datos del Ministerio de Salud Pública de Cuba (MINSAP), la cooperación cubana en el terreno de la salud entre 1963 y 2018 abarcó a 407 419 colaboradores que brindaron 1 775 000 consultas y salvaron 6 428 000 vidas en 124 países del mundo. Adicionalmente, en Cuba se formaron más de 29 000 médicos de 105 países. Solamente al cierre de 2018 había 36 000 colaboradores cubanos brindado servicios de salud en 66 países.
Por otro lado, en un estudio publicado el pasado año se dio a conocer que el valor estimado de la cooperación civil cubana entre 1999 y 2015 ascendió a 71 500 millones de dólares, equivalentes al 6,6% del PIB (Montes, 2018; Kirk, 2016), cifra muy superior al 0,7% del PIB que se ha planteado como meta para la Ayuda Oficial al Desarrollo y que solo han cumplido, además, un peque- ño grupo de países y en una cuantía muy inferior a las cifras al- canzadas por Cuba.
Cabe añadir que gracias a la cooperación militar cubana solo entre 1975 y 1989, más de 300 mil combatientes lucharon por la liberación de pueblos africanos, contribuyendo decisivamente a la independencia de Angola y a la liberación de Namibia, así como a la eliminación del apartheid en Sudáfrica (Gleijeses, 2004 y 2005).
V. Tal y como se expuso al inicio de este trabajo, el objetivo del presente no ha sido agotar todos los elementos de la rica historia de la Revolución cubana a través de su desarrollo económico y social al compararlo con el de América Latina en los últimos sesenta años. Incluso, hay que admitir que se requiere una visión más refinada de las estadísticas que es preciso reconstruir para lograr un análisis de mayor rigor.
No obstante, se ha tratado de avanzar una valoración que permita entender mejor en qué aspectos y en qué magnitud el proceso de desarrollo socioeconómico de Cuba se compara con la región latinoamericana. Algunos elementos resultan clave en esta valoración.
Por un lado, contrasta la interpretación económica y social del desarrollo asumida por los revolucionarios cubanos frente a la concepción determinista y estrecha de que el desarrollo social debe estar condicionado por el crecimiento económico: visión que, de una u otra forma, ha estado presente en la forma que han evolucionado la mayoría de los países de la región.
Si se hubiera actuado de acuerdo a esta última premisa, hoy Cuba no contaría con recursos humanos saludables y altamente calificados, capaces de llevar a cabo la transformación de la estructura económica de un país subdesarrollado para poder avanzar en la época de la revolución científico técnica.
Por otro lado, un proceso de desarrollo económico y social supone un elevado nivel de complejidad, lo que hace prácticamente imposible que no se cometan errores tácticos y se asuman riesgos estratégicos para alcanzar el desarrollo. Si a eso se suma la guerra económica desatada por la mayor potencia mundial contra un pequeño país al que no se ha podido derrotar, entonces debe valorarse el enorme mérito del pueblo cubano y de su dirección, no solo de resistir todo tipo de agresiones (incluida la invasión militar de 1961), sino también de apreciar en su justo valor lo que se ha logrado, más allá de deficiencias y errores que se hayan podido cometer y que la propia dirección revolucionaria ha tenido siempre el valor de reconocer, empezando por el propio Comandante en Jefe Fidel Castro, a lo largo de toda su fructífera y ejemplar existencia.
Adicionalmente, habría que añadir los conceptos de aquellos que, al margen de la historia real del desarrollo mundial, critican la dependencia de recursos externos ante la incapacidad de generar el indispensable nivel de ahorro interno para las inversiones que conlleva transformar productiva y socialmente un país. Como ya se indicó al comienzo de este escrito, se habla de la dependencia de Cuba respecto de la URSS en los años ochenta y de su sujeción a los recursos de Venezuela en etapas más recientes para tratar de justificar conceptos tales como los de “economía subsidiada” o “colonizada”, ignorando un nuevo tipo de relaciones más justas y solidarias que existieron en esos casos, sin dejar de apreciar también los aportes que Cuba pudo brindar a sus contrapartes.
Además, se nos habla como si el desarrollo del capitalismo hubiera brindado otra solución para acceder a los recursos externos que se demandaron para su desarrollo, ocultando que ese modo de producción no habría sido posible sin el sangriento proceso de acumulación originaria y de explotación colonial y neocolonial presente no solo en la vieja Europa, sino también en el devenir de las trece colonias norteamericanas, con sus guerras de conquista contra la población originaria primero, y contra Estados vecinos como México, después.
La realidad es que Cuba ni ha explotado ni ha agredido a nadie en toda su historia revolucionaria. En cambio, sí ha ayudado solidariamente a otros pueblos más necesitados, compartiendo no lo que le sobra, sino lo que tiene, a partir del esfuerzo y el sacrificio de sus hijos. Ignorar estas realidades lleva a juicios casi siempre desafortunados y falsos, cuando no a interpretaciones interesadas en demostrar a toda costa que únicamente hay futuro si se asume el capitalismo como sistema.
La Revolución cubana no lo ha logrado todo lo que se ha propuesto y tiene importantes desafíos que enfrentar. Pero nuestro pueblo vive convencido de que no hay futuro digno ni promisorio fuera del socialismo, y cuenta para ello con sus virtudes y, como dijo un insigne poeta, “con toda la gloria que se ha vivido”.
La Habana, junio de 2019.
Referencias
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Fuente de este ensayo: Cuba en Revolución. Miradas en torno a su sesenta aniversario. CLACSO
Todo lo contado esta muy bien, pero donde están los ejemplos concretos de desarrollo, nivel de vida y prosperidad del pueblo cubano.
ResponderEliminarQue hay un programa de desarrollo, si lo hay.
Que se pretende incrementar los resultados de la economía, si es un objetivo.
Por eso y por frases muy entusiastas millones de personas apoyamos la revolución donde nacimos y estuvimos dispuestos a dar nuestra vida.
Ahora toca a la dirección del país en el menor plazo posible hacer realidad objetiva ese desarrollo .
Hasta hoy concretamente no vemos salida alguna. No es pesimismo es falta de acción y acciones concretas en las que uno pueda decir cuando terminemos de aplicar esto en mi centro de trabajo la productividad aumentará, porque es lo todos aquí sabemos que se debió hacer desde hace mucho tiempo.
Es decir programas, proclamas y planes siempre existieron pero hasta hoy son frases vacías.
Rogelio Castro Muñiz