Mar 25, 2019 MICHAEL SPENCE
BEIJING – La economía global se está debilitando, en gran medida por una sensación profunda y generalizada de incertidumbre. Y una causa importante de esa incertidumbre es la “guerra comercial” en curso entre China y Estados Unidos.
Como ha demostrado Lawrence J. Lau de la Universidad de Stanford, el problema no es que los aranceles en carácter de represalia hayan tenido un impacto especialmente relevante, excepto quizás en algunos sectores económicos estadounidenses y chinos. Más bien, el conflicto ha arrojado dudas sobre el futuro de la conectividad económica global, que se ha traducido en una menor inversión y en un menor consumo en China y Estados Unidos, y entre sus respectivos socios comerciales.
Es más, el estado chino ha expandido su rol en la economía. Las empresas estatales vuelven a ser las favoritas entre los jóvenes que buscan empleo y a los ojos del sector bancario principalmente estatal, aunque a muchas empresas estatales realmente habría que reestructurarlas en lugar de mantenerlas a flote. Al mismo tiempo, a muchas compañías del sector privado el crédito les está resultando escaso y muy costoso, y las quiebras parecen estar en aumento. Las intervenciones políticas periódicas para revertir estas asimetrías de larga data entre el ámbito público y privado han demostrado ser insuficientes.
En cuanto a Estados Unidos, la economía está cayendo de un estímulo fiscal pro-cíclico que iba a dejar una ligera resaca. Y hasta hace muy poco, la Reserva Federal de Estados Unidos venía ajustando la política monetaria, con un probable retraso de los efectos de las tasas de interés más elevadas como consecuencia de los recortes impositivos de diciembre de 2017 implementados por la administración Trump.
Mientras tanto, según un informe reciente del Consejo de Relaciones Exteriores, los empleos en la industria, la construcción y la minería se han vuelto relativamente escasos, mientras que las vacantes sin ocupar en una serie de industrias de servicios de mayor productividad cada vez son más. En términos más generales, el crecimiento de la productividad ha sido a la baja, lo que debilita el crecimiento a largo plazo. Un informe del McKinsey Global Institute observa que esta tendencia se debe en parte a los retrasos en la implementación de nuevas tecnologías digitales. Otro factor es la creciente divergencia de capacidades, que también ha contribuido a una inmovilidad laboral entre los empleos tradicionales de la clase obrera y los servicios.
Los acontecimientos políticos agravan la incertidumbre. En Estados Unidos, nadie sabe si la elección presidencial de 2020 resultará en un segundo mandato de Donald Trump o en una nueva administración demócrata que gobierne desde el centro o desde la extrema izquierda. El rango de posibles escenarios políticos –desde acciones antimonopólicas contra las principales plataformas digitales hasta planes de atención médica universal y cambios importantes en el sistema tributario- es más expansivo de lo que ha sido en décadas.
La situación en Europa no es muy diferente. En un escenario de fortalecimiento del nacionalismo y del populismo (de izquierda y de derecha), los partidos anti-establishment han ganado terreno o han llegado al poder en muchos países. A la luz de estos acontecimientos, parece cada vez más improbable que la Unión Europea implemente las reformas estructurales que tanto se necesitan. Los dos únicos líderes que podrían ejercer presión para que se tomaran estas medidas, la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Emmanuel Macron, se han debilitado políticamente. Merkel ha anunciado que este mandato será el último para ella, y Macron ha tenido que lidiar con protestas generalizadas (y en muchos casos violentas) desde el mes de noviembre.
En mayo, todas las miradas estarán depositadas en las elecciones del Parlamento Europeo, que podrían resultar en una reestructuración radical del personal en el Consejo Europeo y la Comisión Europea. Y para complicar aún más las cosas, el Reino Unido ha caído en el abismo del Brexit, agravando el clima de incertidumbre.
En el frente económico, los problemas de Alemania –debido a su considerable sector industrial y a la exposición significativa a lo que suceda en China- han tenido efectos indirectos en toda Europa. Italia sigue en un período de dos décadas de crecimiento débil y el desempleo juvenil está en 32%, que resulta intolerablemente alto. Peor aún, el gobierno italiano ha adoptado una estrategia belicosa con la UE en materia de reglas fiscales, pero carece de un plan convincente para alcanzar un crecimiento de largo plazo. La deuda soberana italiana ha subido hasta el 140% del PIB y hay motivos para temer que un repunte de los rendimientos de los bonos del gobierno –como sucedió en 2010-2012- pueda provocar una crisis fiscal.
Si esto sucediera, no resulta claro cómo respondería el Banco Central Europeo. En cualquier caso, la ausencia de un crecimiento sólido agravará la fragilidad del sector bancario italiano, ya que los créditos morosos tienden a aumentar con los vientos en contra del crecimiento. Eso, a su vez, resultará en un crédito más ajustado y en un perjuicio para los sectores todavía saludables de la economía italiana.
En términos más generales, Europa está rezagada detrás de otras potencias en términos de innovación y adopción de nuevas tecnologías digitales. Pero las propias tecnologías digitales también están contribuyendo a la incertidumbre global. Hasta qué punto las plataformas digitales pueden influir en los procesos políticos no resulta claro; pero hay suficiente evidencia que sugiere que han agrandado las grietas sociales y que han hecho que las elecciones democráticas sean más fáciles de explotar. Detrás de estas grietas hay tendencias económicas poderosas, sobre todo la polarización del mercado laboral y de ingresos que se observa en las economías desarrolladas.
La economía global está atravesando una transición importante, debido al ascenso de las economías emergentes, especialmente en Asia, y la transformación digital de los modelos de negocios y las cadenas de suministro globales. Los servicios representan un porcentaje creciente del comercio global y se buscan nuevas fuentes de ventaja comparativa. El emplazamiento de los mercados finales y la configuración de las cadenas de suministro están en marcha, o se los está cambiando por completo. Y si bien es obvio que las estructuras y las reglas de gobernanza global necesitan una reestructuración, las instituciones internacionales existentes carecen del poder para presionar por este tipo de cambios por su cuenta, y los gobiernos de las principales potencias económicas del mundo no parecen estar a la altura de la tarea.
En conjunto, estas diversas tendencias económicas y políticas pueden o no derivar en otra crisis global o parada repentina. En cualquiera de los dos casos, alimentarán un período prolongado de incertidumbre radical. En estas circunstancias, la cautela puede parecer la mejor política para las empresas, los inversores, los consumidores y hasta los gobiernos. Pero la cautela conlleva sus propios costos: las empresas y los países que no invierten lo suficiente, por ejemplo, en nuevas tecnologías digitales bien pueden quedarse en el camino. Y mientras las reglas y las instituciones que gobiernan la economía global sigan en duda, no cabe más que esperar un desempeño insuficiente continuo.
MICHAEL SPENCE, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU’s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, Advisory Board Co-Chair of the Asia Global Institute in Hong Kong, and Chair of the World Economic Forum Global Agenda Council on New Growth Models. He was the chairman of the independent Commission on Growth and Development, an international body that from 2006-2010 analyzed opportunities for global economic growth, and is the author of The Next Convergence – The Future of Economic Growth in a Multispeed World.
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