Fidel


"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

domingo, 11 de octubre de 2015

Libro "Cooperativas y Socialismo. Una mirada desde Cuba",TEMA 6 Las bases del socialismo autogestionario: la contribución de István Mészáros


Por Henrique T. Novaes 
  

La recuperación de la autogestión, del cooperativismo y del asociativismo a finales del siglo XX

Para no ir más lejos, la necesidad de la autogestión se hizo sentir por los trabajadores desde el primer día que fueron colocados en una fábrica, contra su voluntad. En el siglo xix, el cooperativismo y el mutualismo ganan fuerza como forma de resistencia al desempleo, principalmente durante la revolución industrial en Inglaterra. Es necesario recordar que una de las primeras motivaciones para la creación de las mutuales era para que los trabajadores no fuesen enterrados como perros.

Ya las cooperativas de consumo habían permitido a los trabajadores consumir productos de buena calidad y a un precio accesible. Veamos cómo se pronuncia George Holyoake:

Lo que despertará más interés en el escritor o en el lector no es la brillantez de la actividad comercial, sino el nuevo y apurado espíritu que anima ese intercambio comercial. El comprador y el vendedor se encuentran como amigos; no hay astucia de un lado, ni sospecha del otro [...] Esas multitudes de trabaja-dores humildes, que anteriormente nunca sabían cuando esta-ban consumiendo alimento de buena calidad, que almorzaban diariamente comida adulterada, cuyos zapatos se estropeaban antes de la hora, cuyos chalecos eran ensebados y cuyas esposas usaban tejido común imposible de lavar, ahora compran en los mercados [almacenes cooperativos de Rochdale] como millonarios y, en lo que concierne a la pureza de los alimentos, viven como señores.1**


*  Artículo traducido por el autor y revisado por Gabriela Guillén. 1**  Las notas de referencia aparecen al final del tema.

La autogestión fabril embrionaria ocurrió en las luchas de los años 1840, en la Comuna de Paris (1871), cuando los patrones abandonaron las fábricas y los trabajadores se organizaron para colocarlas nuevamente en marcha. En las palabras de un estudioso:

Las oficinas de la Comuna [de Paris] fueron [...] modelos de democracia proletaria. Los obreros nombraban sus gerentes, sus jefes de oficinas, y sus jefes de equipo. Se reservaban el derecho de dimitirlos si el rendimiento o las condiciones de trabajo no fuesen satisfactorios. Fijaban sus salarios y horas, las condiciones de trabajo; mejor aún, un comité de fábrica se reunía en las tardes para decidir el trabajo del día siguiente.2

En 1905 en Rusia y en los primeros años de la Revolución de 1917, en la Revolución Española, en la Revolución Húngara de 1919 y 1956, en la Polaca, en la Portuguesa, etc. algo parecido ocurrió, no apenas en el control de las fábricas y coordinación de la producción entre diversas fábricas, pero también la autogestión de escuelas, astilleros navales, hospitales, construcción de viviendas, el control de la ciudad por los trabajadores, etc. En la Revolución Rusa, los consejos obreros (soviets) cumplieron su papel en los primeros años, pero fueron estrangulados en función de la burocratización creciente de las decisiones estratégicas de la sociedad. Para Tragtenberg, un intelectual brasileño poco conocido en América Latina:

La estatización de medios de producción, la preservación del salario como forma de remuneración del trabajo, el control del proceso productivo por la tecnocracia, el partido político en la cumbre del estado son prácticas dominantes en la URSS, China, países del Este Europeo y Cuba. ¿Hubo una revolución? Sí. La propiedad privada de medios de producción fue sustituida por la propiedad estatal de los mismos, solo que administrada por una burocracia que tiene en el partido, sea socialista (PS), sea comunista (PC), —su principal instrumento de disciplinamiento del trabajador.3


En el contexto del fin de los años 60, surgieron innumerables sublevaciones anticapitalistas, destacándose la de mayo de 1968. En América Latina, podríamos citar el Cordobazo argentino (1969), las comisiones de fábrica en Brasil, las ocupaciones de fábricas y los cordones industriales durante el Gobierno de Allende.

En el campo, diversos son los ejemplos de colectivización de las tierras y de un nuevo proyecto de vida, comunista. Para citar algunos ejemplos, durante la Revolución Española (1936-39), la tierra fue colectivizada. El poco conocido movimiento georgista (Estados Unidos) puede ser citado como otro ejemplo de cooperativismo en el campo. En Brasil, las Ligas Campesinas (Ligas Camponesas) tenían el cooperativismo como una de sus bases y mucho antes, la “Comuna de Palmares” tuvo durante algunos años ciertas características autogestionarias.

No nos parece mero azar que el cooperativismo como parte de una visión de transición socialista vislumbrada por Marx haya sido dejada de lado por la social-democracia. Aún en vida, Marx tuvo que criticar los reformismos que ya señalaban una crisis en el potencial del marxismo. Eso puede ser visto principalmente en sus críticas al programa de Gotha y Erfurt y en las críticas al socialismo paternalista de Robert Owen.

Una de las pocas excepciones en el actual escenario de revisionismo burgués es el pensador István Mészáros, que teje en su obra una crítica implacable al “sociometabolismo del capital”. Para Mészáros, la propuesta de la autogestión nunca murió. Para otros, está habiendo una revitalización, principalmente en función del “balance” de los equívocos de la experiencia soviética y de la social-democracia europea. Este artículo se dedica a la divulgación de las bases socio-históricas de uno de los pensadores del marxismo autogestionario: István Mészáros.

En la conferencia nacional por el “socialismo autogestionario” realizada en Lisboa, la autogestión fue definida como:

[...] la construcción permanente de un modelo de socialismo, en que diversas palancas de poder, los centros de decisión, de gestión y control, y los mecanismos productivos sociales, políticos e ideológicos, se encuentran en las manos de los productores

– ciudadanos, organizados libre y democráticamente, en formas asociativas creadas por los propios productores – ciudadanos, basándose en el principio de que toda organización debe ser estructurada desde la base hasta la cúpula y de la periferia hacia el centro, en las cuales se implante la práctica de la democracia directa, la libre elección y revocación, en cualquier momento de las decisiones, de los cargos y de los acuerdos.4

Hemos percibido que, no por casualidad, la visión más radical de la autogestión no ganó espacio en los debates teorico-prácticos sobre economía solidaria. En Brasil, ya hay algunos trabajos divulgados recientemente de autores que podríamos considerar como adeptos de la “economía solidaria socialista”, entre ellos destacamos los de Antônio Cruz (2006), Cláudio Nascimento (s/d), Lia Tiriba (2001; 2007), Maurício Sardá de Faria (2005), Carlos Schmidt (2008), nuestros trabajos, entre algunos otros Bernardo (1975; 1986), Bruno (1986), José Henrique de Faria (2004), Guimarães (2004), Vieitez y Dal Ri (2001), Dal Ri y Vieitez (2008), Pinassi (2009) y Antunes (2008). Ellos rescatan el debate marxista del cooperativismo de resistencia y la autonomía obrera, critican las vertientes revisionistas, tal como la de Bernstein. Más recientemente, tejen muchas críticas al cooperativismo vinculado al “empreendedorismo” y las “cooper-gatos” (cooperativas creadas para burlar la legislación brasileña). Estos autores buscan establecer un debate “paralelo” al de la economía solidaria quizá para evitar la banalización de ese término y que se convierta en funcional para un supuesto o real reformismo.


Los vínculos o puntos comunes más importantes que se pueden establecer entre estos autores y el trabajo de Mészáros están relacionados con el hecho que ellos también observan al capital como una relación totalizante. En otras palabras, ellos reconocen que es insuficiente criticar solo algunas de las manifestaciones del capital.


Creemos que la economía solidaria de Brasil, al menos en su versión hegemónica, hace solamente algunas críticas parciales al capital, pero no hace una crítica del capital como relación social total. Por ello, para que la economía solidaria no sea heredera de la crisis teorética del marxismo, la contribución de Mészáros es decisiva.


Pero hay otra inquietud en ese trabajo: ¿Por qué muchos investigadores de la economía solidaria rescatan la obra de Robert Owen, Charles Fourier, entre otros, y no citan a Marx? Quizá la respuesta sea porque la obra de Marx siempre fue interpretada —en nuestra opinión equivocadamente— como una simple cuestión de propiedad de medios de producción o como una apología a la estatización de los medios de producción como forma de llegar al socialismo. El estalinismo interpretó al socialismo como propiedad estatal de medios de producción y “olvidó” el debate sobre la transcendencia de la alienación del trabajo.5

Ya la vertiente socialista de la economía solidaria parece recurrir al debate engendrado por la autogestión en períodos revolucionarios, como la Rebelión de los Canuts en 1842, la Comuna de Pa-ris, la Revolución Rusa en su inicio, la Revolución Española, entre otras revoluciones citadas arriba. Cuando observan el surgimiento de cooperativas “aisladas”, hacen innúmeras ponderaciones sobre esas iniciativas en la ausencia de una revolución sociopolítica, la autogestión posible como medio (práctica prefigurativa desde hoy) y fin (socialismo autogestionario).


Después de algunos años revisando la obra de István Mészáros, vemos que él teje una crítica implacable al “sociometabolismo del capital” y que toda su argumentación está basada en la observación y superación del trabajo alienado.

Este artículo fue estructurado de la siguiente forma: Comienza con una breve introducción a la obra de Mészáros. Después plantea una crítica radical a la propiedad privada de medios de producción y defiende el cooperativismo como posibilidad de reatar el “caracol a su concha”. La necesidad de una nueva división del trabajo: la autogestión en oposición a la heterogestión, el papel de las asambleas democráticas en las cooperativas y asociaciones de trabajadores, además de un nuevo tipo de participación del trabajador en la transformación de la sociedad y en el “control global del proceso de trabajo por los productores asociados”, son abordados en el tercer epígrafe. La visión de Mészáros sobre la necesidad de reestructuración de las fuerzas productivas y la planificación socialista de la producción son tratados en los epígrafes cuatro y cinco. En las “Consideraciones finales” se menciona también la crítica que hace Mészáros a la sociedad productora de mercancías y vislumbra la construcción de una sociedad que tiene como objetivo la satisfacción de las necesidades humanas (valores de uso).*


*  Reconocemos lo difícil que resulta la lectura de la obra de Mészáros. Para algunas interpretaciones de discípulos, ver, por ejemplo: R. Antunes: O caracol e sua concha – ensaios sobre a nova morfologia do trabalho. Boitempo Editorial, São Paulo, 2005 y M. O. Pinassi:
Da miséria ideológica à crise do capital – uma reconciliação histórica. Boitempo Editorial, São Paulo, 2009. En América Latina, la obra de Mészáros parece estar más “difundida” en Brasil y Venezuela, donde su trabajo ha recibido numerosos premios y es constantemente citado por el Presidente Chávez.

Una sociedad más allá del capital: iniciando el debate

Tal como nos informan los editores del libro Más allá del capital, Mészáros, quien vive actualmente en Inglaterra, nació en Hungría en 1930. Con doce años y medio ya trabajaba como obrero en una fábrica de aviones de carga, teniendo para eso que mentir aumentando su edad en cuatro años. Empezó a trabajar como asistente de Georg Lukács en 1951, y sería indicado como su sucesor en la Universidad de Budapest, pero la invasión soviética de 1956 lo forzó a salir del país.

Es importante subrayar que la Revolución Húngara de 1956 dejó profundas marcas en la teoría y la vida de István Mészáros. La burocracia soviética reprimió severamente los intentos de construir un “socialismo con rostro humano” en ese país. Los investigadores estiman cerca de 2 000 muertos y 13 000 heridos en Budapest, además de 700 muertos y 1 500 heridos en el resto del país. Muchos combatientes fueron encarcelados, en su mayoría jóvenes, y hubo alrededor de 100 fusilamientos. Esta represión llevó a Mészáros al exilio en Italia. Fue allí donde escribió La revuelta del intelectual en Hungría (La rivolta degli intellettuali in Ungheria, Turino, Editora Einaudi, 1958) sobre esos acontecimientos, aún no traducido a otro idioma. Su experiencia como trabajador y estudiante en la Hungría “socialista” fue determinante para su comprensión de la educación como forma de superar los obstáculos de la realidad.


Cierta vez Lukács afirmó que el marxismo debía ser refundado. Creemos que su discípulo, István Mészáros, es uno de estos autores comprometidos con esa refundación.


Podríamos decir que él hace una crítica muy completa e implacable: al modo de producción del capital, mostrando cómo reforzó la dictadura del capital en el siglo xx; a los teóricos y apologéticos del capital; a la socialdemocracia; al “socialismo real”, que él llama experiencia “postcapitalista”, según veremos más adelante. Intenta rescatar la unidad de la teoría de Marx escindida por el marxismo del siglo xx, principalmente al desarrollar el tema de la alienación del trabajo y actualizar la obra de Marx.


La ponderación de Mészáros (2002) sobre la transición socialista se da en el ámbito de la propuesta que formula un cambio global que tiene por objetivo la trascendencia del “sociometabolismo del capital”. Su teoría sigue en busca de las exigencias cualitativamente más elevadas de la nueva forma histórica, el socialismo postcapital (y no postcapitalista), donde el ser humano pueda desarrollar su “rica individualidad”.


Mészáros (2002) usa la expresión postcapital y no postcapitalista porque, por ejemplo, mientras la experiencia soviética, una sociedad postcapitalista, “extinguió” la propiedad privada de los medios de producción y dio origen a la planificación burocrática, una sociedad postcapital extinguirá todas las determinaciones de la producción de mercancías.


En la presentación del libro de Mészáros (2002), Ricardo Antunes observa que para este intelectual, capital y capitalismo son fenómenos distintos y la identificación conceptual entre ambos hizo que todas las experiencias revolucionarias vividas en este siglo, desde la Revolución Rusa hasta las tentativas más recientes de constitución societal socialista, se mostrasen incapacitadas para superar el sistema de metabolismo social del capital. El capitalismo sería una de las formas posibles de realización del capital, una de sus variantes históricas.

Antunes también observa que Mészáros define el sistema de metabolismo social del capital como poderoso y abarcador, teniendo su núcleo formado por la tríada: capital, trabajo y estado —tres dimensiones fundamentales del sistema materialmente construidas e interrelacionadas—, siendo imposible superar el capital sin la eliminación del conjunto de los elementos que comprenden este sistema.* No teniendo límites para su expansión, el sistema de metabolismo social del capital se muestra incontrolable.


Como podremos ver a lo largo de las próximas secciones, la teoría de Mészáros gira en torno a la alienación del trabajo y la necesidad de superación de la misma. Para él:


La alienación de la humanidad, en el sentido fundamental del término, significa pérdida de control: su corporificación en una fuerza externa que afronta los individuos como un poder hostily potencialmente destructivo. Cuando Marx analizó la alienación en sus manuscritos de 1844, indicó sus cuatro principales aspectos: la alienación de los seres humanos con relación a la naturaleza; a su propia actividad productiva; a su especie, como especie humana; y de unos con relación a los otros. Y afirmó enfáticamente que eso no es una “fatalidad de la naturaleza”, pero una forma de auto-alienación.6

*  Por ejemplo, para la crítica del Estado, véase I. Mészáros: Produção destrutiva e Estado capitalista. 2ª ed., Ensino, São Paulo, 1989 y Para além do capita. Editora da Unicamp/ Boitempo, Campinas, 2002; cuestión que no fue tratada adecuadamente en este artículo. Muchos otros temas que componen la compleja y abarcadora obra de este pensador so-cial, como la indisociabilidad entre el complejo militar – industrial y el sociometabolismo de capital, la cuestión de género, la clase y el individuo, la cuestión nacional, etc., fueron abordadas por Mészáros en O poder da ideologia. Boitempo Editorial, São Paulo, 2004.


Dicho de otra forma, no es el hecho de una fuerza externa todopoderosa, natural o metafísica, pero el resultado de un tipo determinado de desarrollo histórico, que puede ser positivamente alterado por la intervención conciente en el proceso de trascender la autoalienación del trabajo.7 Veamos ahora su crítica a la propiedad de los medios de producción.

El caracol y su concha: la crítica a la propiedad de los medios de producción

La vertiente socialista de la economía solidaria parte de una crítica, en algunos casos suave y diplomática, a la propiedad de los me-dios de producción, a la acumulación de capital y a la heterogestión y ven en el cooperativismo y asociativismo la fórmula anfibia, es decir, transitoria y nunca perfecta, para llegar a la sociedad gobernada por los productores asociados.

Una cuestión frecuentemente abordada por los investigadores que se involucraron con el cooperativismo y el asociativismo de trabajadores es la de la propiedad privada. Para ellos, el cooperativismo es una forma intermediaria, que cuestionaría, aún en los marcos del capitalismo, la propiedad privada de los medios de producción. El cooperativismo y el asociativismo significarían la restitución al trabajador de sus medios de subsistencia. Para el marxismo autogestionario, el cooperativismo cuestiona parcialmente la propiedad de los medios de producción. Sin embargo, queda en evidencia un problema: en la ausencia de una revolución que cuestione la propiedad de los medios de producción como un todo, la propiedad cooperativista no pasa de una célula marginal en este organismo dominado por las grandes corporaciones.

A diferencia de una sociedad por acciones, Marx decía que el cooperativismo podría “reatar” al trabajador a los medios de producción, o el caracol a su concha. Cuando se refirió a los cambios producidos por la manufactura, él así se expresó: «En general, el trabajador y sus medios de producción permanecían indisolublemente unidos, como el caracol y su concha, y así faltaba la base principal de la manufactura, la separación del trabajador de sus medios de producción y la conversión de estos medios en capital».8

Mészáros teorizó sobre esta cuestión histórica. Para él, es necesario reconocer que hay límites claros a la propiedad de trabajadores en un contexto donde no hay generalización de expropiaciones y que la “expropiación de los expropiadores” deja en pie la estructura del capital. A pesar de la cuestión pasar por la propiedad de los medios de producción, Mészáros advierte que:

De hecho, nada se logra con cambios —más o menos fácilmente reversibles— solamente en los derechos de propiedad, como lo pone en evidencia ampliamente la historia de las “nacionalizaciones”, “desnacionalizaciones” y “privatizaciones” en la postguerra. Cambios legalmente inducidos en las relaciones de propiedad no tienen garantía de éxito aun cuando abarquen la amplia mayoría del capital privado, más aún si se limitan a su minoría quebrada. Lo que necesita radicalmente ser alterado es el modo por el cual el “microcosmos” reificado de la jornada de trabajo singular es utilizado y reproducido, a pesar de sus contradicciones internas, a través del “macrocosmos” homogeneizado y equilibrado del sistema como un todo.9

En otras palabras, cree que la cuestión fundamental es el «control global del proceso de trabajo por los productores asociados, y no simplemente la cuestión de cómo subvertir los derechos de propiedad establecidos».10

La “expropiación de los expropiadores” es apenas un prerrequisito, no significando prácticamente ninguna alteración en aquello que es esencial, la necesidad del control global del proceso de trabajo por los productores asociados. Eso puede ser visto, por ejemplo, en el caso de la Revolución Rusa, donde los medios de producción fueron afectados pero las relaciones de producción capitalistas se reprodujeron bajo un nuevo ropaje.

Las cooperativas y asociaciones de trabajadores son experiencias prácticas de autoorganización de los trabajadores que pueden ser potenciadas en una coyuntura de transformación social que tenga en vista la trascendencia del trabajo alienado.11 Sin embargo, si las cooperativas y asociaciones de trabajadores permanecen separadas de otras luchas, ellas o desaparecerán o sobrevivirán a duras penas, pero difícilmente podrán avanzar rumbo al control global del proceso de trabajo por los productores asociados.12

Para el caso brasileño, las cooperativas de resistencia, formadas en el calor de la lucha de los trabajadores, prefiguran o nos muestran algunos de los elementos de lo que sería una forma superior de producción, basada en el trabajo colectivo, con sentido social, donde hay posibilidades de superación de la autoalienación del trabajo.

El problema central es la alienación del trabajo en el sentido clásico del término. Existe como función del capital y el trabajador es arriba de todo dominado por las condiciones de trabajo bajo las cuales no tiene poder. El punto crucial es que, cualesquiera que sean las mejoras advenidas de las tasas de salarios, condiciones de jubilación, las condiciones de trabajo como tales, esto es, el control del ritmo, la concepción y el estatus del trabajo están fuera del control de los trabajadores.13

Evidentemente que inmersas en el modo de producción capitalista, las cooperativas y asociaciones de trabajadores no conseguirán realizar la emancipación de los trabajadores en su plenitud. Pero ellas esbozan cambios en función de sus características autogestionarias.

Interpretando a Mészáros, puede haber elementos de autogestión en asentamientos de reforma agraria, cooperativas populares, fábricas recuperadas, pero para que estos elementos ganen fuerza se hace necesaria una revolución. Preocupado en mostrar las formas posibles de transformación de un mismo fenómeno —para nuestro caso, la existencia de las fábricas recuperadas y cooperativas po-pulares— y, sin caer en análisis maniqueístas, es capaz de mostrar las “discontinuidades en la continuidad” y las “continuidades en la discontinuidad” o los avances y retrocesos que les han caracterizado. Por medio de ese análisis, pudimos mostrar cómo, aunque materializando transformaciones significativas, las fábricas recuperadas y cooperativas populares no consiguen superar la sustancia de la exploración y de la opresión de clase que son inherentes a las relaciones sociales de producción capitalistas.14

Veamos la dialéctica establecida por Marx, cuando él se pronuncia sobre el cooperativismo en el siglo xix:

Al mismo tiempo, la experiencia del período transcurrido entre 1848 a 1864 probó por sobre toda duda que, por mejor que sea en principio, y por más útil que sea en la práctica, el trabajo cooperativo, si es mantenido dentro del estrecho círculo de los esfuerzos casuales de obreros aislados, jamás conseguirá detener el desarrollo del monopolio en progresión geométrica, liberar a las masas, o al menos, aliviar de forma perceptible el peso de su miseria. Es tal vez por esa misma razón que aristócratas bien intencionados, portavoces filantrópicos de la burguesía y hasta agudos economistas, pasaron de repente a elogiar ad nauseam el mismo sistema cooperativista de trabajo que habían intentado en vano cortar desde la raíz, llamándolo utopía de soñadores, o denunciándolo como sacrilegio de socialistas. Para salvar a las masas laboriosas, el trabajo cooperativo debería ser desarrollado en dimensiones nacionales y, consecuentemente, incrementado por medios nacionales. No obstante, los señores de la tierra y los señores del capital usarán siempre sus privilegios políticos para defender y perpetuar sus monopolios económicos. En vez de promoverlos, continuarán poniendo to-dos los obstáculos posibles en el camino de la emancipación de los trabajadores [...] Conquistar el poder político se volvió, por lo tanto, la tarea principal de la clase obrera.15

La “conquista del poder político” pregonada por Marx no debe ser comprendida aquí de forma mecanicista. Para él, así como para Mészáros, el cooperativismo y el asociativismo deben ser insertados dentro de un proyecto más amplio de transformación de la sociedad, que pasa necesariamente por una revolución política.

Marx hizo algunos elogios a la experiencia de Rochdale (Inglaterra). Recordemos que él cita el diario Spectator donde este afirma que la experiencia de Rochdale: “Demostró que las asociaciones de obreros podían administrar con éxito tiendas, fábricas y casi todas las formas de la industria, y mejoraron inmensamente la condición de los operarios, pero, no dejaron un lugar libre para los patrones. Quelle horreur!».16 Para Marx, la economía política burguesa colocaba los capitalistas de la época como si fueran “imprescindibles”, casi naturales y eternos, y el cooperativismo vino a mostrar en la
práctica que la sociedad podría ser organizada de otra forma, sin capitalistas. El siguiente fragmento del Manifiesto de la Asociación Internacional de Trabajadores (1864) es más exacto:

Pero el porvenir nos reserva una victoria aún mayor de la economía política de los propietarios. Nos referimos al movimiento cooperativo, principalmente a las fábricas cooperativas levantadas por los esfuerzos desayudados de algunos “hands” [obreros] audaces [...] Por la acción, al revés de por palabras, demostraron que la producción en amplia escala y de acuerdo con los preceptos de la ciencia moderna puede ser realizada sin la existencia de una clase de patrones que utiliza el trabajo de la clase de los asalariados; que, para producir, los medios de trabajo no necesitan ser monopolizados, sirviendo como un medio de dominación y de explotación contra el propio obrero; y que, así como el trabajo esclavo, así como el trabajo servil, el trabajo asalariado es apenas una forma transitoria e inferior, destinada a desaparecer delante del trabajo asociado que cumple su tarea con gusto, entusiasmo y alegría. En Inglaterra, las semillas del sistema cooperativista fueron lanzadas por Robert Owen; las experiencias obreras llevadas a cabo en el continente fueron, de hecho, el resultado práctico de las teorías, no descubiertas, pero proclamadas en voz alta en 1848.17

 Sin embargo, si el cooperativismo fuese “mantenido dentro del angosto círculo de los esfuerzos casuales de obreros separados, jamás conseguirá detener el desarrollo en progresión geométrica del monopolio, libertar las masas, o siquiera aligerar de manera perceptible el peso de su miseria”. La actualidad de esa crítica es enorme, en función de la vertiente de economía solidaria que “olvida” el papel de la política para la construcción de una nueva sociedad. Según dos importantes teóricos marxistas de la autogestión:


Los lectores de la obra, Autogestión: una visión radical, se convencerán sin esfuerzo de que, para nosotros, la autogestión debe ser comprendida en sentido generalizado y que no se puede realizar sino por una revolución radical, que transforme completamente la sociedad en todos los planos, dialécticamente conectados, de la economía, de la política y de la vida social.18
Autogestión: por una nueva división social del trabajo y una nueva participación en las decisiones estratégicas de la sociedad

La otra base que sostiene la teoría de Mészáros es la necesidad de autogestión en oposición a aquello que se llama heterogestión. Para algunos, autogestión significa la reunificación entre el acto de concebir y ejecutar el trabajo, el homo faber volviendo a ser también homo sapiens. Para otros, el diferencial del cooperativismo de trabajadores es el peso dado a las asambleas democráticas (1 socio = 1 voto).

Esta cuestión nos devuelve al debate contemporáneo sobre el tipo de participación del trabajador asociado en una fábrica y en la sociedad en general. Debemos distinguir el “participacionismo” incitado por el capital y la “participación auténtica”. La experiencia histórica demuestra que el participacionismo propuesto por el capital no ha disminuido el poder de la dirección en las empresas capitalistas. Tampoco ha alterado el control ejercido por el capital financiero en esta nueva fase del capitalismo.19

Algunas tesis intentan desvelar el nuevo discurso del capital sobre la participación de los trabajadores en la fábrica y su contraste con la pedagogía comprometida con la emancipación humana. Para Hirata (1990), los Círculos de Control de Calidad (CCC) no representan de forma alguna «una producción controlada por los trabajadores, sino una organización [informal] en pequeños grupos para discutir y resolver problemas diagnosticados en el local de trabajo». Para ella, los CCC difieren de las propuestas autogestionarias «por la propia naturaleza y no solo en su medida».20

La búsqueda de la participación del trabajador, el enriquecimiento de tareas, el CCC, Kanban, Kaizen, son estrategias utilizadas por el capital para atacar los síntomas y no las causas de la alienación del trabajo. La autogestión no nace de esta visión de participación, sino de las luchas históricas de la clase trabajadora en los siglos xix y xx para llevar a cabo la democracia en la producción y la construcción de una sociedad dedicada a la satisfacción de las necesidades humanas.

En ese sentido, autogestión significa la reconquista del control del proceso de trabajo, del producto del trabajo, de sí mismo y de la civilización humana.21 Para Mészáros, el capital es expansivo, incontrolable y esencialmente destructivo.

Las estrategias “gerencialistas” buscan “reducir” la participación del trabajador a la estrecha/simple necesidad de aumentar la productividad de la empresa y, con eso, permitir la reproducción del capital. Sin embargo, las vertientes que abogan por el cooperativismo y el asociativismo dan un nuevo significado a la participación “dentro” de la empresa, vía la construcción de consejos autónomos, y agregan la necesidad de participación “fuera” del ámbito de la em-presa (asambleas de barrio, parlamento, etc.). En fin, ellos proponen la participación de los trabajadores en el control de la sociedad.

Recordemos que para Tragtenberg, la “participación auténtica” es aquella «donde la mayoría de la población, a través de órganos libremente electos y articulados entre sí, tiene condiciones de dirigir el proceso de trabajo y participar en las decisiones sobre las finalidades de la producción y otros aspectos de la vida social que tengan significado».22 Mészáros probablemente firmaría abajo de esta cita.

La participación en órganos libremente electos, con rotación de funciones, tendría una función extraordinariamente pedagógica para los trabajadores.23 La necesidad de rotación de cargos y de revocabilidad de los cargos son principios vitales de la autogestión. Ellos tienden a impedir la burocratización de empresas autogestionadas como las cooperativas y preparan a los trabajadores para el control de la sociedad.*
  
En pro de una radical reestructuración de las fuerzas productivas

Al contrario de la mayoría de los autores marxistas del siglo xx, Mészáros entiende la tecnología, la ciencia, etc., como no neutras y, por eso, cree que cuando los trabajadores “hereden” las fuerzas productivas, ellos deberán de preocuparse de reestructurarlas radicalmente. Para él, el poder liberador de las fuerzas productivas «per-manece como un mero potencial ante las necesidades autoperpe-tuadoras del capital».24 En el campo más específico de la tecnología, afirma que su inserción es estructurada con el único propósito de la «reproducción ampliada del capital a cualquier costo social».25

Su interpretación sobre las fuerzas productivas también puede ser vista en su obra El poder de la ideología, cuando él critica a Habermas y dialoga con Raniero Panzieri. De acuerdo con Mészáros,26

*  Este tema y otros relacionados con la “educación” fueron discutidos por Mészáros en su libro La educación más allá del capital. Siglo XXI/Clacso, Buenos Aires, 2008.


Habermas “caricaturiza a Marx” al afirmar que él «habla de fuerzas productivas neutras».27 Pautándose en las observaciones de Panzieri28 sobre la máquina y la racionalidad capitalista —aparte de otros autores—, Mészáros afirma que Marx sabía muy bien que «en la utilización capitalista, no apenas las máquinas, pero también los “métodos”, las técnicas organizacionales, etc. son incorporados al capital y se enfrentan al trabajador como capital: como una “racionalidad” externa».29 Así, todo sistema es «abstracto y parcial, pasible de ser utilizado apenas en un tipo jerárquico de organización».30 De acuerdo con Mészáros:


Marx jamás podría considerar neutras las fuerzas productivas, en virtud de sus vínculos orgánicos con las relaciones de producción; por eso, un cambio radical en estas últimas, en las sociedades que quieren extirpar al capital de su posición dominante, exige una reestructuración fundamental y un camino cualitativamente nuevo de incorporación de las fuerzas pro-ductivas en las relaciones socialistas de producción.31

En el artículo “Plusvalía y planificación”, Panzieri (1982) afirma que: [...] frente a la interconexión de tecnología y poder realizada por el capital, la perspectiva de un uso alternativo (por la clase obrera) de la maquinaria no puede, evidentemente, basarse en una derribada, pura y simple, de las relaciones de producción (de propiedad), en las cuales estas sean consideradas como una cáscara destinada a desaparecer, a un cierto nivel de expansión productiva, simplemente porque se volvió demasiado pequeña. Las relaciones de producción están adentro de las fuerzas productivas, y estas fueron “moldeadas” por el capital. Es eso lo que permite la perpetuación del desarrollo capitalista, aún después de la expansión de las fuerzas productivas haber alcanzado su nivel más alto.32

Mészáros (2002, p. 575), al llamar la atención al hecho de que las «condiciones materiales de producción, así como su organización jerárquica, permanecen al día siguiente de la revolución exactamente las mismas que antes», y resalta la cuestión clave que estamos enfocando: las formas tecnológicas capitalistas, por poseer una alta inercia, fruto de un largo período de acumulación y fuertes estímulos a su desarrollo, representan un significativo desafío para el cambio sociopolítico cualitativo. Es por esta razón que para él una radical transformación de medios y técnicas de producción es considerada como “un problema paradigmático de la transición”.

Según Mészáros (2002, pp. 596-597), inmediatamente después de la “expropiación de los expropiadores”, no son solo los medios materiales y tecnologías de producción heredadas que permanecen los mismos, junto con sus vínculos con el sistema de cambio, distribución y consumo dado, sino que también la propia organización del trabajo permanece profundamente enclavada en aquella división social jerárquica del trabajo “que viene a ser la más pesada opresión heredada del pasado”.

Mészáros, al argumentar que las cuestiones de la división del trabajo, de la alienación, del “avance” de las fuerzas productivas fueron abordadas incorrectamente, ofrece un sustrato poderoso para la crítica a la mayoría de las interpretaciones sobre ciencia y tecnología del marxismo del siglo xx. Quizá por concentrar la atención en tareas corto-placistas como la toma del poder por la clase trabajadora, en la propiedad estatal de los medios de producción, y en otras tareas inmediatas relativas al período de transición, la izquierda marxista redujo la cuestión de la tecnología y de la ciencia a una mera “apropiación” de las fuerzas productivas engendradas en el capitalismo por el proletariado y su “mejor” utilización para la construcción del socialismo.

Podemos afirmar, interpretando a Mészáros, que la dominación del capital sobre el trabajo es de carácter fundamentalmente económico, y no puede ser resumida al tema de la toma del poder. Todo nos lleva a creer que las transformaciones cualitativas no se dan como resultado de un simple cambio político, pero son procesos que envuelven un largo plazo de “revolución social” por medio de un trabajo positivo de “regeneración”.33 Pero seguramente Mészáros (2002) no es un fatalista, ni cree que estamos “en un callejón sin salida”, mucho menos creería que hemos de regresar a la Edad Media y comenzar todo de nuevo. Mészáros analiza el problema de las fuerzas productivas contextualizándolo históricamente. Muestra los errores de la izquierda que “olvidó” este problema, pero también señaliza las posibilidades históricas de “transcender la autoalienación del trabajo”


La planificación socialista de la producción

«Los que desprecian la propia idea de la planificación en virtud de la implosión soviética están muy engañados. La sustentabilidad de un orden global de reproducción sociometabólica es inconcebible sin un sistema adecuado de planificación, administrado sobre la base de una democracia sustantiva por los productores libremente asociados».34

En la “Introducción” de su libro El poder de la ideología (2004), Mészáros comenta que el fracaso de la planificación soviética —adoptada en todo el Este de Europa— y con ello el fin de los sistemas de tipo soviético, fue como consecuencia de la imposición de las decisiones desde arriba por un organismo “separado”. Incluso los planificadores se veían obligados a aceptar el plan sin discusión. Además, los propios productores nunca fueron realmente con-sultados, y solo participaban en el ritual anual de su “aprobación entusiasta”. Las decisiones eran autoritarias también en el sentido de que no era posible revisar y modificar las previsiones o presunciones en las que se basaba el plan después de que este ya había sido codificado, generalmente con consecuencias muy dolorosas para los implicados.

Recordemos que es en los escritos dedicados a la Comuna de París (1871) que Marx afirma que: «Si la producción cooperativa es algo más que una impostura y un ardid; si hay que sustituir el sistema capitalista; si las sociedades cooperativas unidas regulan la producción nacional según un plan común, tomándola bajo su control y poniendo fin a la anarquía constante y a las convulsiones periódicas, consecuencias inevitables de la producción capitalista —¿qué será eso, caballeros, sino el comunismo, el comunismo “realizable”?»35

Como nos recuerda Mészáros, «el verdadero objetivo de la transformación emancipatoria es la completa erradicación del capital como modo de control totalizante del propio sociometabolismo reproductivo, y no simplemente el desplazamiento de los capitalistas de la condición históricamente específica de “personificaciones del capital”.»36

Este pensador social critica los errores de la izquierda cooperativista, pues esta no se preocupó por la necesidad de promover “ataques dobles” al sistema sociometabólico del capital.

Es el “complejo global de reproducción sociometabólica” que necesita una reestructuración radical, de tal modo que un “macrocosmos” cualitativamente diferente y conscientemente controlado pueda ser erigido desde las autodeterminaciones autónomas de “microcosmos” cualitativamente diferentes.37

Recordemos que para Marx, «la tiranía de la circulación no es menos perversa que la tiranía de la producción».38 Según Mészáros (2002), la relación de intercambio a la cual el trabajo está sometido no es menos esclavizante que la separación y la alienación de las condiciones materiales de producción de los trabajadores. Al reproducir las relaciones de intercambio establecidas en una escala am-pliada, el trabajo puede apenas multiplicar el poder de la riqueza alienada sobre él mismo. Y él prosigue: «La triste historia de las cooperativas en los países capitalistas, a pesar de sus genuinas aspiraciones socialistas en el pasado, es elocuente en este sentido».39

Para Mészáros (2002), la estrategia de subvertir las relaciones de propiedad de capitalismo privado puede, sin la reestructuración radical de las relaciones de cambio heredadas, apenas arañar la superficie, dejando el capital en el control pleno del proceso de reproducción en las sociedades postcapitalistas —aunque en una forma alterada—. Asimismo, nada puede ser más absurdo que la tentativa de instituir la democracia socialista y la emancipación del trabajo desde el fetichismo esclavizador del “socialismo de mercado”.


Para los polacos, en el contexto de las revoluciones de los años 1980: La propuesta autogestionaria significaba el control directo de la producción y, por tanto, el control de la economía por los trabajadores. No significaba apenas el control de las empresas. No bastaba que los trabajadores eligiesen, a nivel de la empresa, sus dirigentes. Esto representaría el riesgo de crear lo que los polacos llaman de “propiedad de grupo”. Sería transformar los trabajadores de una determinada fábrica, de una determinada organización, en sus propietarios, y de esa forma colocarlos defendiendo sus intereses privados contra los intereses más generales de la sociedad.40

Según Mészáros (2002), la alienación reforzada institucionalmente constituye apenas una precondición material de la articulación capitalista fragmentadora y homogeneizadora del proceso de trabajo y de la compleja subyugación del trabajador al mandato del capital como trabajador separado o desvinculado (odd/detached), preso en el con-trol de las funciones productivas infinitesimales, y sin ningún control sobre la distribución de la producción social total.

En este sentido, Mészáros (2002), cree que la posibilidad de una modificación —incluso de las partes más sencillas/básicas del sistema del capital— implica la necesidad de “ataques dobles”, constantemente renovados, tanto a las “células constitutivas” o “microcosmos” (esto es, el modo mediante el cual las jornadas de trabajo singulares son organizadas adentro de las empresas productivas particulares) como a los “macrocosmos” autorregulantes y a los límites estructura-les autorrenovantes del capital en su totalidad”.

Para Mészáros (2002), los “consejos de trabajadores” en las empresas tienen un potencial mediador y emancipador al solucionar de forma racional los problemas existenciales vitales de los trabajadores, sus preocupaciones cotidianas con la vivienda y el trabajo, las grandes cuestiones de la vida social de acuerdo con sus necesidades elementales de clase. Al mismo tiempo, este autor hace algunas advertencias respecto a que los Consejos de Trabajadores no deberían ser considerados la panacea para todos los problemas de la revolución. Sin embargo, sin alguna forma de autoadministración genuina, las dificultades y contradicciones que las sociedades postrevolucionarias enfrentan se transformarán en crónicas, y pueden hasta crear el peligro de un retroceso a las prácticas productivas del viejo orden, aun cuando estén bajo un tipo diferente de control personal.

Es necesario destacar que no vislumbramos el rescate de los instrumentos de planificación en el Estado, aunque en algunos momentos tengamos que recurrir al mismo, sino la construcción de organismos e instituciones totalmente nuevos creados por los trabajadores con el objetivo de lograr el “autogobierno por los productores asociados”.41

Mészáros nos recuerda además que, cuando los Consejos de Trabajadores se han constituido espontáneamente, en medio de importantes crisis estructurales, ellos intentaron atribuirse en más de una ocasión en la historia «precisamente el papel de autoadministrador posible, a la par de la responsabilidad autoimpuesta —que está implícita en el papel asumido y es prácticamente inseparable de él— de ejecutar la gigantesca tarea de reedificar, a largo plazo, la estructura productiva social heredada».42

Para teorizar sobre la dialéctica de la parte y del todo, además de señalizar la necesidad de “ataques dobles”, Mészáros se apoya en la crítica de R. Luxemburgo (1999) a Bernstein. Para esta pensadora, el problema de las cooperativas no está en la falta de disciplina de los trabajadores, tal como abogaba Bernstein. La contradicción de las cooperativas es que ellas tienen que gobernarse a sí mismas con el más extremo absolutismo pues los trabajadores son obligados a asumir el papel de empresario capitalista contra sí propios. Esta contradicción explica el fracaso de las cooperativas de producción que o se vuelven meras iniciativas capitalistas o, si los intereses de los trabajadores continúan predominando, terminan por fracasar económicamente.

Siendo así, podríamos interpretar la obra de Mészáros (2002), cuando este señaliza la necesidad de “ataques dobles”. Es decir, la necesi-dad del control coordinado de la producción mediante la democracia sustantiva de los productores tanto en la empresa como en toda la sociedad. En el caso de las fábricas recuperadas, el control global de la industria por los productores asociados, además del control de fábricas separadas, Mészáros aboga que los Consejos de Trabajadores deben cumplir el papel de mediadores materiales efectivos entre el orden antiguo y el orden socialista anhelado.

Según Mészáros (2002), es porque el sistema del capital es un modo de control global – universal que no puede ser históricamente superado excepto por una alternativa sociometabólica igualmente abarcadora.

Mészáros (2002) plantea que, cuando las funciones controladoras vitales del sociometabolismo no son efectivamente ocupadas y ejer-cidas autónomamente por los productores asociados, y son dejadas a la autoridad de un personal de control separado de ellos, o sea, un nuevo tipo de personificación del capital, el propio trabajo continúa reproduciendo el poder del capital contra ellos mismos, y de esa forma extendiendo la dominación de la riqueza alienada sobre la sociedad. Él confiere a los Consejos de Trabajadores y otras formas de mediación un papel crucial en el establecimiento de una “plani-ficación auténtica”. En ese sentido, para él todas las funciones de control del sociometabolismo deben ser progresivamente apropiadas y positivamente ejercidas por los productores asociados, pues —en su defecto— el control de las decisiones productivas y distributivas de la reproducción social continuará bajo la égida del capital.

Las propuestas que intentan conciliar principios socialistas con mecanismos de “mercado” no son tan nuevas. Eso ya podía ser vis-to en la obra de Proudhon. Según Mandel (2001), para Proudhon: se trataba de emancipar el obrero – artesano de la dominación del dinero (del capital), sin abolir la producción mercantil y la competencia: ilusión típicamente artesanal pequeño-burguesa. Si algunas veces Proudhon es presentado, no sin más ni más como el padre de la concepción de autogestión obrera, el impasse del “socialismo de mercado” manifestado en Yugoslavia desde 1970 ya está potencial-mente trazado en sus ideas.43

Lebowitz (2005) también teje algunas críticas al socialismo de mercado y los impasses creados en Yugoslavia:

Yugoslavia denominó el sistema de gestión de sus trabajadores como “autogestión” y demostró que los capitalistas no son necesarios —que las empresas pueden ser administradas por los obreros a través de sus consejos obreros [...] Sin embargo, había un problema en el sistema de autogestión yugoslavo, relacionado al término “auto”. De hecho, los propios trabaja-dores en cada empresa determinaban la dirección de las mis-mas. Mientras, ellos se preocupaban prioritariamente de ellos mismos. El foco de cada trabajador en cada empresa era el interés personal [...]. Faltaba un sentido de solidaridad con la sociedad. En lugar de ello, predominaban la autoorientación y el egoísmo. En algunos aspectos, se parecía al peor mito capitalista, el concepto de la “mano invisible”: la idea de que, si cada clase sigue su propio interés, la sociedad como un todo se beneficia. En verdad, la mano invisible en Yugoslavia provocó el aumento de la desigualdad y la declinación de la solidaridad —llevando, finalmente, al desmembramiento del país.44

De una forma muy próxima a las ideas de Proudhon y quizá por la crisis encadenada por los fracasos de la planificación en el período del “socialismo real”, los investigadores de la economía solidaria en Brasil siguen proponiendo una contradicción: la conciliación entre la “autogestión” de las fábricas y la competencia de “mercado”; cooperación y competencia, “eficiencia” de la cooperativa y “anarquía” de la producción.

Consideraciones finales

Como estamos en un momento defensivo, caracterizado por innumerables derrotas para los trabajadores, sería mejor caracterizar la fase actual como la de un cooperativismo de subsistencia, de resistencia. Hasta el presente hay pocas señales de un cooperativismo y asociativismo capaces de superar el trabajo alienado, sin sentido social, desprovisto de contenido social.

Eso tiene que ver con el contexto histórico, caracterizado por el avance de la barbarie social y, en lo que se refiere a la izquierda, la ausencia de un proyecto radical más allá del capital. Para nosotros, el cooperativismo y el asociativismo vienen cumpliendo un papel modesto, al permitir que grupos de trabajadores, principalmente los más precarizados o desempleados, tengan derecho a la supervivencia en un contexto de desempleo y subempleo crónico.

Sin embargo, según Mészáros, en un contexto ofensivo, el cooperativismo y el asociativismo podrán cumplir un papel en la superación del trabajo alienado, mediante la expropiación de los expropiadores, reunificando el caracol a su concha. Y por medio de la coordinación global de la producción por los productores asociados teniendo como objetivo la producción de valores de uso y el “desarrollo de la rica individualidad” del ser humano. Él critica la sociedad productora de mercancías y vislumbra la construcción de una sociedad que tiene como objetivo la satisfacción de las necesidades humanas (valores de uso). En resumen, la autogestión es la superación positiva de la alienación del trabajo. Esa parece ser la contribución de Mészáros.

En líneas más generales, el proceso de construcción de una sociedad más allá del capital debe abarcar todos los aspectos de la interrelación entre capital, trabajo y estado. Para concluir, Mészáros utiliza un fascinante fragmento de Goethe:

Como en el caso del padre de Goethe (si bien por razones muy diferentes), no es posible demoler el edificio existente y levantar un edificio completamente nuevo en su lugar sobre cimientos totalmente nuevos. La vida debe continuar en la edificación apuntalada durante todo el transcurso de la reedificación, «sacando afuera un piso tras otro de abajo hacia arriba, como si estuvieran injertando la nueva estructura, así que aunque al final nada quedaba de la vieja casa, toda la edificación nueva se podía considerar como mera renovación».45


En verdad, la tarea es incluso hasta más difícil que aquella. Pues, según Mészáros, «hay que reemplazar también la arruinada armazón de madera del edifico mientras se va sacando a la humanidad del peligroso marco estructural del sistema del capital».46


Referencias bibliográficas

1     G. Holyoake: Os vinte oito tecelões de Rochdale. GB, Río de Janeiro, 1933, [s. n.].
2     A. Guillerm y Y. Bourdet: Autogestão: uma visão radical, Zahar, Río de Janeiro, 1976, p. 22.
3     M. Tragtenberg: Reflexões sobre o socialismo. Ed. Moderna, São Paulo, 1986, p. 8.
4     C. Nascimento: Autogestão e o “novo” cooperativismo. Ministério do Trabalho e Emprego, texto para discussão, Brasilia, 2004, p. 2.
5     István Mészáros: Para além do capital. Editora da Unicamp/Boitem-po, Campinas, 2002.
6     __________: Marx: A Teoria da Alienação. 4ta. ed., Zahar, Río de Janeiro, 1981, p. 9.
7     ___________: Para além do capital...,
8     R. Antunes: O caracol e sua concha – ensaios sobre a nova morfologia do trabalho, Boitempo Editorial, São Paulo, 2005, p. 38.
9     István Mészáros: Para além do capital..., p. 629.
10   Ibídem, p. 628.
11   Ídem.
12   Ídem.
13   M. Tragtenberg: Administração, poder e ideología. 3ª ed., Editora da Unesp, São Paulo, 2005.
14   H. T. Novaes: O fetiche da tecnologia – a experiência das fábricas recuperadas. Expressão Popular-Fapesp, São Paulo, 2007.
15   Carlos Marx: Instruções para os Delegados do Conselho Geral Provi-sório. As Diferentes Questões (1866). Avante, Lisboa, 1990, p. 521.
16   ________: O capital. vol. II, Editora Nova Cultural, São Paulo, 1996, p. 381.

17   _______: Instruções para os Delegados do Conselho Geral Provisório. As Diferentes Questões (1866)..., p. 7.
18   A. Guillerm y Y. Bourdet: ob.cit., p. 18.
19   M. Tragtenberg: Reflexões sobre o socialismo...
20   H. Hirata: “Transferência de tecnologia de gestão: o caso dos siste-mas participativos”. In R. M Soares: Automação e Competitividade. IPEA, Brasilia, 1990, pp. 135-148.

21   István Mészáros: Para além do capital...
22   M. Tragtenberg: Reflexões sobre o socialismo..., p. 30.

23   J. Bernardo: “A autonomia das lutas operárias”. In L. Bruno e C. Saccardo (coord.): Organização, trabalho e tecnologia, Atlas, São Paulo, 1986.
24   István Mészáros: Para além do capital..., p. 786.
25   R. Dagnino y H. T. Novaes: “As forças produtivas e a transição ao socialismo: contrastando as concepções de Paul Singer e István Mészáros”. En revista Organizações & Democracia, Unesp, Marilia,
v. 7, 2007, (pp. 35-57), p.54.
26   István Mészáros: O poder da ideologia. Boitempo Editorial, São Paulo, 2004, p. 519.
27   J. Habermas: “Autonomy and Solidarity”. Entrevistas; edição e intro-dução de Peter Dews. Verso, London, 1986, p. 91.
28   R. Panzieri: “The capitalist use of machinery: Marx versus the ‘Objectivists’.” In P. Slater (org): Outlines of a critique of technology, Ink Links, Londres, 1980.

29   István Mészáros: O poder da ideologia..., p. 519.
30   Ídem.
31   Ídem.
32   R. Panzieri: “Mais-Valia e Planejamento”. En M. Tronti et al. (org.):
Processo de trabalho e estratégias de classe, Zahar Editores, Rio de Janeiro, 1982, (pp. 60-87), p. 66.
33   István Mészáros: Para além do capital..., p.865.
34   _______: O poder da ideologia..., p. 15.
35   Carlos Marx: O capital..., p. 225.
36   István Mészáros: Para além do capital..., p. 780.
37   Ídem.
38   Carlos Marx: Instruções para os Delegados do Conselho Geral Provi-sório. As Diferentes Questões (1866)..., p. 655.
39   Ibídem, p. 629.
40   L. C. Bresser Pereira: 1980/81: “A revolução autogestionária na Polônia”. In R. Venosa (org): Participação e participações: ensaios sobre autoges-tão, Babel Cultural, São Paulo, 1987, p.108.

41   H. T. Novaes: “Qual autogestão?”. En Revista da Sociedade Brasileira de Economia Política, São Paulo. No. 22, maio de 2008.
42   István Mészáros: Para além do capital..., p. 457.
43   E. Mandel: O lugar do marxismo na história. Xamã, São Paulo, 2001,
p.  70.
44   M. Lebowitz: Constructing Co-Management in Venezuela: Contradic-tions along the Path. www.mrzine.monthlyreview.org/lebowitz241005.html, 2005, [s. n.].

45   Istvan Mészáros: La educación más allá del capital. Siglo XXI/Clacso, Buenos Aires, 2008, p. 804.
46   ídem.

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