PRÓLOGO
¿Quién dijo que la historia es justa?1
Esta afirmación es casi aterradora pero verídica.
Este libro se publicará en el año sesenta del triunfo de la Revolución Cubana, en el año treinta de que la crisis más profunda vivida por el país se hiciera realidad y no pudiera de ninguna manera ser minimizada. A la vez, en el cumpleaños treinta de la creación del Centro de Estudios de la Economía Cubana de la Universidad de La Habana, institución que ha impulsado y coordinado desde sus inicios la publicación de esta serie Miradas que ya tiene personalidad propia y que año tras año puja desde las entrañas del conocimiento por ver la luz, muchas veces incluso a pesar de nosotros mismos.
Parir un libro sobre la economía cubana, año tras año en Cuba, no es para nada un ejercicio liviano, tiene dolores preparto, durante el parto y muchas veces tiene también dolores postparto; pero, casi siempre, al menos en nuestro caso, la criatura ha recompensado con creces esos dolores.
Las veleidades del desarrollo
Puede que alguien piense que la historia del desarrollo de la economía cubana no es justa. Por desgracia, la historia no es justa, la justicia no es parte de sus virtudes, de igual manera que la injustica tampoco es parte de sus defectos. Casi siempre contada desde sus extremos la misma historia parece diferente en su totalidad.
Cuba emprende de manera consciente su camino hacia el desarrollo con el triunfo de la Revolución Cubana. Al inicio, con la puesta en práctica del «Programa del Moncada» y a la vez con la adopción y adaptación de los preceptos «cepalinos» a la realidad de nuestro país. Más tarde, muy rápido en términos históricos, «construcción del socialismo» y «desarrollo» fueron identificados como términos muy similares —sustitutos perfectos— en el discurso ideopolítico y en el económico, de la mano de una relación creciente con la Unión Soviética. Treinta años después de iniciado ese camino, en 1989, a pesar de que el país podía mostrar un prontuario de acciones en ambos propósitos, seguíamos, de modo paradójico, lejos de ambos, aunque en apariencia mucho más cerca de aquel ideal socialista que del propósito del desarrollo. Con relación a este último, al «desarrollo», descubrimos al menos tres cosas: la primera es que seguíamos siendo un país dependiente en términos económicos y endeble en términos productivos, a pesar del salto industrial experimentado en los años ochenta;2 la segunda, que el esfuerzo hecho en educación, ciencia e investigación, no había producido el impacto esperado en nuestras capacidades productivas y; la tercera, que padecíamos de un significativo atraso tecnológico. Apareció además el bloqueo norteamericano en toda su dimensión, el mismo que había sido amortiguado en los treinta años anteriores gracias a aquella relación intensa con la Unión Soviética.3
Pero, por otro lado, el desarrollo mismo nos había hecho una gran jugada. Había crecido como concepto, se había enriquecido como fenómeno y se había hecho multidimensional y mucho más complejo.4 Para el soporte conceptual nuestro esto fue peor. Algunos países subdesarrollados capitalistas devinieron en ejemplos de «países emergentes», concepto con el cual se empezaron a nombrar a aquellas naciones que incluso subdesarrolladas habían emprendido la senda del desarrollo y mostraban indicadores incuestionables de ese avance. La tesis de la imposibilidad del desarrollo desde el capitalismo quedó así obsoleta como argumento teórico.
Iniciaba Cuba el «Período Especial», comenzábamos a ser, por primera vez en toda nuestra historia, «verdaderamente independientes» y a entender que la dependencia —más allá del tipo y del color político-ideológico— al final, pasa la cuenta.
Sobrevivimos, esa es la principal razón por la cual hoy puedo escribir este prólogo. Un programa de ajuste heterodoxo,5 un liderazgo político incuestionable y un pueblo capaz de reinventarse la cotidianeidad día a día lo permitieron. Unos pocos años después —y unos cuantos miles de kilómetros en bicicleta también— el país comenzó a crecer de nuevo.
Pero, sin dudas ese llamado «Período Especial» puso al descubierto «grietas» que hasta entonces permanecían escondidas. Generó preguntas que aún hoy no están respondidas y nos hizo cuestionarnos hasta nuestro propio rol como cientistas sociales.
Han sido años tremendos. Al impulso inicial logrado por la ola descentralizadora de mediados de los noventa, siguió la recentralización iniciada a finales de la misma década, consolidada luego en los años iniciales del siglo XXI. Luego, al asumir la presidencia el general Raúl Castro cedió espacio, de modo cauteloso, a una nueva reapertura que nos ha traído hasta aquí.
Hemos sobrevivido, es cierto, y eso ya es un gran hito. Pero la sobrevivencia aunque es una condición necesaria, no garantiza el futuro. Quizás fue esa certeza la que impulsó al presidente Raúl Castro a promover la elaboración de un programa de reformas que permitiera la «actualización» de una economía que «hacía aguas». Ese programa condujo, unos años después a otra certeza, la de la necesidad de «diseñar» el socialismo cubano, en una especie de combinación entre lo que se desea y lo que se puede hacer. Así nacieron, en estos últimos ocho años, documentos programáticos que también contribuyeron de modo especial a una propuesta de nueva Constitución de la República, suceso político de innegable trascendencia y complejidad que nos depara nuevos retos en el futuro.
¿Qué está ocurriendo en Cuba?
Esta es la pregunta de las mil respuestas y de todas las discrepancias; y no puede ser de otra forma. La percepción de cada cual y cada una de las historias de vida cuenta en la manera en que se construye el imaginario individual de lo que está pasando en Cuba.
Esas respuestas se encuentran en el espectro que va desde aquellos que califican todo este complejo proceso vivido y por vivir, solo como apenas una capa de maquillaje; hasta los que afirman que se intenta abandonar el camino iniciado en 1959. Con probabilidad, el momento más nítido de tantas posiciones diversas haya sido la propia discusión popular del proyecto de Constitución, y sus resultados. Esta es, quizás, una de las evidencias más fuertes de la complejidad de este proceso y de la diversidad de perspectivas que hay del mismo.
Es posible alguien se pregunte qué tiene que ver esto con un libro sobre economía, o mejor, sobre la economía cubana. Adelanto que este libro no es, solo, sobre economía; pero si así fuera, lo narrado más arriba tiene que ver, y mucho, con la economía, pues sin instituciones adecuadas, coherentes y consistentes, será muy difícil alcanzar el propósito descrito en la visión del país.6
Sin embargo, los hechos, hechos son. Eventos telúricos, casi impensables han ocurrido, en todos estos años; la desaparición física de Fidel, el retiro de Raúl como presidente y jefe de gobierno y el paulatino ascenso de una nueva generación de dirigentes políticos, cuyo punto culminante ha sido la designación y aprobación del actual jefe de Estado, Miguel Díaz-Canel. Junto a ello, la presencia en Cuba de tres papas, la visita de un presidente estadounidense y el restablecimiento de relaciones diplomáticas con ese país; el renacimiento de nuestra dependencia, esta vez de Venezuela.
En Cuba, en estos últimos dos lustros, la unanimidad dejó de ser tan unánime; la igualdad dejó de ser incuestionada; lo estatal devino en garantía y obstáculo a la misma vez; lo privado comenzó a ser «desdemonizado»; el desarrollo devino, más que en un resultado de, en premisa para alcanzar otro socialismo, diferente a aquel que intentamos construir, aun cuando no tengamos la imagen completa de lo que queremos. Mientras, la independencia se ha convertido en ejercicio diario más que en una condición garantizada, la discrepancia alcanzó rango de legitimidad y práctica cotidiana gracias en lo fundamental a la «red» y la familia vuelve a ocupar su lugar en el edificio social cubano.
Es importante entender también que lo que pasa hoy en Cuba es, a la vez, un resultado de lo que pasa hoy en el mundo.
En estos treinta años los recursos naturales se convirtieron en una restricción para el crecimiento y el desarrollo mientras la preocupación por el futuro del ser humano se ha convertido en un programa y un grupo de objetivos a escala planetaria para evitar —o al menos demorar— su autoexterminio;7 la energía dejó de ser barata; la Guerra Fría fue sustituida por otras, pequeñas y localizadas, pero intensas e hirvientes; Rusia ha renacido más parecida ahora a su historia prerrevolucionaria del año 1917; el rol decisivo de China en la economía mundial es indiscutible; el triunfo del nacional-conservadurismo en los Estados Unidos y el ascenso y descenso de las izquierdas en América Latina ha sorprendido a no pocos; mientras la migración masiva devino en «pandemia» y derecho individual, además de recurso económico para muchos países; estos son algunos de los hechos que han marcado estas tres décadas.
Ha ocurrido algo más, igual de trascendente y quizás tan o más decisivo, la cuarta revolución tecnológica se ha hecho realidad. Así, la revolución electrónica se convirtió en revolución digital y la Inteligencia Artificial comienza a producir tantos cuestionamientos éticos como nuevos productos y servicios; la megadata permite manipular de manera masiva a las personas de forma individual; el ser humano se ha hecho cada vez más dependiente de su teléfono celular y una buena parte de todos los seres humanos solo existen a través del móvil, mientras que las conversaciones entre las personas, incluso en el hogar, son sustituidas por mensajes de texto; a la vez la robotización de la producción y los algoritmos que construyen robots cuestionan la tradicional relación entre el capital y el trabajo y hasta la propia necesidad del «trabajador humano», y amenaza no ya con el desempleo, sino con la irrelevancia a una parte cada vez mayor de los seres humanos.8 Subrayo que no existe aún una respuesta institucional adecuada a estos nuevos fenómenos, ni desde las estructuras políticas y las construcciones ideológicas, ni desde las ciencias sociales y económicas.
Es cierto, en nuestro país aún estamos lejos de sentir en toda su dimensión esta cuarta revolución tecnológica, pero algunos de sus síntomas ya son perceptibles. Me atrevo a señalar tres hechos que lo demuestran/ confirman: la relación entre los cubanos de «adentro» y de estos con los de «afuera» se ha hecho más fluida y el sentido de «lejanía» ha sido sustituido por el de accesibilidad, con implicaciones inéditas en la vida cotidiana de toda la población;9 se ha hecho muy fácil para las nuevas generaciones acceder con solo un «clic» a trabajos fuera de Cuba e incluso trabajar en proyectos fuera de Cuba sin moverse del país; mientras que el acceso de una buena parte de los cubanos a las redes sociales ha generado «otro tipo de información» que muchas veces contrasta con la que brindan los llamados «medios tradicionales».10 El reto ha sido tan grande que el propio presidente declaró en el último período de sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular de 2018 la obligatoriedad para sus ministros de tener cuentas en Twitter y usarlas de modo cotidiano, algo impensable un año antes.
Y todo esto es decisivo para entender el desarrollo que debemos proyectar o aspirar. Junto con el mundo, el país ha cambiado y como casi siempre ocurre las nuevas generaciones se parecen más a su tiempo que a sus padres.
Y los cientistas sociales;11¿los ha escuchado y escucha el gobierno? Es de las preguntas más frecuentes, como si en algún momento de la historia mundial moderna esto fuera decisivo en el destino de las naciones.
No fue el estudio profundo de La riqueza de las naciones por el parlamento británico lo que llevó a Inglaterra a la cúspide de la civilización occidental desde mediados del siglo XVIII; tampoco Roosevelt asistió a algún curso de economía keynesiana a mediados de los años treinta para poder sacar a la economía norteamericana de la debacle de la crisis de 1929; de la misma forma que no fue el estudio sistemático y profundo de los escritos de Marx y Lenin lo que permitió a Stalin construir una potencia económica capaz de vencer a la maquinaria del nacionalsocialismo alemán en la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo, podría decirse en este momento de las experiencias de los, con anterioridad llamados, «tigres asiáticos». Puede afirmarse también que no fue el desconocimiento de las ideas de la CEPAL lo que ha condenado a América Latina y el Caribe a seguir siendo una región a la zaga en el propósito del desarrollo.
No quiero decir con ello que la labor de los cientistas sociales no sea importante, incluso hasta decisiva en algunos casos, solo quiero significar que no debiera utilizarse la proximidad y colaboración entre cientistas sociales y gobiernos como la garantía del éxito de cualquier proceso de este tipo. De igual manera, habría que repetir con Keynes aquella frase famosa de la Teoría General: «(…) las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree».12
Ahora, vayamos a la respuesta a la pregunta. Creo que sobre la relación entre el gobierno y los cientistas sociales puede establecerse un parteaguas entre el momento en que el general Raúl Castro asume la presidencia del país y los años anteriores. Se ha producido desde entonces un intercambio mucho más fluido y sistemático entre gobierno y cientistas sociales o al menos con una parte de ellos.13 También mucho más respetuoso de los espacios de cada cual e incluso de mucha mayor tolerancia. Una parte de todo ese intercambio se materializó en los documentos programáticos aprobados años atrás. Pero nada de esto quiere decir que estemos en una situación ideal, de hecho no creo la alcancemos en algún momento.14
Los gobiernos tienen sus deberes, sus propósitos, sus propias urgencias, sus compromisos. Los gobernantes son también mujeres y hombres, con sus propias historias de vida, todos los días, o cuando pueden, desayunan con su familia y deben contarles historias a sus hijos y nietos en algún momento. La cotidianeidad forma parte también de su proceso de toma de decisiones, incluso los impulsos más elementales, forman parte de ese proceso y a veces lo condicionan. No quiero decir con esto que la subjetividad sea lo decisivo, solo quiero significar que la toma de decisiones está mucho más cerca de la teoría de la complejidad que del determinismo racionalista.
Es cierto también, nada me permite hablar por todos los cientistas sociales cubanos, seguro existen muy diferentes percepciones a estas que he expuesto.
Algunos de nosotros hemos tenido el privilegio o la suerte de vivir en la capital de la República y todavía el «fatalismo geográfico» cuenta. Esa cercanía geográfica a las instituciones decisoras no debe subestimarse. Mi visión, como la de otros muchos, es la de un cientista social con más de seis décadas sobre esta tierra, que vive en La Habana, ha vivido prendado y prendido a este «terremoto» que ha sido la Revolución Cubana y ha tenido la oportunidad de comparar la nuestra, con otras realidades. Pero no tengo ninguna duda que desde otras edades, latitudes y longitudes, la percepción sea bien diferente y los «aportes» a la toma de decisiones sean otros. Estas diferencias para nada son un problema, más bien una gran suerte.
El esfuerzo de transformación ha sido enorme,15 pero así de grande ha sido también la resistencia a ese esfuerzo transformador. A veces es una resistencia consciente e incluso antecede a cualquier decisión, otras, yo diría la mayoría de las veces, es el «resultado natural» de diseños institucionales y de «culturas aprendidas» con anterioridad que hoy resultan disfuncionales a los propósitos de transformar nuestro país. Medir el costo de esa resistencia se hace difícil pues una parte de él es, en definitiva, intangible. Aún así, me aventuro más abajo a listar algunos de esos costos:
1. La tasa de crecimiento sigue siendo muy baja y está muy lejos de la necesaria.
2. Las exportaciones de bienes siguen teniendo un comportamiento insuficiente y continúan con- centradas en unos pocos bienes.
3. La dependencia de las importaciones se mantiene y no parece tenga solución de corto plazo.
4. La presión fiscal no permite amplios márgenes de maniobra.
5. El empleo no crece y se ha precarizado.
6. El salario, a pesar del crecimiento del salario medio mensual, no ha recuperado su lugar como principal incentivo al trabajo y es un factor determinante en el crecimiento de la desigualdad.
7. El éxodo de personal calificado, en especial jóvenes y mujeres, desangra a nuestra economía y contribuye a profundizar el problema demográfico.
8. La tasa de inversión permanece muy baja respecto a las necesidades de crecimiento; en la práctica está a la mitad de esas necesidades y la ejecución de las inversiones sigue siendo ineficiente.
9. La deuda de corto plazo con proveedores y los dividendos no pagados a inversionistas extranjeros son una carga financiera importante, se convierten en incentivos negativos al crecimiento y generan incertidumbre a posibles inversionistas interesados en el país.
10. La empresa estatal socialista, responsable de al menos el 80 % del PIB y mayoritaria como fuente de empleo, pilar de las transformaciones emprendidas hace unos años atrás, no alcanza a responder de manera adecuada a nuestras necesidades de desarrollo y se ha anunciado será necesario repensar las OSDE.16
11. La inversión extranjera, declarada estratégica para el desarrollo del país, no logra despegar y aun cuando ha mejorado su captación respecto a años atrás, sigue siendo insuficiente y está lejos de nuestras necesidades reales.
12. Se mantienen brechas importantes —vertical y horizontal— en la infraestructura básica.
13. Existen brechas tecnológicas significativas —horizontales y verticales— en buena parte de nuestro sistema productivo y asimetrías decisivas en la asignación de la fuerza de trabajo calificada.
14. El sector no estatal, cooperativas y propietarios privados en general, arrendadores de tierra y empleados en ese sector, aún espera por un marco legal más proactivo que le permita crecer en términos cualitativos.
15. Sectores decisivos, como la agricultura y la industria no terminan de encontrar una senda dinámica de crecimiento sostenido.
¿Cómo estimar en términos monetarios esos costos? ¿Cómo estar seguros de que de haberlo hecho distinto, de haber podido vencer esa resistencia, los resultados serían diferentes o que no estaríamos pagando costos peores?
No hay manera de saberlo, cabría solo especular. Así, debemos atenernos a estos hechos, a los datos que los reflejan, aun cuando no nos guste lo que los datos nos muestran y cuando sepamos, por experiencia, que muchos de esos datos no se corresponden a plenitud con la realidad de lo ocurrido.
Es cierto, desde la academia se han escrito toneladas de papel sobre estos temas y decenas de recomendaciones.17 Muchas de ellas duermen el injusto sueño de los justos. Pero también es cierto que desde el liderazgo se ha consolidado la idea de integrar de forma más consistente los resultados de la ciencia a la cotidianidad de la toma de decisiones y a la construcción de un pensamiento estratégico más sustentado en la ciencia.18
Es probable que cuando este libro se publique se haya realizado ya una sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional del Poder Popular donde «se evaluará el estado del Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta el 2030, en sus tres etapas, y el informe sobre el estado de la implementación de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución».19 Estoy convencido que lo sucedido desde que fueran aprobados y divulgados tanto en Cuba como fuera de Cuba obligará a repensar una buena parte de lo que aparece en esos documentos.
En 2019 se cumplen treinta años de haberse iniciado el —hasta ahora— último proceso de transformaciones económicas en nuestro país. Es la misma cantidad de años que tomó, aquella que inició —unos años después de 1959— la senda del socialismo.
En estos últimos treinta años, los hijos se han convertido en padres, los padres en abuelos y los abuelos han ido cediendo esta tierra a nuevas generaciones que deberán —usando su imaginación, sus conocimientos y todas sus discrepancias— reinventar el país; en ese proceso inacabable e ineludible de negación de la negación, por el cual pasan —con más o menos dolores— todas las sociedades. Hay que entender también, de todas formas, que el significado del tiempo es diferente para los seres humanos y para los sistemas políticos.
Si este libro logra contribuir a esa reinvención; entonces habremos cumplido ese propósito y ningún dolor posparto podrá contra semejante satisfacción.
Dr. JUAN TRIANA CORDOVI
Centro de Estudios de la Economía Cubana
Citas
1 Noah Harari, Y. 21 lecciones para el siglo XXI. Penguin Randolph House Grupo Editorial S.A.U, 2018.
2 Figueras, M. A. Estructura económica de Cuba. La Habana: Ciencias Sociales, 1994.
3 Castro, F. Discurso pronunciado en el acto por el XXXIX Aniversario del Asalto al Cuartel Moncada y el XXXV del levantamiento de Cienfuegos, efectuado en Cienfuegos, el 5 de septiembre de 1992.
4 El Índice de Desarrollo Humano y el Índice de Palma, por ejemplo, son dos de esos esfuerzos por entender en términos conceptuales y medir cuantitativa y cualitativamente ese carácter multidimensional del desarrollo.
5 CEPAL. La economía cubana: Reformas estructurales y desempeño en los noventa. Comisión Económica para América Latina y Fondo de Cultura Económica, 1997.
6 Bergara, M. «Las Instituciones y los procesos económicos». En Transformaciones económicas en Cuba: una perspectiva desde las instituciones, de Hidalgo, V. y Bergara, M. (coordinadores), dEcon, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, Uruguay y Universidad de La Habana, 2015.
7 Objetivos de Desarrollo Sostenible; www.un.org/sustainable- development/es y «Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible». Resolución 70/1, Asamblea General de las Naciones Unidas.
8 Noah Harari, Y. 21 lecciones para el siglo XXI. Penguin Randolph House Grupo Editorial S.A.U, 2018.
9 La capacidad «movilizativa» del celular y de las redes sociales quedó demostrada cuando el tornado ocurrido en La Habana el 27 de enero de 2019. De hecho, una buena parte de la ayuda inicial se estructuró a través de las redes antes que en las organizaciones encargadas de ello.
10 El papel de las redes sociales en los eventos del tornado ocurrido en la Habana en enero es otra importante enseñanza. Rafael Hernández en su perfil de Facebook comentaba de forma acertadas este hecho (domingo 10 de febrero).
11 Incluyo aquí a los economistas.
12 Keynes, J.M. La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero.
La Habana: Ediciones R, Instituto del Libro, 1968, pág. 367.
13 La creación del Consejo Técnico Asesor de la Comisión de Implementación y Desarrollo de los Lineamientos y de sus comisiones fue el vehículo que facilitó en mayor medida ese intercambio.
14 Jorge Núñez Jover afirma: «Subsisten deudas con la consulta a grupos de profesionales que han estudiado durante años ciertos temas y que, a la hora de decidir sobre estos, no son involucrados», en «El pensamiento científico y nuestras tareas», Cubadebate, 2018.
15 Un resumen de una parte de esas medidas aparece en Hidalgo, V. «Políticas macroeconómicas en Cuba: un enfoque institucional». En Transformaciones económicas en Cuba: una perspectiva desde las instituciones, de Hidalgo, V. y Bergara, M. (coordinadores). dEcon, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, Uruguay y Universidad de La Habana, 2015, págs. 99-100. 16 OSDE: Organizaciones Superiores de Dirección Empresarial.
17 En esta propia serie de Miradas... desde su primer número aparecen decenas de recomendaciones de política económica. También en Hidalgo, V., op. cit., aparece una propuesta de políticas económicas para la transformación de la economía nacional.
18 «No podemos cansarnos de oír a los que saben, valorar sus propuestas y articularlas con lo que nos proponemos lograr». Díaz-Canel, M. «Vamos a salir adelante y vamos a seguir venciendo», Cubadebate.
19 Díaz-Canel, M., op. cit.
Continuará
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