Esta entrada está motivada por una reciente conversación en twitter con Pedro Tarrafeta, @ptarra.
Es imposible crecer indefinidamente en un mundo limitado. Si, además, el crecimiento es exponencial, aunque la tasa sea de un mero 2% anual, la imposibilidad es todavía mayor, si se me permite la expresión. Desde los años 70, con los informes del Club de Roma hasta movimientos que propugnan el decrecimiento o el crecimiento cero se repite este mismo argumento. Intentaré centrar la cuestión con la esperanza de que los debates sobre este tema no sean repetición de tópicos y nos permitamos distinguir cosas que deben ser distinguidas.
Si cada año consumimos un 10% más de hierro, empezando por una tonelada el primer año, tardaremos unos seis siglos en consumir todo el hierro del planeta, incluida la mayor parte del metal que está en el inaccesible núcleo, y esto sucede incluso si cada año se recicla todo el hierro usado el año anterior. Recuérdese el cuento del emperador y el jugador de ajedrez. Así, pues, no podemos crecer indefinidamente a una tasa positiva. Este es el argumento de los que proponen un crecimiento cero y del que José Luis Sampedro ha sido precursor en España. En realidad, de seguir este argumento tal y como se presenta, lo cierto es que tampoco podemos tener una economía sostenible a perpetuidad, incluso sin crecimiento. El planeta es finito y es imposible reciclar al 100% todos los materiales. Tarde o temprano se nos irán acabando, pero esto sucederá muy lejos en el tiempo y no nos debería preocupar. Tal vez para entonces habremos ido a otro planeta o se habrá acabado la especie humana. Pero volvamos al crecimiento exponencial. ¿Es cierto el argumento que se presenta por parte de los promotores del crecimiento cero?
No necesariamente. Hemos supuesto que el crecimiento se refiere al consumo de materias primas, pero el crecimiento económico no tiene por qué implicar crecimiento en dicho consumo. Decimos que un país crece cuando el valor de lo producido un año es mayor que el valor de lo producido el año anterior, pero la producción no es la extracción de materias primas, sino la combinación de éstas en los distintos materiales y productos que constituyen los bienes que acaban consumiéndose. A esto hay que añadir toda la producción no material —intangibles—, como las obras literarias, los conciertos de música, las clases magistrales, los informes de consultoría, la descripción de nuevos inventos y técnicas y demás bienes y servicios de este estilo que no son más que combinaciones de palabras u otro tipo de símbolos y, por lo demás, se almacenan en soportes que al final son combinaciones de materiales, y que consumen en el proceso recursos de lo más variados.
Por otra parte, tenemos la cuestión de la eficiencia, pues cualquier ordenador actual tiene mucha más capacidad de cálculo y ofrece muchos más servicios que los primeros ordenadores existentes y, sin embargo, usa mucha menos materia y energía. De hecho, el producto per cápita por unidad de energía no ha hecho más que crecer y ha aumentado un 50% en los últimos 25 años (véase aquí) y, aunque en el total mundial el consumo de energía primaria siga aumentando, en muchos países desarrollados está disminuyendo (entre ellos, España, ver aquí). En España, el consumo de materiales ha disminuido todavía más, por cada millón de euros de PIB, ha pasado de 724 toneladas a menos de la mitad en la última década (aquí).
La combinación de los distintos materiales permite un crecimiento mucho mayor que la acumulación de materiales, y las combinaciones posibles de los materiales constituyen un número enorme. Aunque sólo una pequeñísima parte de las combinaciones sean útiles o presenten una mejora sobre la obtenida anteriormente, no hay razón para pensar que las hayamos agotado todas antes de que se acabe el sistema solar o el propio universo conocido. El crecimiento continuo está gobernado por la función exponencial, que crece muy rápido, pero el número de combinaciones está gobernado por la función factorial, que crece más rápido todavía. Para sostener el crecimiento a una tasa positiva deberíamos ser capaces de obtener una combinación de materiales que nos dé un incremento de valor sobre la obtenida el año anterior, y este incremento debe ser una tasa constante hasta el final del sistema solar. En algún momento se nos podrá acabar la inventiva o habremos agotado las combinaciones útiles, pero el conjunto de combinaciones no ofrece, a priori, un límite al crecimiento.
Expliquemos mejor esto: lo que estoy diciendo es que del hecho de que el planeta sea finito no se deduce que no podamos crecer en valor económico indefinidamente a todos los efectos prácticos. Esto no quiere decir que no haya otros argumentos para sostener la conclusión, ni que la finitud del planeta o de algunos de sus materiales no presente otros problemas que sí impliquen la conclusión.
No todos los materiales disponibles en la Tierra son renovables o súper abundantes. En ellos, el debate será acerca de su mejor uso hasta conseguir que la economía sea sostenible con los materiales que sí son renovables y con aquellos que puedan ser inagotables por los próximos varios milenios. Los combustibles fósiles no son renovables ni superabundantes (ni siquiera el carbón, que solo da para unos siglos más a las tasas de uso actuales). Paradójicamente, el problema no es que haya poco de ellos, puesto que podemos producir energía de otras maneras, sino que hay demasiado y que los estamos quemando en ritmo y cantidades que imponen un alto coste asociado al cambio climático.
Hay otros materiales que no son renovables y cuyo reciclaje es complicado, como el helio, que es muy ligero y que, cuando se libera a la atmósfera, tiende a escaparse de la atracción gravitatoria de la Tierra y perderse para siempre. O el fósforo, necesario para la agricultura y en buena parte llevado por el agua hasta el mar, donde se hunde hasta el fondo y de donde no será fácil recuperar. Es posible que encontremos sustitutos para el helio en muchas de sus aplicaciones o que podamos prescindir de las aplicaciones para las que es insustituible o, por lo menos limitarlas al helio que se produce naturalmente por la desintegración del uranio o al que se pueda hacer llegar desde las partes del sistema solar donde es abundante. Más difícil se antoja la sustitución del fósforo, necesario para toda la vida en la Tierra.
Todos estos son problemas al desarrollo, pero son problemas distintos del argumento contra crecer continuamente porque el mundo es finito. Cada uno presenta una estructura particular, cuya solución puede ser reducir la actividad económica o permitir que cambie adaptándose a la escasez de algún material o, en el caso del fósforo, ponderar cómo usarlo hasta que demos con una manera de reciclarlo a tasas suficientemente altas. Esto, de nuevo, puede implicar que la transición o el estado estacionario sean una economía más reducida o no. Un sistema económico en el que afloren de manera transparente las señales de escasez, y que obligue a los agentes económicos a reaccionar de manera eficiente ante estas señales, ayudará mucho. La señal que envían unos precios (impuestos ambientales incluidos) que aumentan con la escasez son un mecanismo poderoso.
No podemos crecer indefinidamente a una tasa positiva en metros cuadrados de casa, ni en número de coches, ni en kilos de comida, ni en obras de teatro estrenadas, ni en energía consumida, ni en ropas que estrenar, ni en hijos, ni en muchas otras cosas; pero sí podemos crecer casi indefinidamente en mejores diseños y en productos más eficientes y con más prestaciones. Por lo menos mientras el sol dure.
También nos podemos quedar estancados, es otra opción.
JOSÉ LUIS FERREIRA es Profesor del Departamento de Economía de la Universidad Carlos III de Madrid y Doctor en Economía por Northwestern University, Illinois. Su investigación se centra en la teoría de juegos, la organización industrial, la economía experimental y la metodología.
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