Resolver las urgencias es imprescindible, pero mirar un poco más allá y hacerlo con los anteojos adecuados es también impostergable.
Por Dr.C Juan Triana Cordoví, ONCuba
en Contrapesos
Se conoce la coyuntura como la articulación de un hueso con otro. Coyuntura también es una combinación de factores y circunstancias que caracterizan una situación en un momento determinado, y también es oportunidad favorable para algo. Una definición que nos aproxima un poco más al asunto de este artículo dice que coyuntura económica es la situación que atraviesa la economía de un país, una empresa o un sector económico concreto en un momento determinado.
Un análisis de coyuntura económica debe incluir una valoración y cuantificación pasada y presente de la realidad económica que es objeto de análisis, un diagnóstico de la realidad económica estudiada, la determinación de tendencias y predicciones y proyecciones de calidad. Todo lo anterior está al alcance de un clic en Google.
Lo que no está fácil de entender es cómo lo que debe ser un asunto de corto plazo se transforma en “estructural”; o sea, en situaciones que se repiten una y otra vez en el tiempo, en una especie de bucle que nos devuelve siempre la imagen igual y diferente a la vez y siempre más deformada. Ya son muchas las generaciones de cubanos que han vivido atrapados en ese bucle, independientemente del lugar donde se encuentren. Nuestra “coyuntura” es perpetua.
Salir de la coyuntura, resolver las urgencias, es imprescindible, pero mirar un poco más allá y hacerlo con los anteojos adecuados es también impostergable. De urgencias en urgencias se llega a cualquier destino.
Nuestra estrategia, aquella que fue discutida y aprobada hace ya casi ocho años, se encuentra atrapada en esa coyuntura “de largo plazo” que nos lleva de una a otra urgencia.
Ilustrémoslo. En aquella estrategia discutida y aprobada en 2016, entre las fortalezas identificadas, estuvieron las siguientes:
Capacidades potenciales de la economía cubana para lograr su desarrollo e inserción internacional competitiva, tales como:los recursos humanos formados por la Revolución, con un elevado nivel de instrucción general;posibilidades del desarrollo de servicios internacionales de salud y del turismo,de fuentes renovables de energía, de producciones agroindustriales, y el nivel alcanzado por la ciencia, la tecnología e innovación en determinados sectores y actividades generadoras de alto valor agregado.
Cinco años después, en 2021, durante la pandemia, enfrentando las medidas de la administración Trump y con un desempeño muy pobre de la economía nacional, esas fortalezas en el ámbito de la economía fueron actualizadas, quedando como sigue:Las capacidades potenciales y ventajas naturales del país, como su ubicación geográfica, posibles fuentes renovables de energía y recursos naturales de relevancia nacional o local.
Las extraordinarias capacidades creadas para la inserción internacional competitiva; en primer lugar, el potencial humano con elevados valores y niveles de instrucción.Importantes obras de infraestructura, industriales y agroindustriales a lo largo de todo el país, cuya imprescindible modernización es factible.Las posibilidades de continuar la ampliación y crecimiento de servicios internacionales de salud, turismo, educación y preparación deportiva, entre otros.El sistema de ciencia, tecnología e innovación y el nivel alcanzado en determinados sectores y actividades.
Quizás la primera de todas las preguntas sería: ¿Siguen siendo estas nuestras fortalezas?
Foto: Otmaro Rodríguez.
Es casi obvio de que, como casi todos los países, Cuba goza de ventajas naturales para desarrollar algún tipo de “negocio”. Están ahí. Son un regalo de la naturaleza, o de Dios, o de ambos, según le acomode a cada quien. Pero por ser ventajas naturales no se convierten automáticamente en fortalezas. Hay que hacer lo necesario para que se conviertan en fortalezas, de la misma forma que las fortalezas tampoco son por definición buenos negocios, hay que SABER CONVERTIRLAS en negocios exitosos y hay que DEJARLOS prosperar.
Quizás un ejemplo ilustra la idea: Cuba ha tenido y aún tiene condiciones/ventajas naturales para la producción de caña de azúcar (condiciones edafoclimáticas). Ello nos permitió, aprovechando la oportunidad que la Revolución Haitiana abrió en el siglo XIX, convertirnos en el principal exportador de azúcar del mundo. Para ello, usando esa ventaja natural, hubo que convertir la oportunidad en un buen negocio. Por cierto, se hizo bajo el dominio colonial de España, a pesar de las trabas que ese otro tipo de bloqueo generaba y con trabajo esclavo.
Hoy tenemos casi las mismas condiciones edafoclimáticas, les incorporamos una “cultura azucarera” que se nutre del saber hacer de decenas de miles de agricultores y obreros —explotados, es cierto— de esa industria y que, luego, con la Revolución, dieron un salto cualitativo con la incorporación de carreras universitarias e institutos de investigación dedicados a la agroindustria cañera. Sin embargo, hoy apenas producimos azúcar, apenas exportamos y, por el contrario, importamos azúcar. Aquella fortaleza de hace décadas ha dejado de serlo y no porque hayamos perdido la ventaja natural. Hoy la fortaleza se asemeja más a una debilidad.
Se pudiera hacer la misma historia con el turismo. Ya la Misión Truslow lo identificaba como un sector con enormes potencialidades. En los años cuarenta y cincuenta la ventaja natural de estar en el Caribe, muy cerca de Estados Unidos, lo convirtió en uno de los sectores más dinámicos de nuestra economía.
Luego, desde finales de los ochenta y durante un par de décadas, Cuba se convirtió en uno de los ocho destinos turísticos principales de las Américas. Una ventaja natural que aprovechó la oportunidad de una industria en expansión y se convirtió en una fortaleza de nuestra economía, por los ingresos que generaba, por el empleo que creó y por los encadenamientos que, a pesar de políticas erróneas, logró crear. Hoy también cuesta verlo como una fortaleza.
Ahora, vayamos al otro extremo. Es indiscutible que el “potencial humano” del cual Cuba ha dispuesto en los últimos sesenta años en una ventaja competitiva creada desde una estrategia que, desde sus inicios, identificó la creación de una fuerza de trabajo de alta calificación como una necesidad del desarrollo. No fue producto de ninguna ventaja natural. Fue una ventaja “construida” conscientemente por la Revolución y su política social. Hemos repetido en todas las estrategias que esos recursos humanos con alta calificación son una de las fortalezas para dinamizar la economía.
Cristo de La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez
Sin embargo, convendría preguntarse si esa “ventaja adquirida”, en la cual se han invertido miles de millones de pesos y dólares durante décadas, ha generado los niveles de productividad y eficiencia correspondiente a ese nivel de calificación.
Hoy, cuando nuestro país padece de un vaciamiento poblacional muy costoso que incluso para algunos —y me incluyo— compromete estratégicamente el futuro, esa fuerza de trabajo de alta calificación tampoco logra convertirse en la fortaleza que nuestro país necesita, porque falta lo que la complementa: incentivos adecuados y un ambiente de negocios que impulse a las empresas que emplean dicha fuerza de trabajo a innovar.
Mirar más allá de la coyuntura es un ejercicio que requiere desmitificar lo que entendemos como fortalezas, identificar nuevas, si las hubiera, diseñar políticas efectivas que permitan aprovecharlas con beneficios para el país, independientemente de cuáles sean los agentes/actores que lo hagan y, sobre todo, se necesita articular esos diferentes actores en torno a esas políticas de forma coherente.
Hoy pareciera que la “coyuntura”, esta vez entendida como articulación de dos o más partes de una estructura, padece de artritis avanzada. Parafraseando a Roque Dalton, quizás necesitemos una pastilla de condroitín con glucosamine del tamaño del Sol para que alcance la flexibilidad necesaria. En estos años, diagnósticos, recetas y métodos no han faltado, solo hay que tomarse la medicina, aunque sea amarga y tenga efectos secundarios no deseados.
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