Ricardo Torres • 3 de diciembre, 2015
LA HABANA. Durante los últimos días la situación de varios miles de cubanos en la frontera entre Costa Rica y Nicaragua ha generado titulares en los medios internacionales, y por su escala y potenciales consecuencias, también en la prensa oficial cubana. No obstante, aunque es el punto de partida, no es el tema central de este artículo.
Los incontables artículos, reportes, entrevistas y declaraciones de todas las partes involucradas, nos han recordado las muchas razones para que algo como esto esté ocurriendo a la altura de 2015. Aunque lejos de ser novedoso, también ha sido curioso observar como los que están directamente expuestos, insisten en buscar y encontrar la culpa en el lado ajeno.
Considero que es sano aprovechar esta lamentable situación para indagar en lo que puede y debe hacerse dentro de Cuba para que cada vez menos cubanos, sobre todo jóvenes, tengan que buscar un mejor porvenir en el extranjero.
Ya se sabe que los cubanos disfrutan de una situación migratoria privilegiada en Estados Unidos, que sin dudas influye en la decisión de emigrar. Pero también es cierto que un 15% de los cubanos que residen fuera del país eligieron otros destinos diferentes a Estados Unidos y la emigración continúa, incluso hacia países en desarrollo.
También es bastante natural que haya una concentración en el vecino del Norte por tres razones principales: se trata del mayor receptor de emigrantes del mundo, está a 90 millas de las costas cubanas y ha habido una importante comunidad cubana allí desde, por lo menos, la década de 1950. Esas comunidades son siempre factores de apoyo y sostén de los recién llegados, incluso fuente de recursos para ayudar a realizar la travesía.
Además se conoce que la migración es un fenómeno mundial, difícilmente exclusivo de Cuba. No tiene Cuba tampoco la mayor proporción de población residente en el exterior, incluso dentro de América Latina la sobrepasan varios países. Aunque según las Naciones Unidas, sí tiene una de las mayores tasas de emigración en la actualidad (3,64 por mil habitantes), lo que coloca a la Isla en el lugar 34 entre los países con mayor pérdida de habitantes por esta vía con respecto a su población.
Todos estos elementos apuntan en la misma dirección: más allá de factores externos, hay condiciones en la realidad económica, política y social de la nación que favorecen y estimulan la emigración:
- El relativamente alto nivel de escolarización, en tanto es un factor que favorece la inserción en los mercados laborales de otra naciones, por lo general, más competitivos.
- La relajación (casi eliminación) de las restricciones para salir del país, tanto temporal como definitivamente. Esto incluye una reducción dramática del costo asociado a la decisión de establecerse en el exterior, dado el mantenimiento de derechos plenos por dos años, la conservación de las propiedades, entre otros.
- El declive económico sostenido que ha afectado a una parte mayoritaria de la población de la Isla, con particular impacto en los jóvenes, que tienen una carrera que realizar y metas que cumplir.
A este último elemento me quiero referir con más detalle. Esta no es una afirmación apologética sobre la realidad cubana, puede ser comprobada empíricamente por cualquier método moderno, incluyendo encuestas y entrevistas.
Los jóvenes cubanos son un grupo especialmente sensible a la emigración: poseen mayores posibilidades de integrarse en el país de destino, no cuentan con una referencia sobre el éxito del modelo cubano hasta 1989, están más alejados ideológicamente de los postulados del gobierno cubano, y tienen la experiencia (posiblemente no muy positiva) de sus padres en dos sentidos: las decisiones importante se toman a cierta edad, y no hay muchas razones para creer que después de tanto tiempo, la situación en Cuba puede mejorar significativamente. Ello nos recuerda que todo lo que puede hacerse, es necesario hacerlo lo antes posible, para mantener vivas las esperanzas y la posibilidad real de que es posible realizar un proyecto personal exitoso en la Isla.
La salida de cubanos no se aceleró solo después del 17 de diciembre, ni tampoco solo después de enero de 2013, cuando se relajaron las restricciones migratorias. Las cifras confirman que es un fenómeno que ha estado configurándose por varios años.
Los datos publicados por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) refieren que la emigración externa total saltó desde 28 675 personas en 2003, hasta 46 662 en 2012. Un 62% de incremento, cinco años después de comenzadas las reformas en la agricultura, luego de flexibilizar el trabajo privado en septiembre de 2010, y de haber adoptado un programa público de cambios en abril de 2011. La emigración en estas proporciones es especialmente perjudicial para Cuba porque constituye un factor principal que acentuará los efectos negativos de su panorama demográfico, marcado por el envejecimiento y la contracción de la fuerza laboral en años venideros.
Por todas las razones anteriores resulta lamentable que incluso las transformaciones actuales no ubican las legítimas aspiraciones de los cubanos relativas al progreso personal, y sobre todo de las más jóvenes generaciones, en el centro de la toma de decisiones. Y este tema debería recabar la mayor atención.
Hay dos áreas donde estas limitaciones se hacen más evidentes: las políticas relacionadas con las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC, incluyendo prominentemente a Internet) y los cambios en las regulaciones respecto al trabajo privado (el término más usado es Trabajo por Cuenta Propia).
En el caso del acceso a Internet, el país tiene una de las tasas más bajas en el mundo. La Unión Internacional de las Telecomunicaciones (organismo de Naciones Unidas del que Cuba forma parte) la sitúa consistentemente en los últimos peldaños de su Índice de Desarrollo de las TIC (IDT), que integra tres dimensiones: acceso, utilización y capacidades. En la edición correspondiente a 2015, Cuba se situaba en el puesto 129, entre 167 países analizados. En cualquier caso, muy por debajo de su nivel de ingreso o el esfuerzo educativo.
El acceso a estas tecnologías no es una moda pasajera del consumismo occidental del siglo XXI. Las TIC constituyen una plataforma tecnológica esencial de esta época, crecientemente integrada en las estructuras económicas y sociales, y con impactos crecientes y horizontales.
Han revolucionado la manera de interactuar entre las personas, la forma en que las empresas identifican a sus clientes y se comunican con ellos, y hasta cierto punto han democratizado y abaratado la visibilidad para un público global. Constituyen un ingrediente imprescindible de la prosperidad contemporánea, y cualquier estrategia viable de desarrollo en el siglo XXI tiene que adoptarlas como tal.
Los jóvenes cubanos aspiran a integrarse a esta ola mundial, tanto como los de otros países. Y debería ser visto como legítimo, un logro al mismo nivel de lo que significó universalizar la educación y la salud pública en los ya lejanos años sesenta en Cuba. Además, sería una ganancia de esta generación. No solo se trata de recursos, es sobre todo una cuestión de visión y estrategia.
El otro asunto resulta todavía más escabroso: el rol del sector privado en Cuba (o más generalmente), lo no estatal, es un tema esencialmente ideológico y político. Muchos pensamos que una correcta identificación de lo verdaderamente estratégico relegaría otras preocupaciones a un segundo plano, asumiendo que el hilo conductor sean el progreso nacional y el bienestar de las grandes mayorías de cubanos que viven en Cuba, y sus legítimos derechos.
En términos estrictamente económicos, la limitación efectiva del derecho a ejercer la iniciativa privada a solo un grupo de actividades de bajo valor agregado, decididas administrativamente, no tiene ningún sentido, y peor aún, puede ser muy peligrosa. No tomaría mucho tiempo darse cuenta que la mejor y mayor inversión que Cuba ha hecho en 55 años está en la educación de su población, un logro ya universalmente admitido y celebrado. Es además, probablemente el activo mejor repartido en la Isla.
Este perfil encaja perfectamente con ciertas actividades profesionales, que hacen un uso intensivo del conocimiento y ciertas habilidades específicas. La mayoría de ellas se ubican dentro de lo que se denominan servicios a empresas, finanzas, y servicios personales y al hogar, muy sofisticados. Lo curioso es que la escala mínima eficiente de muchas de ellas tiende a ser muy pequeña.
Dicho de otra forma: por las características tecnológicas de las mismas, el volumen de capital empleado y la estructura de la demanda, lo más común es que sean muchas pequeñas empresas las que se encargan de su prestación. Esto se observa en los países más avanzados y también crecientemente en los países en desarrollo. Además, el desplazamiento hacia los servicios (que ya ha empezado en Cuba por otras razones) deviene una tendencia inexorable del desarrollo, y lo será más para nuestro país, teniendo en cuenta sus ventajas competitivas fundamentales.
Parece una contradicción insalvable el hecho de que habiendo aceptado la necesidad de incorporar más capital privado en la economía, la mejor parte la están llevando las empresas y ciudadanos de otros estados, los que han recibido un amplio paquete de facilidades contenidas tanto en la Ley 118 como en el Decreto que regula la actividad en la Zona Especial del Mariel.
Sería un error imperdonable no premiar a aquellos que apuestan por desarrollar sus proyectos personales dentro de Cuba, arriesgando no pocas veces sus escasos recursos, y dedicando gran cantidad de energía física y mental. Recordemos que no es la Isla necesariamente un paraíso para realizar negocios.
Luego salta la cuestión de los derechos: es difícil sostener que una legítima contribución al progreso nacional solo puede hacerse a través de las entidades controladas directamente por el Estado. No deja de sorprender que ciertas posiciones de la izquierda en Cuba se alejan de la nueva izquierda internacional, que sostiene una agenda que favorece el empoderamiento de los individuos, las comunidades, y las pequeñas empresas.
Hay muchas razones para esperar que un entorno adecuado impulsará enormemente la creatividad y la creación de riquezas en Cuba. Actuar en estas dos dimensiones también generaría notables sinergias, en tanto una se nutre de la otra. Ser incapaz de interpretar adecuadamente estas realidades puede limitar severamente las perspectivas de desarrollo de Cuba, aumentar la frustración de las nuevas generaciones, y de esta forma estimular la búsqueda de una alternativa en la emigración.
(*) Ricardo Torres es investigador en el Centro de Estudios de la Economía Cubana.
Foto de portada: Franklin Reyes / AP.
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