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Escuchó el anuncio del piloto de que habían aterrizado en La Habana, Cuba, a la hora indicada. Después salió del pasillo que lo llevaba del avión al edificio del aeropuerto José Martí y se extrañó de que fuera tan oscuro, luego de caminar unos trescientos pasos, llegó a una especie de agujero cuadrado de apenas dos metros de ancho, también bastante oscuro donde una pequeña escalera automática le permitió descender a donde se realizan los trámites migratorios, bastante rápidos por cierto y fue hacia los salones donde debía recoger su equipaje. Esta fue una experiencia casi surrealista.
Amaneció, no sabe bien cómo, en un pueblito bañado por el mar, de gente afable, con pequeños restaurantes de comidas poco sofisticadas pero sabrosas. Se paró frente al mar y algún paisano le explicó extendiendo la mano hacia el este por sobre el agua “que por allá había llegado Colón”. También le dijo que un tal Pichy, el de la película famosa, había estado allí la semana pasada en el Festival de Cine.
El pueblito le había hecho olvidar la oscuridad del pasillo del aeropuerto, la imposibilidad de comprar una botella de agua mientras esperaba su equipaje, la dificultad de encontrar donde sentarse mientras cumplía con una espera inexplicable. Las maravillas del pueblito lo compensaban todo.
El día 4 de mayo arribó el turista número 2 millones al país. Lejos están los días en que esa cifra se alcanzaba al final del tercer trimestre o en el cuarto. Arribó en la misma semana en que en la provincia de Holguín se realizaba FitCuba 2017. Arribó muchos días antes que el año pasado.
El turismo es quizás el sector –o uno de los sectores– que nos puede servir de estudio de caso y validar aquello de que políticas adecuadas generalmente producen efectos positivos para el sector y también para todo la economía. Y no es que todo marche sobre ruedas (sobre rieles imposible, el tren sigue sin pasar, en las alas de un avión, peor) pero lo cierto es que hoy podemos distinguir tres etapas muy claras en el desarrollo del turismo a partir de finales de los año 80 del siglo pasado, las tres asociadas a la percepción sobre el sector y a las políticas asociadas a esa percepción.
La primera marcó su despegue y responde a la percepción de que el turismo debía convertirse en una locomotora de la economía que compensara la perdida del mercado soviético del azúcar. La segunda sin duda corresponde a la primera década del siglo XXI, en que prosperó la percepción de que el turismo dejaba de ser importante para nuestra economía, y que los ingresos percibidos de otro sector bastarían para nuestras necesidades de desarrollo –casi dejamos de la mano de algún dios los destinos del sector. Y esta tercera etapa, donde nuevamente hemos retomado la percepción de que el turismo es estratégico para el desarrollo de la economía nacional y puede convertirse, si lo dejamos y lo facilitamos con políticas adecuadas, en una de las locomotoras de la economía del país.
Es cierto que aún enfrenta muchos desafíos, algunos que para nada dependen del propio sector. Entre ellos están:
1- La sobrevaluación de la tasa de cambio oficial.
2- La devaluación implícita de la tasa de cambio del CUC.
3- Una infraestructura (aeropuertos, carreteras, servicios de transporte de todo tipo, escasez de autos para alquilar, dificultades para conectarse con internet , etcétera) en general que no se corresponde con la expansión turística que se desea y muy alejada de la calidad de este servicio en otros países del área.
4- Capacidades constructivas deficitarias.
5- Una industria nacional débil y un sector agroalimentario que no ha sido capaz de producir en cantidad –y sobre todo en calidad– lo que el turismo necesita.
6- Un estilo de planificación que impide respuestas ágiles en un sector de muy alta competitividad y que, sumado a una cultura burocrática y centralista no superada, limitan la capacidad de respuesta.
7- Esquemas salariales que, combinados con la doble tasa de cambio y la segmentación de los mercados, se convierten en incentivos negativos para los trabajadores del sector, con el consecuente impacto en la productividad y la eficiencia.
8- Necesidad de mayor cultura turística de la población y las autoridades de las localidades (calles sucias, muy sucias –¡Oh La Habana!–, deficiente sistema de recogida de basura, contaminación ambiental –en espacial por el escape de los “autos boteros”, pero también por nuestros ómnibus, camiones estatales, rastras, y autos del Estado ¿Qué pasa con el Somatón, funciona?).
Son algunos de los factores del entorno “interno” contra los que el sector ha tenido que luchar, día a día, además de contra los prejuicios enarbolados por algunos que ven en la expansión del turismo más amenazas que oportunidades.
Este año, a la tasa de crecimiento que se ha logrado en estos primeros meses (15 por ciento), el turismo alcanzará una cantidad de arribos nunca inferior a 4,2 millones de turistas.
Se logrará aun cuando no se han resuelto los problemas planteados arriba, y cuando queda mucho por mejorar en el servicio, en la profesionalidad e incluso en la calidad de algunas de nuestras instalaciones; a pesar del esfuerzo hecho por reparar y recuperar habitaciones con fallas de terminación. Se logrará incluso a pesar de que el boom turístico nos ha hecho incrementar los precios de una habitación noche a niveles realmente elevados, y ha producido como reacción que algunas agencias de viajes hayan experimentado la cancelación de paquetes previamente reservados.
Es de esperar, si no se ha hecho ya, que esa política de precios sea revisada. Si bien es cierto que la demanda por el destino Cuba en estos dos últimos años es muy alta –y todo indica que lo seguirá siendo– también es cierto que tenemos competidores en la región con ofertas tan buenas como las nuestras y servicios de igual o mejor calidad. Miremos la competencia, no estamos solos y el sector turístico cubano, que nació y creció compitiendo en condiciones desventajosas, lo sabe muy bien.
Cuba necesita del turismo, pero el turismo necesita de Cuba. ¡Qué bueno que Gibara haya sido declarado destino turístico! De hecho ya lo era, los turistas la habían convertido en un destino turístico preferente. Ellos no le preguntaron a nadie si Gibara era o no un destino turístico: los turistas y los gibareños lo hicieron. Igual pasó con Viñales y Trinidad. Nos demoramos mucho tiempo, desde nuestras instituciones, en reaccionar a esas señales adecuadamente. Por suerte la población las interpretó muy bien desde el comienzo.
Ahora quedará a las autoridades locales convertirlo en una realidad mayor y mejor. ¡Qué bueno poder tener un alumbrado público fotovoltaico que haga día la noche de toda la ciudad de Gibara!… o un buen sistema de abasto de agua usando una pequeña parte de toda esa agua de mar. ¡Que fantástico sería poder llegar a Gibara por esa carretera que la une a la ciudad de Holguín, un par de metros más ancha, alumbrada con luces fotovoltaicas, con una buena señalética que alerte a los que manejan de los vericuetos del camino.
¡Cuánto ganarían Gibara y Holguín si se recuperara aquel tren que un día existió!… ya no para los turistas, sino para todos. ¿Por qué no soñar con que los turistas y también los trabajadores puedan llegar desde los hoteles y poblados costeros en un pequeño ferry –ahora que ya no hay pies mojados y secos– y ver una bahía con muchas personas, entre ellos turistas, practicando deportes náuticos?
Si tuviéramos en Gibara, gestionada por la autoridades locales, una buena oficina local de información turística… Si desde nuestras escuelas primarias y secundarias se les explicara a nuestros niños de Gibara qué significa ser un destino turístico. Si facilitáramos y estimuláramos mejor el suministro para todos desde las capacidades locales, no solo agrícolas, sino también de productos del mar. Imagino un mercado de pescado, un lugar público, donde todos, incluso los jefes de Alimento y Bebidas de los hoteles, puedan ir a comprar el pescado fresco que no tenemos en esos hoteles pegados al mar, pero también los dueños de restaurantes privados.
Políticas locales que fomenten la cultura de una ciudad turística, que contribuyan a que el sector no estatal (que hoy tiene más habitaciones que los tres hoteles de Gibara) se haga más profesional, que integre la cultura y la producción local a esta oportunidad serán muy necesarias. Para Gibara y para otros pueblos de Cuba esas políticas locales que los coloquen desde ellos mismos en estas otras políticas nacionales, serán cada vez más necesarias si queremos garantizar la sostenibilidad de estos proyectos y sin duda será también una gran ayuda para el Ministerio del Turismo. Claro está, lo primero es cambiar esa cultura que nos ata y subordina a lo que se decide arriba y la práctica que la acompaña y deja muy poco espacio a la cosecha propia de cada localidad.
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