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"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

sábado, 7 de octubre de 2023

EL FUTURO DEL TURISMO EN EL CARIBE

Economic and Business Consultant



La recopilación y publicación de los datos sobre el comportamiento del turismo en el año 2023 por parte de la Organización Mundial del Turismo (OMT) ha estado lenta, ya que solamente se ha publicado lo relativo al primer trimestre. Pero lo reflejado en ese período sirve como muestra para afirmar que el sector turístico ha continuado con su recuperación después de los estragos provocados por el COVID-19.

Según las cifras disponibles hasta este momento, las llegadas internacionales alcanzaron en el primer tercio del año el 80 % de los niveles anteriores a la pandemia, lo cual es equivalente a 235 millones de turistas. Este resultado es una continuidad de lo observado en el 2022, cuando se reportaron más de 960 millones de turistas, igual al 66% de la cifra pre pandémica.

Oriente Medio fue la región que registró el mejor desempeño, constituyéndose en el primer destino regional del mundo en recuperar las cifras anteriores a la pandemia en un trimestre completo. Según la OMT, Europa alcanzó el 90% para el mismo período, respaldada por una sólida demanda intrarregional. África y las Américas llegaron al 88% y a cerca del 85%, respectivamente, de los niveles registrados en igual período del 2019.

El Caribe ha avanzado en la misma dirección que el resto del mundo. De acuerdo a los datos de la OMT, en el primer trimestre del 2023 la región atrajo el equivalente al 94% de la cantidad de turistas que viajaron en igual término del 2019, liderada por República Dominicana que superó en un 11% los arribos recibidos en el primer trimestre de 2019. Estos resultados van en la línea de lo reflejado el año 2022, cuando la región recibió 22.6 millones de turistas, lo cual representa el 86% de lo alcanzado en el año previo a la pandemia.

Lo interesante de estos resultados es que se han logrado a pesar de que el mundo ha sufrido una extensa inflación, que ha encarecido los productos y servicios que conforman la cadena turística. Uno de los factores que influye en la propensión a viajar y a gastar de los potenciales turistas es el económico y cómo el mismo impacta el bolsillo de los consumidores. Parecería que, en esta ocasión, la teoría fue desbordada por la realidad de un apetito por viajar después de varios años de restricciones como respuesta a los peligros de contagio del COVID-19.

Sin embargo, todavía persiste cierta cautela sobre los pronósticos de la recuperación total de la industria turística. Una encuesta que la OMT aplicó a un grupo de expertos reveló que la mayoría sigue creyendo que el turismo internacional no volverá a los niveles de 2019 hasta 2024 o más tarde. Señalaron igualmente que, ante el desafiante entorno económico, se espera que los turistas busquen cada vez más una buena relación calidad-precio y viajen más cerca de casa en lo que resta de año. De resultar cierta esta aseveración, la recuperación total de destinos – islas como el Caribe tomaría más tiempo.

Siendo la recuperación un hecho fuera de discusión, es momento entonces de reflexionar sobre el futuro del turismo, en particular los retos que tendría que enfrentar en el Caribe. Estos retos surgen del estado de situación del sector antes de emerger la pandemia y de los impactos que se derivaron de esa crisis sanitaria mundial.

En el momento en que se desató la pandemia del COVID–19, el turismo en el Caribe exhibía resultados robustos. Había mantenido crecimientos, tanto en la cantidad de turistas recibidos como en los ingresos generados, repitiendo una tendencia que se sostuvo desde los años 80 del siglo pasado, lo cual ha convertido a la industria como una de las principales generadoras de divisas de la región.

Este crecimiento estuvo acompañado con niveles de eficiencia en la gestión, que se verificaron en el incremento tendencial de la cantidad de ingresos por turistas, en una relación positiva entre los ingresos obtenidos y el alza en la disponibilidad de alojamiento, además de altos niveles en el aprovechamiento de la capacidad hotelera que compararon muy favorablemente con lo que reflejaron los 10 principales destinos turísticos a nivel mundial. Además, el sector ha impactado favorablemente en el desempeño de las cuentas externas a nivel regional.

Sin embargo, se habían detectado también algunas señales que son preocupantes en relación con el funcionamiento futuro de la industria. Una de ellas es que hasta el 2019 se verificó una desaceleración en los niveles de crecimiento del turismo en comparación con lo logrado en las dos últimas décadas del Siglo XX. Si bien esta desaceleración es parte de una tendencia también observada a nivel mundial y en la región de Las Américas, los valores que reflejó el Caribe fueron inferiores a otros referentes geográficos. Ello, unido al hecho de que la Zona Asia–Pacífico, que comparte las mismas características básicas como destino turístico que el Caribe, tuvo resultados totalmente contrarios, nos lleva a pensar que la región ha comenzado a perder competitividad, debido a posibles fallas o agotamientos de los modelos de desarrollo turísticos prevalecientes en la región.

Un segundo factor de preocupación es que el Caribe depende mucho más del incremento de la cantidad de turistas para aumentar los niveles de ingresos que de otros factores, como, por ejemplo, la diversificación de la oferta turística. Esta estrategia, aplicada por varios países, si bien aporta dividendos en corto y mediano plazo, no se detiene a reflexionar sobre las consecuencias negativas futuras de la práctica de un turismo de masas.

Una tercera señal preocupante es la alta dependencia que el Caribe ha desarrollado del turismo como vector garantizador del crecimiento económico, con el agravante de que dicha dependencia no se ha traducido en desarrollo. En otras palabras, los niveles de rentabilidad obtenidos en el negocio turístico no se han podido convertir en un resultado similar en términos macroeconómicos.

De ahí que los retos que enfrenta el turismo caribeño en la era post-pandemia son:

1. Fortalecimiento de su resiliencia

2. Sostener su crecimiento

3. Lograr que los aportes del turismo al desarrollo económico de los países caribeños sean mayores.

Reflexionaremos sobre los retos que tiene que enfrentar el turismo en el Caribe a partir del COVID – 19 y que mencionamos en la entrega anterior. Dedicaremos este espacio al tema de la adaptación y resiliencia de la industria.

La pandemia dejó dos lecciones aplicables al sector. Primera lección: nos recordó que la actividad turística es muy vulnerable frente a shocks externos. Aclaremos este punto: Todos los sectores productivos y de servicios son impactados de una manera u otra por causales exógenas. Lo que puede diferenciar el turismo de otras actividades es la magnitud y alcance de esas causales y sus efectos.

Comparemos el turismo con la manufactura de exportación. Un huracán o una crisis política y social puede afectar la operacionalidad de una industria, pero no su mercado, el cual está ubicado fuera de los confines donde la industria se localiza. El turismo, sin embargo, es afectado por las dos vías, ya que el producto turístico se consume en el mismo sitio donde está la infraestructura que ofrece el servicio. Por otra parte, el inventario de causales que puede afectar negativamente el funcionamiento de la actividad turística es mayor que el de una industria de bienes, porque el turismo depende también de una variable de mucho valor que es la confianza del turista con relación a los destinos que desea visitar. Si la imagen de seguridad y confianza de un destino es dañada, el consumidor (turista) le da la espalda. Ello es lo que explica como el turismo, por ejemplo, puede ser tan sensible a una campaña hostil de la prensa local o internacional, factor frente al cual el sector manufacturero es incólume o lo podría sortear con mejor suerte.

Segunda lección: la necesidad de que el Caribe se prepare para continuar enfrentándose a eventos similares a la pandemia, sobre todo, aquellos de carácter recurrentes, como son los desastres naturales, en particular los huracanes, que pienso que serán cada vez más frecuentes y de mayor intensidad debido al cambio climático. Al igual que en el caso del COVID-19, los efectos que provocan sobre la industria turística el azote de los huracanes pueden extenderse por varios años, incluso aun después que los destinos alcancen los números de turistas e ingresos previos al impacto de estos fenómenos, ya que recuperar el ritmo de crecimiento que se mantenía toma más tiempo por las diversas disrupciones que provocan los meteoros en toda la cadena turística.

Por ello es imperativo de que cada destino diseñe y aplique estrategias que los prepare para una recuperación lo más expedita posible de los efectos que provocan los eventos externos de diferentes naturalezas y que tenga como prioridad la captación de la demanda latente que se produce debido a esos sucesos. Pero estas estrategias tienen estar enmarcadas en el contexto de la concepción del modelo turístico existente y en las políticas de implementación del mismo.

También hay que incluir en el análisis la capacidad de los destinos turísticos de convertir las adversidades en oportunidades para el desarrollo turístico. Tenemos el caso de la provincia de Aceh, en Indonesia, una de las más impactadas por el tsunami que se derivó del terremoto del 2004. Además de los esfuerzos de recuperación, la provincia se preocupó por convertir ese suceso en una de las principales atracciones, donde, a través de museos y paseos por los lugares que afectó el maremoto, se muestran no solo las consecuencias que generó el evento, sino también los trabajos que se acometieron para lograr que la vida y economía del territorio volvieran a la normalidad.

Un ejemplo de resiliencia de la industria del turismo lo constituye un grupo de países y territorios que he agrupado convencionalmente bajo el término de zona Asia – Pacífico. Estas naciones y territorios están ubicados en la misma franja de coordenadas que el Caribe, pero en el lado oeste del globo terráqueo (entre las latitudes 0 y 25 grados norte y las longitudes 70 y 150 grados oeste), por tal motivo comparten características climáticas similares y la exposición a fenómenos ciclónicos, aunque son más impactados por los terremotos, además que practican el turismo de sol y playa, entre otras modalidades. Los países y territorios son: Brunei, Cambodia, Indonesia, Malasia, Myanmar, Filipinas, Singapur, Tailandia, Timor–Leste, Vietnam, Guam, Islas Marianas, Islas Marshall, Estados Federados de la Micronesia, Palau, Kiribati, Papua – Nueva Guinea, Maldivas y Sri Lanka.

Entre el 2000 y el 2018 esa región fue azotada por 33 tormentas tropicales, de las cuales 12 correspondieron a huracanes de categoría 4 y 5. Pero los impactos mayores lo recibieron de los terremotos, que contabilizaron 20 con intensidad que oscilaron entre 6.1 y 9.1 en la escala de Richter, siendo uno de los más devastadores el que sacudió a Indonesia, Sri Lanka, Tailandia y Malasia el 25 de diciembre de 2004 y que fue acompañado por un tsunami.

En términos de la actividad turística, las consecuencias de huracanes y terremotos son bien diferentes. Los huracanes azotan en la temporada baja turística del trópico boreal, por lo que puede esperarse que la mayoría de los turistas no se sientan desalentados de visitar en la temporada alta aquellos destinos con peligro de tormentas tropicales por el temor de quedar atrapados en una de ellas. Aquí la variable de más probabilidad de incidencia es que no puedan viajar porque los destinos no se hayan podido recuperar a tiempo de los daños provocados a su infraestructura turística y de apoyo a la misma para el inicio de dicha temporada.

En el caso de los terremotos la problemática es diferente. Estos pueden ocurrir en cualquier momento del año, por lo que podría pensarse que los turistas eviten visitar áreas de fuerte actividad sísmica. Sin embargo, esto no ha sucedido en los países y territorios del área del Asia y el Pacífico mencionada. Su desarrollo turístico ha continuado a pasos agigantados, superando, incluso, en todas las comparaciones al Caribe, por lo que se puede inferir que esta región ha sido capaz de proyectar una imagen de seguridad y confianza, que como ya expresé, es un activo estratégico para cualquier destino turístico.

Cuando hablamos del Caribe, no podemos hacer la misma valoración que la que acabamos de hacer en relación a la denominada zona Asia – Pacífico. Para ser justos y teniendo en cuenta la heterogeneidad en resultados turísticos de los países que integran la región caribeña, hay países que han demostrado tener más capacidad de sobreponerse y de adaptarse a momentos críticos que otros. Tomando como ejemplo la pandemia del COVID-19: en el año 2022 países como República Dominicana, Islas Vírgenes Norteamericanas e Islas Vírgenes Británicas, sobrepasaron la cantidad de turistas recibidos en el 2019, mientras que Puerto Rico y Jamaica se acercaron bastante a esos valores. Sin embargo, Cuba, el segundo destino de la región, apenas consiguió el 38% de los turistas que llegaron en el 2019 y Bahamas, quinto destino, reflejó solo un 48% de los arribos alcanzados en el año pre-pandemia.

Por lo tanto, el Caribe debe mirarse en el espejo de la zona Asia – Pacífico, ver esas experiencias en el manejo y recuperación de desastres de diversa índole, para tomar lo que sea aplicable en estas latitudes y que sirva como base para el diseño de un plan de mitigación, adaptación y resiliencia que permita mantener el atractivo de la región como plaza turística aún en el peor de los escenarios.

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