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Universidad de las Ciencias Informáticas
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Resumen
El presente trabajo aborda sintéticamente los rasgos fundamentales del comportamiento de la intelectualidad húngara frente al sistema socialista desde su instauración hasta 1980, profundizando en dos acontecimientos fundamentales: 1956 y 1968, como momentos importantes del quehacer de este grupo social. Abarca también un análisis de la década de los ochenta hasta la caída del sistema socialista en 1989. En este se explica cómo las transformaciones acaecidas en este período incidieron en la manera de pensar de los intelectuales, lo cual conllevó al recrudecimiento de la crítica al sistema y al auge de las fuerzas de la oposición. Se abordará además las diferentes posiciones asumidas por la intelectualidad ante el proceso de derrumbe del Socialismo húngaro.
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:Cruz Cuevas, K.: "Intelectuales húngaros frente al sistema socialista (1948-1989)", en Contribuciones a las Ciencias Sociales, Julio 2012, www.eumed.net/rev/cccss/21/
Introducción
La caída del Sistema Socialista Europeo marcó, según algunos historiadores, el fin de un siglo histórico que comenzó en 1914 . Éste estuvo caracterizado por la existencia de un régimen social que propugnaba la igualdad entre todos los individuos y la satisfacción de sus necesidades espirituales y materiales. Conocido como Socialismo, se instauró en una parte considerable del mundo, principalmente en Asia y Europa del Este. El Socialismo parecía estar llamado a superar al capitalismo, no solo desde el punto de vista económico, sino también por considerársele un sistema más justo; sin embargo, para finales de la década de los ochenta se produjo su derrumbe en Europa del Este con el apoyo de amplios sectores de la sociedad.
Este suceso tuvo gran repercusión a nivel internacional determinando un nuevo orden mundial sustentado en el predominio del capitalismo y contribuyendo al auge de las ideas más reaccionarias que intentaban demostrar la inconsistencia del Socialismo. Además, determinó la entrada a un período de la historia donde fueron rechazados por la mayoría los valores y paradigmas hasta entonces establecidos.
Hungría fue el primer país del bloque socialista en iniciar la reforma de su sistema político y económico. A partir de 1989 comenzaron las negociaciones tripartitas en Mesa Redonda con la oposición, las organizaciones de masas y los dirigentes del Estado y del Partido. Como resultado se introdujeron enmiendas a la Constitución vigente para eliminar todo su contenido socialista. Se proclamó la República de Hungría, la cual representaba la esencia del cambio, declarando la sustitución de la gestión económica centralmente planificada por la economía de mercado, la propiedad privada y la democracia multipartidista. De este modo se ponía fin al sistema socialista.
Esto fue posible, entre otros factores, gracias a la acción de un sector fundamental de la sociedad: los intelectuales. Desde la Revolución de 1956 quedó demostrado que la mayor parte de este grupo social estaba interesado en reformar el modelo de socialismo existente, pero vieron frustradas sus aspiraciones al imponerse, con el apoyo de la URSS, el gobierno de János Kádar. Para la década de los ochenta existía una conciencia generalizada de que el Socialismo debía ser reformado y los intelectuales fueron los principales promotores del cambio, aunque no se mostraron como una fuerza con intereses homogéneos. En ellos predominaron divergencias según sus concepciones y métodos, por tanto, no asumieron las mismas posiciones.
Vale destacar que existen muy pocos trabajos que analicen la participación de este grupo social en los diferentes procesos; aun cuando a través de la historia se ha demostrado su capacidad para dirigir los procesos políticos y sociales. En el caso de Hungría se presenta como un tema de importancia medular, pues según las encuestas el noventa por ciento de la población no participó en el proceso. Por tanto, fue la intelectualidad, la que asumió el papel de vanguardia durante el cambio político en Hungría.
Partiendo de esta problemática el presente trabajo se propone como objeto de investigación: la actuación de los intelectuales húngaros frente al sistema socialista. Para lograrlo se proponen los siguientes objetivos:
Desarrollo
La posición de los intelectuales húngaros ante el sistema socialista (1948-1980)
Después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, Europa del Este quedó en una situación desoladora. La mayoría de estos países fueron de un modo u otro víctimas del fascismo, entre ellos Hungría, que a pesar de haber sido aliada, sufrió tanto o más sus nefastas consecuencias. Ante esta situación se presentó para los húngaros un dilema: ¿se retomaría la posición de antes de la guerra o se implantaría un gobierno de corte progresista bajo la tutela de la Unión Soviética? La Conferencia de Yalta fue la solución. Los soviéticos se reservaban como esfera de influencia toda la región y se crearon las condiciones para la instauración de un gobierno democrático popular que transitaría inevitablemente hacia el Socialismo.
Los húngaros se caracterizaban por un fuerte sentimiento de rechazo hacia los rusos, un conflicto que se remonta desde la época de los zares. Sin embargo, el hecho de haber sido liberados por el Ejército Rojo, constituyó un elemento significativo para que prevaleciera el agradecimiento. El Socialismo se presentó como la solución idónea a la situación existente. Sus principios se adecuaban a las necesidades de los nuevos tiempos, donde se pedían a gritos garantías de seguridad y protección social. Prometía eliminar la opresión y la desigualdad nacional frente a la injusticia, los prejuicios raciales y la intolerancia de los gobiernos que lo antecedieron. Además, la propuesta económica que ofrecían los soviéticos -planificación estatal centralizada, encaminada a la construcción ultrarrápida de las industrias básicas y las infraestructuras esenciales de la sociedad industrial- parecía la solución a la crisis de la posguerra; sobre todo en una época en que los países capitalistas vivían la era de las catástrofes y buscaban una manera de recuperar el desarrollo económico .
El sistema soviético ofrecía una alternativa viable al tremendo retraso de la región, y esto atrajo a una parte considerable de la población. La idea de construir un nuevo mundo sobre las ruinas totales del viejo, inspiraba a muchos jóvenes e intelectuales, aún cuando el partido comunista, hubiese llegado al poder gracias al apoyo del gobierno soviético y en detrimento de otras fuerzas políticas tradicionales que fueron desplazadas. La mayoría de estos partidos carecieron de justificación moral para hacer frente u oponerse a la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), pues unos habían sido cómplices de Alemania, mientras que otros mostraron incapacidad para hacerle resistencia. Se creaba así un vacío de poder que permitió el ascenso del partido comunista, aún cuando no contaba con la mayoría electoral. La URSS forzó la unión del partido comunista con los socialistas y con la izquierda del partido campesino; dando paso a la creación del Partido de los Trabajadores Húngaros (PTH) que proclamó el régimen socialista con Mátyás Rákosi al frente del gobierno.
Unido a esto se manifestó cierto malestar por la dureza del trato que la URSS le dio a Hungría en su condición de aliada de Alemania. Se vieron obligados a pagar al gobierno soviético cuantiosas reparaciones; aún así, por impopulares que fueran el partido y el gobierno, la propia energía y determinación que éstos aportaban a la idea de reconstrucción de la posguerra tuvo una amplia aunque reticente aprobación por parte de los intelectuales .
El nuevo régimen disfrutó de una legitimidad temporal y durante cierto tiempo de un genuino apoyo popular. Con la nueva estrategia económica, el país avanzó significativamente, superando incluso, los resultados de los países capitalistas. No obstante, se les impuso una copia exacta del modelo soviético, basado en el desarrollo extensivo de la economía que priorizaba la industria pesada. Muchos de los planes quinquenales que se formularon no lograron verdadero éxito. La industria básica quedó relegada a un segundo lugar y se produjo una explosión de la demanda de productos de primera necesidad.
En el plano político, se estableció el monopartidismo, donde el partido comunista obtuvo la función rectora de la sociedad. El nuevo gobierno se convirtió en un poder arbitrario que dictaba leyes que venían desde arriba y que difícilmente podían ser cuestionadas. Esto contribuyó al arraigo en el partido de fenómenos como el burocratismo y el formalismo. Se produjo una falta de democracia y la verticalización excesiva de las decisiones políticas, donde debía prevalecer el centralismo democrático , que se sustentaba en la participación organizada de todos los individuos de la sociedad. El predominio de la dirección casi unipersonal, sustentada en el culto a la personalidad, unido a los juicios preconcebidos donde se condenaban a miles de personas que manifestaran descontento hacia el sistema constituyeron elementos característicos de la realidad húngara; lo cual generó una atmósfera de miedo. Toda manifestación de oposición a la política del gobierno fue reprimida, lo cual se extendió al partido y al Estado, así como a las organizaciones sociales. Muchos dirigentes entre ellos János Kádar, fueron encarcelados, incluso otros fueron ejecutados o acusados de revisionistas o titoistas .
En el ámbito cultural, Hungría al igual que la mayoría de los países de Europa del Este, tuvo que imitar a la URSS hasta en cuestiones mínimas como la estructura de la Academia de Ciencias y la Asociación de Escritores, así como también introducir el idioma ruso como segunda lengua obligada en las escuelas .
Frente a este escenario, el partido fue perdiendo la base social con la cual había contado desde principios de la instauración de este sistema. Evidentemente esa situación estaba muy lejos de cumplir con las expectativas de los húngaros, principalmente los intelectuales, que aunque no manifestaran abiertamente su inconformidad, contribuyeron a crear un estado de opinión a favor de la corrección de los lineamientos políticos del partido.
Sin embargo, la respuesta de la dirección del partido fue omisa, justificando los problemas como causas de la acción de los enemigos políticos, la existencia de una conciencia atrasada de las masas, la falta de la vigilancia revolucionaria y el mal trabajo de los dirigentes estatales, entre otras. No fue hasta la década de los cincuenta cuando se presentó la posibilidad de reformar las condiciones políticas y económicas del país.
1.2. Primeras manifestaciones de los intelectuales húngaros contra el sistema. Antecedentes de las fuerzas de la oposición al Socialismo.
Tras la muerte de Stalin en 1953 y posteriormente, la celebración del XX Congreso del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) en 1956, se abrió un proceso de cuestionamiento total de era estalinista. Salieron a la luz todos los crímenes cometidos por un personaje sacro que representó durante mucho tiempo al régimen cuando aún no existía una elevación considerable del nivel de vida de la población. Constituyó una dura crítica a un sistema que todavía no se había afianzado no solo como estructura política y social, tampoco en la conciencia de todos los individuos. El resultado fue descubrir verdades a unas masas que no estaban preparadas para recibirlas, sobre todo, porque estaban orientadas a desacreditar todo el período anterior, lo que incluía la historia y por tanto la legitimidad del sistema.
Aunque en un primer momento el gobierno húngaro no tomó en consideración los cambios, posteriormente fueron persuadidos por Moscú para realizar transformaciones políticas. Se determinó, entre otras medidas, que era necesario rejuvenecer el aparato del partido y del Estado con nuevos cuadros, fundamentalmente con intelectuales jóvenes. Una nueva generación de reformadores emprendió las transformaciones de la sociedad húngara. Éstos se plantearon la necesidad de modificar la estructura deformada de la economía y eliminar la dirección unipersonal, o al menos, limitar los poderes de la dirección suprema del país.
Con la asesoría del gobierno soviético se designó para la dirección del partido a Imre Nagy, entre otros jóvenes representantes de la intelectualidad. Esto permitió en parte, que se reconocieran públicamente los errores cometidos por la dirección del partido, tanto en su actividad práctica como en su estrategia para hacer avanzar el país. Sobre todo se criticó fuertemente los juicios preconcebidos y la condena de miles de comunistas en los años precedentes.
Se consideró que la estrategia económica aplicada había forzado el desarrollo de la industria pesada sin tomar en cuenta las condiciones concretas del país, relegando la agricultura y los bienes de consumo de la población. Además, estas decisiones erróneas habían contribuido al no crecimiento del nivel de vida de la población, empeorando las condiciones económicas de todos los sectores de la población, tanto de la clase obrera como de los intelectuales.
A pesar de las críticas se designó como secretario general a Mátyás Rákosi y como presidente de los Consejos de Ministros a Imre Nagy.
En el plano económico plantearon el ritmo acelerado de la construcción del socialismo y la implementación del modelo económico de autoabastecimiento, así como también aumentar el monto de las inversiones asignadas a la rama agrícola y elevar el nivel de vida de la población .
Los intelectuales dieron todo su apoyo a este gobierno reformador; y crearon, junto a los obreros y los campesinos, los llamados “consejos”: órganos de poder que tenían como función controlar a las diversas instituciones del gobierno. No obstante, este nuevo gobierno se convirtió en una especie de fantasma, cuyas funciones consistían en cumplir con lo que disponía con anterioridad el partido. Se crearon fuertes divisiones en la dirigencia y una falta de apoyo creciente de los sectores intelectuales .
Al ser destituido Imre Nagy, las reformas fueron paralizadas y un gran número de escritores, periodistas, incluidos profesores universitarios y algunos funcionarios, se proclamaron en contra de esta decisión y exigieron la continuación del proceso reformador. Para ello realizaron sesiones de debate en diversas instituciones culturales, sobre todo en las universidades, donde criticaron agudamente el sistema.
Desde finales de 1955 por iniciativa del Comité Provincial de la Juventud Trabajadora en Budapest se fue creando un foro de discusión de estudiantes universitarios y jóvenes intelectuales, principalmente de las ciencias sociales. Éstos se aglutinaron alrededor de Imre Nagy y conformaron una especie de grupo de oposición que tuvo como nombre Círculo Petőfi, en recordación del poeta húngaro Sándor Petőfi .
En los meses de septiembre y principios de octubre se creó un Foro de Estudiantes de Budapest que exigía la ejecución de cambios profundos en la dirección del partido y el gobierno, aún cuando Rákosi había sido destituido en el mes de julio y accedieron al Buró político y al Comité Central figuras como János Kádar. El foro estaba integrado por nuevas organizaciones de estudiantes de Derecho, Economía, el llamado grupo 15 de marzo de los estudiantes de Humanidades y el grupo Vasvari, los cuales participaron en la rehabilitación de László Rajk, llevada a cabo el 6 de octubre 1956. Para ello realizaron una representación simbólica de su funeral. Todas estas acciones formaron parte de lo que constituyó una manifestación general, que devino en una sublevación contra el modelo de socialismo que se había impuesto en Hungría.
La sublevación de 1956, comenzó precisamente con una manifestación estudiantil pacífica que fue convocada por los estudiantes de la Universidad de Budapest, quienes desde el 16 de octubre realizaron una Asamblea General, donde aprobaron la formación de una organización estudiantil independiente de la Federación Juvenil Democrática y formularon fuertes críticas a la dirección partidista. Posteriormente el 23 de octubre llevaron a cabo una manifestación general en la que participaron aproximadamente 20 mil manifestantes que se reunieron en torno a la estatua de Bem, donde Péter Veres, presidente del sindicato de escritores, leyó un manifiesto a la multitud.
El principal objetivo de estas manifestaciones era perfeccionar el sistema socialista, pero no su disolución. El descontento que predominaba en la población urbana, dígase los estudiantes, intelectuales y una parte de los obreros, se manifestó en aspiración por la renovación del sistema; aunque en estas se infiltraron grupos extremistas que utilizaron las circunstancias para revertir la manifestación pacífica en lucha armada.
Además, la variedad de los participantes condujo al desarrollo de una sublevación bastante compleja donde los estudiantes, obreros, adolescentes, intelectuales, las personas ofendidas, los que cumplieron condenas injustamente, excomunistas y familiares, las miles de personas deportadas, religiosos, o sea, todos aquellos que se sintieron afectados por el régimen, se aglutinaron formando una compleja heterogeneidad social con intereses y objetivos diferentes.
Aun cuando el gobierno de Imre Nagy intentó llevar a cabo varias reformas políticas como declarar la neutralidad política, el pluripartidismo y pidió la ayuda de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para que reconociera el nuevo status, no se lograron resultados positivos. De hecho, con la aprobación del multipartidismo aparecieron partidos de marcado carácter burgués que cobraban auge frente al Partido Comunista.
Por ello el 3 de noviembre de 1956 se crea el gobierno de János Kádár, el cual inmediatamente pidió la intervención soviética alegando que el anterior gobierno había perdido el control del país. Petición que se consumó el 4 de noviembre en un ataque masivo contra Budapest.
La resistencia organizada finalizó el 10 de noviembre, la revuelta fue aplastada y comenzaron los arrestos en masa, lo que provocó que unos 20 mil húngaros huyeran en calidad de refugiados. Para enero de 1957, el nuevo gobierno instalado por los soviéticos y liderado por János Kádár había suprimido toda oposición pública. Con ello comenzó un período de represión y persecución, pues desde mediados de noviembre se detuvieron a 6 380 personas de las cuales 860 fueron deportadas a la URSS. En total se estima que hubo 20 mil encarcelados, 380 condenados a muerte, 229 ejecutados, más de 10 mil deportados a campos de trabajo forzado y otros 100 mil expulsados de sus centros de trabajo, de la universidad e institutos superiores . Estos resultados marcaron profundamente a la sociedad húngara, incentivando mucho más el rechazo hacia la URSS y sobre todo, constituyó un elemento fundamental para demostrar la ilegitimidad del gobierno de Kádár durante la década de los 80.
Aún así, se pude afirmar que los dirigentes impuestos después de la derrota de 1956 emprendieron un reformismo más auténtico y eficaz que en el resto de los países de Europa del Este. Bajo la dirección de János Kádar se llevó a cabo la liberación sistemática del régimen, la reconciliación con las fuerzas opositoras y, en la práctica, la consecución de los objetivos de la revolución dentro de los límites que la URSS consideraba aceptables .
Se realizó el perfeccionamiento del sistema de planificación y se recurrió a la elevación del estímulo material como medio para legitimar el sistema. Para ello el gobierno comenzó la aplicación de una línea política que le permitiera dar soluciones concretas a las cuestiones económicas y culturales que influían en la vida cotidiana de las masas trabajadoras, para evitar que se interesaran por la política o que llegara a formarse una opinión acerca del sistema. En otras palabras, si la dirección del partido era capaz de garantizar un crecimiento del nivel de vida aceptable, entonces el pueblo no se dedicaría a la política. Se intentó realizar una despolitización deliberada de la vida diaria. Por eso su política estuvo encaminada en función de dos objetivos fundamentales: la elevación del nivel de vida, de manera directa con el aumento de los salarios reales y el reconocimiento de la necesidad de ciertos bienes de consumo “de moda” como por ejemplo el automóvil. El principio fundamental de su gobierno era: las estrategias económicas no deben obstaculizar la pacificación política, sino que las políticas económicas deben garantizar el buen funcionamiento del sistema político sin disfunciones ni interrupciones espectaculares .
También se evidenciaron otros cambios que, aunque “cosméticos”, aliviaron a la población como por ejemplo: el toque de queda desapareció; se pudo hablar libremente, aunque no escribir, además, se pudo disponer de productos cada vez más abundantes. Bajo estos preceptos comenzó la aplicación de una política conocida como “dictadura blanda ”.
Aunque las medidas tomadas contribuyeron al mejoramiento de las condiciones de vida de la población y al aumento de la eficiencia y la productividad, no constituyeron una solución a los graves problemas que existían en la sociedad húngara. Sin embargo, la mayoría de los intelectuales, aún cuando conservaron su recelo, a veces incluso su odio hacia el régimen de Kádar y exhibieron grados variables de escepticismo, admitieron la posibilidad de colaborar con las aspiraciones reformistas de este gobierno; mientras que un grupo más reducido de los que conformaban la intelligentsia se desprendió de las estructuras oficiales de poder para crear su propio espacio social y cultural, creando de este modo lo que constituyó el germen de la oposición intelectual.
Posteriormente, cuando se produjeron los sucesos de 1968 en Checoslovaquia, los dirigentes kadaristas acariciaron la idea de una reforma económica, incluso tenían planes para aplicarla, y contaron con todo el apoyo de los intelectuales. Muestra de ello es que entre enero y junio de 1968 los principales funcionarios húngaros y al menos la mitad de los intelectuales de la oposición –que continuaban bajo sospecha, y en algunos casos, bajo vigilancia policial– se interesaron en emprender nuevamente la reforma del modelo de socialismo existente . Por razones distintas, la intelligentsia y los tecnócratas, también compartieron ese optimismo de los kadaristas en las primeras semanas de las reformas en Checoslovaquia. La mayoría de ellos se proclamaron a favor de las transformaciones que se estaban desarrollando en el país vecino e hicieron intentos de extender las reformas a Hungría. Defendían la idea de “democratización socialista” y “renovación del marxismo”, pero tenían objetivos y expectativas disímiles en relación con el curso de los acontecimientos.
Los dirigentes kadaristas deseaban la simple duplicación de su propia política; el “retorno a las normas leninistas de legalidad”, es decir, una rehabilitación de las víctimas comunistas, y quizás de otras ideologías de izquierda, de los juicios de los años anteriores. Con ello reducirían las tensiones existentes y mejoraría su capacidad de gobernabilidad.
Un segundo grupo, identificados como ideólogos del sistema, querían una “democracia socialista” con fundamentos teóricos, aunque se encontraban en un estado de confusión general. Entre sus peticiones figuraban la participación de los ciudadanos y un cambio político considerable.
Por último encontramos un tercer grupo que estaba conformado por la tecnocracia no ideológica, es decir, por intelectuales y directivos tecnócratas, interesados principalmente en una racionalización económica y para quienes los aparato del partido y los ideólogos románticos, era aliados dudosos y poco fiables. No obstante, se adhirieron a la alianza pro-dubcekista. Puesto que carecían de poder político autónomo y sólido podían expresar sus aspiraciones por boca de los ideólogos, a quienes por demás miraban con recelo. Por otra parte, y puesto que el propio programa de Dubcek incluía la racionalización económica, su única opción era negociar con la burocracia. Además, los tecnócratas por su parte nunca habían visto con excesivo entusiasmo la participación popular en asuntos que, en su opinión, debían dejarse a los expertos, llevaron a cabo la alianza natural y espontánea con los kadaristas, a quienes veían como un estorbo. Ellos consideraban que los expertos checoslovacos, podían ser sus aliados fiables para la modernización de la economía húngara.
Sofocada la sublevación en Checoslovaquia, quedaron selladas todas las esperanzas de reformar el sistema. Los dirigentes habían capitulado aun antes de las órdenes de los soviéticos. Sólo algunos de los intelectuales de la oposición, entre ellos varios filósofos, rechazaron la intervención de las tropas del Pacto de Varsovia mediante declaraciones públicas de condena. La derrota de este proceso acabó con las ilusiones de reformas políticas y económicas, pero también, había quedado claro para la intelectualidad la negativa a cualquier regeneración en el ámbito cultural.
Entre 1956 y 1968 se hizo patente el sentir de la intelectualidad. Su intención no había sido condenar el Socialismo, y mucho menos derrocarlo. Su objetivo consistía más bien en pensar qué era lo que se había hecho tan mal y proponer una alternativa dentro de los términos del propio sistema. Para muchos de estos intelectuales marxistas el estalinismo constituía una trágica parodia de esta doctrina y la URSS, un desafío permanente a la credibilidad del proyecto de transformación socialista. Aún así, estos revisionistas, continuaron colaborando con el Partido, a menudo desde dentro de él. Eso obedecía en parte a la necesidad, pero en parte también a una convicción sincera de su “misión de reformar el socialismo”.
Por eso se plantea que a partir de los sucesos de Praga se marcó el punto de inflexión en la historia del Comunismo, en mayor medida que los acontecimientos de 1956 en Hungría. La ilusión de que este sistema era reformable, de que el estalinismo había constituido una desviación equivocada, un error que todavía podía corregirse, de que los ideales esenciales del pluralismo democrático podían de alguna forma todavía ser compatibles con las estructuras del colectivismo marxista, quedó aplastada bajo los tanques el 21 de agosto de 1968 y jamás volvió a recuperarse .
1.3. Respuesta de la intelectualidad a la política cultural del gobierno kadarista.
Cuando la situación se normalizó, el gobierno de J. Kádar emprendió las transformaciones del Nuevo Mecanismo Económico, lo cual contribuyó significativamente al aumento del nivel de vida de sus pobladores. Estas reformas económicas impulsaron el desarrollo del país que hasta principios de los setenta alcanzó una tasa de un 7% de crecimiento. Se puso énfasis en la autonomía de las empresas y se autorizó la existencia de un sector privado en diversas actividades y se estimuló la agricultura. Hungría se convirtió en el primer país socialista en producción por habitante y en un exportador de alimentos .
Los sucesos de 56 habían evidenciado el resurgimiento de fuerzas cuya base no era la defensa del socialismo, sino más bien la restauración de la burguesía. Por ello el gobierno optó por dar participación en la gestión de los asuntos públicos a estos elementos no socialistas. Llevó a cabo una política de conciliación con todas las fuerzas políticas sosteniendo como consigna: El que no está contra nosotros abiertamente, está con nosotros . Era una revolución permanente subyacente que cedía un determinado margen de acción al desarrollo del “hombre socialista” sin recurrir al terror, la coacción y las purgas. De hecho, se reconoció tácitamente los grupos de presión, aunque no de forma legítima.
Entre esos grupos encontramos la intelligentsia ideológica– principal socio negociador de los dirigentes kadaristas- que se le consideraba de antaño semillero de rebelión. Este grupo lo conformaban los dirigentes archiconservadores de las iglesias, dispuestos a convertirse en defensores de las decisiones y los intereses políticos del régimen en sus sermones y cartas pastorales, así como en los consejos confidenciales y desde una posición de autoridad que impartían a sus feligreses. También destacados tecnócratas, que con independencia de su afiliación partidaria, poseían intereses materiales e intelectuales claramente distintos al grupo anterior .
Desde el punto de vista interno la censura fue más flexible, se redujo el círculo de los bienes intelectuales prohibidos y la política aplicada hacia los profesionales fue mucho más tolerante. El esfuerzo del nuevo equipo consistía en establecer un equilibrio de fuerzas sociales, pero con la posibilidad de incorporar al menos una parte de los no marxistas al proceso de construcción del Socialismo.
La realidad evidenció que la mayoría de los intelectuales apoyaron al gobierno de János Kádar, pues de una forma u otra, colaboraron con el sistema entre los años sesenta y setenta. Ello se debió gracias a la labor realizada por Aczél Gyorgyr , el cual aplicó una política conciliatoria en la esfera de la cultura durante un cuarto de siglo.
Esta figura política no contaba con la aprobación de Moscú, pero tenía excelentes relaciones con Kádar. Por sus orígenes, ambos poseían varios puntos en común, por ejemplo, los dos fueron encarcelados durante la época de Rákosi. En 1954 como parte de la amnistía otorgada por el gobierno fue puesto en libertad, aunque al principio no quiso, luego accedió a cooperar con el gobierno de Kádar. Su labor administrativa se centró en crear una nueva política cultural que se diferenciara totalmente de la aplicada por József Révai durante el gobierno de Rákosi.
Su principal objetivo era integrar al mayor número posible de los intelectuales al sistema y si esto no era posible, al menos, establecer una coexistencia pacífica. Por encima de todo intentaba calmar los ánimos de aquellos intelectuales que habían desempeñado un papel importante en los sucesos del 56, y para eso necesitaba crear en ellos un compromiso con el sistema, sin tener que silenciarlos ni recurrir al terror. Por eso consideraba necesario aplicar una política cultural efectiva que le permitiera ganar el apoyo de la mayor parte de la intelectualidad, teniendo en cuenta la función clave de este grupo social en la formación de la opinión pública. Trató de poner al servicio del sistema a intelectuales de fama internacional, pues consideraba que si lograba su apoyo, éstos podrían influir en el resto de la intelectualidad y con ese objetivo les entregaba grandes privilegios.
Su política cultural respondía al interés del gobierno de buscar la conciliación entre distintas fuerzas. Sobre la base de este objetivo Aczél trazó como línea directriz apoyar la heterogeneidad de la vida cultural, pero estableció los límites implantando una especie de sistema de censura conocido como "sistema de las tres T" (támogatás, tures, tiltás), o sea, apoyo, tolerancia y prohibición.
Este sistema se convirtió en la práctica en la política cultural del gobierno. Con él se categorizaba cuidadosamente lo que era permitido decir y lo que no, aunque esas categorías quedaban sujetas a la situación política que imperara en el momento. De ahí que en ocasiones fuera más flexible y en otras más restrictiva. Al crear este tipo de clasificaciones Aczél pudo establecer una definición más específica de lo que se consideraba literatura “no hostil” y “claramente hostil”. Entre las condiciones que estipulaban era que si los escritores se comprometían a no meterse en política y observaban los límites políticos aceptables, en ese caso el estado, desechando la imposición de los límites estilísticos, les publicaría y les mantendría generosamente, casi lujosamente. Los límites nunca se definieron claramente, pero la suerte de cualquier libro, ensayo o película fronteriza dependía de este jefe supremo .
Desde finales de los años 50 en adelante se redactó el reglamento de este sistema de censura . Su primer comentario oficial al respecto fue el informe titulado: “Sobre el estado de nuestra literatura” (Az helyzetéről irodalmunk), cuya fecha de publicación fue el 6 de agosto de 1957. Este hecho se identifica como el nacimiento del sistema de las tres T. En este informe se exponían las definiciones generales de su política, y se exhortaba a que los escritores manifestaran su compromiso político a través de sus obras literarias. La sección más importante del informe, sin embargo, fue la formulación de los principios de las tres T.
En primer lugar se planteó que el Partido y el gobierno promovían la adhesión a la doctrina del realismo socialista, pero admitían otras tendencias, siempre que fuesen compatibles con los principios oficiales, o sea, siempre y cuando no entraran en contradicción con la Democracia Popular e intentaran socavar el orden social existente. Aunque se plantea que éstas últimas serían controladas debidamente por la “censura”.
En septiembre de ese mismo año fue publicada la estrategia del Comité Central del POSH donde se exponía que la vida literaria en Hungría había estado prácticamente estancada hasta ese momento y que no existía aún una estrategia adecuada para canalizar la literatura política.
Otra señal temprana del nuevo enfoque de la política cultural fueron los “Lineamientos de la política cultural” (Művelődéspolitikai irányelvei), que se publicó en agosto de 1958. En este se deja claro el abandono de la vieja retórica y la necesidad de la unidad de los socialistas y del Partido para la construcción de la vida cultural socialista. Se expone que el partido no solo permitiría, sino que promovería activamente la diversidad cultural. Además, se señaló la tolerancia de obras que no fueran realistas, pero que al menos fueran de corte humanista y que no amenazaran el orden social. De acuerdo con esta decisión se les dio la oportunidad a muchos escritores de publicar sus obras; sin embargo, otros libros fueron considerados perjudiciales y por tanto, prohibidos.
Aunque los principios del sistema de las tres T se perfilaban desde años antes no fueron perfeccionados hasta 1959. Su anuncio oficial constituía un paso trascendental hacia la consolidación de la vida literaria y cultural. Esta consolidación significaba esencialmente su despolitización. El gobierno quiso resaltar que había aprendido de los errores de la anterior política cultural (dirigida por Révai) y que no estaba a favor de ningún grupo en particular, sino que el principal fundamento de su política sería la diversidad cultural del modo más amplio posible.
Para muchos críticos de la época, esta nueva política era desde el punto de vista ideológico más colorida y políticamente más libre. Además, la producción artística fue de mejor calidad que en la época de Rákosi.
Esta nueva visión sobre la literatura y la vida cultural de modo general obtuvo mayor validez después de la celebración del 9º Congreso. Como resultado de este acontecimiento y después de amplios debates sobre filosofía, literatura, historia, religión, etc, se decidió que se les daría apoyo a todos los socialistas y otros humanistas creativos cuyas obras hablaran de las grandes masas, que facilitaran los esfuerzos de la política, aunque fueran ideológicamente contrarios, pero iban a excluir de la vida cultural todas las manifestaciones que fueran políticamente hostiles, antihumanista o que ofendieran la moral pública .
Esta fue la formulación oficial de las tres T y, era al mismo tiempo, la culminación de la neutralización política y consolidación de la intelectualidad. Se establecieron fronteras permanentes y normativas con respecto a lo que sería tolerado o prohibido, pero no era posible saber de antemano cuando alguna obra parecería bien a los ojos de los líderes o aparecería como un error en la política editorial.
Tanto los escritores como los funcionarios intentaron poner a prueba los límites, pero el único que realmente sabía lo que sería permitido en un momento determinado era Aczél. En la práctica, a menudo él decidía personalmente qué obras literarias se harían públicas o no. En otros casos las obras se distribuían sólo en determinados círculos de intelectuales, siendo de este modo publicaciones semi-oficiales, sin que llegara a ser algo habitual.
El sistema de las tres T fue evolucionando de manera continua y con los años la línea entre las dos primeras T (apoyo y tolerancia) se hizo cada vez más confusa, incluso la tercera categoría (prohibición) disminuyó gradualmente en importancia. Lo que sí se mantuvo inmutable como una especie de pacto entre los escritores y el gobierno fue el no cuestionar la base ideológica del régimen, es decir, el sistema de partido único y las relaciones de Hungría con la Unión Soviética, y en compensación, podían expresar libremente su descontento o sus opiniones personales.
Con el fin de proceder a la clasificación “segunda T” (tolerado), los libros tenían que cumplir con determinados requisitos. En primer lugar, no podía contener ni siquiera de manera implícita ninguna crítica política del régimen. En segundo lugar, no podía incentivar a sentimientos que pudieran crear una “atmósfera negativa” dentro de la sociedad; y de este modo se contribuía a la política de neutralidad. Se buscaba que incluso, aquella parte de la sociedad que no apoyaba al régimen lograra sentirse cómoda en estas circunstancias. El objetivo era que la sensación de confort redundara en una sensación de bienestar general.
En cuanto a los trabajos que eran prohibidos, éstos se determinaban sobre la base de dos elementos: si se consideraba “alienado” y si “su actitud hacia la vida no era positiva”; pero también en este caso las reglas podían variar.
En el caso de las publicaciones sistemáticas tampoco se estableció por escrito prohibiciones abiertas, sin embargo, en la práctica la dirección de la prensa se regía por principios generales y determinados procedimientos que permitían decidir lo que sería publicado o no. Todas las noticias y las informaciones debían ser filtradas, y éstas a su vez respondían a las orientaciones ad hoc (de acuerdo con el momento); además, la publicación de las noticias era una responsabilidad individual de los redactores principales. Se establecieron temas tabú que estaban claramente estipulados: la crítica a la URSS y el campo socialista, del CAME y el Pacto de Varsovia, la presencia de las tropas soviéticas y por último, la cuestión del 56. Para ello el POSH estableció una serie de principios con respecto a la prensa. Primero se planteó que debía ser partidista y defender en todo momento la dirección política del país. Debía ofrecer también una visión clasista donde prevaleciera el papel rector del Partido, porque sólo así se podría mostrar la posición partidista de este medio de comunicación y evitar que prevalecieran otros puntos de vista contrarios al marxismo- leninismo. Además, cualquier crítica que se hiciera al sistema debía tener un carácter constructivo.
Era prohibido publicar los secretos estatales, las noticias que lastimaran los intereses de la nación, lo cual no estaba definido exactamente. También se reconocía que la prensa tenía como tarea fundamental la lucha contra las ideologías pequeño-burguesas, las concepciones anti-científicas y contra toda idea que pudiera influir en la conciencia de las masas.
La “censura” fue una parte esencial de la política editorial, aunque no había ninguna oficina que tuviera esta función, pero los principios rectores eran comúnmente conocidos y los editores debían cumplir con la promesa de una especie de autocensura. En cambio, el gobierno húngaro ofrecía seguridad financiera a estos “trabajadores culturales”. Este sistema de prestaciones apoyado por el Estado y controlado por organizaciones como la Unión de escritores y el Fondo de Literatura, ofrecía seguridad a los escritores que seguían la política del Partido. A aquellos que sobrepasaran los límites, se les imponían medidas punitivas como la pérdida temporal de beneficios.
A los escritores y los investigadores les preocupaba la “censura”, pero sobre todo el principal problema era la autocensura. Con el fin de conseguir llegar al público los intelectuales, los artistas, etc, siempre estaban tentados a adaptar su obra, podar o acotar un argumento anticipándose a las posibles objeciones oficiales. En esta sociedad donde la cultura y las artes se tomaban muy en serio, los beneficios profesionales y materiales de esos ajustes no eran nada desdeñables, pero el respeto por uno mismo podía obligar a pagar un considerable precio moral. Por eso la mayoría optaba por contar con los beneficios, cometiendo con frecuencia un infanticidio: matar a su propio hijo intelectual por el insensato terror a la mente del censor . De esta manera adoptaban una posición de complicidad parcial o apoyo al sistema a cambio de las ventajas que se le ofrecían.
De manera general tanto para los escritores como para el resto de los intelectuales la relación con el régimen prácticamente dependía de las relaciones personales que tuvieran con Aczél. Aún así los funcionarios del partido consideraban que esta era una política bastante peligrosa, pues tenían miedo de que las relaciones subjetivas pudiesen interferir a la hora de juzgar según la estética y los problemas ideológicos.
Algunas celebridades, independientes del sistema político tuvieron cierto acercamiento, tal fue el caso de Gyorgy Lukács y Zoltán Kodály . También cooperaron los intelectuales que tenían puestos de dirección en universidades, teatros y otras instituciones culturales. Muchos de ellos tenían una posición importante gracias a Áczel. Algunos, incluso llegaron a establecer una estrecha relación con él. Con ellos hablaba abiertamente de política y eran considerados sus amigos íntimos; mientras que otros grupos de intelectuales hacían todo lo posible por llegar al círculo de Áczel, pero éste no los consideraba merecedores de ser parte de los grupos anteriores. A este grupo heterogéneo, los utilizaba para determinados objetivos, y a cambio de su colaboración los premiaba con cambios de apartamentos, compra de carros u obtención de visas y pasaportes.
Pero no todos mostraron la misma actitud de colaboración. Evidencia de ello fueron algunos profesionales de las Ciencias Sociales que llevaron a cabo la publicación de una revista llamada Valóság (Realidad) que criticaba los males del sistema en la llamada “semidisidencia”, incluso llegaron a divulgar obras de científicos occidentales. Entre ellos se encontraban escritores, historiadores y sociólogos de renombre. Aún así, se permitió la publicación de esta revista.
Los que no se insertaron al sistema, nunca llegaron al diálogo con Aczél, ni siquiera entablaron conversaciones, ni relaciones con los que estaban fuera, es decir, con aquellos que constituían la semilla de la oposición. Éstos que alzaban la voz difundiendo sus obras en copias ilícitas impresas a ciclostil , se enfrentaban a la sombría perspectiva de ser prácticamente invisibles, de ver cómo sus ideas y su arte quedaban relegados a una audiencia minúscula y cerrada, publicando para los mismos 2 mil intelectuales de siempre.
Vale destacar que esos intelectuales decidieron renunciar a la oportunidad de emigrar o exiliarse porque consideraban que era mejor ser perseguido e importante que libre, pero irrelevante, entre ellos encontramos a Agnes Heller entre otros filósofos y expertos que por su labor intelectual opuesta al sistema fueron limitados y silenciados por el gobierno.
Desde los sucesos del 56 muchos escritores recurrieron a la opción del silencio como una vía de resistencia. Muchos eran encarcelados o acallados por otros medios. Entre ellos se encontraban Tibor Déry y otros como László Németh, Péter Veres, István Örkény, Zelk Zoltán. Solo a algunos se les reconocía como escritores completamente apolíticos como Sándor Weöres, Ottilik Géza, János Pilinszky o Miklós Szentkuthy, éstos ni siguiera se sumaron a la protesta llevada a cabo por la Unión de Escritores realizada el 3 de diciembre de 1957, donde se planteó que: “los escritores húngaros en todas las circunstancias serviremos al pueblo húngaro, y no permitiremos que nuestras obras sean objeto de abuso por ningún gobierno o partido. ” Trataron de boicotear la nueva política cultural del gobierno y optaron por no publicar. Estos silenciosos escritores no aceptaron ni siguiera la publicación de poesía neutral. Todos ellos eligieron como estrategia la política del silencio; aunque vale destacar que un gran número de intelectuales fueron disuadidos por Aczél. Éste tenía la capacidad de entender el lenguaje de los intelectuales y eso contribuyó en gran medida a lograr el apoyo de éstos. Como resultado de su política pudo integrar a los escritores rebeldes en la literatura oficial del régimen al darles un trato más flexible, aún cuando por el gobierno los consideraba poco fiables. Logró que estos escritores dejaran de asumir esta posición y con ello, contribuir de manera implícita a la legitimidad del régimen.
Para ganarlos no utilizó la coacción, de hecho, la mayoría de los intelectuales fueron seducidos a través de las relaciones personales. Aczél utilizó una serie de trucos y dispositivos de manipulación para llevarlos a acercarse al régimen. Su método se puede resumir en dos términos: la política de favores y de la informalización, éste último reflejado en contactos personales.
De cualquier modo el resultado de su política fue la reanimación de la literatura, prueba de ello es que entre 1960 y 1985, el volumen de libros impresos y los títulos de los folletos se duplicó alcanzando un total de 10.000, mientras que el volumen total aumentó de 53 libros por cada mil ciudadanos, tanto en 1955 y en 1960, a 98 libros por cada mil ciudadanos en el año 1984. Para 1970 Hungría estaba al mismo nivel que Francia, Bélgica y Bulgaria. Diez años más tarde fue el único país socialista en alcanzar un nivel superior de edición de libros, junto con la República Federal de Alemania, Finlandia y los Países Bajos. Incluso más importante que las medidas cuantitativas fue la posibilidad de leer a escritores extranjeros desconocidos y prohibidos, cuyos libros para esa época estaban más disponibles a precios razonables.
No obstante, desde los sucesos de Checoslovaquia la política cultural de Aczél, había comenzado a mostrar los síntomas de su fracaso. Una nueva generación de escritores comenzó a emerger, en los cuales, la aplicación de sus métodos no tuvo éxito. Éstos querían que su relación con el régimen no dependiera de las relaciones personales que tuvieran con Aczél, sino más bien que ésta se estableciera de manera institucional. Por tanto, deseaban que su rango como artistas estuviera basado puramente en sus méritos artísticos. Tampoco querían el reconocimiento oficial a cambio de servir a los propósitos del régimen. De hecho, no tenían la intención de legitimar el poder ni su consolidación.
El Estado en su afán de atraer a la intelectualidad había permitido su inserción en las estructuras del poder para que pusieran sus conocimientos en función de la legitimación del sistema. Durante este período el partido trató de atraer conscientemente a las personas mejor preparadas para colocar a profesionales jóvenes en puestos de la nomenclatura, en particular, en el aparato del partido. De esta manera muchos intelectuales jóvenes accedieron al gobierno. A medida que estos jóvenes comunistas sustituyeron a los burócratas de la vieja guardia, cambió la idiosincrasia de dicho aparato. Estos grupos de jóvenes, a diferencia de aquellos reclutados de la clase obrera y campesina, no dependían exclusivamente de sus jefes políticos . Para Sean Hanley, este aumento de las capas de tecnócratas y administrativos partidarios de la reforma del sistema, frente a la concepción marxista clásica de la generación anterior, generó el conflicto Rojos vs Expertos, que caracterizó todo el período hasta mediados de los ochenta cuando se llevó a cabo la renovación del aparato estatal .
Estos cambios que se produjeron en las relaciones de poder trajeron como resultado que Aczél ya no fuera considerado como un estabilizador de éxito a finales de los 1970. A medida que fue avanzando esta década los intelectuales fueron en un número creciente dando la espalda al relativo compromiso que habían manifestado los años anteriores. Los escritores querían tratar los temas y puntos de vista que habían sido prohibidos. Esto condujo a una nueva era que dio comienzo en los años ochenta donde los funcionarios del gobierno se vieron obligados a adoptar medidas contra los que sobrepasaban los límites establecidos, aún cuando, se flexibilizaron gradualmente los temas que se consideraban tabú.
Para finales de la década del setenta se hicieron más evidentes los síntomas de crisis. Las reformas del Nuevo Mecanismo Económico se estancaron y como consecuencia de la crisis petrolífera, Hungría sucumbió a la deuda externa para mantener un nivel de vida aceptable en la población. Además, se produjo el derrumbamiento definitivo de la ideología oficial y el sistema fue perdiendo la legitimidad que había tenido en las décadas anteriores. Todas estas transformaciones incidieron significativamente en la intelectualidad: en aquellos que constituían puntales del sistema- dígase dirigentes, ideólogos o los que de un modo u otro justificaban su existencia- pero también, en aquellos que manifestaban oposición al mismo. A medida que la crisis se agudizaba, la intelectualidad comprendió que el sistema era irreformable y por tanto, se hacía necesario un cambio radical.
2. Los intelectuales húngaros durante la década de los ochenta: aumento de la crítica al sistema socialista.
La década de los ochenta fue la heredera de graves problemas económicos, políticos y sociales. A partir de 1973, se redujeron las tasas de crecimiento, aumentó la deuda externa y la economía se hizo más vulnerable. La crisis energética había provocado escasez de comida y productos manufacturados, y los préstamos adquiridos por el Estado para paliar la crisis provocaron el aumento de la inflación. El sistema se mostró altamente ineficiente, pues no solo era incapaz de producir los bienes necesarios, ni siguiera daba libertad de acción para encontrar el proveedor más barato ni controlar la respuesta del consumidor ya que ambos venían dados por un plan. Tampoco se podían hacer estimaciones de la elasticidad de la demanda producida por el mercado. Los precios de los productos permanecían inertes, sin alterarse por mucho o poco que se produjera determinada mercancía y sin tener una clara relación con la productividad ni con los precios de otras mercancías . El sistema de precios fijos imposibilitaba el cálculo de los costes reales destinado a responder a las necesidades o a adaptarse a la reducción de los recursos. Todo esto incidió negativamente pues provocaba mayor escasez de artículos necesarios impidiendo satisfacer las exigencias materiales de todos los individuos en su condición de consumidores.
Aunque se hicieron intentos para solucionar la crisis con una segunda oleada de reformas, no se obtuvieron resultados satisfactorios. El 17 de abril de 1984 en su sesión plenaria, el Comité Central determinó como objetivos fundamentales de las nuevas reformas, eliminar la normativa económica existente, la cual ejercía un efecto limitado en el aumento de los rendimientos. Se pretendía aumentar la competencia en el marco del mercado regulado y modificar el sistema de precios y salarios; además de crear un régimen de incentivos y fomentar la iniciativa individual y privada. Proponía también perfeccionar las formas de dirección empresarial, creando dos nuevos tipos de dirección .
Esta segunda oleada de reformas económicas se llevó a cabo en condiciones no muy favorables para su éxito. Los recursos disponibles no eran suficientes en un momento en que el valor de las exportaciones suponía el 50% de la renta nacional y seguía creciendo el monto de la deuda externa. Por ello en el XIII Congreso del POSH realizado en 1985 se señaló que para desarrollar la economía era necesario perfeccionar la economía interna reduciendo los costos, aprovechando mejor las reservas, renovar gradualmente las bases técnico materiales de la economía nacional y elevar el bienestar del pueblo . Aún así, estas ideas no fructificaron y se evidenció la necesidad de hacer reajustes mucho más profundos que permitieran un cambio en la estructura productiva, y para ello, se hacía necesaria la modernización de la mayoría de las ramas de la economía.
Esto trajo como consecuencias que la población tuviera que asumir la mayor parte de las cargas originadas por dicha transformación, pues apenas se pudo asegurar las condiciones elementales, lo cual se evidenciaba en los bajos índices de consumo. Aún cuando el Partido seguía planteando como objetivo elevar el bienestar del pueblo, el nuevo programa del gobierno, planteaba la reducción en un 6% de la renta nacional dedicada al consumo y aumentar entre el 14 y el 15% los precios en 1988. Sin embargo, los salarios en 1987 fueron congelados, aunque se preveía un aumento del 3% en las ramas más importantes y rentables de la economía.
Por otra parte, el gobierno planteaba la necesidad de mantener la política del pleno empleo, pero al mismo tiempo se reconocía como un punto medular la poca efectividad de dichos empleos y de la remuneración material, según la capacidad y el aporte de cada individuo a la sociedad. Se generalizó en la sociedad un chiste que ilustra muy bien este fenómeno: “tú haces como que trabajas y nosotros hacemos como que te pagamos”.
Como parte del perfeccionamiento de las reformas económicas también se le dio un impulso considerable a las iniciativas privadas, que a partir de 1985 se hicieron más extensivas, sobre todo en la esfera de los servicios, alcanzando el 33% del Producto Interno Bruto (PIB). Aumentó el número de arrendamientos de las propiedades estatales no rentables como cafeterías, restaurantes, bodegas, carnicerías, así como también, se elevó el número de los negocios por cuenta propia, creándose de esta manera una segunda economía. A determinados obreros se les entregaban instalaciones de sus empresas, con el fin de realizar producciones cuya ganancia les pertenecía. De esta forma los trabajadores obtenían ingresos mayores o adicionales que les permitía afrontar el alza de los precios, mientras otros vieron descender progresivamente sus niveles de vida. Los salarios obtenidos en la segunda economía deterioraban el rendimiento en la primera, lo cual minimizaba el efecto estimulante de los salarios oficiales e indujeron a los participantes a ahorrar esfuerzos en el trabajo normal . La aceleración del enriquecimiento de los beneficiados irritaba a amplios grupos sociales, en primer lugar, a aquellos que no tenían la posibilidad de obtener los ingresos adicionales, entre ellos los intelectuales que vieron descender su nivel de vida, produciéndose la inversión de la pirámide social. Esto provocó una agudización de la crisis, pues los intelectuales comenzaron a manifestar su inconformidad, pero esta vez de una manera mucho más abierta, optando por estrategias económicas y políticas opuestas a las desarrolladas por el Partido Comunista.
Se une a ello otro fenómeno vinculado con la proliferación de los delitos de índole económica que atentaban contra la propiedad social. Con el fin de garantizar el cumplimiento de los objetivos fijados desde arriba, los directivos de las fábricas hacían todo lo posible por ocultar a las autoridades las reservas de material y mano de obra. Así el despilfarro y la escasez se reforzaban. Éste sistema no solo fomentaba el estancamiento y la ineficacia, sino un ciclo permanente de corrupción. Aquellos que tenían acceso a los bienes comunes se adueñaban indebidamente de ellos lo que trajo consigo una mayor diferenciación dentro de la sociedad.
De manera general la economía húngara, lejos de mejorar, entró en un período de crisis total. Ejemplo de ello son las palabras recogidas en el nuevo programa gubernamental aprobado por el parlamento húngaro en octubre de 1987 donde se expone: “El desarrollo de la economía nacional- junto a los resultados dignos de atención también a escala internacional- se ve acompañado por tensiones y contradicciones que han ido aumentando con el tiempo. Los resultados de los últimos años –a pesar del perfeccionamiento- muestran que los objetivos económicos no se cumplieron, las deudas en divisas convertibles se incrementaron notablemente, no existe armonía entre el rendimiento y los ingresos empresariales, el consumo de la sociedad supera la producción y se produjo un incremento del desequilibrio financiero interior. Este proceso se debe a factores tanto internos como externos. El desarrollo del mecanismo económico y del sistema de gestión se llevó a cabo de manera ambigua y titubeante”
La anterior cita testifica la situación económica imperante en Hungría para finales de la década de los ochenta. Para esta fecha la economía húngara ya agonizaba por la creciente deuda externa de 18 000 millones de dólares. El nivel de vida descendió considerablemente y la inflación creció entre un 18-20%. La estructura productiva envejeció al tiempo en que la capacidad competitiva en el mercado exterior también decreció.
Se produjo además la violación del tabú existente sobre el pleno empleo, pues muchas fábricas deficitarias se vieron obligadas a cerrar. Para 1988 existía ya en Hungría alrededor de un 2% de desempleo de la población activa, es decir, unas 100 mil personas; incluso para aquellos que estaban trabajando existía la frustración de un trabajo sin sentido y la sensación de padecer una auténtica explotación. No solo decayó el avance social, sino que además, disminuyó considerablemente la esperanza de vida. Este último indicador social descendió de 67 años a 63 en solo ocho años.
Las tensiones que se produjeron por el descenso del nivel de vida generaron un descontento general, y esto se hizo más evidente en la medida que finalizaban los años 80. En la mayoría de la población predominaba la resignación y no el realismo. La doble moral se presentó como otro fenómeno del período. Frente al público mantenían una actitud de apoyo total al sistema, cumplían con todas las decisiones del partido para no tener discrepancias con el gobierno; sin embargo, otra posición bien distinta se manifestaba en privado, en el círculo íntimo de parientes y amigos, engendrándose así un medio moral contaminado.
Para 1988 el descontento era más perceptible por la caída del nivel de vida y la pérdida de la capacidad adquisitiva de la sociedad. En los últimos meses de ese mismo año la prensa se hizo eco de ello. Esto favoreció a ciertos círculos de intelectuales y a las fuerzas de oposición que ya comenzaban a fortalecerse.
Prevalecía la idea de que la calidad de vida se había hundido más a causa de la polución, la falta de inversiones básicas palpable en alojamientos, hospitales y las escuelas, aún cuando el Estado apoyaba la educación con grandes recursos económicos y contribuía a la edición de libros, al desarrollo del deporte, el teatro y el cine. La población no sufría de paro ni inseguridad, pero sí existía una carencia importante de viviendas y de otras necesidades básicas. Los miembros de las nuevas generaciones comparaban su situación, no con la del pasado de su país, sino con la situación de sus contemporáneos de Europa Occidental.
Paralelamente a la crisis económica y social se manifestó un alto desarrollo cultural en la población, que incrementó la capacidad de reflexionar y de ver el mundo desde otras perspectivas; pero esta evolución del pensamiento de los ciudadanos no se convirtió en un proceso de legitimación, sino de ruptura y de desprecio por los valores básicos con los cuales en algún momento se sintieron identificados. Esto fue posible, en parte, por la influencia cada vez mayor del capitalismo occidental sobre la sociedad húngara. En un mundo donde el desarrollo tecnológico alcanza grandes proporciones, los medios de comunicación abarcan la esfera global y predomina la economía trasnacional, se hizo imposible aislar a la población de la información sobre el mundo capitalista. En los años setenta y ochenta se ensancharon los vínculos con los países occidentales y Hungría comenzó a integrarse a la economía mundial. Además, a partir de la mitad de la década del ochenta, ya era legal pagar televisión por cable y en otros casos, entraban cintas piratas, creándose en la población la avidez por las películas norteamericanas y la música pop, sobre todo en jóvenes con altos niveles de educación y con oportunidades cada vez mayores de viajar. Estas nuevas posibilidades que se les otorgaban a los individuos, les permitió comprender cómo era la vida en los países capitalistas y cuán por debajo estaban en términos materiales y en libertad de elección.
La legitimación del sistema se basaba, fundamentalmente, en los resultados del desarrollo económico y esto en los años 80 no se pudo mantener. Al no corresponderse las expectativas con la realidad, se abonó el terreno para que fructificaran las ideas más reaccionarias al Socialismo. Entre las capas de la población más jóvenes e instruidas (estudiantes y trabajadores especializados) ya se ponía en entredicho no solo el sistema de tipo soviético, sino también algunos de los valores considerados esenciales del Socialismo.
La generación que se abrió paso en los años 80 tenía como característica principal ser una generación sin perspectiva. Su niñez transcurrió en la etapa del “socialismo de bienestar” que tenía como características: el crecimiento económico, cierta distensión en la política y un nivel de vida cada vez más alto; pero todas estas transformaciones dieron un vuelco en la manera cómo percibían su realidad. Tanto para los intelectuales de mayor edad, como para los que constituían parte de esa nueva generación, se hacía necesario una transformación del sistema, incluso los estratos ilustrados y técnicamente competentes, que eran los que mantenían la economía en funcionamiento, eran conscientes de que sin cambios drásticos el sistema se hundiría más tarde o más temprano.
Durante este período también se evidenciaron cambios en la composición de los órganos políticos. Frente a la necesidad de reemplazar a la mayoría de los dirigentes por razones de edad avanzada, un grupo significativo de dirigentes jóvenes accedieron al poder. Éstos no habían compartido la experiencia que había unido al comunismo y el patriotismo en ese país. Para ellos el principio legitimador del sistema era poco más que retórica oficial o anécdotas de ancianos. Posiblemente los más jóvenes ni siguiera eran comunistas al viejo estilo, sino hombres y mujeres que habían hecho carrera en países que estaban bajo el dominio comunista . Un grupo numeroso de integrantes de las capas medias cultas y capacitadas técnicamente, profesores universitarios y la intelligetsia técnica alcanzaron puestos de dirección del país.
Así se fue creando una elite dentro del Partido extraordinariamente aburguesada que no tenía una lealtad exclusiva con el comunismo. Fueron éstos los que frente a la crisis, intentaron cambiar el sistema emprendiendo transformaciones económicas y políticas. Todos ellos retomaron las reformas lanzadas por el gobierno de Mijail Gorbachov: la perestroika y la glasnost . Se pretendía eliminar la política centralizada dando mayor libertad de gestión a las empresas en el sentido de reanimar la economía, poner en marcha elecciones más o menos libres y dar cierto grado de reconocimiento a la oposición; lo cual bajo las banderas del pluralismo político aceleró el surgimiento de múltiples organizaciones políticas orientadas contra el Socialismo. Además, con la incorporación de estos grupos reformistas se fortaleció la ideología socialdemócrata en la dirección del partido.
En 1988 se celebró la Conferencia Nacional del POSH, que planteó el cambio radical de los cuadros en la dirección del partido. Así figuras reformistas como Rezso Nyers, Imre Pózsgay y Miklós Nemeth obtuvieron la dirección del Buró Político. En esta ocasión se produjo la remoción de la Secretaría General de Kádar y su sustitución por Károly Grósz, representante del grupo reformista.
Para esta fecha en sectores determinados de la dirección y en la intelectualidad vinculada a ésta, se afianzó la idea de que el modelo de socialismo implantado se había agotado y que se hacía necesario sustituirlo por otro, sobre la base de una economía de mercado socialista que permitiera la incorporación total del país a la economía mundial. Muchos de esos sectores reformistas estaban vinculados a las estructuras empresariales y de mercado del país, por eso se empeñaron en intensificar los cambios y desmontar ese sistema económico.
La mayoría de estos reformados reformistas como los llamaría Eric Hosbawn procedían en buena medida de los universitarios, que habían sido los más beneficiados con la Glasnost y que se vieron empujados hacia un extremismo apocalíptico: no se podía hacer nada hasta que el viejo sistema y todo cuanto se relacionaba con él fuera totalmente destruido.
Se reflejó un cambio en la ideología oficial, sobre todo porque estos nuevos dirigentes, según plantean algunos especialistas, no estaban verdaderamente comprometidos con el sistema. Manifestaban en privado su no creencia en la doctrina oficial, pero les era imposible abandonarla públicamente dado que era la única legitimidad fundamental para mantener el continuado monopolio del poder. De hecho el nuevo líder Károly Grósz expresó que Hungría había terminado teniendo un sistema monopartidista sólo por “mala suerte”
De manera general se inició una era de cuestionamiento total, reflejo de la apertura a la libertad de prensa y de expresión. Se creyó necesaria la revalorización de los sucesos de 1956 por parte de prestigiosos historiadores como Ivan Berend, el entonces presidente de la Academia de Ciencias, que llegaron al acuerdo de calificar lo sucedido en 1956 como Revolución Correctiva. Este tópico había sido un tema fundamental de debate desde principios de esta década dentro de la intelectualidad. Para los dirigentes del partido, Hungría había llegado hasta ese punto a pesar de la revolución, mientras que los intelectuales de la oposición que ya comenzaban a cobrar auge, consideraban que los gobernantes húngaros ejercían su autoridad de un modo relativamente controlado, cauto y tolerante gracias a la revolución.
Ya para finales de los ochenta se asumía una posición generalizada de apoyo a esos sucesos. Esto reflejaba el predominio de las ideas reformistas; ya no se le consideraba un proceso contrarrevolucionario, sino un proceso correctivo frente a los errores cometidos por el gobierno comunista. Planteaban que el sistema socialista debía ser reformado cada cierto tiempo para ir limando sus asperezas.
Este fue el final de la legitimación del sistema socialista en Hungría pues, a partir de ese momento un gran número de los jóvenes e intelectuales comenzaron a crear sus propios foros y alianzas, cuya composición era extremadamente heterogénea y muchos se manifestaron abiertamente antisocialistas.
2.2. Comportamientos críticos de la intelectualidad durante la década de los ochenta.
Si la intelectualidad de la década de los sesenta y parte de los setenta se había caracterizado por su misión de mejorar y perfeccionar el socialismo, la generación de intelectuales que se abrió paso en la década de los ochenta rompe con ese compromiso. Las transformaciones que se produjeron durante estos años influyeron significativamente en el comportamiento de la sociedad de manera general, pero especialmente en los intelectuales. De cierta manera se sintieron afectados por esos cambios, pero en ellos también incidieron otros acontecimientos que se produjeron a nivel internacional. La crisis económica, la guerra de Afganistán y el auge de los movimientos por la paz, que se sucedían a nivel global y que daban un matiz diferente a su concepción del Socialismo, unido a los graves problemas internos, crearon las condiciones para que la intelectualidad asumiera posiciones cada vez más críticas al sistema.
Este cambio de posiciones respecto al Socialismo se produjo de manera paulatina en la medida en que empeoraban las condiciones del país. Aunque desde los años 1980-1981 comenzó a generarse cierta inconformidad en el país, no fue hasta finales de los años ochenta que se pudo hablar en Hungría de un descontento general frente al sistema. Según Victoria Semsey entre junio de 1987 y 1988, en los periódicos aún no se encontraban indicios de descontento general. Los diarios, practicando la tradición de los años cuarenta, escribían casi lo mismo, pero si se leía entre líneas, se descubría reflexiones sobre anomalías sociales y económicas. Entre los líderes del partido comunista y una capa altamente calificada profesionalmente aparece esa nueva ola reformista. Se trataba de un descontento de algunas capas sociales o más bien de una parte de éstas como los intelectuales y la juventud .
Sin embargo, ese descontento presente en los intelectuales no se pudo minimizar con la política de neutralización aplicada por el gobierno en los años anteriores. La neutralización política ya no era suficiente, ni tampoco los métodos de Aczél para calmar a la intelectualidad rebelde. Su política perdió significado y función, lo cual tuvo como consecuencia que fuera sustituido a mediados de la década de 1980 por Imre Pozsgay.
A diferencia de Aczél que se propuso integrar a los intelectuales al sistema y elaborar una concepción orientadora, Pozsgay permitió que se crearan puntos de vistas diferentes e independientes de la línea orientada. De hecho, se le relaciona como el hombre del cambio por haber propiciado las Mesas Redondas con la oposición. Éste no exhortaba al patriotismo como su antecesor, sino al nacionalismo. A pesar de que pertenecía a la nomenclatura, no era partidario de la dictadura humanista, concepto que había sido enarbolado durante el gobierno de Kádar, sino más bien deseaba la reforma el sistema. Con su política contribuyó a la creación de una sociedad más plural y más difícil de controlar.
En la medida en que fue avanzando la década de los ochenta los intelectuales asumieron posiciones cada vez más críticas al Socialismo y a la política aplicada por el partido. Adoptaron diferentes comportamientos, sin llegar a ser un pluralismo político abierto, que se evidenció después en la década de los noventa, pero que tuvo sus gérmenes aquí.
Las críticas comenzaron de una manera no tan frontal, de hecho, el intelectual Timothy Garton plantea que en los primeros años de esta década la sociedad húngara se encontraba en una especie de laberinto, donde no se sabía a ciencia cierta el camino correcto y predominaba una completa inseguridad. Esta misma situación se extendía al ámbito cultural donde la mayoría de los escritores, estudiosos e intelectuales de manera general, asumían una posición ambigua frente a los graves problemas existentes. Sus críticas a las autoridades eran oblicuas, implícitas, eclípticas y metafóricas. Era la versión intelectual de una actitud que prevalecía en la sociedad en general: el evitar el sistema en lugar de enfrentarse con él, la de encontrar escapatorias y huecos en lugar de plantear exigencias al Estado; la premisa de esta actitud era una vez más la permanencia y inmutabilidad esencial del sistema .
No obstante, desde esta época se dan atisbos de inconformidad con la política aplicada por el gobierno. Ejemplo de ello fue la intervención de uno de los escritores más respetados de Hungría, István Eorsi, en el Congreso de la Asociación de Escritores realizado en 1981, donde hizo un llamamiento a la censura. Planteó que los intelectuales reclamaban un departamento cuya denominación, clara y oficial, fuera la de la censura, que especificara sus poderes y proporcionara las definiciones legales de sus límites, pero que también se crearan tribunales que procesaran a aquellos ciudadanos que infringieran los parámetros establecidos. Expuso también que en el régimen kadarista las reglas de censura no eran claras, lo que conducía a arbitrarias críticas editoriales o a otras variantes como la autocensura. Por ello consideraba necesario el establecimiento de parámetros que estableciera las reglas del juego. En este sentido los intelectuales se encontraban en una encrucijada, pues en la mayoría de los casos no sabían a ciencia cierta que sería aceptado o no, pues esa decisión quedaba en manos que cualquier miembro del Comité Central o del ministerio de cultura, los cuales eran responsables políticos junto a los editores de periódicos, los correctores editoriales, los productores televisivos y de manera general, todos los escritores. No existía una sola censura, sino muchas: colectiva e individual, política y social, antes y después de la publicación; antes, después y durante el acto de escribir. Lo único que quedaba claro era la imposibilidad de criticar o cuestionar la presencia soviética en Europa del Este, la política exterior soviética y los estados socialistas vecinos dado que seguían los preceptos soviéticos.
Aún así, algunos escritores tuvieron la osadía violar estos preceptos. Tal es el caso del autor de un informe publicado que analizaba cómo el partido comunista amañó las elecciones de 1947 que legitimaron formalmente su poder, e incluso, abordó el impacto psicológico de los acontecimientos de 1956 en obras de ficción y de teatro.
Durante estos años también se permitió la publicación de un nuevo libro de texto sobre lengua y literatura húngara, que incluía un capítulo de la Biblia, y que se aprobó oficialmente para las escuelas, pero luego fue ferozmente atacado en la prensa oficial. Este tipo de situaciones eran muy frecuentes en este período, en algunos casos, libros que habían pasado todos los meandros de la precensura podían ser retirados del mercado de pronto después de haber estado a la venta bastantes días. Esto ocurrió precisamente con un libro sobre la biografía de Bela Kun escrita por un profesor del Instituto de la Historia del Partido a raíz de una queja de la embajada soviética.
Lo cierto es que los censores no disponían de objetivos para decidir los límites, sólo tomaban como patrón el eslogan: aceptar las realidades. Esto se traducía en intuir lo que sería aceptable para sus superiores. Los escritores húngaros se convirtieron en expertos en adivinar lo que los editores tolerarían, también los líderes políticos se hacían expertos en adivinar cuánto el gobierno soviético aceptaría. Por eso los intelectuales exigían una declaración oficial de censura que estableciera los límites permitidos.
No obstante, hubo otras manifestaciones de inconformidad con el régimen mucho más evidentes como fue el intento de creación de una red organizada secretamente en el camping de Monor. Los participantes fueron cuidadosamente escogidos para representar las diferentes tradiciones y grupos de la oposición intelectual. Su principal objetivo era crear un frente popular y debatir sobre las causas que generaban la pobreza, el alcoholismo, el retiro de las subvenciones de paro, entre otros males. Sin embargo, lo que emergió de allí no fue un frente popular, ni tampoco crearon un programa para la transformación del país. El encuentro no sobrepasó los límites de la crítica.
Los ejemplos anteriores ejemplifican cómo la intelectualidad se fue manifestando contra las deficiencias del sistema. Sin embargo, al determinar su comportamiento durante este período se distinguen dos grandes grupos de oposición intelectual: la cultural y la política . En el primer caso se manifestó a través de una subcultura, específicamente en la música a través de géneros como el rock, el punk y la música alternativa, que se utilizaron como vías para manifestar su inconformidad. Sus canciones no eran aceptadas por la cultura oficial, por tanto, no eran permitidas en la radio y sus conciertos eran controlados por la policía. La influencia de estos grupos se fue extendiendo a través de redes personales en las universidades, que se evidenció en el abandono de las organizaciones oficiales por parte de los jóvenes de la capital.
En el ámbito de la literatura y el teatro, también se reflejó la crítica a través de la aparición de una Revista titulada Mozgó Világ ( Mundo en Movimiento) y la creación de una especie de agrupación llamada El círculo que agrupaba a los escritores jóvenes.
Se creó también un grupo vanguardista integrado por el Club de jóvenes artistas que realizaban una fuerte crítica al sistema a través de los documentales de los nuevos realizadores. Estos creadores del arte cinematográfico consideraban que con la puesta en escena de estos documentales se podría demostrar las contradicciones existentes entre los principios y la realidad, y a través de ello hacer patente la necesidad de reformar el sistema.
Esta forma de crítica, aunque no directa, permitía la ampliación de los espacios y las ramas de la comunicación social, en contraste con los canales más cerrados que ofrecía la política. Los discursos culturales tenían la posibilidad de llegar a miles de jóvenes, y así este patrón cultural se convirtió en una forma de oposición.
Se suman a este proceso otros grupos como los clubes de psicoanálisis, las sectas orientales que comenzaron a aparecer durante este período, el movimiento yoga y grupos de diferentes religiones. El rasgo común de todos ellos era el rechazo a la ideología, la valoración de la individualidad, el idealismo; aún cuando Kádar había contribuido de cierta manera a la privatización de la vida de familiar. Se manifestaba un rechazo al principio social de elevación de lo colectivo frente a la individualidad que se propugnaba en el Socialismo. Contra las relaciones unilaterales de colectividad, el espíritu de ayuda mutua, de responsabilidad colectiva que sustentaban el reconocimiento de una gran patria socialista; se priorizaban los intereses individuales.
En cuanto a la oposición política esta se caracterizó por ser portadora de principios que diferían de la ideología oficial. Para expresar sus opiniones utilizaron los espacios que les ofrecía la cultura, la literatura y la filosofía; por eso, en ocasiones, se podía confundir con los grupos anteriores, sin embargo éstos tenían objetivos claramente definidos. Con su labor intelectual contribuían al fortalecimiento del miedo y la incertidumbre por el futuro en el resto de la sociedad, lo cual tuvo como impacto inmediato la creación nuevos movimientos políticos.
Para la década de los ochenta era necesario crear un nuevo compromiso social, pero no existía para ello las condiciones políticas como se ha explicado con anterioridad. Estos grupos recién creados se aglutinaron para conformar la llamada oposición política e intentaron alcanzar derechos democráticos. Esto les fue posible gracias a las libertades políticas ofrecidas por el gobierno reformista que fue cediendo espacio a estas fuerzas de la oposición hasta lograr institucionalizarse, y a partir de aquí participar en el proceso de derrumbe del socialismo. Desde finales de 1988 se permitió la formación de grupos de oposición y la organización de manifestaciones abiertas.
Para extender sus ideas crearon movimientos, círculos y clubes de discusión entre los estudiantes universitarios, a partir de los cuales se fue extendiendo la ideología reformista. De este modo fueron creando espacios de discusión sobre los problemas fundamentales del país. El centro de discusión era la crisis de identidad de la joven intelectualidad. Consideraban que era necesario crear un socialismo democrático, recobrar los valores nacionales y negar el modelo importado por la URSS.
La primera manifestación de estos comportamientos críticos fueron los grupos pacifistas y ecológicos identificados como single issue, que concentraban sus demandas en la paz, pero al desaparecer tal demanda, dejaban de existir como organización. Éstos se crearon paralelamente a los movimientos pacifistas, gays, feministas y ecologistas que cobraban auge en occidente durante este período. En el caso de Hungría se crearon en estos años movimientos de preservación de las tradiciones, de corte naturalista, pero no gays ni feministas.
Estos grupos estaban integrados fundamentalmente por jóvenes preocupados por la cuestión de la paz y la ecología. Su fortalecimiento estuvo dado porque tenían como objetivo central la lucha por problemas y cuestiones generales que interesaban a toda la sociedad, aunque trataron de no parecer movimientos políticos. No obstante, se culpaba al Estado por ser el principal responsable de la contaminación y que la sociedad entera se afectaba con ello; por tanto, todos debían estar interesados en esta problemática. Era un asunto implícitamente político: la razón por la que resultaba tan difícil proteger el medio ambiente era porque nadie tenía interés en tomar las medidas preventivas. Concluían que el sistema económico socialista era intrínsecamente perjudicial para el medio ambiente. Ejemplo de ello eran los grupos defensores del cuidado del Medio Ambiente y la Paz, los cuales se consideraban apolíticos. Dentro de ellos se encontraban dos grupos importantes: Diálogo (82-83) y posteriormente el Círculo del Danubio (85-86). Ambos eran movimientos abiertos, muy flexibles que asumían una posición antiideológica. Estos movimientos ecológicos fueron los más duraderos y es interesante resaltar que utilizaban para sus actividades métodos tradicionales del movimiento obrero, tales como demostraciones abiertas en las calles.
Junto a estas ideas se fueron fortaleciendo también los movimientos de defensa de la vida, del pasado nacional y las tradiciones del liberalismo. Estas organizaciones también fueron ganando espacio frente al debilitamiento de la influencia de algunos ideólogos marxistas como: Gyorgy Lukács o la escuela de Francfort (escuela que se proponía renovar el marxismo). Privilegiaban la defensa de la tradición húngara y las ideas neoliberales.
Aunque todos estos movimientos constituían de una forma u otras manifestaciones de oposición, aún no se proclamaban movimientos antisistémicos y antisocialistas. Sin embargo, otros grupos fueron ocupando posiciones mucho más reaccionarias al constituirse desde mediados de los ochenta en una oposición política más consolidada. Se trataba de un grupo de intelectuales que se definían como oposición democrática, la cual se circunscribía fundamentalmente a Budapest. Su consigna era: "Saber, atreverse y hacer".
Desde la década del setenta había estado creciendo esta oposición intelectual alrededor de las publicaciones Samizdat, pero ya para 1985 lanzaron al mercado unos veinte libros y las revistas alcanzaban unos diez mil lectores. Sus principales temas de debate eran los problemas sociales y políticos dentro de Hungría: la pobreza, la desigualdad, el alcoholismo y los acontecimientos de los otros países del bloque soviético. Los que publicaban en estas revistas no podían hacerlo de manera oficial y eran apartados de sus empleos. Incluso en las condiciones de Hungría, con una economía sumergida de manera considerable, se les hacía muy difícil sobrevivir. Éstos consideraban que el principal papel de la oposición debía ser dar forma a la opinión pública y ejercer presión a través de ella. Ello explica el tratamiento que se les daba por parte de las autoridades, y que en ocasiones, tuvieran dificultades para seguir en sus apartamentos propiedad del Estado y en la educación de sus hijos . En algunos casos los editores de los periódicos oficiales presionaban a la censura para que publicara artículos de la oposición, utilizando como argumento que el autor de igual manera lo publicaría en Samizdat. Éstos realizaban severas críticas al régimen y generalmente eran publicadas de manera extraoficial. Su propuestas tuvieron tal impacto que incluso la intelectualidad oficial asumió el debate de problemáticas sociales que la oposición había develado.
Según Agnes Heller esos perseverantes editores de los escritos clandestinos (samizdat) que se difundieron en la sombra, pero ampliamente, ejercieron una influencia considerable en el pensamiento contemporáneo. Muchos miembros del Partido, y especialmente los intelectuales dentro de él, fueron significativamente influidos por los samizdats, y de alguna manera esto debe haber funcionado como una preparación mental y psicológica para aceptar la derrota del propio movimiento. Cuando llegó el momento de la verdad, antes y después del Congreso del Partido en 1989, los reformistas tenían la referencia de estos escritos, y llevándolo del pensamiento a la práctica, se destituyeron a sí mismos .
Estos intelectuales incentivaron la formación de movimientos de corte nacionalistas, lo que se convirtió posteriormente en una oposición política general, cuyos objetivos eran mejorar los derechos civiles, crear una política basada en una economía de mercado y el pluralismo político. La intelectualidad se convirtió en la vanguardia del movimiento alternativo, y finalmente, se fueron conformando los emergentes partidos políticos.
2.3. Posiciones asumidas por los intelectuales durante el colapso del Socialismo. Aspiraciones e intereses de los diferentes grupos de la intelectualidad.
Para finales de los ochenta ya estaban creadas las condiciones para el cambio político y económico. Entre estos grupos de intelectuales que constituían la oposición predominó como una característica esencial un profundo interés en eliminar el sistema socialista. La mayoría de la población húngara mantuvo una actitud pasiva frente al proceso de derrumbe del Socialismo. Por eso se plantea que en este proceso no se activaron las amplias capas de la sociedad, y no fueron éstas, quienes produjeron a sus líderes y formaron los partidos, como pasó en otros países del Este de Europa, sino que fueron los diferentes grupos intelectuales quienes se activaron y organizaron desde arriba hacia abajo el proceso político con el objetivo de poner fin al Socialismo.
Estos grupos de intelectualidades se fueron aglutinando en diferentes organizaciones políticas que se formaron en la semilegalidad. Existía entre ellos una total heterogeneidad en cuanto a sus propuestas. Para todos ellos el Socialismo debía ser sustituido, sin embargo, no todos asumieron las mismas posiciones, y por tanto, sus alternativas al sistema variaban en dependencia de sus intereses.
Uno de estos grupos eran los pragmáticos, en el medio de los cuales se proyectaban diversidad de tendencias. Éstos se caracterizaron por tratar de estar al mismo tiempo dentro y fuera del sistema. De esta forma mantenían la distancia del estado-partido, así como de la oposición democrática. Esperaban por su comportamiento constructivo al sistema, una autonomía. En los años anteriores el gobierno no los aceptaba, pero ante la crisis existente, se vio obligado a su reconocimiento. Su programa era moderado, querían reformas, pero con respecto al modelo de la reproducción, querían mantener su estructura básica. Subrayaban la necesidad del diálogo, la tolerancia y fomentar una conciencia cívica, manteniendo una relación de socio con el poder. Se concentraron fundamentalmente en la crítica al sistema burocrático. Deseaban crear una sociedad civil apolítica y más que nada, fortalecer la clase media.
Otro grupo lo constituían los que defendían la alternativa “tercera vía”, que se dividían en: populistas y socialistas liberales. Estos últimos trataban de unir los valores de libertad e igualdad, democracia política y los valores básicos del socialismo. Para ellos la esencia del sistema socialista no era la socialización sino la cooperación. Consideraban que se debía llevar a cabo la socialización de los valores y las propiedades, pero no la estatización y la redistribución sobre la base de una economía planificada. Éstos asumieron una posición menos radical, pues consideraban que el Socialismo era reformable, aunque se necesitaba para ello reformas profundas. Los populistas por su parte se destacaban por su defensa de las virtudes populares de la vida del campesino húngaro. Los escritores populistas habían sido favorecidos por la oficialidad, conformando posteriormente un partido intelectual. Su gran tema político era el futuro de las minorías húngaras en Yugoslavia, Eslovenia y en la Transilvania rumana.
Un último grupo lo constituían los demócratas liberales, los cuales eran partidarios de la economía de mercado. Sus propuestas iban encaminadas a romper todos los principios fundamentales en los que se sustentaba el sistema socialista. Eran defensores del neoliberalismo y de la economía de mercado. Aceptaban las ideas de la Perestroika y la Glasnost, al mismo tiempo que tomaban como referencia los ejemplos de Chile y Corea del Sur (países que alcanzaron un gran desarrollo mediante la política neoliberal). Entre ellos había divergencias en cuanto al modo en que se debían realizar los cambios. Unos consideraban que primero se debía hacer una gran reforma económica, mientras que otros razonaban que se debían crear con anterioridad las condiciones para la libertad política y tomar como modelo la democracia liberal al estilo occidental. Su interés principal estuvo orientado hacia la creación de una economía mixta que se sustentara no sólo, en la economía de mercado, sino que diera total prioridad a la propiedad privada.
Todos ellos pedían cambios en el sistema a partir de sus intereses y expectativas, pero no fue hasta finales de los años ochenta, con la apertura política, que estos grupos se fueron aglutinando en diferentes partidos legalmente inscritos. Entre estas organizaciones se encontraban el Foro Democrático Húngaro (FDH), cuyo programa constituía una crítica abierta al régimen comunista, la Alianza de Demócratas Libres (ALD), la Alianza de los Jóvenes Demócratas (AJD), así como el Partido Socialista Húngaro (PSH), surgido en 1989 como resultado de la escisión del Partido Obrero Socialista Húngaro y con una ideológica socialdemócrata.
La primera de estas agrupaciones políticas surgió en la semilegalidad en septiembre de 1987 y se convirtió en una “organización paraguas” que integraba a las corrientes intelectuales reformistas del partido único y a elementos críticos de origen rural, nacionalista y populista. Contenía tres tendencias: la democristiana, la nacional populista y la liberal-nacional. Pretendían formar en Hungría una sociedad civil, establecer el pluralismo político y la división clásica del poder en legislativo, ejecutivo y judicial. La esencia de su propuesta era: no debe existir un monopolio del poder sin control. En la esfera económica, eran partidarios de la economía mixta y la propiedad privada. Su principal líder era József Antall, defensor de la economía de mercado social, un término acuñado por el alemán Ludwing Erhard, quien postulaba que la economía de mercado sólo podía ser exitosa si se mantenía en equilibrio con la esfera social. En este sentido, planteaban en su programa económico la introducción “paulatina y responsable” de la economía de mercado, que incluía una lenta y limitada privatización de las fuerzas productivas y que redujera, en período de 5 años, el área de propiedad estatal de un 90% como estaba en ese momento a un 30%. En el área de la propiedad privada abogaba por el desarrollo de las empresas medianas y pequeñas, así como fomentar el capital nacional. En política exterior favorecía la retirada gradual de la Organización del Tratado de Varsovia y del CAME, el ingreso en la Comunidad Económica Europea (CEE) y la firme protección de las minorías húngaras en los países limítrofes.
En el caso de la Alianza de Demócratas Libres se le consideraba la expresión organizada de la llamada disidencia en el interior del régimen, aglutinaba la oposición budapestina. Se constituyó en noviembre de 1988 en la ilegalidad a partir del grupo de intelectuales que desde mediados de los años 70 exigía cambios radicales en Hungría y hacía fuertes críticas al sistema a través de las publicaciones clandestinas como Samizdat. En su seno se encontraban figuras importantes de las Ciencias Sociales, la Economía y la Filosofía húngaras, que daban al partido una imagen intelectual muy superior a la del resto de las agrupaciones. A diferencia del Foro Democrático Húngaro, propugnaba un acelerado desmontaje del sistema y una rápida adhesión a la CEE, combinada con una inmediata retirada de la Organización del Tratado de Varsovia. Era una organización de oposición radical que tenía como objetivo extirpar todo vestigio del sistema. Proponía la instauración del sistema político multipartidista y el modelo de economía de mercado. No era una organización homogénea, pues en su interior actuaban, al menos, cinco tendencias diferentes, formando un amplio espectro que iba desde posiciones neoliberales radicales hasta posiciones supuestamente neomarxistas influenciadas por las ideas del filósofo Gyorgy Lukács. Entre sus principales líderes se destacan el filósofo János Kis, de 46 años de edad y el historiador Ivan Petoe, de 44 años, ambos de una larga trayectoria disidente y editores de publicaciones clandestinas. Se identificaban con los partidos liberales eurooccidentales, tales como el Partido Liberal de la RFA, además de estar vinculada a la Internacional Liberal.
La Alianza de Jóvenes Demócratas agrupaba a los jóvenes liberales, estudiantes universitarios y nuevos profesionales. Tenía como límite de edad treinta y cinco años y actuaba a menudo conjuntamente con la ADL, pero era una organización independiente de ésta. Aglutinaba en su seno varias tendencias: liberales, socialdemócratas, radicales y democristianos, entre otros. Plantean también la implantación del multipartidismo, la economía de mercado, pero con un fuerte sistema de protección social.
Para los intelectuales que conformaban estas agrupaciones políticas la aspiración máxima debía ser una economía de mercado que les ofreciera libertad de elección. Muchos consideraban que debían seguir el modelo sueco de desarrollo, con mayores posibilidades económicas, pero también con políticas sociales efectivas.
Querían obtener un Estado democrático que les permitiera ver alternando en el poder a varios partidos, donde existiese completa libertad para ejercer la crítica al partido que estuviese en el poder. Así se establecía un mayor control sobre las elites dirigentes. Esto era posible solo si existía el pluralismo político, completamente opuesto al monopartidismo que ofrecía el Socialismo. Sus aspiraciones constituían una verdadera ironía, pues pretendían invertir el programa marxista y tratar de sustituir el Estado Socialista por una sociedad burguesa, pero la primacía de lo burgués se antojaba absolutamente preferible a la “insoportable experiencia histórica -que había tenido el país- de tiranía sobre el ciudadano”. El Socialismo en su criterio negaba todos los principios y derechos individuales de la democracia. El espacio que les ofrecía era demasiado pequeño para el pluralismo y la actividad autónoma. Aspiraban al reconocimiento de todas las libertades básicas que brinda la democracia liberal: libertad individual, libertad de prensa, opinión y reunión.
El concepto de Sociedad civil era interpretado como la primavera de las sociedades que aspiraban a ser civiles, donde debían existir formas de asociación nacional, auténticas y democráticas, y por encima de todo, que no fueran manipuladas por el partido o Estado- Partido. Aunque no quedaba muy clara la definición de sociedad civil, poco a poco se fue profundizando en este concepto. No obstante, prevalecía el criterio de designar como Sociedad civil dos cosas diferentes: todo el abanico de agrupaciones, actividades y vínculos sociales independientes del Estado, como por ejemplo Samizdat; y otra forma más generalizada y politizada, que la identifica con los productos de la estrategia de autoorganización social, generalmente adoptada por las oposiciones democráticas. Para ellos la reconstrucción de la sociedad civil era al mismo tiempo un fin en sí misma y el medio para el cambio incluido, en algunos casos, un cambio en la naturaleza del estado.
Se consideraba que la sociedad civil había quedado destruida totalmente por el estalinismo y por el gobierno de János Kádar , pero que había sido reconstruida lenta y discretamente. Por ello se planteaba que en estos últimos años se produjo una combustión más o menos espontánea de los clubes de debates, las asociaciones y los lobbys de diferentes grupos sociales e intelectuales, cuya mayoría de miembros discutían, en tanto ciudadanos preocupados, no sólo sus intereses o los de sus grupos, sino por el estado de la nación. Ejemplo de eso fue la convocatoria para la manifestación de la Plaza de los Héroes que fue firmada por doce de esos grupos, y dos de ellos que conformaban alianzas: el Foro Democrático Húngaro para los populistas y nacionalistas y la Red de Iniciativas Libres para el resto.
En casi todas estas organizaciones predominaba la idea de que no existía la democracia socialista, sino sólo democracia sobre la base del multipartidismo o el parlamentarismo; y que la legalidad era sólo garantizada por el Estado del Derecho, o sea, la independencia constitucional afianzada del poder judicial.
El año 1989 fue el más intenso desde el punto de vista de los partidos, su choque más fuerte con el sistema legal y la formación oficial del multipartidismo. El antiguo POSH no sólo tuvo que hacer frente a la fuerte oposición, sino que además desde su propio seno se fue fortaleciendo un ala reformadora que se aglutinó en el recién creado PSH. Estos sectores reformistas y socialdemócratas del antiguo POSH, la mayoría incorporados durante la década del ochenta, no mantuvieron el menor compromiso con el sistema, incluso varios de sus miembros fueron los que dirigieron el proceso de transición. De igual manera planteaban que el sistema, en términos económicos, debía ser completamente pulverizado mediante la privatización total y la introducción de un mercado libre al ciento por ciento. Proponían planes radicales para llevar a cabo estos cambios en cuestión de semanas o meses. No tenían conocimiento sobre el libre mercado o de economías capitalistas, por eso tuvieron que recurrir a las sugerencias de economistas y expertos financieros estadounidenses o británicos. Todos coincidieron en el planteamiento de que la economía basada en la planificación era inferior a las que se basaban en la propiedad privada, y que el viejo sistema, incluso en su variante modificada debía desaparecer .
Esa nueva generación de dirigentes no intentó frenar el proceso, sino más bien, lo aceleró retrasando cambios necesarios o aplicando métodos desacertados que permitieron un avance más rápido del colapso. En la mayoría de los casos mantuvieron una posición de inactividad. Ya no creían en el sistema, aunque eran los que gobernaban y decían profesar la ideología marxista- leninista. En ningún lugar, tampoco en Hungría, hubo grupo alguno de comunistas radicales que se preparase para morir en el búnker por su fe, ni siquiera por el historial nada desdeñable de cuarenta años de gobierno comunista .
El POSH debido a sus reiteradas crisis de gestión económica y la falta de renovación en su ideario perdió los créditos en el nuevo escenario político y en esta situación emergió la oposición, que sin contar con programas políticos concretos de renovación económica, arremetieron contra el sistema con un discurso anticomunista y nacionalista. Sus programas se caracterizaron por ser imprecisos, pues se preocuparon más por crearse una imagen con la utilización excesiva de atributos nacionales y un discurso anticomunista, que en las propuestas concretas.
Entre los meses de marzo y junio de 1989 se produjo la organización del proceso de la Mesa Redonda opositora, y a partir de este momento comienza el debilitamiento del Partido-Estado, unido también al fortalecimiento de las ideas reformadoras, cuyos portadores estaban dispuestos a negociar con la oposición. El 22 de marzo de 1989 quedó constituida la Mesa Redonda donde sus miembros tomaron como ejemplo el modelo polaco, quienes desde febrero ya celebraban negociaciones con el Partido Comunista.
Las negociaciones de Mesa Redonda comenzaron el 13 de junio y se extendieron hasta el 18 de septiembre de 1989. En la primera reunión se conformaron 66 comisiones de expertos que llegaron a acuerdos políticos y económicos, aunque dieron primacía a los primeros. En estas comisiones se redactó la nueva Constitución y los derechos del presidente de la República; además, se creó el tribunal Supremo Constitucional y se redactaron las leyes para el funcionamiento el multipartidismo, incluyendo también, las que crearían las condiciones para las elecciones. Se suma a ello la modificación del código penal y las leyes que estipulaban la libertad de expresión y creación de garantías para una transición pacífica. Una de las más importantes fue la declaración de la República de Hungría, según la cual la nación iba a tener un sistema político de República parlamentaria.
En las comisiones económicas se propuso la democracia y el autogobierno en los centros de producción. Esta comisión prácticamente no logró ningún resultado porque la oposición al conocer la situación real del país no quiso asumir responsabilidades para quedar exenta de culpa para el futuro. El hecho de que la oposición se negara a tratar en Mesa Redonda los problemas sociales y económicos, limitándose al proceso de transición política, contribuyó aún más a hacer verosímil esta imagen del proceso como el de un grupo de letrados budapestinos repartiéndose ”el pastel del Estado’’. Historiadores, economistas, periodistas, abogados, literatos, sociólogos, politólogos y artistas constituían el grueso de los miembros de la Mesa Redonda. Si a ello añadimos el total desconocimiento entre la población húngara de esas personas y los partidos que representaban, así como la nula participación popular en el proceso no es de extrañar que las negociaciones para la transición fueran percibidas generalmente como poco más que un asunto de intelectuales .
La mayoría de los participantes pertenecían a la clase media de profesionales e intelectuales de Budapest, situados casi todos en posiciones cercanas a las universidades y los institutos de investigación. Esto fue aprovechado por los grupos antirreformistas para presentar las conversaciones, y por extensión, el proceso de cambio, como un capricho de un grupo de intelectuales, sin ninguna relación con los problemas reales del país, acusación que caló profundamente en la conciencia popular, deslegitimando así los inicios del proceso entre algunas capas sociales. De ahí que la clase obrera y la movilización popular han sido las ausencias más llamativas en este proceso, ni siguiera el ejército ni las iglesias influyeron en el proceso .
Sólo los intelectuales constituían una fuerza moral contra el sistema. La gente quería ser dirigido por los nuevos líderes de “confianza” que hubieran estado fuera de las estructuras del poder oficial. Esto les dio una oportunidad histórica a algunos filósofos, abogados, historiadores, escritores y sociólogos de hablar en nombre de la gente y ser portavoces de la democracia. Tan pronto como la posibilidad de elecciones libres se materializó, la oposición democrática salió de su papel de críticos de los regímenes y pasó a formar parte del nuevo régimen democrático.
El proceso de transición fue pactado entre las elites reformistas del anterior partido y los dirigentes de los nuevos grupos políticos, todos ellos pertenecientes a la clase media profesional y técnica. Algunos historiadores consideran que este elemento otorgó estabilidad al proceso, pues la transición se produjo de manera pacífica y rápida.
Conclusiones
Desde la instauración del Socialismo en Hungría, la intelectualidad se caracterizó por su apoyo al sistema contribuyendo al sostén ideológico del mismo. Desde la década del cincuenta se fue creando una nueva intelectualidad técnica y cultural que mostró total lealtad al régimen. Sin embargo, en la medida en que se fueron evidenciando las debilidades del sistema, éstos fueron asumiendo posiciones cada vez más reformistas y se interesaron en modificar el modelo económico, político y social que les había sido impuesto por la URSS.
Con ese objetivo aprovecharon los marcos de liberalidad ofrecidos por el gobierno soviético y promovieron procesos reformadores como los de 1956 y posteriormente en 1968, que culminaron con la total frustración de sus intereses. Sobre todo el aplastamiento de la Primavera de Praga de Checoslovaquia destruyó las esperanzas de reforma política, económica y de regeneración cultural dentro del sistema. En ambos casos quedó demostrado que no estaban interesados en eliminar el Socialismo, sino más bien en reformarlo, pero se les negó esa posibilidad. Desde ese momento se creó una diferenciación más marcada entre los intelectuales que apoyaban el régimen y los que mostraban indiferencia, creándose así los gérmenes de la oposición.
A partir de estos acontecimientos una gran parte de la intelectualidad se separó de las estructuras políticas oficiales, tratando de crear su propio espacio social e intelectual. Asumieron como mecanismo de protesta el silencio, una actitud pasiva que fue utilizada por un número significativo de escritores húngaros.
Esta posición fue abandonada después de 1957 –esencialmente- por la seductora política cultural aplicada por Aczél, el cual logró de insertar a la mayor parte de la intelectualidad, utilizando entre otros medios, el ofrecimiento de privilegios individuales y cierta liberación de la vida cultural. Con ello logró no solo integrar a este grupo social, sino también mantener un relativo compromiso con el sistema durante el gobierno de Kádar. Durante la década de los setenta se produjo la inserción de la intelectualidad en el Partido y la burocracia estatal, que saliéndose de sus caminos tradicionales y de manera consciente, trató de atraer a las personas mejor preparadas para colocar a profesionales jóvenes en puestos de la nomenclatura, en particular en el aparato del Estado. Se produjo de esta manera una intelectualización de la burocracia con su consiguiente impacto devastador sobre el orden burocrático, formándose de este modo una nueva elite emergente que se reclutó entre los intelectuales.
No obstante, la intelectualidad más radical que emergió desde la década del 70 de la fusión de las generaciones de la revolución de 1956 y de la reforma económica 1968 comenzó la crítica a los males del sistema, utilizando espacios informales e ilegales. Estos grupos de intelectuales existían como redes sueltas de amigos en la capital hasta convertirse posteriormente en la oposición oficial.
En la década de los ochenta, cuando la crisis estructural del sistema se hizo evidente, la intelectualidad comprendió que había llegado el momento para un cambio radical en todas las esferas de la sociedad húngara. Se vieron afectados por las transformaciones económicas y sociales que tuvieron lugar durante estos años, viendo descender progresivamente su nivel de vida. Esto trajo como consecuencia el aumento de la crítica al sistema a partir de comportamientos diferentes que se manifestaron tanto desde el ámbito cultural a través de la música, los documentales, obras literarias, etc; pero también mediante posiciones políticas abiertamente opuestas al Socialismo. Todo esto se produjo al mismo tiempo que comenzaban a prevalecer las ideas de una minoría ilustrada del Partido Comunista interesada en el cambio, lo cual contribuyó a crear las condiciones para el desmontaje del sistema socialista.
Sin embargo, no fue hasta 1988 que pudieron conformar los diferentes partidos legales como resultado de las reformas políticas llevadas a cabo por la dirección reformista. Los intelectuales se convirtieron en los nuevos políticos y los que no asumieron esta función, jugaron un papel importante en la prensa política y en las esferas sociales, pero todos ellos se mostraron interesados en el cambio de sistema. Las posiciones asumidas dependían del vínculo que tuvieran con el poder, la ideología y los intereses que defendieran, resaltando como principales objetivos la eliminación del sistema socialista para implantar una economía de mercado y establecer una "verdadera democracia". No buscaron alternativas originales, sino que retomaron las sugerencias de intelectuales occidentales basadas en el modelo capitalista neoliberal predominante en Europa durante este período.
Fueron ellos los que se activaron y organizaron el proceso conciliatorio, orientado de arriba hacia abajo, con el objetivo de detener la influencia de otros sectores de la sociedad. Bill Lomax interpreta esta actitud como una muestra de elitismo y de miedo no disimulado al posible alcance de las masas .
Se convirtieron para el resto de la sociedad en la única fuerza política capaz de emprender el tránsito hacia el capitalismo, lo cual posibilitó que un gran número de intelectuales accedieran al poder en 1990. Por eso algunos autores califican este proceso como una revolución de los intelectuales porque fueron ellos los diseñadores de la política de desmontaje del sistema socialista y la promulgación de las nuevas leyes que llevaron a una agudización extensiva de la crisis.
Bibliografía
Fuentes bibliográficas:
La caída del Sistema Socialista Europeo marcó, según algunos historiadores, el fin de un siglo histórico que comenzó en 1914 . Éste estuvo caracterizado por la existencia de un régimen social que propugnaba la igualdad entre todos los individuos y la satisfacción de sus necesidades espirituales y materiales. Conocido como Socialismo, se instauró en una parte considerable del mundo, principalmente en Asia y Europa del Este. El Socialismo parecía estar llamado a superar al capitalismo, no solo desde el punto de vista económico, sino también por considerársele un sistema más justo; sin embargo, para finales de la década de los ochenta se produjo su derrumbe en Europa del Este con el apoyo de amplios sectores de la sociedad.
Este suceso tuvo gran repercusión a nivel internacional determinando un nuevo orden mundial sustentado en el predominio del capitalismo y contribuyendo al auge de las ideas más reaccionarias que intentaban demostrar la inconsistencia del Socialismo. Además, determinó la entrada a un período de la historia donde fueron rechazados por la mayoría los valores y paradigmas hasta entonces establecidos.
Hungría fue el primer país del bloque socialista en iniciar la reforma de su sistema político y económico. A partir de 1989 comenzaron las negociaciones tripartitas en Mesa Redonda con la oposición, las organizaciones de masas y los dirigentes del Estado y del Partido. Como resultado se introdujeron enmiendas a la Constitución vigente para eliminar todo su contenido socialista. Se proclamó la República de Hungría, la cual representaba la esencia del cambio, declarando la sustitución de la gestión económica centralmente planificada por la economía de mercado, la propiedad privada y la democracia multipartidista. De este modo se ponía fin al sistema socialista.
Esto fue posible, entre otros factores, gracias a la acción de un sector fundamental de la sociedad: los intelectuales. Desde la Revolución de 1956 quedó demostrado que la mayor parte de este grupo social estaba interesado en reformar el modelo de socialismo existente, pero vieron frustradas sus aspiraciones al imponerse, con el apoyo de la URSS, el gobierno de János Kádar. Para la década de los ochenta existía una conciencia generalizada de que el Socialismo debía ser reformado y los intelectuales fueron los principales promotores del cambio, aunque no se mostraron como una fuerza con intereses homogéneos. En ellos predominaron divergencias según sus concepciones y métodos, por tanto, no asumieron las mismas posiciones.
Vale destacar que existen muy pocos trabajos que analicen la participación de este grupo social en los diferentes procesos; aun cuando a través de la historia se ha demostrado su capacidad para dirigir los procesos políticos y sociales. En el caso de Hungría se presenta como un tema de importancia medular, pues según las encuestas el noventa por ciento de la población no participó en el proceso. Por tanto, fue la intelectualidad, la que asumió el papel de vanguardia durante el cambio político en Hungría.
Partiendo de esta problemática el presente trabajo se propone como objeto de investigación: la actuación de los intelectuales húngaros frente al sistema socialista. Para lograrlo se proponen los siguientes objetivos:
- Caracterizar la posición asumida por los intelectuales frente al Socialismo desde su instauración como sistema en Hungría hasta 1980.
- Explicar cómo las condiciones existentes en la década de los ochenta influyeron en el modo de actuación de los intelectuales.
- Determinar las posiciones asumidas por la intelectualidad húngara durante el derrumbe del Socialismo.
Desarrollo
La posición de los intelectuales húngaros ante el sistema socialista (1948-1980)
Después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, Europa del Este quedó en una situación desoladora. La mayoría de estos países fueron de un modo u otro víctimas del fascismo, entre ellos Hungría, que a pesar de haber sido aliada, sufrió tanto o más sus nefastas consecuencias. Ante esta situación se presentó para los húngaros un dilema: ¿se retomaría la posición de antes de la guerra o se implantaría un gobierno de corte progresista bajo la tutela de la Unión Soviética? La Conferencia de Yalta fue la solución. Los soviéticos se reservaban como esfera de influencia toda la región y se crearon las condiciones para la instauración de un gobierno democrático popular que transitaría inevitablemente hacia el Socialismo.
Los húngaros se caracterizaban por un fuerte sentimiento de rechazo hacia los rusos, un conflicto que se remonta desde la época de los zares. Sin embargo, el hecho de haber sido liberados por el Ejército Rojo, constituyó un elemento significativo para que prevaleciera el agradecimiento. El Socialismo se presentó como la solución idónea a la situación existente. Sus principios se adecuaban a las necesidades de los nuevos tiempos, donde se pedían a gritos garantías de seguridad y protección social. Prometía eliminar la opresión y la desigualdad nacional frente a la injusticia, los prejuicios raciales y la intolerancia de los gobiernos que lo antecedieron. Además, la propuesta económica que ofrecían los soviéticos -planificación estatal centralizada, encaminada a la construcción ultrarrápida de las industrias básicas y las infraestructuras esenciales de la sociedad industrial- parecía la solución a la crisis de la posguerra; sobre todo en una época en que los países capitalistas vivían la era de las catástrofes y buscaban una manera de recuperar el desarrollo económico .
El sistema soviético ofrecía una alternativa viable al tremendo retraso de la región, y esto atrajo a una parte considerable de la población. La idea de construir un nuevo mundo sobre las ruinas totales del viejo, inspiraba a muchos jóvenes e intelectuales, aún cuando el partido comunista, hubiese llegado al poder gracias al apoyo del gobierno soviético y en detrimento de otras fuerzas políticas tradicionales que fueron desplazadas. La mayoría de estos partidos carecieron de justificación moral para hacer frente u oponerse a la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), pues unos habían sido cómplices de Alemania, mientras que otros mostraron incapacidad para hacerle resistencia. Se creaba así un vacío de poder que permitió el ascenso del partido comunista, aún cuando no contaba con la mayoría electoral. La URSS forzó la unión del partido comunista con los socialistas y con la izquierda del partido campesino; dando paso a la creación del Partido de los Trabajadores Húngaros (PTH) que proclamó el régimen socialista con Mátyás Rákosi al frente del gobierno.
Unido a esto se manifestó cierto malestar por la dureza del trato que la URSS le dio a Hungría en su condición de aliada de Alemania. Se vieron obligados a pagar al gobierno soviético cuantiosas reparaciones; aún así, por impopulares que fueran el partido y el gobierno, la propia energía y determinación que éstos aportaban a la idea de reconstrucción de la posguerra tuvo una amplia aunque reticente aprobación por parte de los intelectuales .
El nuevo régimen disfrutó de una legitimidad temporal y durante cierto tiempo de un genuino apoyo popular. Con la nueva estrategia económica, el país avanzó significativamente, superando incluso, los resultados de los países capitalistas. No obstante, se les impuso una copia exacta del modelo soviético, basado en el desarrollo extensivo de la economía que priorizaba la industria pesada. Muchos de los planes quinquenales que se formularon no lograron verdadero éxito. La industria básica quedó relegada a un segundo lugar y se produjo una explosión de la demanda de productos de primera necesidad.
En el plano político, se estableció el monopartidismo, donde el partido comunista obtuvo la función rectora de la sociedad. El nuevo gobierno se convirtió en un poder arbitrario que dictaba leyes que venían desde arriba y que difícilmente podían ser cuestionadas. Esto contribuyó al arraigo en el partido de fenómenos como el burocratismo y el formalismo. Se produjo una falta de democracia y la verticalización excesiva de las decisiones políticas, donde debía prevalecer el centralismo democrático , que se sustentaba en la participación organizada de todos los individuos de la sociedad. El predominio de la dirección casi unipersonal, sustentada en el culto a la personalidad, unido a los juicios preconcebidos donde se condenaban a miles de personas que manifestaran descontento hacia el sistema constituyeron elementos característicos de la realidad húngara; lo cual generó una atmósfera de miedo. Toda manifestación de oposición a la política del gobierno fue reprimida, lo cual se extendió al partido y al Estado, así como a las organizaciones sociales. Muchos dirigentes entre ellos János Kádar, fueron encarcelados, incluso otros fueron ejecutados o acusados de revisionistas o titoistas .
En el ámbito cultural, Hungría al igual que la mayoría de los países de Europa del Este, tuvo que imitar a la URSS hasta en cuestiones mínimas como la estructura de la Academia de Ciencias y la Asociación de Escritores, así como también introducir el idioma ruso como segunda lengua obligada en las escuelas .
Frente a este escenario, el partido fue perdiendo la base social con la cual había contado desde principios de la instauración de este sistema. Evidentemente esa situación estaba muy lejos de cumplir con las expectativas de los húngaros, principalmente los intelectuales, que aunque no manifestaran abiertamente su inconformidad, contribuyeron a crear un estado de opinión a favor de la corrección de los lineamientos políticos del partido.
Sin embargo, la respuesta de la dirección del partido fue omisa, justificando los problemas como causas de la acción de los enemigos políticos, la existencia de una conciencia atrasada de las masas, la falta de la vigilancia revolucionaria y el mal trabajo de los dirigentes estatales, entre otras. No fue hasta la década de los cincuenta cuando se presentó la posibilidad de reformar las condiciones políticas y económicas del país.
1.2. Primeras manifestaciones de los intelectuales húngaros contra el sistema. Antecedentes de las fuerzas de la oposición al Socialismo.
Tras la muerte de Stalin en 1953 y posteriormente, la celebración del XX Congreso del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) en 1956, se abrió un proceso de cuestionamiento total de era estalinista. Salieron a la luz todos los crímenes cometidos por un personaje sacro que representó durante mucho tiempo al régimen cuando aún no existía una elevación considerable del nivel de vida de la población. Constituyó una dura crítica a un sistema que todavía no se había afianzado no solo como estructura política y social, tampoco en la conciencia de todos los individuos. El resultado fue descubrir verdades a unas masas que no estaban preparadas para recibirlas, sobre todo, porque estaban orientadas a desacreditar todo el período anterior, lo que incluía la historia y por tanto la legitimidad del sistema.
Aunque en un primer momento el gobierno húngaro no tomó en consideración los cambios, posteriormente fueron persuadidos por Moscú para realizar transformaciones políticas. Se determinó, entre otras medidas, que era necesario rejuvenecer el aparato del partido y del Estado con nuevos cuadros, fundamentalmente con intelectuales jóvenes. Una nueva generación de reformadores emprendió las transformaciones de la sociedad húngara. Éstos se plantearon la necesidad de modificar la estructura deformada de la economía y eliminar la dirección unipersonal, o al menos, limitar los poderes de la dirección suprema del país.
Con la asesoría del gobierno soviético se designó para la dirección del partido a Imre Nagy, entre otros jóvenes representantes de la intelectualidad. Esto permitió en parte, que se reconocieran públicamente los errores cometidos por la dirección del partido, tanto en su actividad práctica como en su estrategia para hacer avanzar el país. Sobre todo se criticó fuertemente los juicios preconcebidos y la condena de miles de comunistas en los años precedentes.
Se consideró que la estrategia económica aplicada había forzado el desarrollo de la industria pesada sin tomar en cuenta las condiciones concretas del país, relegando la agricultura y los bienes de consumo de la población. Además, estas decisiones erróneas habían contribuido al no crecimiento del nivel de vida de la población, empeorando las condiciones económicas de todos los sectores de la población, tanto de la clase obrera como de los intelectuales.
A pesar de las críticas se designó como secretario general a Mátyás Rákosi y como presidente de los Consejos de Ministros a Imre Nagy.
En el plano económico plantearon el ritmo acelerado de la construcción del socialismo y la implementación del modelo económico de autoabastecimiento, así como también aumentar el monto de las inversiones asignadas a la rama agrícola y elevar el nivel de vida de la población .
Los intelectuales dieron todo su apoyo a este gobierno reformador; y crearon, junto a los obreros y los campesinos, los llamados “consejos”: órganos de poder que tenían como función controlar a las diversas instituciones del gobierno. No obstante, este nuevo gobierno se convirtió en una especie de fantasma, cuyas funciones consistían en cumplir con lo que disponía con anterioridad el partido. Se crearon fuertes divisiones en la dirigencia y una falta de apoyo creciente de los sectores intelectuales .
Al ser destituido Imre Nagy, las reformas fueron paralizadas y un gran número de escritores, periodistas, incluidos profesores universitarios y algunos funcionarios, se proclamaron en contra de esta decisión y exigieron la continuación del proceso reformador. Para ello realizaron sesiones de debate en diversas instituciones culturales, sobre todo en las universidades, donde criticaron agudamente el sistema.
Desde finales de 1955 por iniciativa del Comité Provincial de la Juventud Trabajadora en Budapest se fue creando un foro de discusión de estudiantes universitarios y jóvenes intelectuales, principalmente de las ciencias sociales. Éstos se aglutinaron alrededor de Imre Nagy y conformaron una especie de grupo de oposición que tuvo como nombre Círculo Petőfi, en recordación del poeta húngaro Sándor Petőfi .
En los meses de septiembre y principios de octubre se creó un Foro de Estudiantes de Budapest que exigía la ejecución de cambios profundos en la dirección del partido y el gobierno, aún cuando Rákosi había sido destituido en el mes de julio y accedieron al Buró político y al Comité Central figuras como János Kádar. El foro estaba integrado por nuevas organizaciones de estudiantes de Derecho, Economía, el llamado grupo 15 de marzo de los estudiantes de Humanidades y el grupo Vasvari, los cuales participaron en la rehabilitación de László Rajk, llevada a cabo el 6 de octubre 1956. Para ello realizaron una representación simbólica de su funeral. Todas estas acciones formaron parte de lo que constituyó una manifestación general, que devino en una sublevación contra el modelo de socialismo que se había impuesto en Hungría.
La sublevación de 1956, comenzó precisamente con una manifestación estudiantil pacífica que fue convocada por los estudiantes de la Universidad de Budapest, quienes desde el 16 de octubre realizaron una Asamblea General, donde aprobaron la formación de una organización estudiantil independiente de la Federación Juvenil Democrática y formularon fuertes críticas a la dirección partidista. Posteriormente el 23 de octubre llevaron a cabo una manifestación general en la que participaron aproximadamente 20 mil manifestantes que se reunieron en torno a la estatua de Bem, donde Péter Veres, presidente del sindicato de escritores, leyó un manifiesto a la multitud.
El principal objetivo de estas manifestaciones era perfeccionar el sistema socialista, pero no su disolución. El descontento que predominaba en la población urbana, dígase los estudiantes, intelectuales y una parte de los obreros, se manifestó en aspiración por la renovación del sistema; aunque en estas se infiltraron grupos extremistas que utilizaron las circunstancias para revertir la manifestación pacífica en lucha armada.
Además, la variedad de los participantes condujo al desarrollo de una sublevación bastante compleja donde los estudiantes, obreros, adolescentes, intelectuales, las personas ofendidas, los que cumplieron condenas injustamente, excomunistas y familiares, las miles de personas deportadas, religiosos, o sea, todos aquellos que se sintieron afectados por el régimen, se aglutinaron formando una compleja heterogeneidad social con intereses y objetivos diferentes.
Aun cuando el gobierno de Imre Nagy intentó llevar a cabo varias reformas políticas como declarar la neutralidad política, el pluripartidismo y pidió la ayuda de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para que reconociera el nuevo status, no se lograron resultados positivos. De hecho, con la aprobación del multipartidismo aparecieron partidos de marcado carácter burgués que cobraban auge frente al Partido Comunista.
Por ello el 3 de noviembre de 1956 se crea el gobierno de János Kádár, el cual inmediatamente pidió la intervención soviética alegando que el anterior gobierno había perdido el control del país. Petición que se consumó el 4 de noviembre en un ataque masivo contra Budapest.
La resistencia organizada finalizó el 10 de noviembre, la revuelta fue aplastada y comenzaron los arrestos en masa, lo que provocó que unos 20 mil húngaros huyeran en calidad de refugiados. Para enero de 1957, el nuevo gobierno instalado por los soviéticos y liderado por János Kádár había suprimido toda oposición pública. Con ello comenzó un período de represión y persecución, pues desde mediados de noviembre se detuvieron a 6 380 personas de las cuales 860 fueron deportadas a la URSS. En total se estima que hubo 20 mil encarcelados, 380 condenados a muerte, 229 ejecutados, más de 10 mil deportados a campos de trabajo forzado y otros 100 mil expulsados de sus centros de trabajo, de la universidad e institutos superiores . Estos resultados marcaron profundamente a la sociedad húngara, incentivando mucho más el rechazo hacia la URSS y sobre todo, constituyó un elemento fundamental para demostrar la ilegitimidad del gobierno de Kádár durante la década de los 80.
Aún así, se pude afirmar que los dirigentes impuestos después de la derrota de 1956 emprendieron un reformismo más auténtico y eficaz que en el resto de los países de Europa del Este. Bajo la dirección de János Kádar se llevó a cabo la liberación sistemática del régimen, la reconciliación con las fuerzas opositoras y, en la práctica, la consecución de los objetivos de la revolución dentro de los límites que la URSS consideraba aceptables .
Se realizó el perfeccionamiento del sistema de planificación y se recurrió a la elevación del estímulo material como medio para legitimar el sistema. Para ello el gobierno comenzó la aplicación de una línea política que le permitiera dar soluciones concretas a las cuestiones económicas y culturales que influían en la vida cotidiana de las masas trabajadoras, para evitar que se interesaran por la política o que llegara a formarse una opinión acerca del sistema. En otras palabras, si la dirección del partido era capaz de garantizar un crecimiento del nivel de vida aceptable, entonces el pueblo no se dedicaría a la política. Se intentó realizar una despolitización deliberada de la vida diaria. Por eso su política estuvo encaminada en función de dos objetivos fundamentales: la elevación del nivel de vida, de manera directa con el aumento de los salarios reales y el reconocimiento de la necesidad de ciertos bienes de consumo “de moda” como por ejemplo el automóvil. El principio fundamental de su gobierno era: las estrategias económicas no deben obstaculizar la pacificación política, sino que las políticas económicas deben garantizar el buen funcionamiento del sistema político sin disfunciones ni interrupciones espectaculares .
También se evidenciaron otros cambios que, aunque “cosméticos”, aliviaron a la población como por ejemplo: el toque de queda desapareció; se pudo hablar libremente, aunque no escribir, además, se pudo disponer de productos cada vez más abundantes. Bajo estos preceptos comenzó la aplicación de una política conocida como “dictadura blanda ”.
Aunque las medidas tomadas contribuyeron al mejoramiento de las condiciones de vida de la población y al aumento de la eficiencia y la productividad, no constituyeron una solución a los graves problemas que existían en la sociedad húngara. Sin embargo, la mayoría de los intelectuales, aún cuando conservaron su recelo, a veces incluso su odio hacia el régimen de Kádar y exhibieron grados variables de escepticismo, admitieron la posibilidad de colaborar con las aspiraciones reformistas de este gobierno; mientras que un grupo más reducido de los que conformaban la intelligentsia se desprendió de las estructuras oficiales de poder para crear su propio espacio social y cultural, creando de este modo lo que constituyó el germen de la oposición intelectual.
Posteriormente, cuando se produjeron los sucesos de 1968 en Checoslovaquia, los dirigentes kadaristas acariciaron la idea de una reforma económica, incluso tenían planes para aplicarla, y contaron con todo el apoyo de los intelectuales. Muestra de ello es que entre enero y junio de 1968 los principales funcionarios húngaros y al menos la mitad de los intelectuales de la oposición –que continuaban bajo sospecha, y en algunos casos, bajo vigilancia policial– se interesaron en emprender nuevamente la reforma del modelo de socialismo existente . Por razones distintas, la intelligentsia y los tecnócratas, también compartieron ese optimismo de los kadaristas en las primeras semanas de las reformas en Checoslovaquia. La mayoría de ellos se proclamaron a favor de las transformaciones que se estaban desarrollando en el país vecino e hicieron intentos de extender las reformas a Hungría. Defendían la idea de “democratización socialista” y “renovación del marxismo”, pero tenían objetivos y expectativas disímiles en relación con el curso de los acontecimientos.
Los dirigentes kadaristas deseaban la simple duplicación de su propia política; el “retorno a las normas leninistas de legalidad”, es decir, una rehabilitación de las víctimas comunistas, y quizás de otras ideologías de izquierda, de los juicios de los años anteriores. Con ello reducirían las tensiones existentes y mejoraría su capacidad de gobernabilidad.
Un segundo grupo, identificados como ideólogos del sistema, querían una “democracia socialista” con fundamentos teóricos, aunque se encontraban en un estado de confusión general. Entre sus peticiones figuraban la participación de los ciudadanos y un cambio político considerable.
Por último encontramos un tercer grupo que estaba conformado por la tecnocracia no ideológica, es decir, por intelectuales y directivos tecnócratas, interesados principalmente en una racionalización económica y para quienes los aparato del partido y los ideólogos románticos, era aliados dudosos y poco fiables. No obstante, se adhirieron a la alianza pro-dubcekista. Puesto que carecían de poder político autónomo y sólido podían expresar sus aspiraciones por boca de los ideólogos, a quienes por demás miraban con recelo. Por otra parte, y puesto que el propio programa de Dubcek incluía la racionalización económica, su única opción era negociar con la burocracia. Además, los tecnócratas por su parte nunca habían visto con excesivo entusiasmo la participación popular en asuntos que, en su opinión, debían dejarse a los expertos, llevaron a cabo la alianza natural y espontánea con los kadaristas, a quienes veían como un estorbo. Ellos consideraban que los expertos checoslovacos, podían ser sus aliados fiables para la modernización de la economía húngara.
Sofocada la sublevación en Checoslovaquia, quedaron selladas todas las esperanzas de reformar el sistema. Los dirigentes habían capitulado aun antes de las órdenes de los soviéticos. Sólo algunos de los intelectuales de la oposición, entre ellos varios filósofos, rechazaron la intervención de las tropas del Pacto de Varsovia mediante declaraciones públicas de condena. La derrota de este proceso acabó con las ilusiones de reformas políticas y económicas, pero también, había quedado claro para la intelectualidad la negativa a cualquier regeneración en el ámbito cultural.
Entre 1956 y 1968 se hizo patente el sentir de la intelectualidad. Su intención no había sido condenar el Socialismo, y mucho menos derrocarlo. Su objetivo consistía más bien en pensar qué era lo que se había hecho tan mal y proponer una alternativa dentro de los términos del propio sistema. Para muchos de estos intelectuales marxistas el estalinismo constituía una trágica parodia de esta doctrina y la URSS, un desafío permanente a la credibilidad del proyecto de transformación socialista. Aún así, estos revisionistas, continuaron colaborando con el Partido, a menudo desde dentro de él. Eso obedecía en parte a la necesidad, pero en parte también a una convicción sincera de su “misión de reformar el socialismo”.
Por eso se plantea que a partir de los sucesos de Praga se marcó el punto de inflexión en la historia del Comunismo, en mayor medida que los acontecimientos de 1956 en Hungría. La ilusión de que este sistema era reformable, de que el estalinismo había constituido una desviación equivocada, un error que todavía podía corregirse, de que los ideales esenciales del pluralismo democrático podían de alguna forma todavía ser compatibles con las estructuras del colectivismo marxista, quedó aplastada bajo los tanques el 21 de agosto de 1968 y jamás volvió a recuperarse .
1.3. Respuesta de la intelectualidad a la política cultural del gobierno kadarista.
Cuando la situación se normalizó, el gobierno de J. Kádar emprendió las transformaciones del Nuevo Mecanismo Económico, lo cual contribuyó significativamente al aumento del nivel de vida de sus pobladores. Estas reformas económicas impulsaron el desarrollo del país que hasta principios de los setenta alcanzó una tasa de un 7% de crecimiento. Se puso énfasis en la autonomía de las empresas y se autorizó la existencia de un sector privado en diversas actividades y se estimuló la agricultura. Hungría se convirtió en el primer país socialista en producción por habitante y en un exportador de alimentos .
Los sucesos de 56 habían evidenciado el resurgimiento de fuerzas cuya base no era la defensa del socialismo, sino más bien la restauración de la burguesía. Por ello el gobierno optó por dar participación en la gestión de los asuntos públicos a estos elementos no socialistas. Llevó a cabo una política de conciliación con todas las fuerzas políticas sosteniendo como consigna: El que no está contra nosotros abiertamente, está con nosotros . Era una revolución permanente subyacente que cedía un determinado margen de acción al desarrollo del “hombre socialista” sin recurrir al terror, la coacción y las purgas. De hecho, se reconoció tácitamente los grupos de presión, aunque no de forma legítima.
Entre esos grupos encontramos la intelligentsia ideológica– principal socio negociador de los dirigentes kadaristas- que se le consideraba de antaño semillero de rebelión. Este grupo lo conformaban los dirigentes archiconservadores de las iglesias, dispuestos a convertirse en defensores de las decisiones y los intereses políticos del régimen en sus sermones y cartas pastorales, así como en los consejos confidenciales y desde una posición de autoridad que impartían a sus feligreses. También destacados tecnócratas, que con independencia de su afiliación partidaria, poseían intereses materiales e intelectuales claramente distintos al grupo anterior .
Desde el punto de vista interno la censura fue más flexible, se redujo el círculo de los bienes intelectuales prohibidos y la política aplicada hacia los profesionales fue mucho más tolerante. El esfuerzo del nuevo equipo consistía en establecer un equilibrio de fuerzas sociales, pero con la posibilidad de incorporar al menos una parte de los no marxistas al proceso de construcción del Socialismo.
La realidad evidenció que la mayoría de los intelectuales apoyaron al gobierno de János Kádar, pues de una forma u otra, colaboraron con el sistema entre los años sesenta y setenta. Ello se debió gracias a la labor realizada por Aczél Gyorgyr , el cual aplicó una política conciliatoria en la esfera de la cultura durante un cuarto de siglo.
Esta figura política no contaba con la aprobación de Moscú, pero tenía excelentes relaciones con Kádar. Por sus orígenes, ambos poseían varios puntos en común, por ejemplo, los dos fueron encarcelados durante la época de Rákosi. En 1954 como parte de la amnistía otorgada por el gobierno fue puesto en libertad, aunque al principio no quiso, luego accedió a cooperar con el gobierno de Kádar. Su labor administrativa se centró en crear una nueva política cultural que se diferenciara totalmente de la aplicada por József Révai durante el gobierno de Rákosi.
Su principal objetivo era integrar al mayor número posible de los intelectuales al sistema y si esto no era posible, al menos, establecer una coexistencia pacífica. Por encima de todo intentaba calmar los ánimos de aquellos intelectuales que habían desempeñado un papel importante en los sucesos del 56, y para eso necesitaba crear en ellos un compromiso con el sistema, sin tener que silenciarlos ni recurrir al terror. Por eso consideraba necesario aplicar una política cultural efectiva que le permitiera ganar el apoyo de la mayor parte de la intelectualidad, teniendo en cuenta la función clave de este grupo social en la formación de la opinión pública. Trató de poner al servicio del sistema a intelectuales de fama internacional, pues consideraba que si lograba su apoyo, éstos podrían influir en el resto de la intelectualidad y con ese objetivo les entregaba grandes privilegios.
Su política cultural respondía al interés del gobierno de buscar la conciliación entre distintas fuerzas. Sobre la base de este objetivo Aczél trazó como línea directriz apoyar la heterogeneidad de la vida cultural, pero estableció los límites implantando una especie de sistema de censura conocido como "sistema de las tres T" (támogatás, tures, tiltás), o sea, apoyo, tolerancia y prohibición.
Este sistema se convirtió en la práctica en la política cultural del gobierno. Con él se categorizaba cuidadosamente lo que era permitido decir y lo que no, aunque esas categorías quedaban sujetas a la situación política que imperara en el momento. De ahí que en ocasiones fuera más flexible y en otras más restrictiva. Al crear este tipo de clasificaciones Aczél pudo establecer una definición más específica de lo que se consideraba literatura “no hostil” y “claramente hostil”. Entre las condiciones que estipulaban era que si los escritores se comprometían a no meterse en política y observaban los límites políticos aceptables, en ese caso el estado, desechando la imposición de los límites estilísticos, les publicaría y les mantendría generosamente, casi lujosamente. Los límites nunca se definieron claramente, pero la suerte de cualquier libro, ensayo o película fronteriza dependía de este jefe supremo .
Desde finales de los años 50 en adelante se redactó el reglamento de este sistema de censura . Su primer comentario oficial al respecto fue el informe titulado: “Sobre el estado de nuestra literatura” (Az helyzetéről irodalmunk), cuya fecha de publicación fue el 6 de agosto de 1957. Este hecho se identifica como el nacimiento del sistema de las tres T. En este informe se exponían las definiciones generales de su política, y se exhortaba a que los escritores manifestaran su compromiso político a través de sus obras literarias. La sección más importante del informe, sin embargo, fue la formulación de los principios de las tres T.
En primer lugar se planteó que el Partido y el gobierno promovían la adhesión a la doctrina del realismo socialista, pero admitían otras tendencias, siempre que fuesen compatibles con los principios oficiales, o sea, siempre y cuando no entraran en contradicción con la Democracia Popular e intentaran socavar el orden social existente. Aunque se plantea que éstas últimas serían controladas debidamente por la “censura”.
En septiembre de ese mismo año fue publicada la estrategia del Comité Central del POSH donde se exponía que la vida literaria en Hungría había estado prácticamente estancada hasta ese momento y que no existía aún una estrategia adecuada para canalizar la literatura política.
Otra señal temprana del nuevo enfoque de la política cultural fueron los “Lineamientos de la política cultural” (Művelődéspolitikai irányelvei), que se publicó en agosto de 1958. En este se deja claro el abandono de la vieja retórica y la necesidad de la unidad de los socialistas y del Partido para la construcción de la vida cultural socialista. Se expone que el partido no solo permitiría, sino que promovería activamente la diversidad cultural. Además, se señaló la tolerancia de obras que no fueran realistas, pero que al menos fueran de corte humanista y que no amenazaran el orden social. De acuerdo con esta decisión se les dio la oportunidad a muchos escritores de publicar sus obras; sin embargo, otros libros fueron considerados perjudiciales y por tanto, prohibidos.
Aunque los principios del sistema de las tres T se perfilaban desde años antes no fueron perfeccionados hasta 1959. Su anuncio oficial constituía un paso trascendental hacia la consolidación de la vida literaria y cultural. Esta consolidación significaba esencialmente su despolitización. El gobierno quiso resaltar que había aprendido de los errores de la anterior política cultural (dirigida por Révai) y que no estaba a favor de ningún grupo en particular, sino que el principal fundamento de su política sería la diversidad cultural del modo más amplio posible.
Para muchos críticos de la época, esta nueva política era desde el punto de vista ideológico más colorida y políticamente más libre. Además, la producción artística fue de mejor calidad que en la época de Rákosi.
Esta nueva visión sobre la literatura y la vida cultural de modo general obtuvo mayor validez después de la celebración del 9º Congreso. Como resultado de este acontecimiento y después de amplios debates sobre filosofía, literatura, historia, religión, etc, se decidió que se les daría apoyo a todos los socialistas y otros humanistas creativos cuyas obras hablaran de las grandes masas, que facilitaran los esfuerzos de la política, aunque fueran ideológicamente contrarios, pero iban a excluir de la vida cultural todas las manifestaciones que fueran políticamente hostiles, antihumanista o que ofendieran la moral pública .
Esta fue la formulación oficial de las tres T y, era al mismo tiempo, la culminación de la neutralización política y consolidación de la intelectualidad. Se establecieron fronteras permanentes y normativas con respecto a lo que sería tolerado o prohibido, pero no era posible saber de antemano cuando alguna obra parecería bien a los ojos de los líderes o aparecería como un error en la política editorial.
Tanto los escritores como los funcionarios intentaron poner a prueba los límites, pero el único que realmente sabía lo que sería permitido en un momento determinado era Aczél. En la práctica, a menudo él decidía personalmente qué obras literarias se harían públicas o no. En otros casos las obras se distribuían sólo en determinados círculos de intelectuales, siendo de este modo publicaciones semi-oficiales, sin que llegara a ser algo habitual.
El sistema de las tres T fue evolucionando de manera continua y con los años la línea entre las dos primeras T (apoyo y tolerancia) se hizo cada vez más confusa, incluso la tercera categoría (prohibición) disminuyó gradualmente en importancia. Lo que sí se mantuvo inmutable como una especie de pacto entre los escritores y el gobierno fue el no cuestionar la base ideológica del régimen, es decir, el sistema de partido único y las relaciones de Hungría con la Unión Soviética, y en compensación, podían expresar libremente su descontento o sus opiniones personales.
Con el fin de proceder a la clasificación “segunda T” (tolerado), los libros tenían que cumplir con determinados requisitos. En primer lugar, no podía contener ni siquiera de manera implícita ninguna crítica política del régimen. En segundo lugar, no podía incentivar a sentimientos que pudieran crear una “atmósfera negativa” dentro de la sociedad; y de este modo se contribuía a la política de neutralidad. Se buscaba que incluso, aquella parte de la sociedad que no apoyaba al régimen lograra sentirse cómoda en estas circunstancias. El objetivo era que la sensación de confort redundara en una sensación de bienestar general.
En cuanto a los trabajos que eran prohibidos, éstos se determinaban sobre la base de dos elementos: si se consideraba “alienado” y si “su actitud hacia la vida no era positiva”; pero también en este caso las reglas podían variar.
En el caso de las publicaciones sistemáticas tampoco se estableció por escrito prohibiciones abiertas, sin embargo, en la práctica la dirección de la prensa se regía por principios generales y determinados procedimientos que permitían decidir lo que sería publicado o no. Todas las noticias y las informaciones debían ser filtradas, y éstas a su vez respondían a las orientaciones ad hoc (de acuerdo con el momento); además, la publicación de las noticias era una responsabilidad individual de los redactores principales. Se establecieron temas tabú que estaban claramente estipulados: la crítica a la URSS y el campo socialista, del CAME y el Pacto de Varsovia, la presencia de las tropas soviéticas y por último, la cuestión del 56. Para ello el POSH estableció una serie de principios con respecto a la prensa. Primero se planteó que debía ser partidista y defender en todo momento la dirección política del país. Debía ofrecer también una visión clasista donde prevaleciera el papel rector del Partido, porque sólo así se podría mostrar la posición partidista de este medio de comunicación y evitar que prevalecieran otros puntos de vista contrarios al marxismo- leninismo. Además, cualquier crítica que se hiciera al sistema debía tener un carácter constructivo.
Era prohibido publicar los secretos estatales, las noticias que lastimaran los intereses de la nación, lo cual no estaba definido exactamente. También se reconocía que la prensa tenía como tarea fundamental la lucha contra las ideologías pequeño-burguesas, las concepciones anti-científicas y contra toda idea que pudiera influir en la conciencia de las masas.
La “censura” fue una parte esencial de la política editorial, aunque no había ninguna oficina que tuviera esta función, pero los principios rectores eran comúnmente conocidos y los editores debían cumplir con la promesa de una especie de autocensura. En cambio, el gobierno húngaro ofrecía seguridad financiera a estos “trabajadores culturales”. Este sistema de prestaciones apoyado por el Estado y controlado por organizaciones como la Unión de escritores y el Fondo de Literatura, ofrecía seguridad a los escritores que seguían la política del Partido. A aquellos que sobrepasaran los límites, se les imponían medidas punitivas como la pérdida temporal de beneficios.
A los escritores y los investigadores les preocupaba la “censura”, pero sobre todo el principal problema era la autocensura. Con el fin de conseguir llegar al público los intelectuales, los artistas, etc, siempre estaban tentados a adaptar su obra, podar o acotar un argumento anticipándose a las posibles objeciones oficiales. En esta sociedad donde la cultura y las artes se tomaban muy en serio, los beneficios profesionales y materiales de esos ajustes no eran nada desdeñables, pero el respeto por uno mismo podía obligar a pagar un considerable precio moral. Por eso la mayoría optaba por contar con los beneficios, cometiendo con frecuencia un infanticidio: matar a su propio hijo intelectual por el insensato terror a la mente del censor . De esta manera adoptaban una posición de complicidad parcial o apoyo al sistema a cambio de las ventajas que se le ofrecían.
De manera general tanto para los escritores como para el resto de los intelectuales la relación con el régimen prácticamente dependía de las relaciones personales que tuvieran con Aczél. Aún así los funcionarios del partido consideraban que esta era una política bastante peligrosa, pues tenían miedo de que las relaciones subjetivas pudiesen interferir a la hora de juzgar según la estética y los problemas ideológicos.
Algunas celebridades, independientes del sistema político tuvieron cierto acercamiento, tal fue el caso de Gyorgy Lukács y Zoltán Kodály . También cooperaron los intelectuales que tenían puestos de dirección en universidades, teatros y otras instituciones culturales. Muchos de ellos tenían una posición importante gracias a Áczel. Algunos, incluso llegaron a establecer una estrecha relación con él. Con ellos hablaba abiertamente de política y eran considerados sus amigos íntimos; mientras que otros grupos de intelectuales hacían todo lo posible por llegar al círculo de Áczel, pero éste no los consideraba merecedores de ser parte de los grupos anteriores. A este grupo heterogéneo, los utilizaba para determinados objetivos, y a cambio de su colaboración los premiaba con cambios de apartamentos, compra de carros u obtención de visas y pasaportes.
Pero no todos mostraron la misma actitud de colaboración. Evidencia de ello fueron algunos profesionales de las Ciencias Sociales que llevaron a cabo la publicación de una revista llamada Valóság (Realidad) que criticaba los males del sistema en la llamada “semidisidencia”, incluso llegaron a divulgar obras de científicos occidentales. Entre ellos se encontraban escritores, historiadores y sociólogos de renombre. Aún así, se permitió la publicación de esta revista.
Los que no se insertaron al sistema, nunca llegaron al diálogo con Aczél, ni siquiera entablaron conversaciones, ni relaciones con los que estaban fuera, es decir, con aquellos que constituían la semilla de la oposición. Éstos que alzaban la voz difundiendo sus obras en copias ilícitas impresas a ciclostil , se enfrentaban a la sombría perspectiva de ser prácticamente invisibles, de ver cómo sus ideas y su arte quedaban relegados a una audiencia minúscula y cerrada, publicando para los mismos 2 mil intelectuales de siempre.
Vale destacar que esos intelectuales decidieron renunciar a la oportunidad de emigrar o exiliarse porque consideraban que era mejor ser perseguido e importante que libre, pero irrelevante, entre ellos encontramos a Agnes Heller entre otros filósofos y expertos que por su labor intelectual opuesta al sistema fueron limitados y silenciados por el gobierno.
Desde los sucesos del 56 muchos escritores recurrieron a la opción del silencio como una vía de resistencia. Muchos eran encarcelados o acallados por otros medios. Entre ellos se encontraban Tibor Déry y otros como László Németh, Péter Veres, István Örkény, Zelk Zoltán. Solo a algunos se les reconocía como escritores completamente apolíticos como Sándor Weöres, Ottilik Géza, János Pilinszky o Miklós Szentkuthy, éstos ni siguiera se sumaron a la protesta llevada a cabo por la Unión de Escritores realizada el 3 de diciembre de 1957, donde se planteó que: “los escritores húngaros en todas las circunstancias serviremos al pueblo húngaro, y no permitiremos que nuestras obras sean objeto de abuso por ningún gobierno o partido. ” Trataron de boicotear la nueva política cultural del gobierno y optaron por no publicar. Estos silenciosos escritores no aceptaron ni siguiera la publicación de poesía neutral. Todos ellos eligieron como estrategia la política del silencio; aunque vale destacar que un gran número de intelectuales fueron disuadidos por Aczél. Éste tenía la capacidad de entender el lenguaje de los intelectuales y eso contribuyó en gran medida a lograr el apoyo de éstos. Como resultado de su política pudo integrar a los escritores rebeldes en la literatura oficial del régimen al darles un trato más flexible, aún cuando por el gobierno los consideraba poco fiables. Logró que estos escritores dejaran de asumir esta posición y con ello, contribuir de manera implícita a la legitimidad del régimen.
Para ganarlos no utilizó la coacción, de hecho, la mayoría de los intelectuales fueron seducidos a través de las relaciones personales. Aczél utilizó una serie de trucos y dispositivos de manipulación para llevarlos a acercarse al régimen. Su método se puede resumir en dos términos: la política de favores y de la informalización, éste último reflejado en contactos personales.
De cualquier modo el resultado de su política fue la reanimación de la literatura, prueba de ello es que entre 1960 y 1985, el volumen de libros impresos y los títulos de los folletos se duplicó alcanzando un total de 10.000, mientras que el volumen total aumentó de 53 libros por cada mil ciudadanos, tanto en 1955 y en 1960, a 98 libros por cada mil ciudadanos en el año 1984. Para 1970 Hungría estaba al mismo nivel que Francia, Bélgica y Bulgaria. Diez años más tarde fue el único país socialista en alcanzar un nivel superior de edición de libros, junto con la República Federal de Alemania, Finlandia y los Países Bajos. Incluso más importante que las medidas cuantitativas fue la posibilidad de leer a escritores extranjeros desconocidos y prohibidos, cuyos libros para esa época estaban más disponibles a precios razonables.
No obstante, desde los sucesos de Checoslovaquia la política cultural de Aczél, había comenzado a mostrar los síntomas de su fracaso. Una nueva generación de escritores comenzó a emerger, en los cuales, la aplicación de sus métodos no tuvo éxito. Éstos querían que su relación con el régimen no dependiera de las relaciones personales que tuvieran con Aczél, sino más bien que ésta se estableciera de manera institucional. Por tanto, deseaban que su rango como artistas estuviera basado puramente en sus méritos artísticos. Tampoco querían el reconocimiento oficial a cambio de servir a los propósitos del régimen. De hecho, no tenían la intención de legitimar el poder ni su consolidación.
El Estado en su afán de atraer a la intelectualidad había permitido su inserción en las estructuras del poder para que pusieran sus conocimientos en función de la legitimación del sistema. Durante este período el partido trató de atraer conscientemente a las personas mejor preparadas para colocar a profesionales jóvenes en puestos de la nomenclatura, en particular, en el aparato del partido. De esta manera muchos intelectuales jóvenes accedieron al gobierno. A medida que estos jóvenes comunistas sustituyeron a los burócratas de la vieja guardia, cambió la idiosincrasia de dicho aparato. Estos grupos de jóvenes, a diferencia de aquellos reclutados de la clase obrera y campesina, no dependían exclusivamente de sus jefes políticos . Para Sean Hanley, este aumento de las capas de tecnócratas y administrativos partidarios de la reforma del sistema, frente a la concepción marxista clásica de la generación anterior, generó el conflicto Rojos vs Expertos, que caracterizó todo el período hasta mediados de los ochenta cuando se llevó a cabo la renovación del aparato estatal .
Estos cambios que se produjeron en las relaciones de poder trajeron como resultado que Aczél ya no fuera considerado como un estabilizador de éxito a finales de los 1970. A medida que fue avanzando esta década los intelectuales fueron en un número creciente dando la espalda al relativo compromiso que habían manifestado los años anteriores. Los escritores querían tratar los temas y puntos de vista que habían sido prohibidos. Esto condujo a una nueva era que dio comienzo en los años ochenta donde los funcionarios del gobierno se vieron obligados a adoptar medidas contra los que sobrepasaban los límites establecidos, aún cuando, se flexibilizaron gradualmente los temas que se consideraban tabú.
Para finales de la década del setenta se hicieron más evidentes los síntomas de crisis. Las reformas del Nuevo Mecanismo Económico se estancaron y como consecuencia de la crisis petrolífera, Hungría sucumbió a la deuda externa para mantener un nivel de vida aceptable en la población. Además, se produjo el derrumbamiento definitivo de la ideología oficial y el sistema fue perdiendo la legitimidad que había tenido en las décadas anteriores. Todas estas transformaciones incidieron significativamente en la intelectualidad: en aquellos que constituían puntales del sistema- dígase dirigentes, ideólogos o los que de un modo u otro justificaban su existencia- pero también, en aquellos que manifestaban oposición al mismo. A medida que la crisis se agudizaba, la intelectualidad comprendió que el sistema era irreformable y por tanto, se hacía necesario un cambio radical.
2. Los intelectuales húngaros durante la década de los ochenta: aumento de la crítica al sistema socialista.
La década de los ochenta fue la heredera de graves problemas económicos, políticos y sociales. A partir de 1973, se redujeron las tasas de crecimiento, aumentó la deuda externa y la economía se hizo más vulnerable. La crisis energética había provocado escasez de comida y productos manufacturados, y los préstamos adquiridos por el Estado para paliar la crisis provocaron el aumento de la inflación. El sistema se mostró altamente ineficiente, pues no solo era incapaz de producir los bienes necesarios, ni siguiera daba libertad de acción para encontrar el proveedor más barato ni controlar la respuesta del consumidor ya que ambos venían dados por un plan. Tampoco se podían hacer estimaciones de la elasticidad de la demanda producida por el mercado. Los precios de los productos permanecían inertes, sin alterarse por mucho o poco que se produjera determinada mercancía y sin tener una clara relación con la productividad ni con los precios de otras mercancías . El sistema de precios fijos imposibilitaba el cálculo de los costes reales destinado a responder a las necesidades o a adaptarse a la reducción de los recursos. Todo esto incidió negativamente pues provocaba mayor escasez de artículos necesarios impidiendo satisfacer las exigencias materiales de todos los individuos en su condición de consumidores.
Aunque se hicieron intentos para solucionar la crisis con una segunda oleada de reformas, no se obtuvieron resultados satisfactorios. El 17 de abril de 1984 en su sesión plenaria, el Comité Central determinó como objetivos fundamentales de las nuevas reformas, eliminar la normativa económica existente, la cual ejercía un efecto limitado en el aumento de los rendimientos. Se pretendía aumentar la competencia en el marco del mercado regulado y modificar el sistema de precios y salarios; además de crear un régimen de incentivos y fomentar la iniciativa individual y privada. Proponía también perfeccionar las formas de dirección empresarial, creando dos nuevos tipos de dirección .
Esta segunda oleada de reformas económicas se llevó a cabo en condiciones no muy favorables para su éxito. Los recursos disponibles no eran suficientes en un momento en que el valor de las exportaciones suponía el 50% de la renta nacional y seguía creciendo el monto de la deuda externa. Por ello en el XIII Congreso del POSH realizado en 1985 se señaló que para desarrollar la economía era necesario perfeccionar la economía interna reduciendo los costos, aprovechando mejor las reservas, renovar gradualmente las bases técnico materiales de la economía nacional y elevar el bienestar del pueblo . Aún así, estas ideas no fructificaron y se evidenció la necesidad de hacer reajustes mucho más profundos que permitieran un cambio en la estructura productiva, y para ello, se hacía necesaria la modernización de la mayoría de las ramas de la economía.
Esto trajo como consecuencias que la población tuviera que asumir la mayor parte de las cargas originadas por dicha transformación, pues apenas se pudo asegurar las condiciones elementales, lo cual se evidenciaba en los bajos índices de consumo. Aún cuando el Partido seguía planteando como objetivo elevar el bienestar del pueblo, el nuevo programa del gobierno, planteaba la reducción en un 6% de la renta nacional dedicada al consumo y aumentar entre el 14 y el 15% los precios en 1988. Sin embargo, los salarios en 1987 fueron congelados, aunque se preveía un aumento del 3% en las ramas más importantes y rentables de la economía.
Por otra parte, el gobierno planteaba la necesidad de mantener la política del pleno empleo, pero al mismo tiempo se reconocía como un punto medular la poca efectividad de dichos empleos y de la remuneración material, según la capacidad y el aporte de cada individuo a la sociedad. Se generalizó en la sociedad un chiste que ilustra muy bien este fenómeno: “tú haces como que trabajas y nosotros hacemos como que te pagamos”.
Como parte del perfeccionamiento de las reformas económicas también se le dio un impulso considerable a las iniciativas privadas, que a partir de 1985 se hicieron más extensivas, sobre todo en la esfera de los servicios, alcanzando el 33% del Producto Interno Bruto (PIB). Aumentó el número de arrendamientos de las propiedades estatales no rentables como cafeterías, restaurantes, bodegas, carnicerías, así como también, se elevó el número de los negocios por cuenta propia, creándose de esta manera una segunda economía. A determinados obreros se les entregaban instalaciones de sus empresas, con el fin de realizar producciones cuya ganancia les pertenecía. De esta forma los trabajadores obtenían ingresos mayores o adicionales que les permitía afrontar el alza de los precios, mientras otros vieron descender progresivamente sus niveles de vida. Los salarios obtenidos en la segunda economía deterioraban el rendimiento en la primera, lo cual minimizaba el efecto estimulante de los salarios oficiales e indujeron a los participantes a ahorrar esfuerzos en el trabajo normal . La aceleración del enriquecimiento de los beneficiados irritaba a amplios grupos sociales, en primer lugar, a aquellos que no tenían la posibilidad de obtener los ingresos adicionales, entre ellos los intelectuales que vieron descender su nivel de vida, produciéndose la inversión de la pirámide social. Esto provocó una agudización de la crisis, pues los intelectuales comenzaron a manifestar su inconformidad, pero esta vez de una manera mucho más abierta, optando por estrategias económicas y políticas opuestas a las desarrolladas por el Partido Comunista.
Se une a ello otro fenómeno vinculado con la proliferación de los delitos de índole económica que atentaban contra la propiedad social. Con el fin de garantizar el cumplimiento de los objetivos fijados desde arriba, los directivos de las fábricas hacían todo lo posible por ocultar a las autoridades las reservas de material y mano de obra. Así el despilfarro y la escasez se reforzaban. Éste sistema no solo fomentaba el estancamiento y la ineficacia, sino un ciclo permanente de corrupción. Aquellos que tenían acceso a los bienes comunes se adueñaban indebidamente de ellos lo que trajo consigo una mayor diferenciación dentro de la sociedad.
De manera general la economía húngara, lejos de mejorar, entró en un período de crisis total. Ejemplo de ello son las palabras recogidas en el nuevo programa gubernamental aprobado por el parlamento húngaro en octubre de 1987 donde se expone: “El desarrollo de la economía nacional- junto a los resultados dignos de atención también a escala internacional- se ve acompañado por tensiones y contradicciones que han ido aumentando con el tiempo. Los resultados de los últimos años –a pesar del perfeccionamiento- muestran que los objetivos económicos no se cumplieron, las deudas en divisas convertibles se incrementaron notablemente, no existe armonía entre el rendimiento y los ingresos empresariales, el consumo de la sociedad supera la producción y se produjo un incremento del desequilibrio financiero interior. Este proceso se debe a factores tanto internos como externos. El desarrollo del mecanismo económico y del sistema de gestión se llevó a cabo de manera ambigua y titubeante”
La anterior cita testifica la situación económica imperante en Hungría para finales de la década de los ochenta. Para esta fecha la economía húngara ya agonizaba por la creciente deuda externa de 18 000 millones de dólares. El nivel de vida descendió considerablemente y la inflación creció entre un 18-20%. La estructura productiva envejeció al tiempo en que la capacidad competitiva en el mercado exterior también decreció.
Se produjo además la violación del tabú existente sobre el pleno empleo, pues muchas fábricas deficitarias se vieron obligadas a cerrar. Para 1988 existía ya en Hungría alrededor de un 2% de desempleo de la población activa, es decir, unas 100 mil personas; incluso para aquellos que estaban trabajando existía la frustración de un trabajo sin sentido y la sensación de padecer una auténtica explotación. No solo decayó el avance social, sino que además, disminuyó considerablemente la esperanza de vida. Este último indicador social descendió de 67 años a 63 en solo ocho años.
Las tensiones que se produjeron por el descenso del nivel de vida generaron un descontento general, y esto se hizo más evidente en la medida que finalizaban los años 80. En la mayoría de la población predominaba la resignación y no el realismo. La doble moral se presentó como otro fenómeno del período. Frente al público mantenían una actitud de apoyo total al sistema, cumplían con todas las decisiones del partido para no tener discrepancias con el gobierno; sin embargo, otra posición bien distinta se manifestaba en privado, en el círculo íntimo de parientes y amigos, engendrándose así un medio moral contaminado.
Para 1988 el descontento era más perceptible por la caída del nivel de vida y la pérdida de la capacidad adquisitiva de la sociedad. En los últimos meses de ese mismo año la prensa se hizo eco de ello. Esto favoreció a ciertos círculos de intelectuales y a las fuerzas de oposición que ya comenzaban a fortalecerse.
Prevalecía la idea de que la calidad de vida se había hundido más a causa de la polución, la falta de inversiones básicas palpable en alojamientos, hospitales y las escuelas, aún cuando el Estado apoyaba la educación con grandes recursos económicos y contribuía a la edición de libros, al desarrollo del deporte, el teatro y el cine. La población no sufría de paro ni inseguridad, pero sí existía una carencia importante de viviendas y de otras necesidades básicas. Los miembros de las nuevas generaciones comparaban su situación, no con la del pasado de su país, sino con la situación de sus contemporáneos de Europa Occidental.
Paralelamente a la crisis económica y social se manifestó un alto desarrollo cultural en la población, que incrementó la capacidad de reflexionar y de ver el mundo desde otras perspectivas; pero esta evolución del pensamiento de los ciudadanos no se convirtió en un proceso de legitimación, sino de ruptura y de desprecio por los valores básicos con los cuales en algún momento se sintieron identificados. Esto fue posible, en parte, por la influencia cada vez mayor del capitalismo occidental sobre la sociedad húngara. En un mundo donde el desarrollo tecnológico alcanza grandes proporciones, los medios de comunicación abarcan la esfera global y predomina la economía trasnacional, se hizo imposible aislar a la población de la información sobre el mundo capitalista. En los años setenta y ochenta se ensancharon los vínculos con los países occidentales y Hungría comenzó a integrarse a la economía mundial. Además, a partir de la mitad de la década del ochenta, ya era legal pagar televisión por cable y en otros casos, entraban cintas piratas, creándose en la población la avidez por las películas norteamericanas y la música pop, sobre todo en jóvenes con altos niveles de educación y con oportunidades cada vez mayores de viajar. Estas nuevas posibilidades que se les otorgaban a los individuos, les permitió comprender cómo era la vida en los países capitalistas y cuán por debajo estaban en términos materiales y en libertad de elección.
La legitimación del sistema se basaba, fundamentalmente, en los resultados del desarrollo económico y esto en los años 80 no se pudo mantener. Al no corresponderse las expectativas con la realidad, se abonó el terreno para que fructificaran las ideas más reaccionarias al Socialismo. Entre las capas de la población más jóvenes e instruidas (estudiantes y trabajadores especializados) ya se ponía en entredicho no solo el sistema de tipo soviético, sino también algunos de los valores considerados esenciales del Socialismo.
La generación que se abrió paso en los años 80 tenía como característica principal ser una generación sin perspectiva. Su niñez transcurrió en la etapa del “socialismo de bienestar” que tenía como características: el crecimiento económico, cierta distensión en la política y un nivel de vida cada vez más alto; pero todas estas transformaciones dieron un vuelco en la manera cómo percibían su realidad. Tanto para los intelectuales de mayor edad, como para los que constituían parte de esa nueva generación, se hacía necesario una transformación del sistema, incluso los estratos ilustrados y técnicamente competentes, que eran los que mantenían la economía en funcionamiento, eran conscientes de que sin cambios drásticos el sistema se hundiría más tarde o más temprano.
Durante este período también se evidenciaron cambios en la composición de los órganos políticos. Frente a la necesidad de reemplazar a la mayoría de los dirigentes por razones de edad avanzada, un grupo significativo de dirigentes jóvenes accedieron al poder. Éstos no habían compartido la experiencia que había unido al comunismo y el patriotismo en ese país. Para ellos el principio legitimador del sistema era poco más que retórica oficial o anécdotas de ancianos. Posiblemente los más jóvenes ni siguiera eran comunistas al viejo estilo, sino hombres y mujeres que habían hecho carrera en países que estaban bajo el dominio comunista . Un grupo numeroso de integrantes de las capas medias cultas y capacitadas técnicamente, profesores universitarios y la intelligetsia técnica alcanzaron puestos de dirección del país.
Así se fue creando una elite dentro del Partido extraordinariamente aburguesada que no tenía una lealtad exclusiva con el comunismo. Fueron éstos los que frente a la crisis, intentaron cambiar el sistema emprendiendo transformaciones económicas y políticas. Todos ellos retomaron las reformas lanzadas por el gobierno de Mijail Gorbachov: la perestroika y la glasnost . Se pretendía eliminar la política centralizada dando mayor libertad de gestión a las empresas en el sentido de reanimar la economía, poner en marcha elecciones más o menos libres y dar cierto grado de reconocimiento a la oposición; lo cual bajo las banderas del pluralismo político aceleró el surgimiento de múltiples organizaciones políticas orientadas contra el Socialismo. Además, con la incorporación de estos grupos reformistas se fortaleció la ideología socialdemócrata en la dirección del partido.
En 1988 se celebró la Conferencia Nacional del POSH, que planteó el cambio radical de los cuadros en la dirección del partido. Así figuras reformistas como Rezso Nyers, Imre Pózsgay y Miklós Nemeth obtuvieron la dirección del Buró Político. En esta ocasión se produjo la remoción de la Secretaría General de Kádar y su sustitución por Károly Grósz, representante del grupo reformista.
Para esta fecha en sectores determinados de la dirección y en la intelectualidad vinculada a ésta, se afianzó la idea de que el modelo de socialismo implantado se había agotado y que se hacía necesario sustituirlo por otro, sobre la base de una economía de mercado socialista que permitiera la incorporación total del país a la economía mundial. Muchos de esos sectores reformistas estaban vinculados a las estructuras empresariales y de mercado del país, por eso se empeñaron en intensificar los cambios y desmontar ese sistema económico.
La mayoría de estos reformados reformistas como los llamaría Eric Hosbawn procedían en buena medida de los universitarios, que habían sido los más beneficiados con la Glasnost y que se vieron empujados hacia un extremismo apocalíptico: no se podía hacer nada hasta que el viejo sistema y todo cuanto se relacionaba con él fuera totalmente destruido.
Se reflejó un cambio en la ideología oficial, sobre todo porque estos nuevos dirigentes, según plantean algunos especialistas, no estaban verdaderamente comprometidos con el sistema. Manifestaban en privado su no creencia en la doctrina oficial, pero les era imposible abandonarla públicamente dado que era la única legitimidad fundamental para mantener el continuado monopolio del poder. De hecho el nuevo líder Károly Grósz expresó que Hungría había terminado teniendo un sistema monopartidista sólo por “mala suerte”
De manera general se inició una era de cuestionamiento total, reflejo de la apertura a la libertad de prensa y de expresión. Se creyó necesaria la revalorización de los sucesos de 1956 por parte de prestigiosos historiadores como Ivan Berend, el entonces presidente de la Academia de Ciencias, que llegaron al acuerdo de calificar lo sucedido en 1956 como Revolución Correctiva. Este tópico había sido un tema fundamental de debate desde principios de esta década dentro de la intelectualidad. Para los dirigentes del partido, Hungría había llegado hasta ese punto a pesar de la revolución, mientras que los intelectuales de la oposición que ya comenzaban a cobrar auge, consideraban que los gobernantes húngaros ejercían su autoridad de un modo relativamente controlado, cauto y tolerante gracias a la revolución.
Ya para finales de los ochenta se asumía una posición generalizada de apoyo a esos sucesos. Esto reflejaba el predominio de las ideas reformistas; ya no se le consideraba un proceso contrarrevolucionario, sino un proceso correctivo frente a los errores cometidos por el gobierno comunista. Planteaban que el sistema socialista debía ser reformado cada cierto tiempo para ir limando sus asperezas.
Este fue el final de la legitimación del sistema socialista en Hungría pues, a partir de ese momento un gran número de los jóvenes e intelectuales comenzaron a crear sus propios foros y alianzas, cuya composición era extremadamente heterogénea y muchos se manifestaron abiertamente antisocialistas.
2.2. Comportamientos críticos de la intelectualidad durante la década de los ochenta.
Si la intelectualidad de la década de los sesenta y parte de los setenta se había caracterizado por su misión de mejorar y perfeccionar el socialismo, la generación de intelectuales que se abrió paso en la década de los ochenta rompe con ese compromiso. Las transformaciones que se produjeron durante estos años influyeron significativamente en el comportamiento de la sociedad de manera general, pero especialmente en los intelectuales. De cierta manera se sintieron afectados por esos cambios, pero en ellos también incidieron otros acontecimientos que se produjeron a nivel internacional. La crisis económica, la guerra de Afganistán y el auge de los movimientos por la paz, que se sucedían a nivel global y que daban un matiz diferente a su concepción del Socialismo, unido a los graves problemas internos, crearon las condiciones para que la intelectualidad asumiera posiciones cada vez más críticas al sistema.
Este cambio de posiciones respecto al Socialismo se produjo de manera paulatina en la medida en que empeoraban las condiciones del país. Aunque desde los años 1980-1981 comenzó a generarse cierta inconformidad en el país, no fue hasta finales de los años ochenta que se pudo hablar en Hungría de un descontento general frente al sistema. Según Victoria Semsey entre junio de 1987 y 1988, en los periódicos aún no se encontraban indicios de descontento general. Los diarios, practicando la tradición de los años cuarenta, escribían casi lo mismo, pero si se leía entre líneas, se descubría reflexiones sobre anomalías sociales y económicas. Entre los líderes del partido comunista y una capa altamente calificada profesionalmente aparece esa nueva ola reformista. Se trataba de un descontento de algunas capas sociales o más bien de una parte de éstas como los intelectuales y la juventud .
Sin embargo, ese descontento presente en los intelectuales no se pudo minimizar con la política de neutralización aplicada por el gobierno en los años anteriores. La neutralización política ya no era suficiente, ni tampoco los métodos de Aczél para calmar a la intelectualidad rebelde. Su política perdió significado y función, lo cual tuvo como consecuencia que fuera sustituido a mediados de la década de 1980 por Imre Pozsgay.
A diferencia de Aczél que se propuso integrar a los intelectuales al sistema y elaborar una concepción orientadora, Pozsgay permitió que se crearan puntos de vistas diferentes e independientes de la línea orientada. De hecho, se le relaciona como el hombre del cambio por haber propiciado las Mesas Redondas con la oposición. Éste no exhortaba al patriotismo como su antecesor, sino al nacionalismo. A pesar de que pertenecía a la nomenclatura, no era partidario de la dictadura humanista, concepto que había sido enarbolado durante el gobierno de Kádar, sino más bien deseaba la reforma el sistema. Con su política contribuyó a la creación de una sociedad más plural y más difícil de controlar.
En la medida en que fue avanzando la década de los ochenta los intelectuales asumieron posiciones cada vez más críticas al Socialismo y a la política aplicada por el partido. Adoptaron diferentes comportamientos, sin llegar a ser un pluralismo político abierto, que se evidenció después en la década de los noventa, pero que tuvo sus gérmenes aquí.
Las críticas comenzaron de una manera no tan frontal, de hecho, el intelectual Timothy Garton plantea que en los primeros años de esta década la sociedad húngara se encontraba en una especie de laberinto, donde no se sabía a ciencia cierta el camino correcto y predominaba una completa inseguridad. Esta misma situación se extendía al ámbito cultural donde la mayoría de los escritores, estudiosos e intelectuales de manera general, asumían una posición ambigua frente a los graves problemas existentes. Sus críticas a las autoridades eran oblicuas, implícitas, eclípticas y metafóricas. Era la versión intelectual de una actitud que prevalecía en la sociedad en general: el evitar el sistema en lugar de enfrentarse con él, la de encontrar escapatorias y huecos en lugar de plantear exigencias al Estado; la premisa de esta actitud era una vez más la permanencia y inmutabilidad esencial del sistema .
No obstante, desde esta época se dan atisbos de inconformidad con la política aplicada por el gobierno. Ejemplo de ello fue la intervención de uno de los escritores más respetados de Hungría, István Eorsi, en el Congreso de la Asociación de Escritores realizado en 1981, donde hizo un llamamiento a la censura. Planteó que los intelectuales reclamaban un departamento cuya denominación, clara y oficial, fuera la de la censura, que especificara sus poderes y proporcionara las definiciones legales de sus límites, pero que también se crearan tribunales que procesaran a aquellos ciudadanos que infringieran los parámetros establecidos. Expuso también que en el régimen kadarista las reglas de censura no eran claras, lo que conducía a arbitrarias críticas editoriales o a otras variantes como la autocensura. Por ello consideraba necesario el establecimiento de parámetros que estableciera las reglas del juego. En este sentido los intelectuales se encontraban en una encrucijada, pues en la mayoría de los casos no sabían a ciencia cierta que sería aceptado o no, pues esa decisión quedaba en manos que cualquier miembro del Comité Central o del ministerio de cultura, los cuales eran responsables políticos junto a los editores de periódicos, los correctores editoriales, los productores televisivos y de manera general, todos los escritores. No existía una sola censura, sino muchas: colectiva e individual, política y social, antes y después de la publicación; antes, después y durante el acto de escribir. Lo único que quedaba claro era la imposibilidad de criticar o cuestionar la presencia soviética en Europa del Este, la política exterior soviética y los estados socialistas vecinos dado que seguían los preceptos soviéticos.
Aún así, algunos escritores tuvieron la osadía violar estos preceptos. Tal es el caso del autor de un informe publicado que analizaba cómo el partido comunista amañó las elecciones de 1947 que legitimaron formalmente su poder, e incluso, abordó el impacto psicológico de los acontecimientos de 1956 en obras de ficción y de teatro.
Durante estos años también se permitió la publicación de un nuevo libro de texto sobre lengua y literatura húngara, que incluía un capítulo de la Biblia, y que se aprobó oficialmente para las escuelas, pero luego fue ferozmente atacado en la prensa oficial. Este tipo de situaciones eran muy frecuentes en este período, en algunos casos, libros que habían pasado todos los meandros de la precensura podían ser retirados del mercado de pronto después de haber estado a la venta bastantes días. Esto ocurrió precisamente con un libro sobre la biografía de Bela Kun escrita por un profesor del Instituto de la Historia del Partido a raíz de una queja de la embajada soviética.
Lo cierto es que los censores no disponían de objetivos para decidir los límites, sólo tomaban como patrón el eslogan: aceptar las realidades. Esto se traducía en intuir lo que sería aceptable para sus superiores. Los escritores húngaros se convirtieron en expertos en adivinar lo que los editores tolerarían, también los líderes políticos se hacían expertos en adivinar cuánto el gobierno soviético aceptaría. Por eso los intelectuales exigían una declaración oficial de censura que estableciera los límites permitidos.
No obstante, hubo otras manifestaciones de inconformidad con el régimen mucho más evidentes como fue el intento de creación de una red organizada secretamente en el camping de Monor. Los participantes fueron cuidadosamente escogidos para representar las diferentes tradiciones y grupos de la oposición intelectual. Su principal objetivo era crear un frente popular y debatir sobre las causas que generaban la pobreza, el alcoholismo, el retiro de las subvenciones de paro, entre otros males. Sin embargo, lo que emergió de allí no fue un frente popular, ni tampoco crearon un programa para la transformación del país. El encuentro no sobrepasó los límites de la crítica.
Los ejemplos anteriores ejemplifican cómo la intelectualidad se fue manifestando contra las deficiencias del sistema. Sin embargo, al determinar su comportamiento durante este período se distinguen dos grandes grupos de oposición intelectual: la cultural y la política . En el primer caso se manifestó a través de una subcultura, específicamente en la música a través de géneros como el rock, el punk y la música alternativa, que se utilizaron como vías para manifestar su inconformidad. Sus canciones no eran aceptadas por la cultura oficial, por tanto, no eran permitidas en la radio y sus conciertos eran controlados por la policía. La influencia de estos grupos se fue extendiendo a través de redes personales en las universidades, que se evidenció en el abandono de las organizaciones oficiales por parte de los jóvenes de la capital.
En el ámbito de la literatura y el teatro, también se reflejó la crítica a través de la aparición de una Revista titulada Mozgó Világ ( Mundo en Movimiento) y la creación de una especie de agrupación llamada El círculo que agrupaba a los escritores jóvenes.
Se creó también un grupo vanguardista integrado por el Club de jóvenes artistas que realizaban una fuerte crítica al sistema a través de los documentales de los nuevos realizadores. Estos creadores del arte cinematográfico consideraban que con la puesta en escena de estos documentales se podría demostrar las contradicciones existentes entre los principios y la realidad, y a través de ello hacer patente la necesidad de reformar el sistema.
Esta forma de crítica, aunque no directa, permitía la ampliación de los espacios y las ramas de la comunicación social, en contraste con los canales más cerrados que ofrecía la política. Los discursos culturales tenían la posibilidad de llegar a miles de jóvenes, y así este patrón cultural se convirtió en una forma de oposición.
Se suman a este proceso otros grupos como los clubes de psicoanálisis, las sectas orientales que comenzaron a aparecer durante este período, el movimiento yoga y grupos de diferentes religiones. El rasgo común de todos ellos era el rechazo a la ideología, la valoración de la individualidad, el idealismo; aún cuando Kádar había contribuido de cierta manera a la privatización de la vida de familiar. Se manifestaba un rechazo al principio social de elevación de lo colectivo frente a la individualidad que se propugnaba en el Socialismo. Contra las relaciones unilaterales de colectividad, el espíritu de ayuda mutua, de responsabilidad colectiva que sustentaban el reconocimiento de una gran patria socialista; se priorizaban los intereses individuales.
En cuanto a la oposición política esta se caracterizó por ser portadora de principios que diferían de la ideología oficial. Para expresar sus opiniones utilizaron los espacios que les ofrecía la cultura, la literatura y la filosofía; por eso, en ocasiones, se podía confundir con los grupos anteriores, sin embargo éstos tenían objetivos claramente definidos. Con su labor intelectual contribuían al fortalecimiento del miedo y la incertidumbre por el futuro en el resto de la sociedad, lo cual tuvo como impacto inmediato la creación nuevos movimientos políticos.
Para la década de los ochenta era necesario crear un nuevo compromiso social, pero no existía para ello las condiciones políticas como se ha explicado con anterioridad. Estos grupos recién creados se aglutinaron para conformar la llamada oposición política e intentaron alcanzar derechos democráticos. Esto les fue posible gracias a las libertades políticas ofrecidas por el gobierno reformista que fue cediendo espacio a estas fuerzas de la oposición hasta lograr institucionalizarse, y a partir de aquí participar en el proceso de derrumbe del socialismo. Desde finales de 1988 se permitió la formación de grupos de oposición y la organización de manifestaciones abiertas.
Para extender sus ideas crearon movimientos, círculos y clubes de discusión entre los estudiantes universitarios, a partir de los cuales se fue extendiendo la ideología reformista. De este modo fueron creando espacios de discusión sobre los problemas fundamentales del país. El centro de discusión era la crisis de identidad de la joven intelectualidad. Consideraban que era necesario crear un socialismo democrático, recobrar los valores nacionales y negar el modelo importado por la URSS.
La primera manifestación de estos comportamientos críticos fueron los grupos pacifistas y ecológicos identificados como single issue, que concentraban sus demandas en la paz, pero al desaparecer tal demanda, dejaban de existir como organización. Éstos se crearon paralelamente a los movimientos pacifistas, gays, feministas y ecologistas que cobraban auge en occidente durante este período. En el caso de Hungría se crearon en estos años movimientos de preservación de las tradiciones, de corte naturalista, pero no gays ni feministas.
Estos grupos estaban integrados fundamentalmente por jóvenes preocupados por la cuestión de la paz y la ecología. Su fortalecimiento estuvo dado porque tenían como objetivo central la lucha por problemas y cuestiones generales que interesaban a toda la sociedad, aunque trataron de no parecer movimientos políticos. No obstante, se culpaba al Estado por ser el principal responsable de la contaminación y que la sociedad entera se afectaba con ello; por tanto, todos debían estar interesados en esta problemática. Era un asunto implícitamente político: la razón por la que resultaba tan difícil proteger el medio ambiente era porque nadie tenía interés en tomar las medidas preventivas. Concluían que el sistema económico socialista era intrínsecamente perjudicial para el medio ambiente. Ejemplo de ello eran los grupos defensores del cuidado del Medio Ambiente y la Paz, los cuales se consideraban apolíticos. Dentro de ellos se encontraban dos grupos importantes: Diálogo (82-83) y posteriormente el Círculo del Danubio (85-86). Ambos eran movimientos abiertos, muy flexibles que asumían una posición antiideológica. Estos movimientos ecológicos fueron los más duraderos y es interesante resaltar que utilizaban para sus actividades métodos tradicionales del movimiento obrero, tales como demostraciones abiertas en las calles.
Junto a estas ideas se fueron fortaleciendo también los movimientos de defensa de la vida, del pasado nacional y las tradiciones del liberalismo. Estas organizaciones también fueron ganando espacio frente al debilitamiento de la influencia de algunos ideólogos marxistas como: Gyorgy Lukács o la escuela de Francfort (escuela que se proponía renovar el marxismo). Privilegiaban la defensa de la tradición húngara y las ideas neoliberales.
Aunque todos estos movimientos constituían de una forma u otras manifestaciones de oposición, aún no se proclamaban movimientos antisistémicos y antisocialistas. Sin embargo, otros grupos fueron ocupando posiciones mucho más reaccionarias al constituirse desde mediados de los ochenta en una oposición política más consolidada. Se trataba de un grupo de intelectuales que se definían como oposición democrática, la cual se circunscribía fundamentalmente a Budapest. Su consigna era: "Saber, atreverse y hacer".
Desde la década del setenta había estado creciendo esta oposición intelectual alrededor de las publicaciones Samizdat, pero ya para 1985 lanzaron al mercado unos veinte libros y las revistas alcanzaban unos diez mil lectores. Sus principales temas de debate eran los problemas sociales y políticos dentro de Hungría: la pobreza, la desigualdad, el alcoholismo y los acontecimientos de los otros países del bloque soviético. Los que publicaban en estas revistas no podían hacerlo de manera oficial y eran apartados de sus empleos. Incluso en las condiciones de Hungría, con una economía sumergida de manera considerable, se les hacía muy difícil sobrevivir. Éstos consideraban que el principal papel de la oposición debía ser dar forma a la opinión pública y ejercer presión a través de ella. Ello explica el tratamiento que se les daba por parte de las autoridades, y que en ocasiones, tuvieran dificultades para seguir en sus apartamentos propiedad del Estado y en la educación de sus hijos . En algunos casos los editores de los periódicos oficiales presionaban a la censura para que publicara artículos de la oposición, utilizando como argumento que el autor de igual manera lo publicaría en Samizdat. Éstos realizaban severas críticas al régimen y generalmente eran publicadas de manera extraoficial. Su propuestas tuvieron tal impacto que incluso la intelectualidad oficial asumió el debate de problemáticas sociales que la oposición había develado.
Según Agnes Heller esos perseverantes editores de los escritos clandestinos (samizdat) que se difundieron en la sombra, pero ampliamente, ejercieron una influencia considerable en el pensamiento contemporáneo. Muchos miembros del Partido, y especialmente los intelectuales dentro de él, fueron significativamente influidos por los samizdats, y de alguna manera esto debe haber funcionado como una preparación mental y psicológica para aceptar la derrota del propio movimiento. Cuando llegó el momento de la verdad, antes y después del Congreso del Partido en 1989, los reformistas tenían la referencia de estos escritos, y llevándolo del pensamiento a la práctica, se destituyeron a sí mismos .
Estos intelectuales incentivaron la formación de movimientos de corte nacionalistas, lo que se convirtió posteriormente en una oposición política general, cuyos objetivos eran mejorar los derechos civiles, crear una política basada en una economía de mercado y el pluralismo político. La intelectualidad se convirtió en la vanguardia del movimiento alternativo, y finalmente, se fueron conformando los emergentes partidos políticos.
2.3. Posiciones asumidas por los intelectuales durante el colapso del Socialismo. Aspiraciones e intereses de los diferentes grupos de la intelectualidad.
Para finales de los ochenta ya estaban creadas las condiciones para el cambio político y económico. Entre estos grupos de intelectuales que constituían la oposición predominó como una característica esencial un profundo interés en eliminar el sistema socialista. La mayoría de la población húngara mantuvo una actitud pasiva frente al proceso de derrumbe del Socialismo. Por eso se plantea que en este proceso no se activaron las amplias capas de la sociedad, y no fueron éstas, quienes produjeron a sus líderes y formaron los partidos, como pasó en otros países del Este de Europa, sino que fueron los diferentes grupos intelectuales quienes se activaron y organizaron desde arriba hacia abajo el proceso político con el objetivo de poner fin al Socialismo.
Estos grupos de intelectualidades se fueron aglutinando en diferentes organizaciones políticas que se formaron en la semilegalidad. Existía entre ellos una total heterogeneidad en cuanto a sus propuestas. Para todos ellos el Socialismo debía ser sustituido, sin embargo, no todos asumieron las mismas posiciones, y por tanto, sus alternativas al sistema variaban en dependencia de sus intereses.
Uno de estos grupos eran los pragmáticos, en el medio de los cuales se proyectaban diversidad de tendencias. Éstos se caracterizaron por tratar de estar al mismo tiempo dentro y fuera del sistema. De esta forma mantenían la distancia del estado-partido, así como de la oposición democrática. Esperaban por su comportamiento constructivo al sistema, una autonomía. En los años anteriores el gobierno no los aceptaba, pero ante la crisis existente, se vio obligado a su reconocimiento. Su programa era moderado, querían reformas, pero con respecto al modelo de la reproducción, querían mantener su estructura básica. Subrayaban la necesidad del diálogo, la tolerancia y fomentar una conciencia cívica, manteniendo una relación de socio con el poder. Se concentraron fundamentalmente en la crítica al sistema burocrático. Deseaban crear una sociedad civil apolítica y más que nada, fortalecer la clase media.
Otro grupo lo constituían los que defendían la alternativa “tercera vía”, que se dividían en: populistas y socialistas liberales. Estos últimos trataban de unir los valores de libertad e igualdad, democracia política y los valores básicos del socialismo. Para ellos la esencia del sistema socialista no era la socialización sino la cooperación. Consideraban que se debía llevar a cabo la socialización de los valores y las propiedades, pero no la estatización y la redistribución sobre la base de una economía planificada. Éstos asumieron una posición menos radical, pues consideraban que el Socialismo era reformable, aunque se necesitaba para ello reformas profundas. Los populistas por su parte se destacaban por su defensa de las virtudes populares de la vida del campesino húngaro. Los escritores populistas habían sido favorecidos por la oficialidad, conformando posteriormente un partido intelectual. Su gran tema político era el futuro de las minorías húngaras en Yugoslavia, Eslovenia y en la Transilvania rumana.
Un último grupo lo constituían los demócratas liberales, los cuales eran partidarios de la economía de mercado. Sus propuestas iban encaminadas a romper todos los principios fundamentales en los que se sustentaba el sistema socialista. Eran defensores del neoliberalismo y de la economía de mercado. Aceptaban las ideas de la Perestroika y la Glasnost, al mismo tiempo que tomaban como referencia los ejemplos de Chile y Corea del Sur (países que alcanzaron un gran desarrollo mediante la política neoliberal). Entre ellos había divergencias en cuanto al modo en que se debían realizar los cambios. Unos consideraban que primero se debía hacer una gran reforma económica, mientras que otros razonaban que se debían crear con anterioridad las condiciones para la libertad política y tomar como modelo la democracia liberal al estilo occidental. Su interés principal estuvo orientado hacia la creación de una economía mixta que se sustentara no sólo, en la economía de mercado, sino que diera total prioridad a la propiedad privada.
Todos ellos pedían cambios en el sistema a partir de sus intereses y expectativas, pero no fue hasta finales de los años ochenta, con la apertura política, que estos grupos se fueron aglutinando en diferentes partidos legalmente inscritos. Entre estas organizaciones se encontraban el Foro Democrático Húngaro (FDH), cuyo programa constituía una crítica abierta al régimen comunista, la Alianza de Demócratas Libres (ALD), la Alianza de los Jóvenes Demócratas (AJD), así como el Partido Socialista Húngaro (PSH), surgido en 1989 como resultado de la escisión del Partido Obrero Socialista Húngaro y con una ideológica socialdemócrata.
La primera de estas agrupaciones políticas surgió en la semilegalidad en septiembre de 1987 y se convirtió en una “organización paraguas” que integraba a las corrientes intelectuales reformistas del partido único y a elementos críticos de origen rural, nacionalista y populista. Contenía tres tendencias: la democristiana, la nacional populista y la liberal-nacional. Pretendían formar en Hungría una sociedad civil, establecer el pluralismo político y la división clásica del poder en legislativo, ejecutivo y judicial. La esencia de su propuesta era: no debe existir un monopolio del poder sin control. En la esfera económica, eran partidarios de la economía mixta y la propiedad privada. Su principal líder era József Antall, defensor de la economía de mercado social, un término acuñado por el alemán Ludwing Erhard, quien postulaba que la economía de mercado sólo podía ser exitosa si se mantenía en equilibrio con la esfera social. En este sentido, planteaban en su programa económico la introducción “paulatina y responsable” de la economía de mercado, que incluía una lenta y limitada privatización de las fuerzas productivas y que redujera, en período de 5 años, el área de propiedad estatal de un 90% como estaba en ese momento a un 30%. En el área de la propiedad privada abogaba por el desarrollo de las empresas medianas y pequeñas, así como fomentar el capital nacional. En política exterior favorecía la retirada gradual de la Organización del Tratado de Varsovia y del CAME, el ingreso en la Comunidad Económica Europea (CEE) y la firme protección de las minorías húngaras en los países limítrofes.
En el caso de la Alianza de Demócratas Libres se le consideraba la expresión organizada de la llamada disidencia en el interior del régimen, aglutinaba la oposición budapestina. Se constituyó en noviembre de 1988 en la ilegalidad a partir del grupo de intelectuales que desde mediados de los años 70 exigía cambios radicales en Hungría y hacía fuertes críticas al sistema a través de las publicaciones clandestinas como Samizdat. En su seno se encontraban figuras importantes de las Ciencias Sociales, la Economía y la Filosofía húngaras, que daban al partido una imagen intelectual muy superior a la del resto de las agrupaciones. A diferencia del Foro Democrático Húngaro, propugnaba un acelerado desmontaje del sistema y una rápida adhesión a la CEE, combinada con una inmediata retirada de la Organización del Tratado de Varsovia. Era una organización de oposición radical que tenía como objetivo extirpar todo vestigio del sistema. Proponía la instauración del sistema político multipartidista y el modelo de economía de mercado. No era una organización homogénea, pues en su interior actuaban, al menos, cinco tendencias diferentes, formando un amplio espectro que iba desde posiciones neoliberales radicales hasta posiciones supuestamente neomarxistas influenciadas por las ideas del filósofo Gyorgy Lukács. Entre sus principales líderes se destacan el filósofo János Kis, de 46 años de edad y el historiador Ivan Petoe, de 44 años, ambos de una larga trayectoria disidente y editores de publicaciones clandestinas. Se identificaban con los partidos liberales eurooccidentales, tales como el Partido Liberal de la RFA, además de estar vinculada a la Internacional Liberal.
La Alianza de Jóvenes Demócratas agrupaba a los jóvenes liberales, estudiantes universitarios y nuevos profesionales. Tenía como límite de edad treinta y cinco años y actuaba a menudo conjuntamente con la ADL, pero era una organización independiente de ésta. Aglutinaba en su seno varias tendencias: liberales, socialdemócratas, radicales y democristianos, entre otros. Plantean también la implantación del multipartidismo, la economía de mercado, pero con un fuerte sistema de protección social.
Para los intelectuales que conformaban estas agrupaciones políticas la aspiración máxima debía ser una economía de mercado que les ofreciera libertad de elección. Muchos consideraban que debían seguir el modelo sueco de desarrollo, con mayores posibilidades económicas, pero también con políticas sociales efectivas.
Querían obtener un Estado democrático que les permitiera ver alternando en el poder a varios partidos, donde existiese completa libertad para ejercer la crítica al partido que estuviese en el poder. Así se establecía un mayor control sobre las elites dirigentes. Esto era posible solo si existía el pluralismo político, completamente opuesto al monopartidismo que ofrecía el Socialismo. Sus aspiraciones constituían una verdadera ironía, pues pretendían invertir el programa marxista y tratar de sustituir el Estado Socialista por una sociedad burguesa, pero la primacía de lo burgués se antojaba absolutamente preferible a la “insoportable experiencia histórica -que había tenido el país- de tiranía sobre el ciudadano”. El Socialismo en su criterio negaba todos los principios y derechos individuales de la democracia. El espacio que les ofrecía era demasiado pequeño para el pluralismo y la actividad autónoma. Aspiraban al reconocimiento de todas las libertades básicas que brinda la democracia liberal: libertad individual, libertad de prensa, opinión y reunión.
El concepto de Sociedad civil era interpretado como la primavera de las sociedades que aspiraban a ser civiles, donde debían existir formas de asociación nacional, auténticas y democráticas, y por encima de todo, que no fueran manipuladas por el partido o Estado- Partido. Aunque no quedaba muy clara la definición de sociedad civil, poco a poco se fue profundizando en este concepto. No obstante, prevalecía el criterio de designar como Sociedad civil dos cosas diferentes: todo el abanico de agrupaciones, actividades y vínculos sociales independientes del Estado, como por ejemplo Samizdat; y otra forma más generalizada y politizada, que la identifica con los productos de la estrategia de autoorganización social, generalmente adoptada por las oposiciones democráticas. Para ellos la reconstrucción de la sociedad civil era al mismo tiempo un fin en sí misma y el medio para el cambio incluido, en algunos casos, un cambio en la naturaleza del estado.
Se consideraba que la sociedad civil había quedado destruida totalmente por el estalinismo y por el gobierno de János Kádar , pero que había sido reconstruida lenta y discretamente. Por ello se planteaba que en estos últimos años se produjo una combustión más o menos espontánea de los clubes de debates, las asociaciones y los lobbys de diferentes grupos sociales e intelectuales, cuya mayoría de miembros discutían, en tanto ciudadanos preocupados, no sólo sus intereses o los de sus grupos, sino por el estado de la nación. Ejemplo de eso fue la convocatoria para la manifestación de la Plaza de los Héroes que fue firmada por doce de esos grupos, y dos de ellos que conformaban alianzas: el Foro Democrático Húngaro para los populistas y nacionalistas y la Red de Iniciativas Libres para el resto.
En casi todas estas organizaciones predominaba la idea de que no existía la democracia socialista, sino sólo democracia sobre la base del multipartidismo o el parlamentarismo; y que la legalidad era sólo garantizada por el Estado del Derecho, o sea, la independencia constitucional afianzada del poder judicial.
El año 1989 fue el más intenso desde el punto de vista de los partidos, su choque más fuerte con el sistema legal y la formación oficial del multipartidismo. El antiguo POSH no sólo tuvo que hacer frente a la fuerte oposición, sino que además desde su propio seno se fue fortaleciendo un ala reformadora que se aglutinó en el recién creado PSH. Estos sectores reformistas y socialdemócratas del antiguo POSH, la mayoría incorporados durante la década del ochenta, no mantuvieron el menor compromiso con el sistema, incluso varios de sus miembros fueron los que dirigieron el proceso de transición. De igual manera planteaban que el sistema, en términos económicos, debía ser completamente pulverizado mediante la privatización total y la introducción de un mercado libre al ciento por ciento. Proponían planes radicales para llevar a cabo estos cambios en cuestión de semanas o meses. No tenían conocimiento sobre el libre mercado o de economías capitalistas, por eso tuvieron que recurrir a las sugerencias de economistas y expertos financieros estadounidenses o británicos. Todos coincidieron en el planteamiento de que la economía basada en la planificación era inferior a las que se basaban en la propiedad privada, y que el viejo sistema, incluso en su variante modificada debía desaparecer .
Esa nueva generación de dirigentes no intentó frenar el proceso, sino más bien, lo aceleró retrasando cambios necesarios o aplicando métodos desacertados que permitieron un avance más rápido del colapso. En la mayoría de los casos mantuvieron una posición de inactividad. Ya no creían en el sistema, aunque eran los que gobernaban y decían profesar la ideología marxista- leninista. En ningún lugar, tampoco en Hungría, hubo grupo alguno de comunistas radicales que se preparase para morir en el búnker por su fe, ni siquiera por el historial nada desdeñable de cuarenta años de gobierno comunista .
El POSH debido a sus reiteradas crisis de gestión económica y la falta de renovación en su ideario perdió los créditos en el nuevo escenario político y en esta situación emergió la oposición, que sin contar con programas políticos concretos de renovación económica, arremetieron contra el sistema con un discurso anticomunista y nacionalista. Sus programas se caracterizaron por ser imprecisos, pues se preocuparon más por crearse una imagen con la utilización excesiva de atributos nacionales y un discurso anticomunista, que en las propuestas concretas.
Entre los meses de marzo y junio de 1989 se produjo la organización del proceso de la Mesa Redonda opositora, y a partir de este momento comienza el debilitamiento del Partido-Estado, unido también al fortalecimiento de las ideas reformadoras, cuyos portadores estaban dispuestos a negociar con la oposición. El 22 de marzo de 1989 quedó constituida la Mesa Redonda donde sus miembros tomaron como ejemplo el modelo polaco, quienes desde febrero ya celebraban negociaciones con el Partido Comunista.
Las negociaciones de Mesa Redonda comenzaron el 13 de junio y se extendieron hasta el 18 de septiembre de 1989. En la primera reunión se conformaron 66 comisiones de expertos que llegaron a acuerdos políticos y económicos, aunque dieron primacía a los primeros. En estas comisiones se redactó la nueva Constitución y los derechos del presidente de la República; además, se creó el tribunal Supremo Constitucional y se redactaron las leyes para el funcionamiento el multipartidismo, incluyendo también, las que crearían las condiciones para las elecciones. Se suma a ello la modificación del código penal y las leyes que estipulaban la libertad de expresión y creación de garantías para una transición pacífica. Una de las más importantes fue la declaración de la República de Hungría, según la cual la nación iba a tener un sistema político de República parlamentaria.
En las comisiones económicas se propuso la democracia y el autogobierno en los centros de producción. Esta comisión prácticamente no logró ningún resultado porque la oposición al conocer la situación real del país no quiso asumir responsabilidades para quedar exenta de culpa para el futuro. El hecho de que la oposición se negara a tratar en Mesa Redonda los problemas sociales y económicos, limitándose al proceso de transición política, contribuyó aún más a hacer verosímil esta imagen del proceso como el de un grupo de letrados budapestinos repartiéndose ”el pastel del Estado’’. Historiadores, economistas, periodistas, abogados, literatos, sociólogos, politólogos y artistas constituían el grueso de los miembros de la Mesa Redonda. Si a ello añadimos el total desconocimiento entre la población húngara de esas personas y los partidos que representaban, así como la nula participación popular en el proceso no es de extrañar que las negociaciones para la transición fueran percibidas generalmente como poco más que un asunto de intelectuales .
La mayoría de los participantes pertenecían a la clase media de profesionales e intelectuales de Budapest, situados casi todos en posiciones cercanas a las universidades y los institutos de investigación. Esto fue aprovechado por los grupos antirreformistas para presentar las conversaciones, y por extensión, el proceso de cambio, como un capricho de un grupo de intelectuales, sin ninguna relación con los problemas reales del país, acusación que caló profundamente en la conciencia popular, deslegitimando así los inicios del proceso entre algunas capas sociales. De ahí que la clase obrera y la movilización popular han sido las ausencias más llamativas en este proceso, ni siguiera el ejército ni las iglesias influyeron en el proceso .
Sólo los intelectuales constituían una fuerza moral contra el sistema. La gente quería ser dirigido por los nuevos líderes de “confianza” que hubieran estado fuera de las estructuras del poder oficial. Esto les dio una oportunidad histórica a algunos filósofos, abogados, historiadores, escritores y sociólogos de hablar en nombre de la gente y ser portavoces de la democracia. Tan pronto como la posibilidad de elecciones libres se materializó, la oposición democrática salió de su papel de críticos de los regímenes y pasó a formar parte del nuevo régimen democrático.
El proceso de transición fue pactado entre las elites reformistas del anterior partido y los dirigentes de los nuevos grupos políticos, todos ellos pertenecientes a la clase media profesional y técnica. Algunos historiadores consideran que este elemento otorgó estabilidad al proceso, pues la transición se produjo de manera pacífica y rápida.
Conclusiones
Desde la instauración del Socialismo en Hungría, la intelectualidad se caracterizó por su apoyo al sistema contribuyendo al sostén ideológico del mismo. Desde la década del cincuenta se fue creando una nueva intelectualidad técnica y cultural que mostró total lealtad al régimen. Sin embargo, en la medida en que se fueron evidenciando las debilidades del sistema, éstos fueron asumiendo posiciones cada vez más reformistas y se interesaron en modificar el modelo económico, político y social que les había sido impuesto por la URSS.
Con ese objetivo aprovecharon los marcos de liberalidad ofrecidos por el gobierno soviético y promovieron procesos reformadores como los de 1956 y posteriormente en 1968, que culminaron con la total frustración de sus intereses. Sobre todo el aplastamiento de la Primavera de Praga de Checoslovaquia destruyó las esperanzas de reforma política, económica y de regeneración cultural dentro del sistema. En ambos casos quedó demostrado que no estaban interesados en eliminar el Socialismo, sino más bien en reformarlo, pero se les negó esa posibilidad. Desde ese momento se creó una diferenciación más marcada entre los intelectuales que apoyaban el régimen y los que mostraban indiferencia, creándose así los gérmenes de la oposición.
A partir de estos acontecimientos una gran parte de la intelectualidad se separó de las estructuras políticas oficiales, tratando de crear su propio espacio social e intelectual. Asumieron como mecanismo de protesta el silencio, una actitud pasiva que fue utilizada por un número significativo de escritores húngaros.
Esta posición fue abandonada después de 1957 –esencialmente- por la seductora política cultural aplicada por Aczél, el cual logró de insertar a la mayor parte de la intelectualidad, utilizando entre otros medios, el ofrecimiento de privilegios individuales y cierta liberación de la vida cultural. Con ello logró no solo integrar a este grupo social, sino también mantener un relativo compromiso con el sistema durante el gobierno de Kádar. Durante la década de los setenta se produjo la inserción de la intelectualidad en el Partido y la burocracia estatal, que saliéndose de sus caminos tradicionales y de manera consciente, trató de atraer a las personas mejor preparadas para colocar a profesionales jóvenes en puestos de la nomenclatura, en particular en el aparato del Estado. Se produjo de esta manera una intelectualización de la burocracia con su consiguiente impacto devastador sobre el orden burocrático, formándose de este modo una nueva elite emergente que se reclutó entre los intelectuales.
No obstante, la intelectualidad más radical que emergió desde la década del 70 de la fusión de las generaciones de la revolución de 1956 y de la reforma económica 1968 comenzó la crítica a los males del sistema, utilizando espacios informales e ilegales. Estos grupos de intelectuales existían como redes sueltas de amigos en la capital hasta convertirse posteriormente en la oposición oficial.
En la década de los ochenta, cuando la crisis estructural del sistema se hizo evidente, la intelectualidad comprendió que había llegado el momento para un cambio radical en todas las esferas de la sociedad húngara. Se vieron afectados por las transformaciones económicas y sociales que tuvieron lugar durante estos años, viendo descender progresivamente su nivel de vida. Esto trajo como consecuencia el aumento de la crítica al sistema a partir de comportamientos diferentes que se manifestaron tanto desde el ámbito cultural a través de la música, los documentales, obras literarias, etc; pero también mediante posiciones políticas abiertamente opuestas al Socialismo. Todo esto se produjo al mismo tiempo que comenzaban a prevalecer las ideas de una minoría ilustrada del Partido Comunista interesada en el cambio, lo cual contribuyó a crear las condiciones para el desmontaje del sistema socialista.
Sin embargo, no fue hasta 1988 que pudieron conformar los diferentes partidos legales como resultado de las reformas políticas llevadas a cabo por la dirección reformista. Los intelectuales se convirtieron en los nuevos políticos y los que no asumieron esta función, jugaron un papel importante en la prensa política y en las esferas sociales, pero todos ellos se mostraron interesados en el cambio de sistema. Las posiciones asumidas dependían del vínculo que tuvieran con el poder, la ideología y los intereses que defendieran, resaltando como principales objetivos la eliminación del sistema socialista para implantar una economía de mercado y establecer una "verdadera democracia". No buscaron alternativas originales, sino que retomaron las sugerencias de intelectuales occidentales basadas en el modelo capitalista neoliberal predominante en Europa durante este período.
Fueron ellos los que se activaron y organizaron el proceso conciliatorio, orientado de arriba hacia abajo, con el objetivo de detener la influencia de otros sectores de la sociedad. Bill Lomax interpreta esta actitud como una muestra de elitismo y de miedo no disimulado al posible alcance de las masas .
Se convirtieron para el resto de la sociedad en la única fuerza política capaz de emprender el tránsito hacia el capitalismo, lo cual posibilitó que un gran número de intelectuales accedieran al poder en 1990. Por eso algunos autores califican este proceso como una revolución de los intelectuales porque fueron ellos los diseñadores de la política de desmontaje del sistema socialista y la promulgación de las nuevas leyes que llevaron a una agudización extensiva de la crisis.
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