¿Cómo separar la gestión y la propiedad?
Los planteamientos teóricos para fundamentar los enfoques y las prácticas actuales de “separar” la propiedad y la gestión, surgen en los tempranos años 30 del siglo XX, cuando se establecen las bases de la corporación capitalista moderna. En la “nueva sociedad industrial” del siglo XX, aparece el “espejismo” de la separación de la propiedad en relación con la “gestión” de la empresa, con lo que Galbraith denomina el “paso del poder a la tecnoestructura”18, como condición para su mayor autonomía dinamismo, eficiencia y eficacia. Pero quizás se recoge mejor la esencia de los cambios ocurridos y los que ocurren en la actualidad, al enfocarlos como otros autores los han calificado: “nuevas formas de subordinación del trabajo al capital”19 como parte del “envejecimiento de la propiedad privada”20, que en modo alguno implica que los nuevos procesos de gestión se hayan “separado” del sistema de propiedad del capital y que asistamos a un proceso de descomposición del sistema del capital.
Los enfoques que plantean “separar” la gestión de la propiedad, ignoran la esencia sistémica de la propiedad. Algo que no debería sorprender, como herencia de la estupidez y unilateralidad que nos inculcó el desarrollo fragmentado y fragmentador hasta su máxima expresión en el capitalismo:
“La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos y unilaterales que un objeto es solamente nuestro cuando lo tenemos —cuando él existe para nosotros como capital, o cuando es directamente poseído, comido, bebido, vestido, habitado, etc.—, dicho brevemente, cuando es usado por nosotros. Aunque la misma propiedad privada de nuevo concibe todas estas realizaciones directas de posesión solamente como medios de vida, y la vida que ellas sirven como medios es la vida de la propiedad privada —el trabajo y la conversión en capital—.
En lugar de todos los sentidos físicos y mentales ha llegado entonces la enajenación completa de todos estos sentidos, el sentido de tener. El ser humano tuvo que ser reducido a esta pobreza absoluta para poder rendir su riqueza interior ante el mundo exterior. [Acerca de la categoría de “tener”, ver Hess, en la Philosophy of the Deed].
La abolición de la propiedad privada es, en consecuencia, la completa emancipación de todos los sentidos y cualidades humanas, pero lo es precisamente porque estos sentidos y atributos han devenido, subjetiva y objetivamente, humanos. El ojo ha devenido ojo humano, justamente cuando su objeto ha sido un objeto social, humano —un objeto hecho por el hombre para el hombre—. Los sentidos en consecuencia, han devenido directamente en su práctica teóricos. Ellos se relacionan con la cosa por la cosa, pero la cosa misma es una relación humana objetiva a sí misma y al hombre [en la práctica yo me puedo relacionar humanamente a una cosa solamente si la cosa misma se relaciona humanamente al ser humano] y viceversa. La necesidad o el disfrute han perdido consecuentemente su naturaleza egoísta, y la naturaleza ha perdido su simple utilidad mediante el uso deviniendo uso humano.
Por el mismo camino, los sentidos y el disfrute de otros hombres se han convertido en mi propia apropiación. A la par de estos órganos directos, en consecuencia, órganos sociales se desarrollan en la forma de la sociedad; así, por ejemplo, la actividad en asociación directa con otros, etc., ha devenido un órgano para expresar mi propia vida, y un modo de apropiar la vida humana.
Es obvio que el ojo humano disfruta las cosas de un modo diferente al ojo imperfecto, el ojo no humano; el oído humano diferente del oído imperfecto, etcétera.
Hemos visto que el hombre no se pierde en su objeto solamente cuando el objeto deviene para él un objeto humano o un hombre objetivo. Esto es posible solamente cuando el objeto deviene para él un objeto social, él mismo para sí mismo un ser social, justo cuando la sociedad deviene un ser para él en este objeto.”21
Las urgencias de la cotidianeidad y las presiones del “sentido común” conformado en el seno de la propiedad privada adversarial en su evolución hasta el desarrollo actual del sistema del capital, en el generalizado permanente contexto adverso que han enfrentado las prácticas socialistas durante los siglos XX y XXI, han propiciado espacio para esas ideas en el desarrollo de tales procesos:
si los cambios que condujeron al paso del poder a la “tecnoestructura” separando al “propietario” de la gestión resultaron favorables para el funcionamiento del sistema empresarial en las nuevas condiciones industriales, propiciando mayor eficiencia y eficacia y consecuentemente mayores ganancias, hacer lo mismo para las empresas estatales en los procesos socialistas sería la solución para “desatar” los nudos de las fuerzas productivas.
Se ignoró el hecho objetivo de que esa separación propietario/poseedor -gestor no implicó en realidad cambio alguno en la propiedad, porque ambos actores continuaban trabajando para el mismo sistema del capital, con las mismas “reglas” y con el mismo objetivo de maximizar las ganancias.
Y las consecuencias negativas que potencialmente se encerraban para la nueva naturaleza en gestación y necesaria consolidación, de “separar” el proceso de gestión del “propietario” (o su “representante”: el Estado), se manifestaron con toda su fuerza durante los procesos que tuvieron lugar en la URSS y los países del campo socialista europeo desde los años 80 del pasado siglo.
Obnubilados por los “éxitos” de las modernas empresas capitalistas frente a las insuficiencias objetivas de las llamadas “economía de tipo soviético”, con sus realidades de procesos de dirección burocratizada ajenos a la esencia de las transformaciones, en un contexto de cambios políticos que con “declarada” intención de perfeccionar el socialismo resultaron cauce favorable para enfoques socialdemócratas del proceso de dirección social, condujeron en la práctica a procesos contrarrevolucionarios de ajuste neoliberal.
Los intentos “reformadores” propiciaron que justas demandas de autonomía de las unidades productivas se acompañaran de propuestas y ulteriores pasos para mejorar la gestión empresarial sobre la base de considerar la “gestión” un grupo de procesos meramente técnicos, “separar” las funciones del Estado como instituto respecto a las funciones propias empresariales, y desde aquí- iniciar una profunda “reforma” en el contenido, los modos de “hacer política” y el lugar de esta actividad en la relación con la economía.
En una compleja dialéctica, todo esto acompañó al desmontaje del sistema político que resultaba incapaz de conducir los cambios necesarios, el del sistema de “ordeno y mando” verticalista en la actividad económica, en un proceso que se caracterizó, por la desaparición del sistema de planificación directiva estatal y el desplazamiento del centro de gravedad del proceso de toma de decisiones económicas al nivel de los actores económicos, que no implicó mayor involucramiento efectivo de los productores sino de una nueva burocracia, acompañado de la desaparición del sistema de distribución centralizada de los recursos técnico- materiales, que pasó a ser sustituido por un mercado en formación de medios de producción y de fuerza de trabajo.
Una segunda inevitable tendencia se sumó -reforzando la orientación de los cambios-, arrastrada por los cambios objetivos en las necesidades e intereses de los nuevos gestores y de los propios productores en las nuevas condiciones: la liberalización de la actividad productiva y comercial consistente en la desaparición de la mayoría de las limitaciones y prohibiciones estatales y la creación de todas las condiciones propicias para la iniciativa privada, vinculada a la sociedad solo a través de los procesos del mercado del capital. Como elementos centrales ocurrió la liberalización del comercio y de la formación de precios por los actores económicos, el derecho de estos a tomar decisiones sobre todos los aspectos de su actividad, - volúmenes y surtidos de producción, escoger sus suministradores y socios, seleccionar sus cuadros, definir los salarios, entre otros- y finalmente la liberalización de sus relaciones con el exterior.22
No se pueden desconocer esas experiencias, independientemente de las diferencias de contextos entre los procesos que llevaron a la descomposición del socialismo en Europa y las transformaciones que estamos llevando a cabo en el proceso de actualización en nuestro país.
Ante todo, porque en ellos se demuestra una vez más la necesidad de que sea efectiva la primacía de la política para “adelantarse” y conducir adecuadamente las transformaciones, articulándolas consecuentemente con una visión de la nueva naturaleza en gestación, que demanda nuevos enfoques conceptuales sobre los actores y los procesos económicos.
En estos nuevos enfoques es determinante una concepción diferente de la propiedad, como sistema articulador de las diferentes fases y elementos del proceso reproductivo, desde el momento de la interacción individuo – naturaleza, - el “proceso del trabajo”/Marx/.
En el “proceso del trabajo” se crean las condiciones objetuales, los “valores de uso” indispensables para la existencia humana y se crean los propios seres humanos. Este momento ontogenético, precisamente por su esencia distintiva específicamente humana, tiene su fundamento en “las formas que toman las acciones para aplicar el saber”, como un proceso en constante evolución, que se convierte de hecho en una “función genérica” de todo el proceso reproductivo de los seres humanos, dirigida a determinados fines sociales mucho más allá de lo puramente “técnico” del proceso del trabajo y a la generación de bienes y servicios: función genérica en constante evolución, extensión y complejización hasta la moderna “organización empresarial” y la conformación y desenvolvimiento de las estructuras sociales contemporáneas.
Esto permite comprender la esencia de la gestión como parte del proceso de producción de los individuos socializados- más que simple elemento tecnológico limitado a determinados espacios- y la política, como actividad que articula con determinados fines el proceso socializador en todas sus facetas – más allá de su manifestación histórica como relaciones de poder. Ambas actividades, en sus expresiones concretas durante el desarrollo histórico, son componentes inseparables del sistema de propiedad, que transversalizan dialécticamente todos sus elementos, desde la producción material hasta la subjetividad como elemento activo.
Cuando esto se ignora, la interacción política- economía, decisiva en un proceso de transformación socialista, puede manifestarse en cambios que se van “haciendo necesarios uno tras otro” no necesariamente favorecedores del proceso de trascendencia del orden metabólico del capital.
El sostenido avance en este “viaje a lo ignoto” que es la transformación socialista, no es resultado solo de los buenos deseos. No existen “recetas” universales para el éxito. Quizás lo único “universal” son los desafíos al hacer cambios en elementos clave del proceso social en cualquiera de las esferas de actividad. Pero sobre todo, los peligros que se enfrentan cuando se “reforma” fragmentadamente el espacio articulador totalizador del sistema de relaciones de propiedad.
[21] Marx Engels. Collected Works, ed. Cit., t. III, pp. 300-301.
[22] “Europa centro
oriental en la segunda mitad del siglo XX”, Tomo III. Las transformaciones de
los años 90., Ed. Nauka (en ruso), pp.
93- 115
Continuará
Muy interesante. Yo creo que ese es un de los problemas centrales en la construcción del socialismo .Necesario decir que las reformas apuntadas no crearam mas socialismo. Creo que se debe tomar las advertencias de Jesus y de uno de los heroes cubanso en el prefacio del libro " EL socialismo traicionado." .
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