Fidel


"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

lunes, 19 de octubre de 2015

¿Oferta y demanda o el libre albedrío?

Escrito por Katia Siberia García Fotos: Pastor Batista Infografía: Yaudel Estenoz


" Yo puedo hacer lo que me dé la gana", me ha dicho el carretillero del barrio, y para colmo lo ha repetido desafiante, "lo que me déeee... la gana", desde la esquina estratégica de sombra y paso obligado; allí donde la gente se ha cansado de ver que, ciertamente, él hace lo que quiere. Y lo que le permiten, claro está, con su licencia de vendedor de productos agrícolas de forma ambulatoria.

Pues el hombre había presentido mi ironía cuando me mandó al mismísimo Consejo de Estado a plantear mi inquietud, y en su falta de argumentos adiviné yo que él había incrementado el precio solo "porque sí".

Espejismo de la abundancia, porque pocos pueden comprar

"Oiga, guajiro que se respete, sabe que un platanito de fruta demora casi un año en lograrse, que cuando eso se plantó ni el petróleo estaba a 3.00 pesos ni nadie se imaginaba la sequía ni habían suspendido el riego. Usted no puede decirme que si ayer seis platanitos costaban 5.00 pesos, hoy le falta uno al bultico porque todo está subiendo. ¿Eso fue un cuento que le hicieron, verdad?", le dije antes, "compadeciendo su ingenuidad".

Y como el negociante nunca admitiría su estafa o sus dotes de especulador, arremetió con su frase salvadora, la que hasta hoy le permite lucrar en público con el sudor ajeno; da igual si hace frío, calor, si hay sequía o si pasó un ciclón; el modus operandi se generaliza.

Hace poco la Primera Secretaria del Partido en la capital cubana reconocía cómo en Mercados Habana se le había incrementado en un 50 por ciento el precio a los productos agrícolas, con respecto a 2014.

Lo que suponía una agilidad en la comercialización ha sido —y es— un mecanismo de enriquecimiento que, si se rige por alguna ley, la de oferta y demanda, seguro no es. Opera más por las estructuras del libre albedrío, que no es otra cosa que decretar que la malanga valdrá, por ejemplo, 8.00 pesos, aunque haya costado 4.00, venga de donde venga, esté como esté y "más na". Así funciona el comercio privado.

Porque ni siquiera la demanda condiciona la oferta; en todo caso, al contrario: una libra de malanga a 10.00 pesos determinará que poquísimos la compren y será solo un espejismo de lo que la población demande. Lo irracional ha llegado a tal punto que el producto puede perfectamente podrirse y el carretillero continuar invariable en su ley, pues las ganancias habrán cubierto todos sus gastos y la necesidad del otro no influirá en su arbitrio.

Por si fuera poco, crean, además, la falsa ilusión de abundancia productiva y me remito a un ejemplo que reseñara dos años atrás: "Llevamos el plátano burro al mercado agropecuario de Camagüey, a 40 centavos la libra, y no lo aceptaron porque tenían demasiado; no porque hubiera exceso de producción, sino porque lo ofertaban a 2.00 pesos y así se vende muy poco. Se perjudica el consumidor y me perjudico yo por una política de precios que no se regula por oferta y demanda."

Así lo lamentaba entonces el Presidente de la cooperativa de producción agropecuaria Paquito González, y es también el lamento hoy de todos los que dependen de un salario para alimentarse. Pero la pregunta (y que me perdonen los economistas defensores de las leyes del mercado que se autorregula) es por qué tenemos que tolerar semejante agravio cuando ya han patentizado que las regulaciones obedecen a la economía de su bolsillo y no a otra; si bien la intención —segunda— de facilitarnos la compra de alimentos resulta legítima y muy necesaria, alabadora, incluso, al proponerte una zanahoria en agosto y un tomate cuando menos te lo esperas.


Este miércoles, cuentapropistas de tres puntos de la ciudad de Ciego de Ávila sacaban algunas cuentas y los criterios giraban en torno a la siguiente matemática: "yo cojo el boniato a 2.00 pesos la libra y tengo que venderlo a 3.00, si no, no da negocio". Es decir, el campesino gana 200.00 por un quintal, después de preparar la tierra, plantarlo, limpiarlo, cultivarlo, costear gastos... y el vendedor obtiene 100, "de una mano pa' la otra". Similar ocurre con la malanga que, alegan, llega a la ciudad en camiones, a 6.00 pesos la libra (sobre ruedas ya viene la inflación) y ellos, como mínimo, "tienen" que venderla a 8.00.

Cebolla: con solo escuchar el precio, te hace llorar

Seberino Herrera, tarimero de la zona de Ortiz, en la cabecera provincial, confiesa que pagó cada plátano a 1.00 peso y los expende a 2.00, poniéndose, "inconscientemente" en igualdad de condiciones con el productor. Sin embargo, lo curioso, más allá de la defensa a ultranza que esgrimen los cuentapropistas, es que por muy barato que adquieran su mercancía, venden al precio del que la compró bien cara (¿o tendremos que entender que hay una potentísima red campesina que, aun con rendimientos y costos diferentes, acuerdan vender su cosecha por igual a cualquier intermediario que se les pare delante?)

Hoy el mercado de "la oferta y la demanda" pacta precios monopolizados con tanta exactitud que la diferencia más notable que encontráramos el miércoles en la tarde entre la calle Cuba y el reparto Ortiz fue de 1.00 peso para los frijoles y de 4.00 para unas piñas que vendrían siendo la mitad de las que en Ortiz se cotizaban a 10.00.

La situación deja ensimismado hasta a Gioele Chirillo, un belga que la mayor parte de su tiempo vive en Ciego de Ávila y todavía no da crédito a algunos precios: "para mi economía resultan caros, imagino lo que significan para un cubano que gana 10.00 pesos por día". No obstante, al igual que otros entrevistados, alude a otras "exageraciones", mientras un comerciante de Ortiz nos exhorta a cruzar la calle: "entra a esa TRD y pregunta por qué el paquetico de frijoles cuesta 37.00 pesos".

A estas alturas una contradicción se ha hecho manifiesta: ¿con qué sentido el Estado paga mejor los productos agrícolas y estimula la producción en el campo si, al final, el grueso de ellos se ofertan a precios altos que no satisfacen a la mayoría de la población?

Esa minoría que se paga un aguacate a 8.00 pesos porque lo encuentra y esos comerciantes que levantan tapias en sus casas porque pueden, han sido, por supuesto, muy beneficiados y justo, justísimo es que el guajiro reciba más por su sacrificio, pero... ¿y el resto?

Cómo le enseñaremos a nuestros hijos que el esfuerzo ha de ser proporcional a las retribuciones y que nunca —me desentiendo del capitalismo— un vendedor de tomates debe ganar más que quien los siembra porque apuntaríamos a un país de intermediarios que juegan al mercadeo, al lo tomas o lo dejas, pues Acopio se ha cansado de demostrar que no puede asumir ni la mitad de los surcos.

Un recorrido de la Subdelegación Económica de la Delegación Provincial de la Agricultura comprobó que los campesinos venden sus cosechas a los cuentapropistas a precios similares a los que paga Acopio y, a no ser que vayan a buscarlos dos provincias más allá y comprando el petróleo en el CUPET (aquí especulo más que los propios carretilleros), no tendrían que acabar disparatados en la tarima, logrando, incluso, que otros servicios del cuentapropismo pujen su valor porque" todo está subiendo y yo tengo que comer".

No hay forma de explicarse la susodicha ley de oferta y demanda, a menos que se asuma como el libre albedrío; ni de entender cómo una patente para acercar productos a la casa, ganar por ello y descentralizar precios haya terminado con un hombre apostillado en una equina, haciendo lo que le dé la gana.



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