Foto: Miguel Ángel Romero
2 enero, 2017
Lo adelantó el propio Presidente Raúl Castro en diciembre del 2015, y luego en la segunda sesión de la Asamblea Nacional, en junio de 2016: el año que acaba de terminar sería el peor del último lustro en cuanto al crecimiento de la economía. Finalmente, y ante los diputados, el Ministro de Economía, Ricardo Cabrisas, anunció el decrecimiento de un 0,9% del Producto Interno Bruto del país.
A pesar de que una parte de las condiciones y características de la economía nacional que provocaron ese decrecimiento no han cambiado sustancialmente, el gobierno cubano se ha planteado crecer un 2% en el año 2017.
Comparada con otros pronósticos, como el de la Comisión Económica para América Latina, esa expectativa es mucho más optimista.
Del 2016 queda poco por decir. Lo primero, fue importante el esfuerzo por evitar recortar los programas que benefician a toda la población en un contexto de restricciones materiales y financieras. Lo segundo, en medio de esas mismas condiciones se desplazaron notables cantidades de recursos para la recuperación de los guantanameros tras el paso del huracán Matthew.
Pero también habría que pensar que tampoco logramos aprovechar las oportunidades de forma eficiente y no alcanzamos a integrar en una sola fuerza dirigida al propósito del desarrollo, el crecimiento económico y el bienestar, a todos los agentes económicos.
De una parte, el sistema empresarial estatal socialista, no logró el dinamismo necesario y las transformaciones iniciadas no han madurado lo suficiente como para dar mejores resultados. De otra, el esfuerzo desde el Estado en parte se diluye en destinos que no son los medios de producción fundamentales, entendidos según la Conceptualización del Modelo Económico y Social, como aquellos que juegan un “papel estratégico en el desarrollo económico y social, la vitalidad, sostenibilidad del país y la seguridad nacional[1] .
Procesos como la Inversión Extranjera Directa (IED) la expansión de las cooperativas, la creación y reconocimiento legal de las pequeños y medianas empresas, llevan una dosis de riesgo; pero tomar riesgos es una condición necesaria para tener éxito. Debemos incorporar el riesgo a nuestro Ácido Desoxirribonucleico (ADN), o mejor dicho debemos aprovechar el riesgo que ya tenemos incorporado a él y lograr conducirlo hacia los fines de mejora del país. No puede seguir prosperando la idea de que tomar riesgos está prohibido.
La incertidumbre sigue siendo una característica distintiva del crecimiento económico mundial. Mercados importantes para Cuba no parecen salir de las tensiones vividas en el año 2016. Nuestros dos principales socios comerciales tuvieron un año bien difícil. China experimentó en el 2016 el peor desempeño económico en 25 años y se augura un 2017 de crecimiento más lento. Mientras América Latina experimentó nuevamente una contracción de su economía y países importantes para Cuba terminaron con números rojos.
Para el 2017, el escenario económico internacional no parece augurar cambios demasiados positivos, aunque todo indica mejores perspectivas.
Se espera un crecimiento del 2,7% de la economía mundial y una tasa de crecimiento del comercio mundial entre el 1,8% y el 3%, junto con una mejora en los precios de los productos básicos del 8%. Seguirá siendo, sin embargo, un crecimiento con alta incertidumbre, marcado además por el primer año de un presidente en Estados Unidos de difícil previsión.
Aunque con probables mejoras, este no es un mundo fácil para un pequeño país con dificultades propias de un subdesarrollo no superado, y con un régimen de relaciones económicas perseguidas por la primera potencia capitalista del mundo. Es un archipiélago dependiente en energía y alimentos de la evolución de los precios mundiales. Pero es el mundo que tenemos, no podemos mudarnos, así que debemos saber encontrar la manera de vivir aquí y sacar provecho, incluso de esa situación tan difícil.
El plan del 2017 se ha puesto una meta alta: crecer en un 2% en condiciones de restricción financiera, con socios comerciales perdiendo recursos, mercados aún deprimidos para algunos de nuestros principales productos, con el deber ineludible de honrar los compromisos de la deuda renegociada y solucionar favorablemente los impagos a proveedores, con una reforma en el sector empresarial estatal (responsable de al menos el 80% del PIB y del 70% del empleo) que no acaba de dar los frutos esperados, y por si fuera poco, con el síndrome de la parálisis por análisis en las negociaciones con la Inversión Extranjera.
Deberá lidiar también con los prejuicios acumulados por décadas frente al sector no estatal, que ese mismo plan ha hecho responsable principal del crecimiento en un 13% de las circulación mercantil minorista.
Alcanzar la meta del 2% será más difícil aún de lograr si todavía no hemos podido solucionar la distorsión monetaria y nuestros precios internos no reflejan en absoluto el gasto real de trabajo. Es lo que ocurre cuando se tiene una tasa de cambio oficial distorsionada y los precios internos son definidos en un alto por ciento de manera administrativa. Además, el propósito tendrá que alcanzarse dentro de los límites que impone la cultura de manejo monopólico de la economía, que impide el papel positivo de la competencia en la búsqueda de mayor eficiencia y en la promoción de la innovación.
No hay que ir a China para aprender cómo funciona la competencia en calidad de resorte impulsor de la innovación, sólo hay que mirar hacia nuestro incipiente sector no estatal, en especial los restaurantes y las habitaciones en renta para el turismo.
Estas son otras tareas, algunas de largo plazo, de carácter estructural, con un previsible fuerte impacto en nuestra economía, con costos elevados en el corto plazo difíciles de asimilar cuando nuestra economía apenas crece y cuando no tenemos como acceder a fuentes de financiamiento que nos permitan amortiguar esos efectos. Es un gran reto que debemos ir asumiendo desde ya.
Las metas que ese plan propone están claramente expresadas, sin embargo, no solamente importa qué debemos hacer, sino también, cómo y a qué ritmo.
Pongamos de nuevo algunos ejemplos de sectores en los que se pueden tomar medidas para alcanzar el 2% de crecimiento deseado.
Habló el Presidente en su intervención el 27 de diciembre de la gran necesidad de apurar todo lo referido a la producción de energía con fuentes renovables. Pues bien, después de casi tres años de aprobado, todavía no ha generado un kilowatt el primer proyecto con inversión extranjera directa en esta rama.
Mientras nuestro país padece de un déficit de producción y oferta crónicos, la “vocación productiva y de servicios de muchas personas” permanece frustrada por el congelamiento en la aprobación de las cooperativas industriales y de servicios (eso de definirlas en negativo, como “no agrícolas” no es una forma favorable).
A esas cooperativas se les sigue considerando un experimento, se les sigue limitando a las mismas labores que los oficios aprobados para el trabajo por cuenta propia y se sigue marginando y prohibiendo que los profesionales puedan integrarse para ofrecer mejores productos y servicios.
Pasa en el área de la energía renovable también. Tenemos en los paquetes de cooperativas por aprobar propuestas de empresas cooperativas para contribuir a ese propósito, capaces de producir con costos mínimos calentadores solares de agua, biodigestores, pequeños sistemas de producción de energía eólica, todos producidos por ingenieros y técnicos cubanos, formados en nuestras universidades, decididos a vivir en Cuba y trabajar en Cuba. ¿Por qué no se les ha permitido emprender esa opción? ¿A que le tememos? ¿A que compitan con las empresas estatales? ¿Qué es preferible? ¿Ahorrarnos miles de toneladas de combustible fósil, tener un país más sustentable en términos medio ambientales gracias al esfuerzo “no estatal” pero cubano, o seguir gastando el poco dinero que tenemos en contaminar con petróleo nuestro país en nombre de la gestión estatal?
Si están definidos los ejes estratégicos que deben ser la base del plan de largo plazo, ¿por qué no actuar en consecuencia con ellos?
El otro ejemplo es también muy conocido: la inversión extranjera directa (IED) en general. El Ministro de Economía acaba de afirmar que “la inversión extranjera continúa siendo muy baja en su participación respecto a la inversión total, representando solo el 6,5% del Plan”. Eso significa que el volumen de IED, si consideramos la inversión ejecutada en el 2015 fue de 5 906,6 millones[2] y suponiendo que en el 2016 hallamos alcanzado los 7 000 millones, apenas alcanzará en 2017 unos 455 millones de dólares. Es un número muy alejado de los 2 500 millones que necesitamos.
¿Por qué no se han conseguido los otros 2045 millones de dólares? Esa cifra equivale casi a perder todo nuestro ingreso proveniente de la exportación de varios sectores. ¿Quién paga ese déficit? ¿Por qué seguir permitiendo que la cadena negociadora- aprobadora haga perder al país tantos recursos necesarios? ¿Qué debemos hacer para que no siga sucediendo? ¿Qué debemos cambiar?
Me permito por ahora una sola idea: seguimos concentrando las decisiones de aprobación en los organismos ramales, y dejamos fuera de esa potestad a gobiernos provinciales, a los cuales no se les deja aprobar ni siquiera pequeños proyectos que pueden generar beneficios económicos y sociales significativos a su escala.
Cuba sigue estando de moda, los que asistimos a la Feria Internacional de la Habana 2016 lo pudimos constatar. Sin embargo, podrían estarse acabando nuestros 15 minutos de fama. Tenemos que aprovechar mientras dure esta tremenda oportunidad.
El 2017 será un año difícil, pero sigo pensando que tenemos todo lo que hace falta para hacerlo un año de victorias en mundo convulso. Depende solo de nosotros mismos.
[1] Conceptualización del modelo Económico y Social Cubano. Numeral 125.
[2] Anuario Estadístico de Cuba 2015, ONEI, 2016
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