Foto: Claudio Pelaez Sordo.
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Por:
Angel Marqués Dolz
Juan Valdés Paz es un ser privilegiado. Posee la visión del hombre mundano: fue trabajador de tintorería y empleado de comercio, maestro y administrador de una fábrica de azúcar. Y posee la información del hombre académico: profesor de la Facultad de Filosofía e investigador del Centro de Estudios sobre América, del Instituto de Historia de Cuba. ES Profesor Titular Adjunto de la Universidad de La Habana y del Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García. En las dos primeras décadas de la Revolución, ocupó cargos de dirección en el peliagudo sector agrícola. Sus estudios se han convertido en varios libros útiles y muy bien acogidos: La Transición Socialista en Cuba (1993), Procesos Agrarios en Cuba, 1959-1995 (1997), Los procesos de organización agraria en la Revolución Cubana. 1959-2006(2008), El espacio y el límite. Ensayos sobre el sistema político cubano (2009).
En su último libro, La evolución del poder en la Revolución Cubana se lee: “El ejercicio del poder estará siempre acompañado de resultados inesperados y de un cierto grado de incertidumbre”.
Juan Valdés Paz, Premio Nacional de Ciencias Sociales 2014. Foto: Claudio Pelaez Sordo.
Si el gobierno de Raúl Castro ha topado con no pocas resistencias a su programa de transformación, que quedaría para el nuevo gobierno; en el día a día su ejecutoria puede ser todavía más resistida y engorrosa…
Toda política tiene favorecedores y opositores. A veces explícitos y visibles y, lo que es propio del socialismo real: la mitad de las cosas que ocurren pasan de manera invisible para la opinión pública.
Así que todas las políticas tendrán un nivel de consenso y apoyo, y un nivel de oposición. Entre la sociedad y el funcionariado, y dentro del funcionario por tipos de funcionariado. Tenemos una burocracia estatal, administrativa, económica, militar, que a veces está de acuerdo y a veces se pelea entre sí.
No sé cuántos, pero puedo adivinar que hay muchos guevaristas que no están de acuerdo con la reforma, que hay muchos fidelistas que no están de acuerdo, que hay muchos prosoviéticos que no están de acuerdo, que hay muchos funcionarios que no están de acuerdo. Puedo asumir que si ellos están en determinadas posiciones pueden ser un estorbo; si son mediadores pueden plantar determinadas resistencias. Pero no todo es ideología, también hay intereses individuales y de grupos.
Foto: Kaloian.
Más allá de las retrancas, existen otros obstáculos a salvar…
El retraso de la implementación tiene tres problemas más. Uno es la propia estrategia que se dio la dirección del país que puso un acento excesivamente gradualista y por tanto lento. Eso, cuando la opinión publica pedía aceleración, le permitía a la burocracia justificarse y legitimarse.
Esa lentitud introduce un problema colateral: la baja integralidad de la que ahora habla el V Pleno.
Hay un segundo problema que es de principio: no afectar a la población con políticas de choque. Otro dato desfavorable es el entorno internacional, cada vez más adverso e incierto y que aún puede empeorar más. Aliados nuestros con problemas y la voluntad del ejecutivo estadounidense de no desmontar el bloqueo, favorecen a los sectores más conservadores a lo interno que encuentran en todo este escenario externo un aire para sus velas. Por último, el bajo crecimiento de la economía no ha permitido acumular recursos para financiar los cambios que producen costos.
Llegamos al nudo gordiano de la reforma: la dualidad monetaria.
Unos están en pro del shock, que sea de una sola vez, otros por un proceso gradual. La decisión es política. El problema es que hay costos y se los tienes que pasar a alguien. ¿El Estado tiene recursos para asumirlos o no? ¿Tendrá que pasar parte de los costos a la población? Y me dirás ¿a quiénes? Algún sector de la sociedad se afecta con la unificación monetaria. Si proteges a los de menor ingreso, vas a afectar a los de mayor ingreso. Si quieres buscar una media, afectarás a los sectores medios. Obviamente, se tratará de minimizar la afectación.
Volvemos a la metáfora de por dónde vamos a cortar el pescado, si por la cabeza o por la cola y que evoco en homenaje al Comandante Jorge Papito Serguera, quien siempre recordaba que ese era el problema central de la política.
¿Y la tasa cambiaria?
Cualquiera sea la tasa de cambio que se establezca, se tiene que sostener, y para sostenerla hay que tener reservas para paliar el incremento de la demanda que siempre se presenta cuando se hace un cambio de moneda, porque esa moneda fluye hacia el mercado para probarse. De lo contrario, puede crearse inflación y un mercado negro de divisas, si la moneda que se queda no tiene el valor de compra que se le adjudicó.
Pesos convertibles y pesos cubanos regulares. Foto: Ramón Espinosa / AP.
Pero la dualidad, que en los 90 salvó al país de la dolarización y de perder la soberanía financiera, ahora se comporta como un irresistible invitado…
Es casi imposible medir el comportamiento de la economía con dos monedas, que en realidad son cinco, y llevar una contabilidad creíble. Está reconocido por el gobierno que es muy difícil avanzar y darle integralidad al proceso de reforma si no se resuelve el problema de la dualidad monetaria. La pregunta que estaba en el ambiente era si ese problema se iba a resolver con el actual presidente o se le iba a dejar al nuevo presidente.
De cualquier manera, la nueva administración no la tiene fácil.
No sabemos cuántas facilidades le darán al nuevo mandatario para que ejerza su función. Aquí tendrá que jugar un papel muy fuerte el arbitraje del Partido. Cambios, retiradas, aggiornamento, promociones, pueden respaldar con muchísima fuerza al nuevo gobierno civil. Por otra parte, las Fuerzas Armadas están subordinadas al poder civil, pero no lo han vivido. Hay que educar a los estamentos armados en que están subordinados al poder civil y promover una cultura de la institucionalidad y de respeto a la Constitución que acompañe a lo que no hemos tenido hasta ahora: un gobierno no histórico, civil y joven. Es muy importante que toda esta sucesión transcurra con tranquilidad y normalidad, porque ello expresa la unidad política del país.
Sucesión histórica y sucesión generacional. ¿Vendrán juntas?
Todavía existirán muchos históricos y mucha gente de más de 70 años. Es necesario el acceso de nuevas generaciones que tienen menos de 30 o 40 años y sientan que están en el poder, o al menos que sientan que están suficientemente representados.
Eso es una parte de la legitimidad del nuevo gobierno.
Que el eventual Presidente tenga menos de 60 años anuncia esa renovación generacional y es una fuente de legitimidad de cara a las nuevas generaciones. En el imaginario social es que se ha iniciado una sucesión generacional.
“Todas las políticas tendrán un nivel de consenso y apoyo, y un nivel de oposición”. Foto: Claudio Pelaez Sordo.
Hay un crédito de tiempo que la sociedad otorga. Hay también una paciencia histórica. ¿Qué capital de tiempo tendría el nuevo gobierno?
No se puede decir. Tiene que ver mucho con su desempeño, obviamente con el éxito de su gestión. Si logra acelerar el proceso de reformas puede tener asegurado un segundo mandato y eventualmente dejar un legado importante y confirmar que las nuevas generaciones pueden sostener ambos proyectos, el de sociedad y el de nación.
Ambos requisitos existenciales para Cuba…
A diferencia de China y Vietnam, nosotros tenemos menos de doscientos años de construcción de la nación, siempre amenazada por el coloso del Norte, no solo militarmente, sino política y culturalmente. Nosotros tenemos que construir la nación contra Estados Unidos, que por razones geopolíticas y hasta idiosincráticas, no puede admitir un país plenamente soberano e independiente a 90 millas.
El factor estadounidense es ambivalente. Es hostil, amenazante, pero alimenta el nacionalismo.
Aquí el proyecto de soberanía frente a Estados Unidos se afincó con un proyecto de sociedad socialista, anticapitalista. Está claro por qué tuvimos que declararnos socialistas, porque no había posibilidad práctica de persuadir y de comprometer la ayuda del único otro campo que nos permitiría sobrevivir a la agresión norteamericana, que darle alguna garantía de que éramos un aliado confiable.
Y siempre nos queda un ideario tutelar y programático, que es José Martí.
El primero que enunció un proyecto de nación y de sociedad es el programa martiano. Para mi gusto, bastaba el programa martiano, que está todavía por cumplirse. A veces parece que nos acercamos y a veces parece que nos alejamos.
El proyecto de sociedad es una variable del proyecto de nación, que no puede ser variable, porque el tema de la soberanía, la independencia y la autodeterminación no puede ser objeto de ninguna discusión, concesión o negociación.
Eso es un dogma.
Tiene que ser un dogma. O lo asumimos dogmáticamente o de manera principista o no hay Estado-nación. Si la gente no cree en su nación, no tiene identidad; si acepta subordinación, una soberanía limitada, si la gente acepta la dependencia por cuatro prendas, si acepta que el embajador norteamericano en La Habana diga cómo hacer las cosas en Cuba, pues entonces ya no hay Estado-nación, hay una neocolonia.
Nosotros para sostener el proyecto de nación vis a vis con Estados Unidos necesitamos el consenso mayoritario de la población. Transitaremos con opositores y disidentes, pero hay que tener ese consenso.
“Para mi gusto, bastaba el programa martiano, que está todavía por cumplirse”. Foto: Claudio Pelaez Sordo.
¿Significa que ese consenso aplastará el disenso?
Significa: ¿qué vamos a hacer con el disenso? El disenso es un hecho sociopolítico. Nosotros tenemos que acabar de distinguir el disenso de la contrarrevolución. Primero tienes disenso en tus filas. He ahí el primer drama; la incapacidad del socialismo real para asumir el disenso en sus filas.
Cuando disientes parece que te has salido de la Revolución. No hay nada con más sentido común que si vas a tener una oposición le pidas que sea leal al orden constitucional del país, aprobado por la mayoría. La expresión oposición leal me parece lícita. Vamos a tener siempre una franja de la población que discrepa del socialismo. Existe y hay que reconocerle derechos para que no colisionen con el orden institucional establecido. El quid del asunto es ver cómo conquistamos más apertura y como adquirimos una cultura del debate. Hemos avanzado, pero no lo suficiente.
Es un hecho que Estados Unidos tratará siempre de rentar más opositores desleales, de capitalizar los desencuentros, las frustraciones…
Nosotros frente a Estados Unidos tenemos el problema de una oposición desleal, subordinada y financiada por los gringos; pero no cabe duda de que si reconociéramos el estatuto de una oposición leal podríamos resolver en el futuro, hay que pensar en el futuro, que no toda disidencia se vuelva contrarrevolucionaria.
El proyecto nacional está en manos de generaciones post 1959. ¿Cómo evalúa la perspectiva?
Hay cansancio, inconformidad, crítica, desorientación, que es algo transversal a todas las generaciones, mucho menor en las viejas y mucho mayor en las nuevas. Pero la traducción política de eso es lo que podríamos llamar anomia política: dejo de ser una fuerza movilizada y tampoco me dejo movilizar por la oposición.
Lo que se está acrecentado, según mi percepción, es el componente pasivo del consenso, no el activo, y cierta anomia política, patente en la quinta generación, que crece mucho más en la sexta, y se está formando una séptima generación política cada vez más anómica.
Las revoluciones son procesos históricos que comienzan y terminan un día. Nosotros creemos y necesitamos que la Revolución se extienda en el tiempo indefinidamente porque no tenemos resuelta la cuestión nacional.
Y de tantos desafíos, ¿cuál sería el más formidable de todos una vez iniciado el día después del 19A?
Nosotros vivimos un fenómeno inédito en la historia, que es Fidel Castro. Él solo era todo: la decisión política, el discurso para promoverla, la justificación de la política, la promoción cultural, la política al servicio de valores, la entrega personal, etcétera. Tenía esa capacidad de llevar todas las agendas a la vez y eso ya no existe. Entonces hay que hacer que las instituciones funcionen y que quien suplante a Fidel Castro sea el Partido Comunista. En mi opinión el problema más grave del futuro es eso que tú has llamado el arbitraje entre las tendencias. El arbitraje de Fidel y Raúl ha estado al margen de cualquier cuestionamiento de las partes.
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