Nouriel Roubini, a professor at NYU’s Stern School of Business and CEO of Roubini Macro Associates, was Senior Economist for International Affairs in the White House's Council of Economic Advisers during the Clinton Administration. He has worked for the International Monetary Fund, the US Federal Reserve, and the World Bank.
Project Syndicate, NUEVA YORK – La derrota de la populista de derecha Marine Le Pen a manos de Emmanuel Macron en la elección presidencial francesa da un respiro a la Unión Europea y al euro, pero todavía abundan riesgos geopolíticos. La victoria de Macron no aquietará la reacción populista antiglobalizadora en Occidente, que todavía puede generar proteccionismo, guerras comerciales y fuertes restricciones migratorias. Si las fuerzas desintegradoras se asientan, la salida del Reino Unido puede llevar a la ruptura futura de la UE, con o sin Macron.
Mientras tanto, Rusia mantiene una conducta agresiva en el Báltico, los Balcanes, Ucrania y Siria. En Medio Oriente todavía hay varios estados cuasifallidos, como Irak, Yemen, Libia y Líbano. Y las guerras por intermediarios entre la Arabia Saudita sunita y el Irán shiita no dan señales de estar cerca de un final.
En Asia, cualquier movida apresurada de Estados Unidos o Corea del Norte puede precipitar un conflicto militar en la península de Corea. Y China sigue promoviendo (y en algunos casos, escalando) disputas territoriales con sus vecinos.
Pese a estos riesgos geopolíticos, los mercados financieros globales no dejan de subir. Deberíamos preguntarnos si los inversores no estarán subestimando el potencial de que uno o más de estos conflictos se conviertan en una crisis más seria (y qué se necesita para despertarlos de su error, si así fuera).
La indiferencia de los mercados a los riesgos geopolíticos tiene muchas explicaciones. Para empezar, incluso aunque gran parte de Medio Oriente está en llamas, no hubo embargos ni cambios bruscos en la provisión de petróleo, y la revolución del gas de esquisto en Estados Unidos aumentó el suministro de energía a bajo costo. En conflictos previos en Medio Oriente (por ejemplo, la Guerra de Yom Kippur en 1973, la Revolución Islámica de Irán en 1979 y la invasión iraquí a Kuwait en 1990), las alteraciones del suministro de petróleo causaron estanflación global y profundas correcciones en las bolsas.
Una segunda explicación es que los inversores están extrapolando a partir de shocks anteriores, como los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando las autoridades lograron controlar la situación sosteniendo la economía y los mercados financieros con fuertes medidas fiscales y monetarias expansivas, que al revertir en cuestión de días o semanas la caída de las cotizaciones, la convirtieron en una oportunidad para la compra de activos.
En tercer lugar, los países que sí experimentaron perturbaciones bursátiles localizadas (como Rusia y Ucrania tras la anexión rusa de Crimea y la incursión en el este de Ucrania en 2014) no tienen suficiente peso económico para afectar a Estados Unidos o a los mercados financieros globales. E incluso si el RU fuera camino de un “Brexit duro”, sólo representa alrededor del 2% del PIB mundial.
Una cuarta explicación es que hasta ahora no se ha producido ninguna consecuencia extrema de las tensiones geopolíticas actuales. No ha habido un conflicto militar directo entre grandes potencias, ni un derrumbe de la UE o de la eurozona. Se han contenido en parte las políticas más radicales y populistas del presidente estadounidense Donald Trump. Y la economía china todavía no sufrió un aterrizaje forzoso (con la inestabilidad sociopolítica que eso supondría).
Además, a los mercados no les resulta fácil evaluar los llamados “cisnes negros”, acontecimientos improbables pero extremadamente costosos, de cuya posibilidad ni siquiera somos conscientes. Por ejemplo, el mercado no podía prever el 11-S; e incluso si los inversores pensaran que hoy es inevitable otro gran atentado terrorista, no pueden saber cuándo.
Una confrontación entre Estados Unidos y Corea del Norte también podría convertirse en un cisne negro, pero es una posibilidad que los mercados han descartado alegremente. Una de las razones es que más allá de las bravatas de Trump, Estados Unidos tiene muy pocas opciones militares realistas: Pyongyang cuenta con capacidad militar convencional para destruir Seúl y sus alrededores (donde vive casi la mitad de la población de Corea del Sur) en respuesta a un eventual ataque estadounidense. Tal vez los inversores supongan que incluso de haber un intercambio militar limitado, no escalaría hasta el grado de guerra total, y el golpe que supondría para la economía y los mercados financieros podría aliviarse mediante una política expansiva. En tal supuesto, lo mismo que con el 11‑S, la corrección inicial del mercado terminaría siendo una oportunidad de compra.
Pero hay otras alternativas imaginables, algunas de las cuales pueden convertirse en cisnes negros. Dados los riesgos asociados con la acción militar directa, se cree que para eliminar la amenaza nuclear norcoreana contra el territorio estadounidense, Washington está usando armas cibernéticas. Tal vez esto explique por qué tantas de las pruebas de misiles que hizo Corea del Norte en los últimos meses fallaron. ¿Pero cómo reaccionaría el régimen a verse militarmente decapitado?
Una respuesta posible es que Corea del Norte podría lanzar un ciberataque propio. Se estima que sus capacidades ciberbélicas están casi al nivel de las de Rusia y China (algo de lo que el mundo tuvo una primera comprobación en 2014 con el ataque a los sistemas de Sony Pictures). Un gran ciberataque norcoreano podría inutilizar o destruir partes de la infraestructura crítica de Estados Unidos, causando un inmenso daño económico y financiero. Es un riesgo que subsiste aun si Estados Unidos pudiera sabotear todo el sistema industrial de Corea del Norte y su infraestructura.
Ante un ataque inhabilitante contra el programa misilístico y el régimen, Corea del Norte también podría optar por el uso de tecnologías más sencillas, por ejemplo enviar una “bomba sucia” oculta en un barco con destino a los puertos de Los Ángeles o Nueva York. Un ataque de esta clase sería muy difícil de detectar o detener.
Así que aunque los inversores no se equivoquen al descartar el riesgo de un conflicto militar convencional entre Estados Unidos y Corea del Norte, es posible que estén subestimando la amenaza de un auténtico cisne negro, por ejemplo una ciberguerra disruptiva entre los dos países o un ataque con bombas sucias contra Estados Unidos.
¿Sería una escalada en la península de Corea una oportunidad para comprar aprovechando una caída súbita pero transitoria de precios, o marcaría el inicio de un derrumbe bursátil a gran escala? Es bien sabido que los mercados pueden evaluar los “riesgos” asociados con una distribución normal de acontecimientos estadísticamente estimable y medible. Pero no les resulta tan fácil controlar la “incertidumbre knightiana”: el riesgo que no puede calcularse en términos probabilísticos.
Traducción: Esteban Flamini
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